domingo, 10 de julio de 2011

Rubalcaba votó en junio en contra de una de sus propuestas estrella

Sólo ha pasado un día, apenas 24 horas, y diferentes medios subrayan las contradicciones del candidato socialista a la Presidencia del Gobierno. Sin ir más lejos, la promesa de recuperar el impuesto de patrimonio para las clases más pudientes. Precisamente en junio, el PSOE se opuso a la iniciativa presentada por IU-ICV en el Congreso. Ayer la banca se mostraba contraria a las propuestas del Rubalcaba.

Gaspar Llamazares fue el primero en advertir ayer el "disfraz de izquierdas" de Rubalcaba, mientras sus compañeros que gobiernan con "políticas de banqueros".

El todavía líder de Izquierda Unida en el Congreso insistía en que el programa presentado por Rubalcaba era poco menos que "una moción de censura a Zapatero".


Quien también ha reaccionado a la palabras de Rubalcaba este domingo han sido los medios. La mayoría da un palo a las propuestas del candidato.

Las contradicciones de Rubalcaba

Hoy, El Mundo recuerda aquella propuesta de Izquierda Unida e Iniciativa per Catalunya y subraya el argumento que entonces, el pasado 14 de junio, dio el PSOE: "En este momento será imposible aplicarlas debido a la crisis".

Pero la recuperación del Impuesto de Patrimonio no es la única contradicción encontrada por los medios. Sin ir más lejos, el 21 de diciembre pasado, y cuando Rubalcaba ya era el hombre fuerte de Zapatero, se aprobó una reforma de la Ley Electoral para apretar el cerco a los herederos de Batasuna, mejorar el voto de los inmigrantes y otras cuestiones técnicas. Ahora bien, lo que no pasó el filtro fue la idea, otra vez de IU-ICV, de cambiar el reparto de escaños, a pesar de que el Consejo de Estado informó a favor de hacerlo. El PSOE votó también en contra.

Por otra parte, y dentro de la esfera económica, el PSOE se opuso en sede parlamentaria a limitar el sueldo de los directivos, crear un impuesto de transacciones de la Banca y la Bolsa y convertir las cajas en una banca pública.

Hoy, desde las páginas de El Mundo, se incide en la receta de Rubalcaba: "Un plan E en 2012 que pague la banca", mientras, "la patronal de la banca pide un programa serio y los grandes del IBEX, elecciones"


El Economista - Opinión

El discursito. Por M. Martín Ferrand

Zapatero nos había prevenido de «un antes y un después» del discurso de Rubalcaba.

NO es fácil el papel que, mitad por mitad, los socialistas y las circunstancias le han encomendado representar a Alfredo Pérez Rubalcaba. Mientras el fracaso de su mentor coyuntural, José Luis Rodríguez Zapatero, nos coloca al todavía presidente en un plano tan distante en la memoria y el respeto como Chindasvinto, su dimitido vicepresidente tiene que pretender el futuro cargado con la albarda de un lamentable periodo de Gobierno en el que, sobre una tremenda y dolorosa crisis económica, se fraguó otra de naturaleza política en la que se han dilapidado muchos de los bienes que generó la Transición. Es una forzada esquizofrenia que le resta credibilidad al cántabro, un personaje singular al que le sobran mañas y trucos y que tiene por demostrar su enjundia política más profunda. La suya propia, no la de los líderes a quienes ha acompañado y servido, mejor que peor, en su largo tiempo de segundón en la escena nacional.

Su discurso de ayer, en el acto en que el PSOE le proclamó oficialmente candidato para las próximas legislativas, fue el prólogo de una nueva etapa en su vida política; pero, obligado a que fuera también el epílogo de la anterior, resultó un quiero y no puedo de proclama izquierdista más propia de sus años universitarios, como de asamblea de Facultad, que ajustada a la hechuras de un socialismo contemporáneo en el seno de la Unión Europea y con temas prioritarios, empezando por el lacerante paro que padece uno de cada cinco españoles en edad y condiciones de trabajar, cuya solución no se alcanzará con cataplasmas de sermonario viejo, sino con planteamientos imaginativos, incluso revolucionarios, dentro del cuadro de mercado al que hemos querido ajustarnos e, incluso, someternos.

Zapatero, para magnificar la potencialidad de su sucesor, nos había prevenido de «un antes y un después» del discurso de Rubalcaba. Aún dando por buena la condición perogrullesca de tal posibilidad, se equivocó el augur. Fue solo un discursito de circunstancias. Tampoco se puede pedir mucho más en un forzado mutis gubernamental frente al que resulta legítimo especular si el vicepresidente saliente huye de la quema o si el candidato naciente lleva en su zurrón algo más que buenas intenciones. Rubalcaba es un gran maniobrero, no un teórico. Sabe que le basta, de aquí a cuando votemos, con desgastar suficientemente a Mariano Rajoy para que la inevitable victoria del PP no sea por mayoría absoluta. Si lo consigue, no parece probable que escriba su nombre en la lista de los grandes gobernantes de la Nación; pero es posible, incluso probable, que llegue a instalarse en La Moncloa.


ABC - Opinión

Olimpiada, sí. Por Alfonso Ussía

Creo que el Alcalde de Madrid acertaría presentando la candidatura de Madrid como sede de los Juegos Olímpicos de 2020. La gente se ha acostumbrado a decir «los mundiales» y «las olimpiadas» como si se celebraran varias y en diferentes lugares, simultáneamente. Madrid perdió en 2012 y en 2016. En el primer intento porque prevaleció la inexperiencia. En el segundo, porque no tocaba y, para colmo, el tonto ese que se acaba de casar vestido de Primera Comunión se pasó siete pueblos. Después de esas experiencias negativas hay que recuperar el optimismo. En 2020 toca Europa, y no creo que haya ciudades más preparadas que Madrid para que la Capital del Reino de España cumpla con su viejo sueño. Una Olimpiada.

En las candidaturas previas, Madrid se ha comportado con excesiva elegancia. Y ha tratado a muchos miembros del Comité Olímpico Internacional con una cortesía que no merecían. El COI está compuesto por personas honorables y personas deleznables. Con las honorables no hay que cambiar el paso. Sí con las deleznables. Alberto Ruiz-Gallardón ha perdido una oportunidad de oro con un individuo que pertenece a la segunda opción. El individuo no es otro que el memo que se acaba de casar vestido de Primera Comunión luciendo sus condecoraciones a la altura de los cataplines. El Ayuntamiento de Madrid tendría que haberle mandado un par de jamones para la boda. Un pequeño soborno jamonero de pata negra. No más, porque la inversión no puede exceder el límite de lo aceptable. El gordito calvo de la Primera Comunión con medallas a la altura de los dídimos se halla en Sudáfrica, cuna de su mujer, en viaje de novios. Y tienen prevista una visita a un gran parque natural. Supongamos, que es mucho suponer, que al gordito hablador se lo come un león. En ese caso, la pérdida de dos jamones nadie se la tendría en cuenta a nuestra candidatura. Hasta el león se mostraría agradecido por el buen sabor del chisgarabís.


Pero me voy por las ramas. Madrid ha trabajado mucho y bien para alcanzar el sueño de la Olimpiada. Las infraestructuras de Madrid son insuperables. Accesos, comunicaciones y hoteles. Tenemos construido el Estadio Olímpico y contamos con el apoyo de instituciones deportivas que aportarían sus instalaciones. La Caja Mágica es una realidad. Tengo la seguridad de que, a pesar de la crisis, las grandes empresas españolas contribuirían con generosidad a la culminación del objetivo. El Reino Unido, con la Olimpiada de Londres ya concedida, no pondría trabas a la candidatura de Madrid, y su influencia en muchos de los votos de los miembros pertenecientes a naciones de la «Commonwealth» estaría en nuestras manos con una buena labor diplomática. Y a los detractores de la Olimpiada habría que convencerlos de que una buena parte de las inversiones ya están ejecutadas, y que una Olimpiada es siempre el mejor negocio de imagen y prestigio para una ciudad como Madrid.

Equipo, apoyos institucionales, ayudas económicas, el respaldo de España y el entusiasmo popular los tiene asegurados el Alcalde de Madrid. Hay que ir a por ello y a por ellos. Manifestaba días atrás Juan Antonio Samaranch que en el COI se valora la perseverancia. No contemplo la posibilidad de un nuevo desaire. Madrid ofrece mucho más que otras grandes ciudades. Entre otras cosas, convicción. En esta ocasión, el tonto no tiene nada que hacer.

Se lo coma o no se lo coma el león.


La Razón - Opinión

PSOE. Los indignados de Rubalcaba. Por Emilio J. González

Rubalcaba no está pensando en ganar las elecciones. Su mente está puesta en el día después, en el momento en que empiece a gobernar el PP para ponerle a la calle en contra.

No sabemos cuándo se van a celebrar las próximas elecciones generales, si bien la salida de Rubalcaba del Gobierno apunta a que a la vuelta del verano vamos a encontrarnos con la convocatoria a las urnas. En cambio, lo que sí podemos adivinar ya es la estrategia de campaña del nuevo candidato socialista, que no es otra que la del giro a la izquierda. Los ataques que ha lanzado recientemente a la banca, culpándola de la crisis, no son más que una prueba de la radicalización del mensaje de los socialistas que, a golpe de demagogia, quiere capitalizar el movimiento del 11-M, del que cada vez hay más pruebas de que fue organizado por ellos mismos. Pero, ¿para qué?

La respuesta más obvia sería que para tratar de ganar las elecciones o, al menos, para intentar conseguir un resultado que no le permita al PP gobernar. Sin embargo, quien escribe estas líneas tiene la sensación de que lo que pretende Rubalcaba es otra cosa. Me explico. Creo que, después de la debacle que ha supuesto para el PSOE el resultado de las elecciones municipales y autonómicas, nadie en ese partido cree sinceramente en las posibilidades de victoria. Y aunque tratan de endosarle al PP la responsabilidad de la crisis económica diciendo que la culpa de la burbuja inmobiliaria fue suya por haber liberalizado el suelo con su ley de 1997 –cosa que no es cierto, porque se la cargó el Constitucional a los quince días de haber entrado en vigor–, lo dicen sin mucha convicción. Además, las últimas elecciones municipales y autonómicas han demostrado que en España se ha producido un cambio sociopolítico muy importante. Antes, la economía no contaba a la hora de decidir el voto; ahora, la miseria que han traído los socialistas a nuestro país hace que, en el momento de votar, la gente mire hacia quien considere que puede arreglar esto, con independencia de sus ideas, sus siglas o su color político y en eso gana con creces el PP. Desde esta óptica, por tanto, se podría decir que Rubalcaba se equivoca de plano con su estrategia.

Alfredo ‘Paro’ Rubalcaba, por eso que ha dicho de que él tiene la receta para resolver el problema del desempleo –si es así, ¿por qué no la aplica ya?–, sin embargo, no da puntada sin hilo. Su giro a la izquierda, colocar a los indignados y sus pretensiones como eje central de su campaña, responde a un cálculo frío: si consigue capitalizar el movimiento del 15-M, podrá entonces lanzarlo contra el PP en cuanto éste empiece a tomar, si lo hace, las duras medidas que necesita este país no ya para superar la crisis, sino para sacar de la más absoluta miseria a los millones de españoles a los que Zapatero ha condenado a la misma. No, no nos llamemos a engaño. Rubalcaba no está pensando en ganar las elecciones. Su mente está puesta en el día después, en el momento en que empiece a gobernar el PP para ponerle a la calle en contra. Y, ojito, que estamos hablando del ministro de los GAL, del caso Faisán y del 11-M.


Libertad Digital - Opinión

Demasiado pasado. Por José María Carrascal

Pese a presentarse como el hombre del futuro, lo que tiene Rubalcaba es un pasado que pesa como una losa.

AYER se consumó, no el divorcio, sino la separación de Zapatero y Rubalcaba. Amistosa, desde luego, pues si hay matrimonios de conveniencia, hay también separaciones acordadas. En adelante, tendremos Zapatero a la derecha, Rubalcaba, a la izquierda. El uno con los bancos; el otro, contra ellos. Este representando el pasado; aquel, el futuro. Pero resulta que Rubalcaba está en la política, en el Gobierno y en el partido mucho antes que Zapatero. Lo que significa que el sucesor de Zapatero es su padre. Algo difícil de digerir incluso con el lifting juvenil que el candidato se ha hecho en el nombre: Llamadme Alfredo. Sólo falta que se afeite la barba y aparezca como un barbilampiño. Lo más chusco es que Zapatero quiso liquidar la vieja guardia del partido, y al final no ha tenido más remedio que echar mano de uno de ellos para sucederle. ¡Eso sí que es salir el tiro por la culata!

Que a Rubalcaba no le hacía ninguna gracia dejar el Gobierno se vio en su renuencia a abandonarlo, pese a las importantes voces que se lo recomendaban, la de Felipe González entre ellas. La razón era simple: no sólo deja la vicepresidencia y el Ministerio del Interior, desde donde podía proteger sus espaldas, sino también la portavocía, desde la que podía hacer campaña electoral, como ya venía haciendo. Pero el riesgo de quedarse era aún mayor: se identificaba con un gobierno que ha traído a España la mayor pobreza, el mayor desprestigio y el mayor desaliento de la democracia. De mantenerse en él, Rubalcaba se hubiera convertido en el mayor rival de sí mismo.


¿Es Rubalcaba el mejor candidato del PSOE? Diría, el único, dada la tierra quemada que deja Zapatero. Incluso más: es el mejor candidato para el PP. Pese a presentarse como el hombre del futuro, lo que tiene Rubalcaba es un pasado que pesa como una losa. Como ministro de Educación con Felipe González, produjo la generación de españoles peor formada de los últimos tiempos. Como ministro de Interior con Zapatero, estuvo en los dos puntos negros de esa legislatura: la negociación con ETA y el caso Faisán. La crisis económica, ni la olió, y sus propuestas de ayer advierten que sigue sin olerla. Hasta puede decirse que el currículum de Zapatero cuando opositó a la presidencia era mejor que el suyo, al reducirse a una hoja en blanco. El de Rubalcaba abarca varios folios, pero llenos de borrones.

Aunque su gran rival va a ser la crisis, que no cesa ni cesará en bastante tiempo. La crisis en la que Rubalcaba estuvo en el puente de mando. Con Zapatero. Con los bancos. Con las grandes fortunas. Con Bruselas. Por cierto: ¿por qué no aludió a lo que desde allí nos exigen? ¿No va a cumplirlo o va a ocultárnoslo? Cambian los hombres y los nombres. Lo que no cambian son las mentiras.


ABC - Opinión

Indignados. Próximamente... el fin. Por José T. Raga

La historia del socialismo no permite muchos optimismos, salvo que se concluya en que es el momento para la reflexión y la renovación, desprendiéndose de la historia vergonzante.

Dos expresiones muy cinéfilas; bien es verdad que en español nos ahorramos el artículo de la segunda, aunque en este caso me aporta énfasis la literalidad inglesa. Soy consciente de que son dos términos contradictorios: el primero –próximamente– indica esperanza anunciando el arribo de un hecho cierto y anhelado; el segundo, contrariamente, constata que no se alcanzará lo que no se haya conseguido ya: pasó la última oportunidad.

En nuestra querida España, nación de contradicciones, ambos son capaces de cohabitar en una expresión única para quienes, ávidos de esperanza, con la mirada puesta en lo próximo a suceder, esperan "el fin" como síntesis de sus deseos y aspiraciones. El anuncio, hace un par de días, del señor P. Rubalcaba (me resisto a llamarle "Alfredo", pues nada en común tengo con él, porque, hasta lo que para él es disfrute, para mí es sufrimiento) de que próximamente dará a conocer las pócimas milagreras para los males de nuestro país, además de considerarlo un insulto a los sufridos españoles, me ha permitido refugiarme en la única esperanza que todavía soy capaz de mantener: que la pócima sea el fin, que termine con la cruz que soportamos los españoles con su presencia.


Así que necesitamos una nueva película, con nuevo guión y nuevos personajes. También nos valen las de animación, con muñecos capaces de despertar nuevas esperanzas, pero pensar que puede ser otra vez el señor P. Rubalcaba, NO. Siete fueron las plagas de Egipto, pero el socialismo español ha sobrepasado ya la docena, por lo que precisamos de alguien que saque al pueblo de su cautiverio. Y ese no puede ser el actual vicepresidente primero, ni puede serlo quien tenga las manos manchadas en los gobiernos de la ineficacia, del favoritismo, y también de la corrupción en el ejercicio de la función pública, de los señores Rodríguez Zapatero y González Márquez.

¿Pero es que no hay otros socialistas, honestos, diligentes, dispuestos a trabajar por la Nación en vez de aprovecharse de ella? ¿No hay socialistas que no mientan, que sean coherentes con los principios del buen gobierno y del bien común?

La historia del socialismo no permite muchos optimismos, salvo que se concluya en que es el momento para la reflexión y la renovación, desprendiéndose de la historia vergonzante y asumiendo líneas modernas de compromiso político que permitan reestructurar el país, el Estado de Derecho –destrozado como nunca antes en tiempos de paz–, y la economía; esta última, basada en el buen hacer y en la confianza, no en el pelotazo, y sin amenazas demagógicas que, como se comprueba, nos conducen al caos.

No se puede gobernar desde las trincheras; desde allí, sólo cabe defenderse. Buscar entre los indignados milicianos para la defensa es una forma de prolongar la guerra y, en ella, no es un consuelo que también pierda el tal Alfredo, porque más perderemos los demás; al fin y al cabo, a nosotros, aún nos queda alguna esperanza.


Libertad Digital - Opinión

Erre que erre. Por Ignacio Camacho

La principal dificultad de Rubalcaba consiste en separarse de la devastadora memoria de su pasado inmediato.

EL próximo presidente del Gobierno de España empezará por R y tendrá barba. Para evitar que esos datos coincidan con el perfil de Rajoy, el candidato Alfredo Pérez Rubalcaba va a tener que hacer mucho más que esgrimir su inicial y utilizar como marca electoral su segundo apellido. Por animoso que resulte su empeño arranca con demasiada desventaja, y no sólo se trata de unas encuestas demoledoramente adversas que él confía en suavizar gracias a la buena apreciación de que goza en la estima de la opinión pública. Aunque el aspirante socialista cuenta con mejor valoración personal que el líder del PP, va a tener que competir contra él con un saco de ladrillos a cuestas y una mano atada a la espalda. Rajoy es sólo su rival; sus adversarios son mucho más numerosos.

Rubalcaba no se enfrenta sólo al jefe de una oposición crecida tras la victoria aplastante de mayo. Se mide a un partido poderoso cuya imagen de marca se ha impuesto como alternativa de poder muy por encima de las cualidades de su candidato, incluso de su abstracto programa de gobierno; a una lacerante quiebra económica y a un panorama de desolación laboral asociado a su causa política; a un pesimista estado de hartazgo y desesperación y a una ola sociológica de cambio que ha cuajado en clamorosa demanda de vuelco. Y lo hace desde un partido destrozado anímica y orgánicamente por el reciente descalabro electoral, lastrado por la impopularidad fóbica de un Gabinete en el que no sólo ha sido figura destacada, sino el hombre clave que en muchas ocasiones ha llegado a suplantar el liderazgo del propio presidente Zapatero.


La principal dificultad del proyecto rubalcabiano consiste en separarse de su propia trayectoria, de la devastadora memoria de su pasado inmediato. Para mayor complicación tendrá que intentarlo en cohabitación con su peor aliado, cuya presencia en el poder constituye una impedimenta ineludible, un compromiso cargante y opresivo. La estrategia inicial de la nueva candidatura muestra la voluntad inequívoca de soslayar su complicidad con el zapaterismo; no sólo con la salida del Gobierno sino también con el arrinconamiento visual de las siglas y la identidad corporativa socialista en la cartelería de lanzamiento. Pero eso no suele funcionar; los ciudadanos acostumbran a rechazar los camuflajes y a elegir ellos mismos la oportunidad del ajuste de cuentas con sus decepciones políticas. Si alguien sabe algo de eso es Mariano Rajoy, pagano forzoso de los errores de la última etapa aznarista.

Quizá Rubalcaba pueda superar a su oponente en algún debate cara a cara. Acaso logre levantar con su discurso de socialdemocracia clásica algunas de las expectativas perdidas por el PSOE en los últimos años. Empero, a su auténtico adversario lo lleva incrustado en su currículum vitae, colgado de la solapa, y adherido a su chepa como un huésped incómodo y pesadísimo. Erre que erre.


ABC - Opinión

Populismo o confianza

Por más que Zapatero augurara «un antes y un después» para la izquierda española tras el discurso que ayer pronunció Alfredo Pérez Rubalcaba, el acto que los socialistas protagonizaron para ungir a su candidato a las próximas generales sólo sirvió para acentuar la sensación de encontrarnos en los estertores de una Legislatura agotada. Su desesperado intento por marcar distancias respecto al Gobierno del que, hasta hace unas horas, él ha sido su número dos, se tradujo finalmente en un volantazo ideológico hacia la izquierda vacío de contenido. En la línea marcada por el Ejecutivo socialista en las últimas semanas, Rubalcaba volvió a cargar con dureza contra la banca y adelantó su intención de destinar parte de los beneficios de las entidades financieras a la creación de empleo. Esta medida, unida al anuncio de recuperar el impuesto de patrimonio para gravar a los que más tienen, fue sólo uno de los muchos guiños que el candidato socialista lanzó con escaso disimulo al ala más izquierdista del PSOE y al movimiento antisistema del 15M. No aclaró Rubalcaba si este desempolvado populismo constituye su única estrategia para reducir un nivel de paro que su Gobierno ha sido incapaz de atajar, y que ha pasado del 8,3 al 21,29% bajo su gestión. Respecto al resto de medidas esbozadas por el candidato, como la eliminación de trabas administrativas para los emprendedores, el fomento del crédito a las familias, una mayor implantación del contrato parcial o la aprobación de controles para prevenir la corrupción, cabría preguntarse por qué no las ha defendido durante el prolongado tiempo que ha permanecido en un Consejo de Ministros más proclive a la improvisación que a las reformas. Al desgranar su propuesta educativa, además de reconocer que no tocará las leyes en este ámbito, a Rubalcaba se le olvidó recordar que su propuesta estrella, la creación de un MIR para profesores, es una receta que el PP abandera desde hace años. Como si nos encontraramos ante un anticipo de la próxima campaña electoral, mientras Rubalcaba tomaba oficialmente el mando del PSOE, el presidente del PP, Mariano Rajoy, desgranaba en el Campus FAES las líneas maestras de su programa reformista. Consciente de la grave situación por la que atraviesa el país, el proyecto nacional que defiende Rajoy no se detiene en medidas efectistas y aboga por el empleo y la recuperación como un pilar esencial, en el que enmarcará la futura Ley de Emprendedores y las reformas estructurales necesarias para devolver a España al lugar de liderazgo que ya conocimos durante los gobiernos de Aznar. La reforma del sector público bajo los principios de la austeridad y la transparencia, el mantenimiento del Estado de Bienestar, la recuperación del prestigio exterior y la mejora de la educación a través de una transformación de la FP y la promoción del sistema educativo dual alemán sí son medidas que conecten de forma realista con las preocupaciones y necesidades de los españoles. Frente a la solidez del proyecto de Rajoy, que fue refrendado con rotundidad el 22-M en las urnas, el nuevo PSOE de Rubalcaba sólo parece en condiciones de ofrecer su perfil más radical. Lo justo sería no tener que esperar seis meses para saber qué prefieren los españoles para su futuro.

La Razón - Editorial

R. cifra su suerte en el voto antisistema

Rubalcaba sólo confía en el voto de la izquierda radical, consciente de la tremenda derrota electoral que le espera a su partido, del que los votantes más moderados huyen como de la peste con toda lógica y cuya confianza ya da por completamente perdida.

El legado político de Alfredo Pérez Rubalcaba en esta última etapa en el Gobierno de España no difiere en demasía del que dejó tras su paso por los distintos Ejecutivos de Felipe González Márquez. Rubalcaba ha sido siempre un elemento dañino para España, por más que una cierta leyenda de gestor eficaz y político brillante, fabricada por la izquierda y asumida por la derecha, le acompañe como aval para haberse convertido en el candidato otoñal de un partido sumido en el más profundo de los descréditos.

La reforma educativa que acabó con los más mínimos estándares de calidad en la enseñanza pública española, el intento de desactivar por todos los medios el escándalo monumental del terrorismo de Estado del felipismo (por el que un ministro del Interior y su secretario de seguridad fueron a prisión) y más recientemente la política de concesiones al terrorismo etarra con el chivatazo del bar Faisán, como el epítome de la vesania política, son los principales "pasivos" del personaje con que el PSOE pretende ilusionar a sus todavía votantes para ganar las próximas elecciones generales.


El discurso con el que ha inaugurado su candidatura al frente del PSOE agrava aún más la sensación de que Rubalcaba está dispuesto a acabar con los restos de un país ya desvencijado a poco que los electores se lo permitan. El candidato R. se ha revelado como un político incapaz de realizar la menor autocrítica, de ahí su insistencia, por ejemplo, en mantener el actual sistema educativo, culpable de un desastre generacional sin precedentes del que él fue directísimo responsable o un sistema sanitario público de cuya ruina insondable se muestra extraordinariamente orgulloso.

No contento con defender la situación actual de las dos instituciones que exigen a gritos una reforma en profundidad, Rubalcaba ha convertido el resto de su discurso en una rendición genuflexa hacia los grupúsculos radicales del llamado movimiento 15-M, cuyas propuestas más estrafalarias ha hecho propias, corrigiéndolas para aumentarlas.

A ningún político serio del Occidente civilizado se le ocurriría amenazar a las entidades financieras con expropiarles parte de sus beneficios legítimos para que el Estado los dedique a "crear empleo", acaso con la muy socialista fórmula de su reparto a sindicatos y patronal para acciones formativas con el resultado por todos conocido. A R. sí, señal de que es consciente de la tremenda derrota electoral que le espera a su partido, del que los votantes más moderados huyen como de la peste con toda lógica y cuya confianza ya da por completamente perdida.

Esa es la única clave que parece explicar este giro a la izquierda, alabado por los medios afines al Gobierno, que rápidamente han alzado en hombros a Rubalcaba para darle el paseíllo triunfal hasta que hablen las urnas. Unos y otro han fiado su suerte futura en la respuesta del izquierdismo más radical. Sólo cabe esperar que la sociedad española les devuelva electoralmente el premio que todos ellos merecen.


Libertad Digital - Editorial

El pasado contra el futuro

Rajoy supo transmitir confianza y esperanza en el futuro frente a un adversario anclado en el pasado y en ideologías trasnochadas.

ALFREDO Pérez Rubalcaba fue proclamado ayer candidato oficial del PSOE para las próximas elecciones generales, cuya fecha es todavía incierta. A estas alturas, pocos socialistas se hacen ilusiones sobre una cita electoral que arranca con pésimas expectativas después de ocho años de desgobierno, por mucho que Marcelino Iglesias perdiera una buena ocasión para callarse al comparar el acto con el último lanzamiento espacial. El todavía formalmente vicepresidente pretende a estas alturas «redistribuir» los efectos de la crisis y ofrece recetas mágicas para crear empleo, lo cual suena a sarcasmo si se recuerda su responsabilidad de máximo nivel en un Gobierno que ha conseguido batir el récord de desempleo en España y en la UE. Rubalcaba confirmó también su renuncia al centro con un evidente giro a la izquierda, proponiendo medidas más aparentes que efectivas, como una tasa a los bancos para crear empleo o la recuperación del Impuesto de Patrimonio para las grandes fortunas. Es evidente que el eje de la campaña se concreta en las críticas al mundo financiero con objeto de arañar algunos votos de esa izquierda profundamente desengañada con la gestión de la crisis. En la misma línea, el mensaje sobre la reforma de la Ley Electoral y la apelación al complejo modelo alemán parecen un brindis al sol, con la intención de acercarse a las reivindicaciones del vaporoso movimiento del 15-M.

Por contraste, Mariano Rajoy ofreció en la clausura del Campus de FAES un programa coherente y riguroso basado en el reformismo al que apelaba también José María Aznar. El líder del PP dio buena prueba de que hay otra forma de hacer política, basada en las reformas estructurales, en la austeridad y transparencia del sector público y en el fortalecimiento de las instituciones. La apuesta por la educación y por la Formación Profesional apunta también hacia objetivos muy deseables. Sobre todo, Rajoy supo transmitir confianza y esperanza en el futuro frente a un adversario anclado en el pasado y en ideologías trasnochadas. Así las cosas, nada justifica la prolongación artificial de la legislatura, con un presidente del Gobierno completamente desplazado del centro de atención político y mediático.


ABC - Editorial

Sobre niños, vida y ajedrez. Por Arturo Pérez-Reverte

Hace poco pasé unos días como espectador de infantería en el legendario Magistral de León, un apasionante torneo de ajedrez que lleva veinticuatro años enrocado en la tierra natal de mi viejo amigo el capitán Alatriste. Esta vez el duelo era de campanillas: el campeón del mundo, Vishy Anand, contra uno de mis jugadores favoritos: el letón nacionalizado español Alexei Shirov, que ha estado dos veces a punto de alzarse con el título mundial. Y disfruté mucho, como digo. Una cena con Shirov me dejó en la cabeza, aparte de mucha simpatía por ese oso grandote y rubio de mirada tierna, algunas ideas útiles para cosas que ando escribiendo estos días. Pero lo que tal vez me interesó más fue el torneo de jóvenes talentos, donde una veintena de niños de entre doce y dieciséis años -el más torpe, capaz de darme mate en diez jugadas, sin despeinarse- compitieron entre sí con objeto de jugar la última partida, los finalistas, en la misma mesa y con las mismas piezas que utilizaban Anand y Shirov.

Lo de los críos y el ajedrez es, por cierto, una asignatura pendiente en España. Demasiado pendiente, creo. Un deporte que también es cultura; un juego antiguo como ése, fascinante, fácil de comprender ya por un niño de cuatro años, sólo es obligatorio en cincuenta colegios españoles y figura como actividad extraescolar en menos de un millar. Culpables de esto son los propios ajedrecistas, a menudo enfrascados en sus propias partidas e incapaces de organizarse para reclamar mayor presencia del tablero en los lugares adecuados; pero también son responsables los padres que, por indiferencia o ignorancia, privan a sus hijos del aprendizaje básico, al menos en su fase elemental, de una disciplina que consideran menos útil que el fútbol o las manualidades artísticas. Y sin embargo, pocos juegos son tan atractivos para un niño como ese lidiar precoz dotado de reglas de cortesía y comportamiento; ese juego divertido, agresivo y elegante al mismo tiempo, que enseña a pensar con razón y lógica a cualquiera que lo practique.

En lo que se refiere a nuestra clase política, imaginen. Su sensibilidad para este asunto equivale a la de un trozo de carne de cerdo poco hecha. El ministerio de Educación y los responsables del deporte español consideran el ajedrez -cuando se les obliga a pensar en él y no tienen más remedio- como la más fea del baile: algo desconocido e incómodo, difícil de encajar en planes educativos diseñados por psicopedagogilipollas seguros de que la igualdad y la excelencia se logran mejor si los niños juegan con muñecas y las niñas al fútbol que si se enfrentan, miden y conocen, al otro y a ellos mismos, sobre un tablero de ajedrez. Un ejemplo: aunque hace ya seis años el Senado aprobó por insólita unanimidad -tendrían prisa por irse de puente o cobrar dietas- instar al Gobierno a que facilitase la introducción del ajedrez en los colegios españoles, tanto el central como los autonómicos de entonces y de ahora se pasaron, y siguen haciéndolo, tan provechosa recomendación por el forro de sus respectivas legislaturas.

En fin. Qué quieren que les diga. Quienes de ustedes me leen desde La tabla de Flandes conocen la importancia que el ajedrez tiene en varias de mis novelas, como en mi concepción del mundo y de las cosas. Soy un mal jugador; pero crecí entre libros, marinos y ajedrecistas, y mis primeros recuerdos están unidos a la imagen de mi padre y sus amigos inclinados sobre un tablero, entre humo de cigarros y pipas. Me acerqué a ese juego desde muy niño, incluso antes de comprenderlo, intuyendo en él claves útiles sobre los misterios insondables o estremecedores de la vida. Después, los cuadros blancos y negros, las piezas en sus escaques, me ayudaron a entender mejor el mundo por donde eché a andar temprano, mochila al hombro. Gracias al ajedrez, o a los perfectos símbolos que lo inspiran -repito que soy jugador mediocre, a menudo torpe-, encajé de modo razonable el miedo al aguzado alfil, el horror de la torre devastadora, la soledad del peón aislado en su casilla, los cuadros blancos, negros, fundidos en grises, de la turbia condición humana. Y mientras estuve -todos estamos alguna vez, tarde o temprano- en el vientre del caballo de madera esperando mi turno para degollar troyanos dormidos, y luego, cuando al regreso con sangre en las uñas la vida me despobló el cielo de dioses, el ajedrez me dio respuestas, consuelo, sosiego y media docena de certezas útiles con las que ahora envejezco, leo, navego y escribo novelas. Otros van a la iglesia, y yo voy al ajedrez. De puntillas, con humildad y respeto, a ver oficiar los misterios de la vida. Como quien asiste a misa.


XL Semanal