sábado, 18 de noviembre de 2006

La "dictadura blanca" que sufre Cataluña, por Francesc de Carreras

Debo confesarles, en primer lugar, que me siento, ante todo, abrumado. Abrumado, por varias razones. Primera, porque el premio nos ha sido concedido por un jurado de gran prestigio: directores de algunos de los mejores periódicos de Europa y personalidades de la literatura y el pensamiento. Segunda razón, porque el premio lleva el nombre de José Luis López de Lacalle, ejemplo de ética intelectual y política, persona que me ha inspirado siempre el máximo respeto.

Sinceramente, ni de lejos puedo estar a su altura. Pero, además, me siento todavía más abrumado, si me comparo con los anteriores premiados, personas todas ellas que han ejercido la libertad de expresión en condiciones extremadamente difíciles, en condiciones límite, de ninguna manera comparables con las mías, con las nuestras: encarcelados unos -como Arundhati Roy, Alí Lmrabet, Raúl Rivero-; Mariane Pearl, viuda de David Pearl, asesinado por Al Qaeda en Pakistán; y Jamila Mujahed, una luchadora por los derechos de la mujer, nada menos que en Afganistán.

Si se toman en cuenta estos antecedentes ¿Qué sentido puede tener nuestro premio? ¿Qué sentido puede tener cuando, en lo que va de año 2006, en el mundo han sido asesinados 104 periodistas y otros 130 están encarcelados? En estas circunstancias, ¿qué sentido puede tener que se conceda este premio a tres ciudadanos que viven y trabajan, y por tanto publican, en un Estado democrático de derecho, dentro de la confortable y opulenta sociedad europea? Sólo se me ocurre una razón: el jurado ha querido dar a entender con este premio que las normas de un Estado de Derecho no bastan para asegurar el ejercicio de la libertad de expresión ni para garantizar la existencia de una opinión pública libre.

Hace falta algo más. ¿Qué más hace falta? Hace falta una sociedad formada por personas que no tengan miedo a decir lo que piensan, una sociedad de personas libres. Y este es el problema de Cataluña. Tarradellas dijo hace casi 25 años que en Cataluña comenzaba a instaurarse una «dictadura blanca» y su profecía se ha cumplido. Sigilosamente, desde 1980 el nacionalismo se fue convirtiendo en la ideología dominante y en esta materia toda discrepancia respecto al discurso oficial pasaba a constituir una traición a la patria, a esa falsa «sagrada patria» que siempre exhiben los nacionalismos. La «dictadura blanca» que anunciaba Tarradellas resultó ser una suave, pero muy eficaz, forma de macartysmo: aquello de los buenos y los malos catalanes, ya saben ustedes.

Una sociedad conformista la ha aceptado, hasta ahora, aceptó con total pasividad. Los medios de comunicación, sobre todo los de la Generalitat, contribuyeron poderosamente a este estado de cosas. Autocensura, controles gubernamentales y sociales, últimamente Consejo del Audiovisual. Todo perfectamente pensado y planificado paso a paso.

Hay signos de que los tiempos están cambiando. Me siento uno más entre una amplia minoría que ha intentado romper esta tupida y vergonzante red de complicidades que impide hablar de tantas cosas. En nombre de esta minoría, me es muy grato aceptar este premio.

Entiendo que el jurado ha querido manifestar públicamente que la libertad de expresión, además de las normas jurídicas que la regulan, depende también de la actitud libre de quienes la ejercen. Gracias al jurado que nos ha otorgado el premio, especialmente gracias por considerarme un librepensador: ¿se puede pensar sin ser libre? Gracias a EL MUNDO que lo patrocina y que contribuye de manera destacada al ejercicio de la libertad de expresión en Cataluña. Gracias a todos ustedes por su asistencia. Como en los viejos tiempos, buenas noches y buena suerte.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional y columnista.
Comunicación, El Mundo18 noviembre 2006

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