lunes, 11 de junio de 2007

Ciutadans

En política, como en gimnasia, en el circo o caminando sobre una acera helada, hace falta saber de qué aro, maroma o farola asirse para evitar una caída. Pero si en los últimos paseos de la caída sobre la malla o el hielo salvan asideros tangibles, físicos, en política el asidero requiere haber sido amasado por quien la practica. Ideología, le llaman a ese engendro que sirve para librar de la muerte. O el ridículo.

La aparición del Manifiesto “Per un nou partit polític a Catalunya”, hace exactamente dos años, y su magnífico, y justo, reclamo porque en el mapa político catalán “se restableciera la realidad”, ilusionó a muchos. Más ilusión generaron la sonada presentación en el Tivoli y, cuatro meses más tarde, en junio de 2006, el congreso fundacional de Bellaterra.

El “¡Toma tres, tevetrés!” que corearon cientos en la Rambla de Catalunya al conseguir tres escaños en el Parlament de Catalunya constituyó una magnífica performance en contra del nacionalismo catalán y la clase política que lo alimenta.

Desde entonces, el élan fundador de Ciutadans. Partido de la Ciudadanía se ha ido desvaneciendo, en un proceso de alquimia inversa: el de la conversión de oro en fango. La opacidad en la confección de las listas para las elecciones de mayo pasado, la amenaza de dimisión del secretario general, conjurada mediante la pactada posposición de la lectura de la lista de agravios hasta el venidero congreso, anunciaban lo que cualquier análisis del comportamiento de Albert Rivera permitía adivinar, a saber, la merma de votos cosechados por un partido, cuyo leitmotiv era una renovación del modo de hacer política, algo que por fuerza debía atraer a abstencionistas y votantes del centro izquierda y el centro derecha antinacionalistas.

Antinacionalistas, subrayo. Que esa imbécil apelación al “somos no nacionalistas” es una de las muchas cautelas semánticas que evidencian la carencia de una ideología “fuerte”. La incapacidad para situarse en el espectro político tradicional es otra. Ambas parten de la convicción de que no hay mejor manera de atraerse votos que presentarse con los grises vestidos de la moderación. Error que han pagado ERC, el Partit Popular y Ciutadans, significativamente. Josep Anglada, en cambio, ha hecho su agosto voceando una xenofobia que quiero confiar acabará llevándolo ante un tribunal.

El 29 de mayo, apenas dos días después de las elecciones, Ginés Górriz, miembro del Consejo general de Ciutadans, circuló un informe de una claridad estadística y una contundencia en el análisis que presagiaban el fin del reinado de Albert Rivera. O el de su redactor y afines.

Del capítulo Conclusiones de ese informe:

“A mi entender, el resultado electoral es un fracaso y debemos admitirlo. Abordar las causas debe ser una tarea de máxima responsabilidad y serenidad. Refugiarnos en afirmar que el resultado es un éxito, o que el fracaso es atribuible a los enemigos externos o internos, sería un ejercicio de cobardía y mediocridad. Está claro que nuestro mensaje de "nueva forma de hacer política" y de "regeneración de la clase política" no ha calado. Ante un panorama de fuga de votos de los partidos "tradicionales", hubiese sido de esperar un incremento muy importante de votos a C's.”

Por el contrario, la merma de votos, en relación con los comicios al Parlament, fue de un 15%. Continúa, y acaba, Górriz:

“El fracaso ha sido generalizado, salvo en pocas poblaciones cuyo caso particular debemos analizar. Esta claro que no se trata de un pinchazo del proyecto en una población determinada, sino de un generalizado fracaso del proyecto, que tiene que ver con nuestra imagen de partido y nuestro posicionamiento como marca electoral.”

Y la puntilla: “¿Realmente alguien puede creer que después de un resultado así podemos encarar con éxito la expansión al resto de España?”

Ginés Górriz ya había desnudado a Rivera para el célebre cartel de Ciutadans. Pero fue con estos párrafos que lo desnudó de veras.

El informe y la, cabe suponer, encendida polémica que generó en la cúpula del partido, se transforma ahora en la Carta abierta que ha firmado parte de un sector que se propone una renovación en el venidero congreso. (“No existe, hoy, pensamiento político en Ciutadans”, se lee allí.) Una Carta abierta que parece es también una reacción al Comunicado del partido respecto a las elecciones, donde no se recoge el llamado a la crítica del informe de Gorriz y se regresa al victimismo de tantas veces. El victimismo: he ahí la cifra sobre la que pivota toda la política catalana. Y Ciutadans no iba a ser menos.

La renovación ha de pasar, a mi juicio, por la defenestración de Albert Rivera y la clara enunciación de un perfil ideológico de corte liberal, laico y antinacionalista. Sin remilgos ni medias tintas. Sin coqueteos con la izquierda, ni mezquinas acusaciones a la derecha. Sin permanentes apelaciones a los intelectuales que firmaron el primer Manifest. Cuando un tipejo tan orgánicamente antiintelectual como Rivera pondera a los fundadores, uno sólo se libra de la carcajada, gracias al asco. Sin aceptar, por fin, que la política es una escala por la que un arribista cualquiera accede a la notoriedad.

Por mucho que su juventud, su origen y su ambición generaran la impresión de que Albert Rivera era el tipo perfecto para encabezar la andadura política de lo que tal vez debió limitarse a ser una aventura del espíritu crítico, lo cierto, a estas alturas, es que haberle entregado las riendas de Ciutadans a ese carriérist de novela mala fue un error mayúsculo.

Tal vez un error inevitable. Ése que consiste en desconocer que los intelectuales han de ir a la guerra ellos mismos, imbuidos de aquel aserto foucaultiano que los quiere “conciencia y elocuencia de la sociedad”. Delegar, en estos menesteres bélicos, es lo mismo que abjurar.


UPDATE:

Al teléfono:

–¡Hombre, Jorge! ¡Nunca me imaginé que fueras a salir en defensa de Ciutadans!

–¿Defensa? ¿Qué defensa?

–¿No me irás a decir que eso que sale hoy en El Tono lo escribió otro?

–Lo escribieron un servidor y el café con leche.

–Pues, léelo otra vez, coño. No sea que el café o la leche te hayan cambiado el texto.




Jorge Ferrer en Cubaencuentro

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