miércoles, 29 de noviembre de 2006

Nuestra fiesta


El otro día escuché un debate radiofónico entre María San Gil, Josu Jon Imaz y Patxi López, no exento de cierta virulencia y en el que se dijeron –como no podía ser menos- algunas cosas interesantes. Sin embargo, me extrañó que ninguno de los tres (si no me equivoco) mencionase en ningún momento la Constitución. Y ello es tanto más extraño cuanto que San Gil abogó con elocuencia por la necesidad de derrotar a ETA y López, con vehemencia, sostuvo su derecho a buscar un acuerdo de convivencia pluralista para los vascos, en ausencia de violencia, eso sí. Pero da la casualidad de que precisamente la Constitución es la fórmula que responde a ambos planteamientos. Derrotar al terrorismo –o hacer que el terrorismo reconozca su derrota- no pasa por exterminar a nadie sino que consiste, sencillamente, en que la Constitución cobre plena vigencia allá dónde hoy está cortocircuitada por amenazas y coacciones. Y el plan de convivencia pluralista, democráticamente acordado, que reconoce la posibilidad de discutir todos los proyectos políticos excepto el de quienes pretenden aumentar su peso real en la sociedad vasca por medio de la violencia, ya existe y se llama Constitución, sobre la que se apoya nuestro Estatuto actual y cualquier otro futuro. A lo mejor es cosa ya sabida y que no merece la pena molestarse en repetir, pero a mí francamente me gusta volver a oírlo… por razones pedagógicas.

Imagínense ustedes que les propongo un tema de investigación científica: busquemos algún tipo de energía capaz de iluminarnos y calentarnos que sustituya a las velas, al fuego de leña e incluso al gas combustible. Tendría la ventaja de dar mejor rendimiento con menor peligro de incendios y explosiones, podría prestar otros servicios de comunicación, etc… Supongo que no se sentirán ustedes demasiado motivados por mi genial proyecto, puesto que ya está inventado hace mucho y funcionando con bastantes buenos resultados: se llama electricidad. Pues la misma sensación de familiaridad siento yo cuando alguien dice que hay que buscar un “acuerdo de convivencia” que siga, culmine o permita el final de la violencia (táchese lo que no interese) y que para eso es inexcusable crear una mesa de partidos políticos. Porque ese acuerdo de convivencia pluralista y democrático existe ya desde hace décadas y se llama Constitución. No se instituyó como pago por el final de la violencia, sino como compromiso contra ella y a pesar de ella. Y no necesita ninguna mesa suplementaria para dar gusto a quienes no aceptan la legalidad vigente o quieren pescar en río revuelto, porque tiene ya sus sedes institucionales que son el Parlamento vasco y el estatal. Negarse a aceptar sucedáneos dudosamente legales del Parlamento no es “fetichismo”, como dice algún tonto con ínfulas, sino mero sentido común democrático.

Algunos se empeñan en repetirnos que primero debe acabar la violencia y luego será la hora de la política. Pero es que cuando ETA renuncie definitivamente a todo tipo de terrorismo de mayor o menos intensidad, el llamado “proceso” habrá tocado a su fin. En el País Vasco se ha hecho política a pesar de la violencia y se seguirá haciendo cuando acabe: pero no de forma excepcional, sino gracias precisamente a las instituciones constitucionales. Después del terrorismo no hay que “inventar” nada políticamente nuevo –como quisieran los que lo han utilizado hasta ahora- sino recuperar la normalidad democrática cuyo ejercicio se ha visto obstaculizado por los delincuentes. Y por supuesto nada de lo vigente, es decir, de lo que hemos defendido y defendemos frente a la violencia, debe ser suspendido o puesto entre paréntesis: ni la aplicación normal de las leyes (cuyas sentencias no siempre gustan a todo el mundo: precisamente para eso están los jueces, en caso contrario la legalidad sería proclamada de nuevo cada día a mano alzada y en la plaza pública), ni por supuesto la Constitución, que es la expresión del derecho a decidir de todos los ciudadanos españoles. Fuera de eso, caben pocas concesiones y ninguna bajo amenazas de volver a las andadas: a tal efecto es muy útil el video informativo del PSOE sobre la tregua-trampa del 98, porque muestra un recital de actitudes de buena voluntad por parte de aquel Gobierno que estuvo bien intentar hace casi una década pero sería del género bobo repetir y aún menos ampliar ahora.

En el País Vasco, somos muchos los que tenemos esperanza hoy: igual que la tuvimos ayer y por eso salimos a la calle contra la imposición terrorista, igual que la tendríamos mañana si volvieran de nuevo los crímenes, ojalá nunca más ocurra. No es una esperanza de paz, porque en paz estamos ya hace casi treinta años, gracias al acuerdo establecido en la Constitución democrática. Es la esperanza de librarnos de una vez por todas de ETA y sus secuaces, obligándoles a renunciar definitivamente a la violencia y esperando que se resignen a defender su proyecto político por vía parlamentaria y sin esperar ningún trato de favor. Esta victoria es posible, claro que lo es: pero además de esperanza hay que tener coraje, no ganas de descansar o de hacer componendas oportunistas.

Para empezar, es importante salir el 6 de diciembre a la calle para celebrar nuestra fiesta, la fiesta de la Constitución, es decir la fiesta real de la paz democrática. Una fiesta que no excluye a nadie sino a quienes aún pretenden robarnos la ciudadanía y forzarnos a la unanimidad de la tribu o al exilio. Creo que cada vez son menos, pero en cualquier caso los demás no debemos ceder terreno y tenemos que estar ahí. Que se nos vea y que se nos oiga: en paz, con ánimo festivo, pero presentes.

Fernando Savater, Basta Ya

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