viernes, 1 de abril de 2011

La mentira permanente. Por José maría Carrascal

Hay mentiras no aceptadas en democracia, y la primera de ellas es la mentira disfrazada de virtud.

DOMINAN el arte de la mentira como nadie. Claro que no hacen otra cosa que mentir. Saben, por tanto, que cuanto más grande es la mentira, más fácil es colarla, pues su magnitud deslumbra al auditorio. Ahora nos dicen que las promesas que hacían a Eta eran falsas, que sólo trataban de engañarla, para que dejase de matar. Listos que son los chicos. Lo malo es que los hechos demuestran que tales promesas no eran ficciones, sino realidades: se relevó al fiscal incómodo, Fungairiño, se dejó en libertad a De Juana, se continuaron los contactos después del atentado de Barajas, por citar sólo unos cuantos hechos que contradicen la supuesta táctica sibilina del Gobierno en sus conversaciones con Eta. No, no era Eta a la que quería engañar. Era a los españoles. Y nos ha seguido engañando desde entonces, hasta que la verdad le ha acorralado. Porque la verdad puede taparse por un tiempo más o menos largo —depende de la calidad democrática de un país—, pero no puede borrarse. La mentira, tampoco. Y parece llegar el momento en que empezamos a saber la verdad de esas negociaciones, epitomadas en el caso Faisán. No hay más que escuchar a Rubalcaba para comprobarlo. Ya no está para cuchufletas. Es veneno puro lo que suelta cada vez que abre la boca.

Mientras acaba de descubrirse, los lectores me permitirán alguna reflexión sobre el tema. Si bien tenemos asumido que los políticos mienten como el buey muge o la gallina cacarea (Camba), hay mentiras no aceptadas en democracia, y la primera de ellas es la mentira disfrazada de virtud, como está haciendo el Gobierno: vendernos el actual acorralamiento de Eta como consecuencia de su negociación con ella. Eso ya no es una mentira. Es una felonía. Eta estaba ya acorralada antes de que empezasen esas conversaciones y si ha vuelto a estarlo es porque el Gobierno volvió al anterior acoso policial y judicial de la banda terrorista, que ahora intenta vendernos como suyo. Cuando lo suyo era «el proceso de paz» con la banda, incluso después de que hubiera vuelto a asesinar, como demuestran los hechos que había venido negando.

Los españoles vivimos bajo un gobierno que se mantiene en la mentira permanente y sólo sale de ella cuando la realidad le obliga a reconocerlo. Pero incluso entonces trata de enmascararla de virtud. Del mismo modo que negó la crisis económica hasta que Europa le forzó a aceptarla, continuó dando crédito a Eta cuando Eta había demostrado de sobra no merecerla. ¡Y ahora se queja de que demos más crédito a Eta que a él! Aunque eso no es lo peor. Lo peor es que los españoles nos hemos acostumbrado de tal forma a la mentira que ya no nos indigna. Cuando la verdadera libertad es liberarnos de la mentira. O sea, que, en cierto modo, seguimos siendo esclavos de nuestros gobernantes.


ABC - Opinión

Y si mañana ETA deja las armas, ¿les creemos o no les creemos?. Por Federico Quevedo

Ha dicho el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, que las actas de ETA son “bazofia llena de mentiras”. Ese es, básicamente, el argumento que están utilizando todos los dirigentes socialistas desde que el pasado lunes el diario El Mundo publicara las actas de las reuniones, y el martes continuara El País aunque, eso sí, ocultando parte de la información según parece. El lunes, en La linterna de la COPE, el ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui, insistía en esa misma idea de no dar crédito alguno a nada que viniera de ETA, pero como a continuación se dedicó a echarle flores a la izquierda abertzale por su aparente compromiso de rechazo a la violencia, ya le planteé lo curioso del asunto: nos creemos a ETA cuando nos conviene.

De hecho, el Gobierno y la mayor parte de la izquierda española han dado por bueno el comunicado de ETA declarando la tregua para permitir a la izquierda abertzale un espacio sin violencia que le permita aparentar que algo ha cambiado en el entorno etarra. ¡Ah! Para eso sí creemos a ETA. Es más, si mañana por la mañana nos desayunáramos con un comunicado de la pandilla de asesinos diciendo que deja definitivamente las armas, ¿qué hacemos? ¿Les creemos o no les creemos? Si nos tenemos que fiar de las palabras de Rubalcaba, ni de coña, luego habrá que actuar en consecuencia pero, ¿alguien duda de que, si eso ocurre, el Gobierno le va a dar todo el crédito del mundo?


Alguno, muy cuco, podrá darle la vuelta al argumento: ¿por qué hay que creerse las actas cuando la derecha pone en duda los comunicados? Pero no es así, es más, se trataría de un argumento falaz porque lo que hace la derecha no es poner en duda la literalidad de los comunicados, sino la intencionalidad de los actos de ETA. En su último comunicado, ETA ha declarado una tregua indefinida, y eso nadie lo pone en duda. Lo que algunos ponemos en duda es la intencionalidad de la misma pero, ¿qué intencionalidad tienen esas actas, más allá de su propia finalidad de servir de ‘testigo escrito’ de la reunión? Ninguna. Por esa razón su literalidad es creíble, otra cosa es que pudiéramos dudar de las intenciones de ETA durante la negociación.
«Si no fuera por la oposición, por las víctimas, por la sociedad en general, por las Fuerzas de Seguridad y por las autoridades francesas, hoy no estaríamos hablando de la posible derrota de ETA, sino de su victoria gracias a un Gobierno que durante todo ese tiempo se creyó la "bazofia llena de mentiras".»
Segunda cuestión: sabemos, porque así se ha escrito y nadie lo ha desmentido, que además de las actas de ETA existen otras actas, firmadas por ambas partes, que obran en poder de la Fundación Henry Dunant, cuyo presidente a la sazón es el socialista español Javier Solana, y que están depositadas en una caja fuerte en un banco en Suiza, por lo que están fuera de la jurisdicción española y, salvo que una de las partes las reclame para darlas a conocer, de allí no se van mover jamás. El PP ha pedido esas actas más de una vez, y el Gobierno se ha negado a darlas a conocer, pero si realmente no tiene nada que ocultar lo lógico sería que las hiciera públicas para que los españoles supiéramos de una vez por todas qué ocurrió durante todas esas reuniones que el Gobierno de Rodríguez mantuvo con la banda terrorista, por un lado, y con su entorno ‘político’ por otro.

Porque esa es la otra pata de la cuestión: cuando desde el Gobierno y la izquierda se señala a Aznar por haber negociado con ETA y haber dicho aquello del Movimiento de Liberación Nacional Vasco, lo que nadie quiere recordar es que entre aquel Gobierno y ETA sólo hubo una reunión, que los mediadores fueron y volvieron con las manos vacías, y que aquel movimiento efímero fue producto de una tregua que los terroristas habían pactado, no con el Gobierno, sino con el nacionalismo vasco. Y punto. Eso fue todo lo que ocurrió.

Sin embargo, lo que ocurrió durante el mal llamado ‘proceso de paz’ fue que el Gobierno mintió y engañó descaradamente, negoció con terroristas, cedió a parte de sus exigencias y por eso hoy está ANV en unos cuantos ayuntamientos del País Vasco, y se saltó las líneas rojas que existen en toda negociación, al acabar poniéndose del lado de los terroristas en un asunto tan extremadamente grave como fue el del ‘chivatazo’ del bar Faisán. Lo más grave de todo esto es que todavía siga empeñado en hacernos creer, y esa es la doctrina que imparte estos días, que aquel ‘proceso’ ha conducido a la situación actual en la que parece que ETA está muy debilitada y que, según nos dice, toca a su fin.

Habrá que verlo, pero en cualquier caso eso no es un mérito del ‘proceso’, sino de la actitud de todos los demócratas que durante todo este tiempo se han negado sistemáticamente a ceder ni un milímetro en las concesiones a los terroristas, de la firmeza con la que, a pesar de algunos políticos, la Policía y la Guardia Civil se han empeñado en la lucha contra el terror y de la colaboración de las autoridades francesas, que han seguido persiguiendo etarras incluso cuando el Gobierno español estaba negociando y les decía que no lo hicieran. Es más, si no fuera por la oposición, por las víctimas, por la sociedad en general, por las Fuerzas de Seguridad y por las autoridades francesas, hoy no estaríamos hablando de la posible derrota de ETA, sino de su victoria gracias a un Gobierno que durante todo ese tiempo se creyó la “bazofia llena de mentiras” de la pandilla de canallas y la alentó para lograr un objetivo político cortoplacista.


El Confidencial - Opinión

Zapatero, penitente. Por M. Martín Ferrand

Con hábito de penitencia, está dispuesto a pactar con el mismísimo diablo una solución económica para España.

LA experiencia y los fracasos, con perdón por el pleonasmo, tienen contrito a José Luis Rodríguez Zapatero que, con hábito de penitencia, está dispuesto a pactar con el mismísimo diablo una solución económica para España que difumine la contumacia sabihonda con la que ha gobernado la Nación en sus siete años presidenciales. No es que el líder socialista sea hombre de grandes anclajes intelectuales y sólidas convicciones ideológicas; pero su sueño de poder, el que construyó acurrucado y silente durante años de irrelevancia parlamentaria, le llevaron a esperar mejores resultados de los que hoy tiene a la vista: una España sin pulso económico, vibración nacional, latentes tensiones sociales, paupérrima en su vida cultural y con el sostén principal de nuestros socios europeos, asustados porque, como el propio Zapatero se harta de repetir, no somos Portugal, Irlanda o Grecia. Somos 46 millones de vecinos y un porcentaje importante en el PIB de la Unión y en el peso del euro.

Esa actitud penitencial del líder, la que rebaja sus ridículas ínfulas precedentes, le empuja a rebuscar entre los descartes del pasado para buscar en ellos algún parche que disimule los problemas en curso. Con esa intención, la Oficina Económica de Presidencia está reclutando cerebros que integren una Comisión Asesora de Competitividad, eso que nos reclaman en Bruselas y, según parece, Miguel Boyer, el primer ministro de Economía y Hacienda del equipo de Felipe González, será uno de ellos.

Boyer es un señor tan fino que, en lugar de nacer, por ejemplo, en La Almunia de Doña Godina lo hizo en Saint-Jean-de Luz. Fue, excepción hecha de la tropelía formal de la incautación de Rumasa, un buen ministro que supo y quiso sacudir los complejos estatalistas de sus predecesores en UCD y liberalizó lo poco que se ha liberalizado en nuestra economía —tan intervenida, tan subvencionada— desde el primer Gobierno de Adolfo Suárez. La socialdemocracia era, ya en los ochenta, una cántara vacía y Boyer quiso rellenarla con lo que tenía más a mano sin producir mayores escándalos. Es más, Enrique Tierno Galván en lo social y Boyer en lo económico maquillaron con gracia el hosco signo socialista de su negro pasado español y de su olvido y evanescencia en el tiempo posterior a la Guerra Civil, hasta el Congreso de Suresnnes. Zapatero quiso ir más allá que González y se ve obligado ahora a volver más acá. Por eso, en un tiempo en que las clases ya no luchan entre sí y la tensión social se genera entre empleados y desempleados, no entre empleados y empleadores, la recluta de Boyer tiene el valor de un gesto de penitencia.


ABC - Opinión

Política exterior. Gibraltar. Por Emilio Campmany

Zapatero introdujo lo que él llamó "la vuelta al corazón de Europa". Con este eufemismo, quiso significar "hacer lo que diga Francia".

Es extraordinariamente prometedor que el príncipe Felipe, en un acto en que ejerció de jefe de Estado en funciones, se refiriera a un asunto político en el que están en juego los intereses de España. Dicen las crónicas que el heredero hizo votos ante el príncipe de Gales para que las autoridades de ambos países "avancen en la solución del contencioso histórico bilateral que aún sigue pendiente".

La entrada de España en la OTAN y en la UE debió de imponer un giro a nuestra política exterior. Felipe González no se atrevió a darlo y siguió haciendo lo que Franco, adular a los árabes y compadrear con los dictadores y los presidentes hispanoamericanos. Aznar intentó dar ese giro. Quiso que España ingresara como miembro de derecho en el club de los países periféricos de Europa, algo que somos de facto por la fuerza de la geografía, y que es por lo que tenemos intereses comunes a los de Italia, Polonia y, sobre todo, a Gran Bretaña.

El 11-M llevó a Zapatero a la Moncloa y España volvió a la política exterior que tenía en los tiempos de su aislamiento internacional: Hispanoamérica y países árabes. Pero Zapatero introdujo lo que él llamó "la vuelta al corazón de Europa". Con este eufemismo, quiso significar "hacer lo que diga Francia". Este retorno a los pactos de familia está produciendo lo que los anteriores, daños a nuestros intereses nacionales.


Con los ingleses, las cosas nunca son fáciles, pero, una vez que han perdido su imperio, sus intereses son similares a los nuestros, y procede obrar de consuno para evitar que Francia y Alemania nos impongan su voluntad en Europa. Se supone que, como ha dicho el príncipe, Gibraltar es el principal obstáculo para ese entendimiento.

Lo que no sabe el príncipe es que quizá no sean los ingleses los más reacios a resolver el conflicto, sino los españoles. Cuando Felipe González decidió abrir la verja, dio vida a un entramado de intereses económicos basados en la existencia de un paraíso fiscal en la punta sur de España. Los británicos desean conservar la colonia por una cuestión de prestigio. Pero son muchos los españoles a los que interesa que la sigan conservando por poderosas razones económicas. ¿Puede alguien dudar de lo mucho que tiene que ver Gibraltar con la prosperidad de la Costa del Sol? Por eso no estaría de más que alguno de esos diplomáticos tan listos destinados en la Zarzuela le explicara a Don Felipe que quizá no sea conveniente insistir tanto en que los ingleses nos cedan Gibraltar no sea que un día vayan a hacerlo y seamos nosotros quienes les digamos que preferiríamos que las cosas siguieran como están. De modo que, como el conflicto es más aparente que real, neguémonos de una vez a que Francia nos siga mangoneando y hablemos en serio con los ingleses de una política común en Europa que favorezca a los intereses de los dos países. Así sea.


Libertad Digital - Opinión

La socialización de la pobreza. Por Hermann Tertsch

Definitivamente el país mágico de Zapatero no sabe crear riqueza. Estamos volcados en redistribuir pobreza.

¡QUÉ bien se circula por Madrid! En el centro de Madrid, a partir de mediados de mes desaparecen los atascos en hora punta. De la noche no hablamos porque entre unos y otros han logrado hundirla. Con ella los muchos puestos de trabajo que generaba. Madrid, a partir de las diez de la noche entresemana. No es ya que parezca una somnolienta capital de provincias europea. Parece Varsovia bajo ley marcial. La capital de España capea como ninguna comunidad la crisis gracias a una política dedicada a paliar los desatinos de la política económica del Gobierno socialista. Con casi cinco puntos menos de paro que la media nacional, unas finanzas saneadas y un crecimiento mayor a los demás, ha logrado evitar las situaciones desastrosas de otras autonomías. Pero las posibilidades de esta isla del sentido común de aislarse de tendencias generales y desmanes ajenos son limitadas. Y las dificultades para las economías familiares son cada vez más dolorosamente visibles en el paisaje urbano. El empobrecimiento de los españoles en esta legislatura no tiene parangón en los países de nuestro entorno. Ni en nuestra historia. Y ahora, el precio de la gasolina por encima de 1,33 euros, ha convertido para muchos el coche en un fugaz lujo de principios de mes.

Hemos pasado unos años en los que la manifestación más brutal de la crisis ha sido la pérdida de empleo. Ahora, sin que ni siquiera el Gobierno se atreva ya a hablar de creación de empleo, hemos pasado a la socialización de la pobreza. Que es lo que mejor saben hacer algunos. Entre los sectores sociales más débiles rige ya en España la pura economía de supervivencia. Cuando no de la beneficencia. Ahora son cada vez más las familias de clase media que tienen que cambiar de hábitos de vida. Renunciar a pequeñas conquistas por las que trabajaron toda su vida adulta. Y recortar su nivel y calidad de vida. Muchas han dejado ya o dejarán próximamente de pertenecer en rigor a esa clase media. En una trágica reversión de la permeabilidad social. Por primera vez este país desde la Guerra Civil. Y la tendencia se agudizará en un futuro próximo. Ayer la subida del Euribor cerraba marzo con un nuevo mazazo para las hipotecas. Una de 150.000 euros a 25 años subirá más de 50 euros mensuales. La tasa de inflación se ha situado ya en el 3,6 por ciento. Y los precios que más suben son los derivados del petróleo y la comida. Artículos de primera necesidad. A partir de hoy, los hogares pueden sufrir un alza en la factura de la luz del 5,2 por ciento. A sumar a las subidas previas. Ayer se anunciaba la subida del precio del gas natural y del butano. Habrá más sorpresas que harán aun más difícil a las familias medias españolas llegar a fin de mes.

El Banco de España ya ha dicho algo que era obvio: los presupuestos de este año del Gobierno son papel mojado. Eran ya falsos cuando se hicieron. Ahora sólo se confirma la mentira. Frente al 1,3 por ciento que pretendía el Gobierno que creciera el PIB, será un 0,8 por ciento, cuando no un 0,5 por ciento. Como los presupuestos se basan en datos falsos, no se podrá cumplir el objetivo de reducir al 6 por ciento el déficit. Al menos con los ingresos existentes. Salvo que el Gobierno imponga un recorte brutal de gastos por un lado o nos venga con una subida de impuestos por otra. Ya veremos por dónde salen. Definitivamente el país mágico de Zapatero no sabe crear riqueza. Estamos volcados en redistribuir pobreza. Y condenados a hacerlo cuando se haya ido. Sepa que no le olvidaremos.


ABC - Opinión

Tabaco y ungidos. Sabina rima con Guadalmina. Por Cristina Losada

Si el propietario del restaurante andaluz representaba el desprecio a las leyes y al estado de Derecho, no menos lo representa el cantautor. ¿O hay bula para el artista de izquierdas y no para el hostelero de derechas?

El cantante Joaquín Sabina, icono de nuestra progresía, tuvo a bien vulnerar la ley antitabaco en Uruguay, donde también gobiernan los suyos y, como aquí, llevan su pulsión intervencionista al extremo. Intervencionista e intolerante, amén de moralista, que la persecución al fumador es una faceta de la pretensión de imponer una moral obligatoria en que han fosilizado las proclamas de "prohibido prohibir" de tiempos más frescos. El caso es que Sabina se fumó un pitillo en un hotel, cosa que en España ya no se permite ni por exigencias del guión, a pesar de que le avisaron. Pero aparte de las consecuencias que afronta el Sheraton –donde ocurrió el tremendo desafío– y que se cifran en miles de dólares, no hay que esperar otras de enjundia mayor. Siendo Sabina de los nuestrosy dados sus servicios a la causa, su gesto pasa como una divertida transgresión, una voluta rebelde y simpática de quien, por lo demás, defiende la ortodoxia. Y lo hizo en Montevideo.

No corre Sabina, desde luego, el riesgo de que se le trate como al dueño del asador Guadalmina, cuya insumisión a la ley antitabaco fue exhibida como el rugido zafio y primitivo de los cavernícolas de la derecha. Y, sin embargo, en el rigor de hechos, son uno y el mismo. Si el propietario del restaurante andaluz representaba el desprecio a las leyes y al estado de Derecho, no menos lo representa el cantautor. ¿O en la capital de Uruguay no merece la ley tanto respeto como en Marbella? ¿O hay bula para el artista de izquierdas y no para el hostelero de derechas? Aunque más que el doble rasero, que ya es costumbre fatigosa, resalta la similitud entre figuras y estereotipos en apariencia diversos. Y es que bajo el barniz de modernidad que cultiva la grey de la Zeja, tras la cuidada pose de ilustración y cultura, se encuentra, a poco que se rasque, a ese sujeto que vocifera: ¡yo hago lo que me sale de los huevos y paso de leyes! En especial, si no paga la multa de su bolsillo ni perjudica a su negocio.

Puede uno ahorrarse, de cualquier modo, el sermón que incite a reflexionar a quienes, como este cantante, coadyuvaron al advenimiento de la Inquisición actual. Siempre se mantienen la distancia y la disonancia entre su conducta personal y aquella que exigen del común. Es el privilegio de los ungidos.


Libertad Digital - Opinión

Bazofia. Por Ignacio Camacho

Menudas minervas eran los negociadores; ¡y con esa gente quería Zapatero ganar el Premio Nobel de la Paz!

RUBALCABA y Blanco tienen razón: se trata de bazofia. Toda la historia de la negociación zapaterista con ETA no es más que el relato de una hedionda bajeza moral y de una despreciable basura política. Un empeño viciado y poco honorable, urdido con mentalidad claudicante, desarrollado con estrepitosa incompetencia y saldado con un deplorable fracaso. Una aventura errática y ofuscada en la que no se sabe si fue peor la obstinación del concepto o la torpeza de su puesta en práctica. Bazofia, sí; un bodrio indigerible de principio a fin, de la cruz a la raya.

El problema es que esa basura fue el proyecto angular de todo el primer mandato de Rodríguez Zapatero, que lo concibió tal vez antes de llegar al poder —¿para qué fue Carod-Rovira a ver a Josu Ternera?— y luego lo convirtió en la clave de su acción de gobierno. Obsesionado por pasar a la Historia como el gran pacificador, subordinó al «Proceso» toda la estrategia del Estado y se convirtió en rehén político de unos terroristas.


Desairó a las víctimas, descolgó a la oposición, irritó a los jueces y desdeñó las lecciones del pasado —las de Aznar y las de González— con un optimismo ciego, iluminado y arrogante. Pero todo eso lo hizo desde una infinita torpeza autocomplaciente, desde un adanismo elemental y suicida. Confió en la palabra de un grupo de asesinos, y encima eligió para negociar con ellos a un manojo de ineptos encabezado por ese delirante visionario que se llama Jesús Eguiguren, un hombre desmañado y montaraz, incapaz de un análisis medianamente sensato. Si la mitad de lo que dicen las actas de Thierry es verdad, esa gente no estaba en sus cabales o no tenía la menor idea de la clase de juego en que andaban metidos. Prometían cosas que no podían cumplir, se ufanaban de manejos comprometedores y trataban de ir de farol con unos redomados canallas acostumbrados a resolver las dudas a bombazos. Era como una partida de ajedrez, le han dicho al juez Ruz los esclarecidos negociadores; ni al mus le habrían ganado a una pareja de ciegos. Menudas minervas; ¡y con esa gente quería Zapatero ganar el Premio Nobel!

El sumario Faisán ha rescatado toda esa basura intelectual, política y moral del olvido en que la había sepultado la crisis, y ha devuelto a la opinión pública la imagen de aquel Gobierno entregado con toda su energía a un designio inviable cuyo desarrollo no podía ni sabía controlar. Ya entonces parecía un delirio aventurerista, un propósito descabellado gestionado con un voluntarismo ilógico; pero ahora, proyectado contra la luz de los detalles y el desgaste añadido de la ineptitud gubernamental ante la crisis, se percibe como el epítome de un desgraciado estilo político. Objetivos desenfocados, análisis incorrectos, planes confusos, decisiones extraviadas, gestos inútiles y una autoconfianza disparatada. Y mentiras, muchas mentiras para encubrir o endulzar esa bazofia irremediable.


ABC - Opinión

Inmigración ordenada

A un año de que expire la segunda Legislatura socialista, la gestión de la inmigración tampoco será un éxito del Gobierno. El efecto llamada del «papeles para todos» marcó una política repleta de errores, condicionada por la demagogia de un progresismo lesivo para los intereses generales. Tres años de crisis han alterado los rasgos superficiales del problema, pero las razones de fondo permanecen y se han agravado en parte por el impacto del desempleo. El Gobierno no lo ve así. Ayer, la secretaria de Estado del ramo, Anna Terrón, aprovechó la presentación del Anuario de la Inmigración en España 2010 para describir un panorama idílico con problemas puntuales «enormemente amplificados». Que la entrada de nuevos extranjeros a España se haya reducido «a prácticamente cero» debido a las dificultades para encontrar empleo no quiere decir –a diferencia del diagnóstico del Gobierno– que el panorama sea más estable. El Ejecutivo está, sin duda, menos expuesto, porque las imágenes de los cayucos o las pateras son ahora mismo casi excepcionales, pero es un error vender una calma que oculta una realidad sombría. Los datos de Cáritas Diocesanas estiman que hay como mínimo 100.000 personas más en situación irregular desde 2008 como consecuencia de haber perdido su puesto de trabajo. La bolsa de extranjeros sin los documentos en regla ronda el medio millón de personas. Hablamos además de que el número de extranjeros en paro superó el millón en 2010 y de que uno de cada cuatro desempleados que generó la crisis pertenecía a este colectivo. Es una situación compleja e incontrolada, porque se mueve en actividades sumergidas y en una economía casi de supervivencia. Lo que no ayuda es que la Administración se ponga de perfil cuando, por ejemplo, instituciones como Cáritas constatan que la crisis ha acentuado la imagen negativa que la ciudadanía tiene de los extranjeros, ya que en muchos casos se les culpa de las dificultades del país.

El problema sigue sin resolverse y puede empeorar si no se toman las medidas necesarias y a tiempo. Los expertos del Anuario de la Inmigración pronosticaron ayer un «nuevo choque migratorio» a mitad de la década por el «gran agujero demográfico» de España. Los números no cuadran y cuando el mercado de trabajo vuelva a necesitar mano de obra no la encontrará, debido a los efectos de la baja natalidad y porque los jóvenes inmigrantes han abandonado el país. Muy probablemente será un Gobierno de otro signo político el que estará obligado a afrontar la cuestión con el sentido común que ha faltado en estos años. España necesita a los inmigrantes, y no se puede cuestionar su aportación a la prosperidad del país en los mejores años del ciclo económico, pero es preciso aprender de los errores y entender que este fenómeno debe ser legal y ordenado y siempre en función de la capacidad de acogida derivada del empleo y de las posibilidades de las administraciones para prestar los servicios públicos. Un sistema, en definitiva, sustentado en el principio de que los extranjeros tengan los mismos derechos que los nacionales, pero también iguales deberes.

La Razón - Editorial

Vender o intervenir

El 'caso CAM' alienta el prejuicio de que las cajas están más dañadas por el 'ladrillo' de lo admitido.

La fracasada operación de Banco Base, la operación financiera que iba a unir Cajastur, Caja Cantabria, Caja de Extremadura y Caja del Mediterráneo (CAM) es un claro contratiempo para la credibilidad de la reforma financiera en España. Las circunstancias del fracaso alimentan el prejuicio de que las cajas españolas manejan balances opacos, con activos tóxicos superiores a lo que se admite oficialmente.

Las asambleas de las cajas asturiana, extremeña y cántabra rechazaron casi por unanimidad la fusión, una vez comprobado que el saneamiento de la CAM requeriría más de 2.500 millones por una exposición al riesgo inmobiliario superior a la prevista. El futuro de la fusión es incierto (es probable que Cajastur, Caja de Extremadura y Caja Cantabria continúen con el propósito de unirse), pero la CAM queda como un grave problema político y financiero. O se vende, algo que no podría hacerse sin un costoso saneamiento previo, o se interviene, solución también onerosa.


El caso CAM llega cuando se consideraban cubiertas varias etapas decisivas en la reforma de las cajas de ahorros. Lo más probable es que la evidencia de la pésima situación de la CAM genere cierta desconfianza hacia los balances de otras cajas, justo cuando están en marcha las pruebas de resistencia y cuando los mercados de inversión parecen acechar cualquier debilidad económica, financiera o política, para disparar las posiciones especulativas cortas contra la deuda de un país.

Todas las operaciones de fusión deberían estar tuteladas por el Banco de España; por tanto, el regulador bancario tiene una responsabilidad en el fracaso. Cuando se monta una operación de fusión en la que participa una caja "de alto riesgo" (y la CAM, como otras, lo era) no es aceptable que se produzcan sorpresas en el esfuerzo de saneamiento requerido. Las dimensiones de los activos dañados de la CAM tendrían que haberse conocido por los actores de la fusión antes de que esta se pusiera en marcha. Pero no solo el Banco de España debe revisar su tutelaje; también los directivos de las cajas implicadas deben explicar por qué tenían un conocimiento deficiente de los balances de la CAM con la que iban a fusionarse.

La opción política más razonable es que las tres cajas prosigan la fusión, después de reelaborar sus planes ante el Banco de España, e intervenir la CAM con todas sus consecuencias. Y ello porque no cabe impunidad en la gestión de una entidad financiera. Si sus balances rompen una fusión, es necesario saber, intervención mediante, quiénes y a través de qué decisiones o errores provocaron un deterioro tan grave en una caja; si esas decisiones se ajustaron a las prácticas de una actuación prudente y qué normas hay que imponer para evitar que se repita otra ruina similar. Las respuestas a estas y otras preguntas revelarán mejor que cualquier teoría cómo se financió la burbuja inmobiliaria, quiénes se lucraron de ella y a quién hay que pedir responsabilidades por la sequía crediticia que sufren muchas empresas solventes.


El País - Editorial

Suben la luz, el gas y la incompetencia

Cada mes es, según el Gobierno, el del comienzo de la recuperación económica, pero lo cierto es que aunque se aprecie un ligero repunte en algunos datos macroeconómicos, en la escala ciudadana la situación aún no ha tocado fondo.

Frente a las proclamas del Gobierno sobre la inminente recuperación económica, la realidad se empecina en presentar un panorama más bien sombrío, en el que el rasgo más definitorio es la incompetencia gubernamental, la propensión de los titulares de las carteras económicas a lanzar anuncios sin contenido ni concreción, con datos supuestos, presuntos o directamente falseados. El encarecimiento de los recibos de la luz y el gas, la galopada alcista del Euribor y de los precios de productos básicos desmienten una a una todas las previsiones que con más insistencia que apego a la verdad se difunden desde La Moncloa.

Cada mes es, según el Gobierno, el del comienzo de la recuperación económica, pero lo cierto es que aunque se aprecie un ligero repunte en algunos datos macroeconómicos, en la escala ciudadana la situación aún no ha tocado fondo. Y frente al fingido optimismo de Zapatero y sus ministros, el desempleo, como los precios y los impuestos, no hace sino aumentar de un modo escandaloso mientras que la reacción oficial se centra en la sospecha, más infundada que otra cosa, de que muchos de los parados están ocupados en realidad en la economía sumergida.


La obsesión socialista por fijar su atención en las posibles bolsas de fraude contrasta, por otra parte, con la desatención manifiesta del Gobierno respecto a fraudes y estafas tan reales como las de los ERE andaluces o como descontar de las listas del paro a quienes reciben formación ocupacional, una de tantas triquiñuelas administrativas que, pese a lo grosero de los procedimientos, no ocultan la gravedad de la sangría.

Este mes de abril, lejos de significar un respiro para miles de españoles que podrán ocuparse en empleos derivados del periodo vacacional de Semana Santa, supondrá una desagradable sorpresa en muchas de las facturas que han de afrontar las familias españolas. A las subidas generalizadas deberá sumarse, además, la inacción gubernamental, cuyos despliegues normativos sólo consiguen añadir más incertidumbre sobre el futuro de la economía nacional, observada con lupa por medios y observadores internacionales ante el riesgo evidente de que España engrose el pelotón de países en quiebra encabezado por Grecia.

Frente a la situación de penuria de miles de empresarios, cientos de miles de familias y millones de trabajadores, las administraciones continúan con sus prerrogativas, falsean déficits, aplazan pagos, lanzan emisiones de bonos y engordan la bola de impagados e incumplimientos como si la salida de la crisis dependiera de imponderables cuya culpa siempre es de los demás, antes de las subprime y ahora de las revueltas en Oriente Medio. Cualquier excusa es buena para subir las facturas, los precios y la desesperanza.


Libertad Digital - Editorial

El Príncipe y Gibraltar

Gibraltar es un problema pendiente. En este contexto, las palabras del Príncipe de Asturias han sido perfectamente adecuadas.

LA Corona representa el interés permanente de España al margen de las coyunturas políticas y partidistas. Esta función resulta especialmente relevante en materia de política exterior, ya que hay planteamientos que todo gobierno debería mantener con absoluta firmeza. Uno de ellos es, sin duda, la reivindicación de la soberanía española sobre Gibraltar, la última colonia en suelo europeo, cuya permanencia bajo el dominio británico carece de justificación en pleno siglo XXI. Es lamentable que el Ejecutivo socialista —aunque no ha hecho concesiones formales sobre la soberanía— haya desarrollado una política débil a base de gestos absurdos que serán utilizados en el futuro en contra de nuestros intereses. La imagen del entonces ministro Miguel Ángel Moratinos con el Peñón al fondo es la expresión más lamentable de ese «buenismo» sin sentido, al igual que las reuniones oficiales con las autoridades locales de la Colonia, tratadas casi como si fueran representantes de un Estado soberano. Las relaciones políticas, socioeconómicas y culturales entre España y el Reino Unido son excelentes, como corresponde a dos grandes naciones históricas que son socios y aliados. Sin embargo, no se puede negar que Gibraltar es un problema pendiente y que mirar para otro lado es la peor de las opciones.

La visita del Príncipe de Gales se está desarrollando con enorme éxito en el marco de las relaciones cordiales y afectuosas entre ambos países y las Familias Reales. En este contexto, las palabras del Príncipe de Asturias en su brindis oficial, hablando de «avanzar en la solución del contencioso histórico bilateral que aún sigue pendiente», fueron perfectamente adecuadas tanto en el fondo como en la forma, a diferencia de la calculada ambigüedad con la que Moncloa jugó al difundir una nota sobre el encuentro entre Carlos de Inglaterra y Rodríguez Zapatero en la que se hablaba de «encontrar soluciones a los asuntos pendientes», y cuyas dudas tuvieron que ser despejadas por la Embajada británica con un tajante: «la cuestión de Gibraltar no ha sido tratada ni directa ni indirectamente durante el encuentro». El estreno como anfitriones de Don Felipe y Doña Letizia refleja una vez más la singular capacidad de la Monarquía para conjugar tradición y modernidad, manteniendo con todo rigor el protocolo correspondiente, pero sin olvidar el ejercicio de las funciones constitucionales que corresponden al Heredero de la Corona.

ABC - Editorial