lunes, 25 de julio de 2011

Noruega. Sociedades abiertas, sociedades inseguras. Por Agapito Maestre

Desde que Olof Palme, el primer ministro sueco, fue asesinado a la salida de un cine de Estocolmo, un 28 de febrero de 1986, estas sociedades perdieron buena parte de su atractivo..

Las sociedades abiertas son inseguras. Es el riesgo de la libertad. Independientemente de la crítica que pueda hacerse a los sistemas de seguridad noruegos, la extrema vulnerabilidad al que están sometidas las sociedades abiertas provoca ambigüedad y desasosiego, especialmente a la hora de combatir el terrorismo sin que perdamos libertades. Pareciera que el Mal sigue siendo el emblema de lo Político. La tranquilidad, la calma y la seguridad de la sociedad noruega han sido rotas por un extremista. Un fanático ultraderechista ha asesinado a 93 personas y ha dejado herida a toda una sociedad. El miedo hará el resto, a pesar de las declaraciones retóricas de los políticos en el poder.

Las sociedades abiertas también contienen muchas "sociedades cerradas" y opacas. La novela negra nórdica viene poniendo en evidencia, desde hace más de tres décadas, la tragedia que se encerraba detrás de esas sociedades aparentemente pacíficas y sin problemas económicos. El criminal de Oslo y Utoya parece sacado de una novela negra de Henning Mankell o Stieg Larsson. Estos grandes novelistas supieron mostrar con gran pericia literaria cómo las conductas más desviadas y anómicas podían pasar desapercibidas, casi como normales, en sociedades que se presentaban como modélicas al resto del mundo. El mal no estaba en la aparición de esos fenómenos patológicos sino en su aparente convivencia pacífica con formas normales de hacer política.


En efecto, formas de vida extrema, patológica y al borde del delirio convivían, por decirlo con suavidad, con actitudes más o menos normales. En fin, la novela negra nórdica se ha cansado de denunciar la aparición de fenómenos políticos vinculados a la extrema derecha y a movimientos neonazis sin que nadie les hiciera caso, pero que, al final, se han revelado trágicos. La literatura se ha adelantado a la realidad, dirán algunos; pero, en verdad, no es así, porque desde que Olof Palme, el primer ministro sueco, fue asesinado a la salida de un cine de Estocolmo, un 28 de febrero de 1986, estas sociedades perdieron buena parte de su atractivo. Más aún, ese crimen dejó perfectamente claro que ninguna sociedad, por muy democrática y abierta que sea, está exenta del terrorismo.

La respuesta del primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, ha sido impecable: "Más y mejor democracia serán las únicas maneras de acabar con el terrorismo". Estoy de acuerdo con la medicina. Y, sin embargo, serán millones de noruegos los que seguirán preguntándose: ¿qué ha hecho mal nuestra democracia para dar lugar a este tipo de fanatismo político? También les asiste la razón.


Libertad Digital - Opinión

Zapatero inicia un desvaído mutis. Por Inocencio Arias

Ayer, el prestigioso Financial Times, un periódico que viene siendo bastante benévolo con nuestro gobierno y su presidente, publicaba toda una página dedicada al delicado momento actual, a las perspectivas de la espinosa reunión europea de hoy etc., e insertaba en recuadros desperdigados pequeñas fotos de las personas que tienen algo que hacer o decir en la crisis, la señora Merkel, Berlusconi, Trichet etc. Nuestro Presidente, una vez más, estaba ausente. A semejanza de otras reuniones internacionales, incluso en la que es meritorio que estemos como en la del G-20, su presencia pasa desapercibida. Sus comentarios, si los hay, que debe haberlos, ni emergen en la prensa internacional ni son mencionados por sus colegas.

La difuminación internacional de Zapatero viene ahora acompañada por la nacional. No sabemos si debido a la acumulación de noticias de relieve, la inculpación de los mandos policiales en el caso Faisán y la sombra que proyecta sobre Rubalcaba, el descubrimiento una deuda mucho mayor de lo que se pensaba en las autonomías que dejan los socialistas, la sonada dimisión de Camps por el sofocante asunto de los trajes, el caso es que Zapatero sólo ha sido noticia esta semana en una ocasión y de forma fatídica. Nada menos que el periódico El País lo empitonaba en un editorial y, oh cielos, el mismo día, en un artículo del influyente Juan Luis Cebrián. Era una primicia dolorosa, el periódico que siempre ha tenido escasas contemplaciones con el partido popular, que ha sido sólo esporádicamente crítico con el partido de Zapatero dándole un tratamiento global por el que suspirarían próximos gobiernos, le perdía ya el respeto descaradamente y pedía la convocatoria de prontas elecciones por el bien de la sociedad. Justamente lo que viene sosteniendo el PP y muchos “antipatriotas”


Zapatero, aunque siempre tuvo algunos remilgos hacia El País, no ha debido de creérselo. ¿Era un rejón de Rubalcaba o 'fuego amigo' de F. González dado que quienes conocen al sevillano repiten que el añorado Felipe ha llegado a la conclusión de que ZP es ya, por aplicar la descripción que de Arias Navarro hizo nuestro Rey, un “desastre sin paliativos”. Nuestro Presidente habrá descubierto lo que sostiene George Orwell al cavilar sobre la tragedia shakesperiana del Rey Lear : “Lear renuncia al trono pero espera que todo el mundo lo siga tratando como rey”. No se percata de que si entrega el poder otros se aprovecharán de su flaqueza y algunos de los que lo adulaban más burdamente son los que luego lo herirán más. No significa que todo el mundo se volverá contra él, en el caso de Lear tanto el personaje de Kent como el bufón siguen a su lado hasta el final pero será un pequeño puñado; resultará interesante ver quienes son aquí el leal Kent y el leal bufón. Es irónico que fuera casi ayer mismo cuando diversos jerifaltes del PSOE, no era el caso, ciertamente, de Felipe, decían que “Zapatero es nuestro mejor activo”. Inefable afirmación.

Ceguera partidista ésta parecida a la de Lear dado que ya hace un par de años cualquier analista imparcial podía percatarse de que Zapatero no era en absoluto hombre para manejar la crisis que teníamos encima. Esta ha sido su tragedia y la de España: nuestro país ha enfrentado la MAYOR CRISIS del último medio siglo con el dirigente menos capacitado de las últimas décadas para gestionarla. Hace ya tiempo que diversos analistas extranjeros, al quejarse como ahora de que en Europa hay penuria de líderes, dictaminaban perentoriamente : "el español Zapatero no da la talla”.

Un amigo me decía con sorna que echaremos de menos a Zapatero aunque sólo sea por sus sentencias y me citaba a bote pronto aquella antológica de que “España no está cuajada”. Puede que nos venga la morriña, lo que no se es si recordaremos el lado cómico o el dramático de sus insólitas frases y de sus consecuencias.


El Mundo - Opinión

Terror en Noruega. Por José María Marco

Los crímenes o los ataques de Oslo y de Utoya se imponen a nuestra sensibilidad de por sí, por su magnitud, su salvajismo. Es difícil, por no decir imposible, entender el grado de inhumanidad que lleva a alguien a cometer tales atrocidades. A medida que se conoce la vida del presunto asesino, todo va apuntando, además, a un abismo de perturbación mental que le otorga la categoría de lo impredecible o lo fatal.
Claro que hay elementos en la tragedia que deben llevar a la reflexión, tanto a los noruegos como al resto del mundo. Hablamos mucho –y es la frase que a mucha gente se le vino a la cabeza con las primeras noticias– de la «pérdida de la inocencia» de Noruega, como si Noruega fuera un país apartado de los conflictos de nuestro mundo. No es así. A pesar de su fama de pacifista, Noruega no es un país neutral. Es miembro fundador de la OTAN y ahora mismo tiene 400 soldados, con fama de eficaces, en Afganistán.

Ha habido amenazas directas contra Noruega por parte de al-Zawahiri, el número uno de Al Qaeda tras la muerte de Ben Laden, y alguna detención de yihadistas en Oslo. Se entiende mal, por tanto, que en una concentración como la de la isla de Utoya, un rito tradicional para las futuras elites del Partido Laborista, no hubiera ni un solo profesional de seguridad. Tampoco se comprende bien que la policía tardara en llegar hora y media... Hay una extraña dicotomía entre la forma en que una sociedad actúa y la forma en la que se esfuerza por reflejar un ideal ajeno a la realidad de su acción.


Más allá de estas reflexiones de índole muy general, y con repercusiones prácticas que en muchos otros países ya se han tomado hace tiempo, cualquier consideración acerca del carácter político de la tragedia de Noruega debería ser cuidadosamente medida. Y no sólo por razones de ética y de exigencia personal. Habrá quien tienda, por ejemplo, a relacionar al autor de estas atrocidades –aunque sea muy indirectamente– con el supuesto resurgir de movimientos radicales de ultraderecha. Y habrá en cambio quien lo interprete como una deriva monstruosa de los retos que plantea la diversidad o el pluralismo en sociedades homogéneas hasta hace poco.

En los dos casos, y en muchos otros, el no medir bien la forma en la que se relaciona un análisis general con unos hechos tan atroces puede dificultar el intento de aclarar una situación. También puede contribuir a crear un problema donde no lo había y, peor aún, a enquistarlo de tal forma que en vez de propiciar posibles medidas de solución, fomente una división a largo plazo de la sociedad. En Noruega, con un 10 por ciento de inmigración, no había un auténtico problema de integración… hasta ahora. Los españoles, que tenemos una experiencia considerable en actos de violencia y sabemos lo profundamente negativo de este tipo de manipulaciones, deberíamos extremar la prudencia en nuestros juicios.


La Razón - Opinión

Noruega. Estrechamente vigilados por la locura. Por José García Domínguez

Obsesionados todos en buscar razones a la sinrazón. Empecinados en ignorar que vivimos bajo el mismo sol que la locura. Simplemente.

Un orate que se dice fundamentalista luterano, otro habitual de esas zahúrdas de internet tan caras a fanáticos e iluminados de cualquier pelaje, pasa a la acción y da en asesinar a más de noventa personas, gentes a las que de nada conocía. Un loco que piensa como un loco y siente como un loco, acaba actuando como un loco y cometiendo una gran locura. Hasta ahí, en muy precisa síntesis, lo acontecido en Noruega. Y si acaso procediese añadir apostilla alguna a la desnuda evidencia de los hechos, ésa sería recordar que el Mal existe. Que siempre ha existido. Y que siempre existirá porque forma parte indisociable del mísero barro con que fue moldeada la condición humana. Cualquier otra consideración resultaría ociosa.

Sin duda, eso es lo que hubiera ocurrido en otros tiempos, cuando los que escribían en los papeles solían haber frecuentado a Dostoievski y sus demonios. Pero parece que el Millennium del tal Larsson ya es a lo máximo que llegamos ahora. Si es que llegamos. Y solo los que van para nota devienen capaces de tirar, a lo sumo, de Henning Mankell. Así el patio, a nadie debieran extrañar los sesudos análisis de bombero que en España ha suscitado el proceder de ese perturbado. Empezando por las cábalas de los conspiranoicos de guardia, tropa a la que ha faltado tiempo para entrever la larga mano de "grupos nazis" tras el crimen.

Será que Larsson olvidó explicar en su trilogía que el nazismo fue un movimiento neopagano, asunto en verdad difícil de conciliar con las enseñanzas de cierto judío de Nazaret. Y siguiendo por la legión de peritos en advertir la paja en el ojo ajeno. Tan alarmados ellos ante la "eclosión" de los ultranacionalistas en los países nórdicos. Como si en Italia no gobernaran los herederos de Mussolini junto a los xenófobos de la Liga Norte; en Francia no existiera el Frente Nacional; o delante de sus narices, en Guipúzcoa, no mandasen las falanges de Batasuna. Por no hablar, en fin, de los sociólogos de baratillo y sus sesudas cuitas a cuenta de "patologías sociales" y otras hierbas retóricas. Obsesionados todos en buscar razones a la sinrazón. Empecinados en ignorar que vivimos bajo el mismo sol que la locura. Simplemente.


Libertad Digital - Opinión

Mejor con mayoría absoluta

Todas las opciones sobre el calendario electoral están abiertas. Aunque el Gobierno se mantiene en que no habrá adelanto y que se agotará la legislatura, entre bastidores se manejan alternativas, incluida la cita con las urnas en otoño. No será el interés general el factor que decante la balanza, sino los cálculos del candidato del PSOE a la Presidencia del Gobierno, porque si el primero fuera definitivo, los españoles habrían elegido nuevo Ejecutivo hace tiempo. Ante esta incertidumbre, el PP se prepara para afrontar cualquier escenario. Su programa electoral está muy avanzado y, en buena medida, recoge el intenso trabajo de estos años de oposición y las propuestas alternativas planteadas en las Cortes.

Dentro de la estrategia de los populares el objetivo de la mayoría absoluta no parece inalcanzable. Todas las encuestas de intención de voto concluyen que están en disposición de alcanzar los escaños necesarios. La más importante de todas, las elecciones del 22 de mayo, reafirmó las opciones reales del partido de Mariano Rajoy de contar con un respaldo suficiente. Pese a todo, y aunque el PP ha hecho méritos para contar con esa confianza del electorado, los populares cometerían un error si se acomodaran y entendieran que el trabajo está hecho. La historia de las elecciones está repleta de vuelcos inesperados y el PP ha sufrido algunos de ellos. Pero, además, la situación del país requiere rigor, seriedad y esfuerzo y no tácticas de política menor tan del gusto de la izquierda.


Mariano Rajoy debe pertrechar a su partido para buscar la mayoría absoluta. Las ventajas de ese resultado de privilegio se antojan abrumadoras frente a los inconvenientes que no se atisban en una encrucijada como la que padece la economía española. El país necesita un Gobierno fuerte, capaz de gestionar un horizonte exigente sin ataduras ni hipotecas, y será más sencillo con una estabilidad parlamentaria. El futuro Ejecutivo requerirá de todas sus energías para sacar adelante reformas dolorosas e incluso impopulares, pero imprescindibles. Sin esa fortaleza, el desgaste parlamentario en busca de votos minaría a un Ejecutivo con enormes desafíos por delante.

Una mayoría absoluta, sin embargo, no puede traducirse de forma automática en imposición y falta de diálogo. Mariano Rajoy ha demostrado su capacidad para articular consensos en etapas de gobierno en las que el PP disponía de más de la mitad de la Cámara. La relación con los grupos nacionalistas es otro factor a tener en cuenta. La experiencia de distintos gobiernos demuestra que la negociación con Cataluña o País Vasco siempre es más eficaz y positiva desde una posición de fortaleza política en el Congreso. Hay una relación extensa de concesiones a los nacionalistas en coyunturas de gobiernos débiles en las que han sacado buen provecho. Evidentemente, no se trata de buscar la confrontación sin más ni de crispar las relaciones con grupos que deben jugar su papel en la política nacional, sino de alcanzar acuerdos claros y transparentes en función del interés general y no del de unos pocos.


La Razón - Editorial

Del juez al fiscal

El proceso penal que plantea el Gobierno cede al ministerio público la investigación del delito.

Que el fiscal investigue el delito y que el juez garantice los derechos del investigado. Ese es, en esencia, el objetivo del nuevo proceso penal que propugna el Gobierno en la más ambiciosa reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal acometida en la democracia. Que el ministerio fiscal investigue el delito supone dar mayor relevancia al principio acusatorio que define al proceso penal y potenciar los rasgos de inmediatez y oralidad que la Constitución demanda y que solo muy parcial y circunstancialmente se han aplicado en los procedimientos por delitos menores, con ensayos del tipo de los llamados "juicios rápidos".

Sorprende que una reforma de tal envergadura se plantee en el tramo final de una legislatura que no se sabe si llegará a su término oficial. Su tramitación requiere los informes previos del Consejo del Poder Judicial y del Consejo Fiscal, antes de su debate en la correspondiente comisión parlamentaria y en el pleno del Congreso. Lo más probable es que no haya tiempo. Su mérito será, en todo caso, haber situado en el Congreso el texto de una reforma de la que se viene hablando desde hace años y que no había salido de los despachos ministeriales. Puede ser la última iniciativa de este Gobierno -una buena herencia- al que le suceda, sea cual sea su signo.


El principal argumento empleado para cuestionar la atribución al ministerio público de la investigación del delito es la dependencia del fiscal general del Estado respecto del Gobierno. Es un argumento que ha perdido peso. El fiscal del Estado sigue siendo nombrado a propuesta del Gobierno, pero desde hace algún tiempo solo puede cesar por causas tasadas por ley, una de ellas el cese del Ejecutivo que lo propuso. Su nombramiento tiene, además, un cierto control parlamentario: el candidato debe comparecer en el Congreso para que se valoren sus méritos e idoneidad. Su autonomía e independencia respecto del ejecutivo tienen hoy mayor sustento legal. No tiene sentido que el PP se siga refiriendo al actual fiscal Anticorrupción, en relación con el caso Gürtel, como "fiscal del Gobierno" que, de serlo, lo sería más bien del último Gobierno de Aznar que lo propuso.

No hay que minusvalorar la posible oposición de los jueces a ese intercambio de papeles con los fiscales. Y no porque aprecien especialmente la función instructora -la función del juez es ante todo juzgar-, sino por lo que puede suponer de disminución de poder corporativo. Si la función del juez es juzgar y ser garante de los derechos fundamentales, esta sale reforzada en el nuevo proceso penal. Se les encarga específicamente de velar por los derechos del investigado, en especial cuando actuaciones con frecuencia necesarias para descubrir el delito -intervenciones telefónicas, pruebas de ADN, registros domiciliarios...- pueden vulnerarlos. En esa tarea tendrían ocasión de desterrar la imagen del juez instructor prepotente, dueño y señor del procedimiento que en ocasiones han dado.


El País - Editorial

El golpe de gracia contra Montesquieu

Produce escalofríos pensar qué habría ocurrido con el caso del Bar Faisán de haber quedado la instrucción en manos del Ejecutivo socialista.

Sabido es que la izquierda ha visto con buenos ojos esa invención burguesa que es la separación de poderes. Por eso, siempre que alcanza el poder, ingenia mecanismos para volver a concentrarlos en torno al Ejecutivo. Lo hizo Felipe González en 1985, cuando enterró la independencia del Consejo General del Poder Judicial, y lo vuelven a hacer Zapatero y Rubalcaba con el Anteproyecto de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.

Las novedades más relevantes de esta reforma en lo que atañe al Estado de Derecho son dos: por un lado, la investigación del proceso penal deja de estar en manos de los jueces de instrucción y, por otro, el ejercicio de la acción popular queda seriamente limitada.

En cuanto a lo primero, el PSOE ha tratado de justificar que el fiscal ostente el monopolio de la investigación alegando que, de este modo, nuestro sistema judicial se aproxima al estadounidense, donde, en efecto, es éste quien dirige las pesquisas. Claro que existe una diferencia no menor entre Estados Unidos y España: allí los fiscales son independientes, al ser elegidos por los ciudadanos; aquí, en cambio, dependen jerárquicamente del fiscal general del Estado, escogido a conveniencia por el Gobierno de turno. Produce escalofríos pensar qué habría ocurrido con el caso del Bar Faisán de haber quedado la instrucción en manos del Ejecutivo socialista.

Erradicada la autonomía de esclarecimiento y fijación inicial de los hechos, parecería que el Ejecutivo ya no puede ponerle muchos más palos a las ruedas de la justicia. Pero, por desgracia, sí es capaz: la limitación de la acusación popular –restringida ahora a los delitos públicos en los que el juez aprecie un interés legítimo, y sólo si fiscal y víctima no piden el sobreseimiento– también supone una nueva vuelta de tuerca a la impunidad de una casta política a la que no le interesa someterse al tercer poder.

En un país con auténtica separación de poderes, es posible que muchas de las disposiciones de la presente reforma sirvieran para mejorar el funcionamiento de nuestro sistema judicial. En España, donde casi todo el poder ya emana del Ejecutivo, supondrá el último clavo en el ataúd de Montesquieu.


Libertad Digital - Editorial

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