sábado, 19 de marzo de 2011

Cataluña. La conversión de los nouvinguts. Por Eduardo Goligorsky

La integración del inmigrante no pasa por la imposición de una lengua que no le servirá para comunicarse en el mayor ámbito geográfico posible, sino por la transmisión de los valores intrínsecos de una sociedad abierta.

Los planes de integración para inmigrantes que urdió el tripartito llevaban la impronta de ERC, y los que elabora CiU apuntan en la misma dirección: la conversión de los nouvinguts en un obediente rebaño de prosélitos nacionalistas. Si el experimento de ingeniería social diera el resultado apetecido, incluso sería posible que les concedieran el derecho al voto para reforzar el espectro rupturista.

Dada la heterogeneidad de la corriente migratoria, el proceso de integración es muy complejo: por un lado hay que corregir o eliminar comportamientos y prejuicios que son incompatibles con los valores de nuestra sociedad, y por otra urge inculcar, precisamente, estos valores que configuran el marco cultural y jurídico de nuestra civilización. Lo contraproducente, en este contexto, es estimular en el inmigrante los vicios del sectarismo y el dogmatismo que impregnan la ideología nacionalista. Al fin y al cabo, el lastre negativo que traen consigo algunos de estos inmigrantes es producto del tribalismo, el fundamentalismo, la intolerancia y, cómo no, el nacionalismo que les han inoculado en sus países de origen. Difícilmente podrán librarse de dicho lastre si lo encuentran miméticamente reproducido en el país de acogida.


Si el inmigrante que llega a una región de España descubre que, para integrarse, debe participar en el conflicto que una parte (no todos, ni siquiera la mitad) de los habitantes de dicha región mantiene con los ciudadanos del resto de España, lo más probable es que se desentienda de esa confrontación ajena y se aferre a las certidumbres de su propia tradición. Si al recién llegado le informan, además, de que para integrarse deberá aprender una lengua que no es la que se habla en todo el territorio de España, y que si se desplaza por determinadas regiones del mismo país en busca de trabajo (que es lo único que le interesa) deberá aprender otras lenguas, se sentirá transportado nuevamente a los enclaves tribales de los que salió. Y si, para colmo, encontrara un empleo mejor remunerado en Vielha y se enterara de que allí es preferente el aranés, por aquello del arcaico occitano, ya no evocará enclaves tribales sino los pabellones de un asilo psiquiátrico. En síntesis, si no tiene suficientes conocimientos, fuerza de voluntad o capital para apañarse por sí solo, deberá optar entre dejarse atrapar por la red clientelar nacionalista o refugiarse en un gueto con todas las consecuencias negativas que ello trae aparejadas.

La integración del inmigrante no pasa por la imposición de una lengua que no le servirá para comunicarse en el mayor ámbito geográfico posible, sino por la transmisión de los valores intrínsecos de una sociedad abierta, con sus componentes insustituibles de libertad, solidaridad, tolerancia, seguridad, respeto a las leyes y plena vigencia de los derechos humanos. Y estos valores se pueden y se deben inculcar en la lengua de uso común en toda España. Más aún: si yo fuera el responsable de estimular la integración de los inmigrantes, pondría en sus manos, por ejemplo, el ya clásico Ética para Amador de Fernando Savater, y los calificaría según su capacidad para asimilar sus enseñanzas. Aunque las tradujeran mentalmente al mandarín, al urdu, al tagalo o al aymara.


Libertad Digital - Opinión

Las horas más bajas. Por César Alonso de los Ríos

La tragedia japonesa nos coge a los españoles en plena depresión.

La tragedia japonesa nos coge a los españoles en plena depresión. Para nosotros el siglo había comenzado muy mal: la crisis económica, nuestra incapacidad tecnológica, el desmadejamiento del Estado. Ahora el rechazo de la energía nuclear nos condena a una precariedad definitiva. Es el triunfo del ecologismo testimonial. Los molinos de viento. Por si fuera poco, entramos en guerra con Libia que es proveedor y vecino. Se dice en medios progres que los europeos deberían haber intervenido así contra Franco.

Esta anotación histórica viene a recordarnos que los españoles tenemos dos manos que, en vez de ayudar al cuerpo, se dedican a pelearse entre ellas. La derecha contra la izquierda. A veces se encabritan unos dedos contra otros. Por ejemplo Patxi López se pelea con ZP; Basagoiti y Cascos con Rajoy... A las Comunidades se les da todo pero se les quitan los ríos. Para el PSOE el Ebro es sólo de Aragón pero para el TC el Guadalquivir no es de Andalucía… En asuntos extravagantes se lleva la palma la legalización de ETA. Mantiene comandos para matar y exige un partido para votar. Según los terroristas los demócratas estamos obligados a concederles estatus legal a unas gentes que vienen asesinando antes de que lo hicieran las Brigadas Rojas. Y es que los etarras encuentran apoyo en socialistas como Eguiguren al que vengo siguiendo desde que escribió su tesis doctoral y para el que los españolistas hemos sido los responsables de la desviación de los euskaldunes al pistolerismo político.

De esta inmensa depresión los españoles podríamos salir si la política no fuera una invitación constante a la corrupción económica y a las descalificaciones propias de los totalitarios. Así que vamos a llevar la terrible carga de mantener a nuestro cargo a las últimas generaciones que vivieron abrazadas al botellón durante los eternos fines de semana. Seguirán en la burbuja de El Gran Hermano. Ni siquiera les gusta leer.


ABC - Opinión

Los Miserables (el mundo en manos de una pandilla de necios). Por Federico Quevedo

El canciller Bismarck decía algo así como que “el político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación”. Yo no sé ustedes, pero a la vista de los acontecimientos de los últimos días, de los últimos meses e, incluso si me apuran, de los últimos años, echo mucho en falta la presencia de verdaderos liderazgos políticos, de auténticos estadistas capaces de sacrificar su propio futuro pensando en el porvenir. Hace unos días escuchaba decir a alguien que nuestros líderes no son peores que los que tuvieron que gestionar la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial… ¿Ah, no? Francamente, yo no veo por ninguna parte a un Roosevelt, ni a un Churchil, ni a un De Gaulle… No veo líderes capaces de sentarse en torno a una mesa y reeditar un Yalta o un Potsdam… Supongo que estaremos más o menos de acuerdo en que tanto la Gran Depresión como la Segunda Guerra Mundial marcaron un antes y un después en la historia de la Humanidad. De hecho, hay quien afirma que aunque el siglo XX empieza cronológicamente el 1 de enero de 1900, políticamente fueron esos dos hechos los que marcaron el final de la Edad Moderna para dar paso a la Contemporánea. Y fueron esos líderes los que asumieron la responsabilidad de hacer cambiar al mundo.

Casi un siglo después podríamos decir que la gravísima crisis que atraviesa el mundo, unida a la guerra contra el terrorismo y a los acontecimientos de las últimas semanas -incluida la crisis de Japón pese a tratarse de un desastre natural y ahora explicaré por qué-, son los acontecimientos que están poniendo punto final al siglo XX y que de verdad nos hacen entrar en el siglo XXI. Igual que aquel cambio empezó un mes de octubre de 1929 con el crack de la Bolsa de Nueva York y acabó con el final de la II Guerra Mundial, el que ahora vivimos empezó un 11 de septiembre de 2001 con el ataque a las Torres Gemelas pero es ahora cuando estamos viviendo con mayor intensidad ese tiempo de cambio. ¿Y qué nos ofrecen nuestros líderes políticos? Cortoplacismo. Ni la crisis económica, ni todo lo que está ocurriendo en los países árabes, ni lo sucedido estos días en Japón nos ha permitido descubrir a verdaderos estadistas, sino a dirigentes que única y exclusivamente piensan en sus más cercanos intereses. Estamos en manos de auténticos necios que no son capaces de mirar más allá de las próximas elecciones a las que tienen que enfrentarse, como ha demostrado la única que hasta ahora perecía tener algo más de sentido común, la canciller alemana Angela Merkel.
«Y lo que ocurra en Japón tras el terremoto y el posterior tsunami que han llevado a la centra de Fukushima a una situación critica va a implicar cambios sustanciales en nuestros modelos energéticos.»
A nadie se le oculta que el mundo está cambiando. La crisis está modificando nuestros hábitos de vida. La guerra contra el terrorismo ha supuestos importantes cesiones de nuestra libertad en beneficio de la seguridad. Lo que ocurra en el mundo árabe todavía no sabemos como va a afectarnos, pero estamos seguros de que lo va a hacer. Y lo que ocurra en Japón tras el terremoto y el posterior tsunami que han llevado a la centra de Fukushima a una situación critica va a implicar cambios sustanciales en nuestros modelos energéticos. Todo va cambiar, y el problema es que no sabemos en que dirección ni cómo va a afectarnos esos cambios, entre otras cosas porque no tenemos líderes políticos, estadistas capaces de liderar esos cambios. Tenemos, eso sí, un ególatra presidente francés ocupado de las calzas de sus zapatos para llegarle a la altura del hombro a su mujer y que cada vez que le ponen un aprieto demuestra sus modales ariscos, y que es capaz de anteponer los intereses comerciales franceses a la búsqueda de soluciones en una situación de crisis… Tenemos un primer ministro italiano que, en fin, qué quieren que les diga de quien ha popularizado el bunga bunga… Tenemos una canciller alemana a la que le preocupan más las elecciones de dentro de tres semanas en algunas regiones que el futuro de todos… Tenemos un premier británico demasiado inexperto a la vista de los hechos y al que le falta un hervor para alcanzar la talla de algunos de sus antecesores… Tenemos un presidente de los Estados Unidos que llegó a la Casa Blanca subido a una ola de popularidad y que cada día que pasa se evidencia más que el Despacho Oval le viene grande… Y qué voy a decir del nuestro que ustedes no sepan ya.

Miren, estos dirigentes, estos líderes, llevan semanas mirándose al ombligo mientras el mundo asiste expectante, y también atemorizado, a cambios inevitables que van a modificar nuestros hábitos de vida mientras ellos solo parecen preocuparse por que nada cuestione su permanencia en el poder. Hemos visto cómo han actuado con dosis insuperables de egoísmo ante la terrible catástrofe japonesa, poniendo más atención en el accidente de la central nuclear que en el número de víctimas y los destrozos del terremoto y el tsunami, y ni siquiera para ayudar a controlar la posibilidad de un desastre nuclear sino más bien para dedicarse a alarmar a la población con declaraciones irresponsables y sobredimensionadas, como las del comisario europeo de Energía. ¿Y qué me dicen de su actitud ante las revueltas en el mundo árabe? Da la sensación de que les atemorizan, en lugar de ponerse al frente de una manifestación a favor de la libertad y la democracia. ¡Cuánto han tardado en tomar una decisión que frenara la masacre a la que el dictador libio estaba sometiendo a su pueblo! Libertad y democracia, son dos palabras que nuestros dirigentes parecen haber olvidado y sepultado bajo la losa del dirigismo. Y ¿por qué intervienen en Libia? ¿porque hay petróleo? ¿Por qué Libia sí, y Yemen, no, si en los dos sitios hay un dictador matando a su pueblo?

Los medios de comunicación no estamos menos exentos de responsabilidad ante la naturaleza de nuestra reacción frente a los cambios. Estos días, las portadas de los periódicos parecían sacadas de un concurso para premiar el titular más sensacionalista. Se recurre a la demagogia, a la doble vara de medir, se falsifican los debates y se busca la atención del lector aunque sea a costa de sacrificar la verdad, todo para retrasar lo inevitable: la prensa está condenada a desaparecer o, al menos, a sufrir un cambio tan sustancial como el que está viviendo la humanidad y que la va a alejar del modelo que hasta ahora conocíamos de medios de comunicación de masas. Nadie parece querer afrontar lo inevitable: los cambios están aquí, están llamando a nuestras puertas, y los ciudadanos asisten atónitos a esta situación sin que nadie les ayude a resolver las innumerables dudas que todo lo que está pasando les plantea. En el fondo, a los políticos y a los medios de comunicación les gustaría que todo siguiera como hasta ahora, que nada cambiara, que no se plantearan debates tan trascendentes como qué tipo de energía vamos a necesitar en el futuro y sí vamos a seguir teniendo excedentes o, por el contrario, lo que se avecina es una considerable escasez de ese bien.

Ellos están a lo suyo, dedicados a pensar, como decía Bismarck, en su próxima cita ante las urnas y en evitar que el coste de todo lo que está ocurriendo sea demasiado grande para sus expectativas electorales. El mundo camina por un lado, y sus dirigentes por otro. Los organismos internacionales se han demostrado inservibles, ni la ONU vale para poner orden en la gobernanza política, ni las organizaciones económicas –el FMI, el BM, la OCDE- han servido para avisarnos de lo que se venía encima, y mucho menos para evitarlo… Si acaso, lo que han hecho ha sido contribuir de manera entusiasta a que la crisis se instalara entre nosotros. ¿Y qué hacemos los ciudadanos? ¿Nos quedamos quietos, expectantes, a ver por donde viene el siguiente zarpazo a nuestro bienestar de la mano de los mismos a los que elegimos para que, supuestamente, nos protejan y arreglen nuestros problemas? Eso es lo que parece, y cuando observamos que otros se rebelan contra la injusticia y la ausencia de libertad, miramos para otro lado y esperamos que sean unos políticos que no les llegan ni a la suela de los zapatos a aquellos que cambiaron el mundo en la primera mitad del siglo XX los que nos dirijan. Pues vamos listos.


El Confidencial - Opinión

Sortu. Caamaño se disocia. Por Maite Nolla

Que tengamos un ministro de Justicia capaz de disociarse de su propio ministerio en un asunto de tanta importancia pone, ciertamente, los pelos de punta.

Recopilemos, por si yo me pierdo algo. Resulta que el Gobierno, a través de la Abogacía del Estado y de la Fiscalía, ambas dependientes del Ministerio de Justicia aunque sea en grados distintos, ha llegado a la convicción de que el partido éste que quiere presentar ETA a las elecciones es una continuación de Batasuna y que lo que se está pretendiendo es sortear la sentencia que ilegalizó a Batasuna y a sus múltiples formas. Es decir, el Ministerio de Justicia considera que Sortu es ETA. Que yo sepa, pese a que ahora todo el mundo reniega de las siglas PSOE –vean como muestra los carteles de los alcaldes socialistas en Cataluña y a ver si encuentran ustedes las siglas del PSC–, el Gobierno, a fecha de picar esta columna, todavía es del PSOE. El presidente de la marca que representa a los socialistas en el País Vasco dice que Sortu no es ETA. El presidente del Gobierno autonómico vasco, del mismo partido que el anterior, viene a decir lo propio, más o menos. El ministro de Justicia del Gobierno del partido socialista que ha enviado a la Abogacía del Estado y a la Fiscalía a denunciar que Sortu es la continuación de Batasuna, dice lo mismo que los otros dos. Y Rubalcaba, presidente de hecho del Gobierno que ha pedido la ilegalización de Sortu y que va a heredar el partido del que forman parte los otros tres, achaca estas discrepancias a las distintas sensibilidades. Y cuando el ministro de Justicia se da cuenta de que ha metido una de sus dos patas, dice que lo que quería era introducir el importante matiz de que hay que diferenciar lo jurídico de lo político. Y lo dice pese a que Rubalcaba fue uno de los redactores del Pacto por la Libertades que dio lugar a la Ley de Partidos que pretendía llevar al campo de lo jurídico un acuerdo político.

Ojalá tenga razón la fuente secreta de Luis Herrero y Zapatero anuncie el 2 de abril que se va. Y si puede convocar elecciones ya, mucho mejor. Que tengamos un ministro de Justicia capaz de disociarse de su propio ministerio en un asunto de tanta importancia pone, ciertamente, los pelos de punta. Porque esa es la cuestión y no que el ministro sea Notario Mayor del Reino. Que ya sé que queda muy bonito decirlo, pero no significa nada.


Libertad Digital - Opinión

El Patton de León. Por Hermann Tertsch

Zapatero hará que Gadafi se arrepienta por comparar su conquista de Bengasi con la caída del Madrid republicano en 1939.

Se arrepentirá Gadafi por haberse erigido en el nuevo generalísimo Franco y haber comparado su conquista de Bengasi con la caída del Madrid republicano en 1939. No porque sea una solemne majadería, que lo es. Sino por la conversión guerrera a la que ha inducido al presidente del Gobierno español. ¡Quién le ha visto y quién le ve, a Rodríguez Zapatero! Qué animoso apareció tras su entrevista con Ban Ki Moon. Hasta suspendió un viaje a León para dedicarse a su agenda bélica. Ante la prensa, que él ayer sin duda intuía muy internacional, nos explicó que la contribución española en esta intervención armada en Libia será «importante». Y nos reveló que ha ordenado a las fuerzas aéreas y navales que estén preparadas para su misión. Los espíritus del general Patton y del mismísimo Churchill parecían allí presentes. «He dispuesto», dijo como quien se dispone a tomar el puente de Remagen sobre el Rin o acaba de ordenar a la Sexta Flota que cambie de océano. Advirtió a Gadafi que la comunidad internacional no se dejará engañar. Ya se ocupará él que sea así.

Está ya claro que tan muerto como el Zapatero obrerista o el Zapatero antinuclear, lo está el Zapatero pacifista. Aquel que sólo tenía por buenas las armas del Ché Guevara. Pero el destino le ha reservado una satisfacción a este nuevo héroe del asedio a Madrid, perdón Bengasi. Sólo debe lamentar que no le vea ahora su abuelo, no el franquista por supuesto, sino el bueno, el republicano. Con las armas de las potencias occidentales, Zapatero se olvida de las mezquindades de la política de este país menesteroso, y se erige en caudillo de la intervención compasiva. Todo un sueño. Se le veía disfrutar ayer en su nuevo papel de abanderado de la comunidad internacional en operación de castigo contra ese Franco con chilaba. Extraña impresión ver a este hombre decir cosas sensatas, aunque sea desde la impostura y por motivos equivocados.

ABC - Opinión

Libia. Una guerra de mucho progreso. Por Pablo Molina

Digo esto a ver si entre todos animamos a los palanganeros supraciliares y nos dan una satisfacción desfilando por las calles con los bongos y una foto del Lewinsky leonés con uniforme de las SS, como hacían con Aznar.

Puesto que el Gobierno se conduce en materia exterior con los principios de la geopolítica progre, según la cual cualquier guerra en la que participe Norteamérica es ilegal, injusta, ilegítima e inmoral, resulta necesario señalar que la decisión de Zapatero de involucrarnos en una guerra en Libia tiene esas mismas cuatro íes a pesar de que cuente con el aval de la ONU.

Un marchamo, por cierto, que no hubiera impedido la oposición violenta del PSOE a la segunda parte de la Guerra de Irak en caso de haberse producido, como el mismo D. José Blanco, por aquellos tiempos simplemente "Pepiño", se encargó de asegurar repetidas veces en sus arengas diarias a La Brigada Ligera del Bongo (Federico dixit) y los nutridos regimientos de Lanceros Culturetas. En aquellos momentos un PSOE convencido de que no iba a llegar al poder al menos en ocho años, no se cansaba de afirmar que aunque la ONU autorizara los ataques para expulsar a Sadam del poder, los socialistas iban a salir a la calle detrás de los Bardem a llamar asesinos a Aznar y Bush.


En realidad el propio ZP se encargó de mostrar al mundo su verdadero respeto a las resoluciones de la ONU cuando se sentó al paso de la bandera norteamericana en el desfile nacional de 2003, aunque para esas fechas lo de Irak era ya una operación bendecida por todos los organismos internacionales.

Por tanto ya puede Zapatero decir misa, con perdón, pero en estos momentos es el lacayo mayor de los yanquis, a los que va a ayudar en esta nueva guerra por el petróleo, que es lo que dicen los medios progres cuando las hostilidades se declaran en Oriente Medio y los norteamericanos andan por medio.

En caso de que las tropas aliadas actúen finalmente en la patria de Gadafi, por cierto otro progresista de tronío, y dado que en toda guerra hay víctimas inocentes, supongo que los medios progresistas no tendrán inconveniente en volver a colocar en sus portadas imágenes a cinco columnas de niños destrozados por las bombas aliadas, como hacían a diario cuando estaba la derecha en el poder.

Digo esto a ver si entre todos animamos a los palanganeros supraciliares y nos dan una satisfacción desfilando por las calles con los bongos y una foto del Lewinsky leonés con uniforme de las SS, como hacían con Aznar. El éxito está asegurado, porque tres generaciones de la familia Bardem detrás de una pancarta son capaces de acabar con cualquier Gobierno belicista. ¿Qué apostamos?


Libertad Digital - Opinión

Diplomacia de sainete. Por Ignacio Camacho

Era embarazoso volver a negociar petróleo con Gadafi; la vida de los libios ha cobrado importancia de repente.

LOS que no hemos estudiado para diplomáticos no logramos entender por qué tiene más legitimidad una decisión de la ONU —en cuyo Consejo de Seguridad gozan de derecho de veto una dictadura sin paliativos como China y un régimen con dudosas libertades como Rusia— que una de la OTAN, formada íntegramente por naciones libres y que no admite socios sin estructura democrática. Quizá tampoco lo entendían los albanokosovares masacrados en Kosovo a finales de los noventa mientras los rusos bloqueaban las negociaciones de Naciones Unidas para proteger a sus aliados serbios, ni lo comprendan los libios a quienes Gadafi lleva unas semanas victimando a conciencia. La legalidad internacional vigente tiene una casuística muy rara y paradójica en la que destaca un principio fundamental: sus decisiones y acuerdos necesitan para cuajar la existencia previa de unas miles de víctimas asesinadas a hecho consumado mientras tienen lugar las intensas gestiones de la diplomacia.

También ayuda a comprender estos sofisticados mecanismos la circunstancia de que en el conflicto a tratar haya petróleo por medio, como en Libia. La vida de los resistentes a Gadafi ha cobrado importancia y sentido ante la evidencia de que el dictador estaba a punto de imponerse después de que los dirigentes europeos lo diesen por desahuciado y le considerasen reo del Tribunal de La Haya. Tener que volver a negociar con ese tipo los contratos de abastecimiento energético era sin duda una papeleta muy embarazosa, toda vez que el sátrapa se había venido arriba y parece por añadidura bastante cabreado. Así que la ONU se ha conmovido al fin por la suerte de la maltratada población civil, en una conmovedora demostración de sensibilidad humanitaria. Y allá que vamos, con barcos y aviones, los salvadores de la Humanidad afligida… y del petróleo relativamente barato.

El papelón es demasiado notable para resultar digerible cualquiera que sea la óptica política desde la que se observe. La división de la opinión pública occidental es comprensible ante una negociación de sainete: mucha gente no ve razones sólidas para intervenir en una guerra civil y los partidarios de la intervención saben que llega demasiado tarde, por más que Gadafi se haya apresurado a levantar los brazos para ganar tiempo ahora que casi ha consumado su victoria. La incompetencia diplomática de la Unión Europea ha sido tan clamorosa como lamentable y provoca sentida añoranza de los tiempos de Javier Solana. Y el doble rasero del pacifismo occidental está en evidencia porque el régimen libio es tan indefendible como evidentes las razones mercantiles de la intervención militar.

A estas alturas ya no quedan soluciones honorables; sólo cabe esperar un acuerdo mínimamente decente que quizá requiera un previo bombardeo de ablandamiento. La retórica de los grandes conceptos más vale dejarla para otra ocasión más gloriosa.


ABC - Opinión

Otra guerra para Zapatero

La comunidad internacional decidió intervenir en el conflicto libio cientos de muertos después. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó una resolución en contra de Muamar Gadafi que contempla su salida del poder, una zona de exclusión aérea y «la toma de todas las medidas necesarias para proteger civiles». La iniciativa internacional volvió a demostrar las divergencias de fondo en el tratamiento de la crisis, pues, si bien el acuerdo impulsado por Francia y Reino Unido salió adelante, lo cierto es que China, Rusia, Brasil, India y Alemania se abstuvieron. Ni siquiera Europa mantiene una posición común –Berlín no comparte la necesidad del ataque–, aunque el Gobierno español sostenga lo contrario. La amenaza de la OTAN provocó un movimiento táctico de Gadafi, que declaró un alto el fuego y la asunción de la legalidad internacional, pero el escepticismo de las cancillerías ante el personaje está justificado por su historial de falsedades.

España anunció que participará en la misión de guerra contra Libia. El presidente del Gobierno confirmó una «contribución importante» de nuestro país, que Defensa concretó en las bases aéreas de Rota (Cádiz) y Morón (Sevilla), así como en medios navales y aéreos. La determinación de Zapatero es tal que el Ejecutivo admitió que las fuerzas se podrían poner en marcha antes de que el Congreso aprobara la operación, como contempla la Ley de Defensa Nacional. Rajoy anunció con buen criterio su receptividad al acuerdo de los aliados.


El propósito final de esta medida es inobjetable, porque pretende acabar con un régimen criminal y terrorista y proteger a la población civil de las atrocidades del dictador. Pero en este momento es también oportuno recordar que ese encomiable fin propició otras intervenciones internacionales como la de Irak contra Sadam Hussein. Se mire como se mire, los argumentos de fondo son idénticos: acabar con un tirano y amparar a millones de ciudadanos inocentes. Entre ambas contiendas, el presidente y el Gobierno del «No a la guerra» han experimentado una reveladora evolución. Rodríguez Zapatero irrumpió en la presidencia con la retirada de Irak y está a un año de abandonar el poder con tropas españolas en Afganistán, Líbano, Índico y Libia, entre otras zonas. La metamorfosis es evidente pese a que los socialistas pretendan edulcorar ese historial bélico con referencias propagandísticas como misión humanitaria. Ese deambular errático no ayuda a generar credibilidad ni confianza, condiciones indispensables de una política exterior seria.

El ataque a Gadafi que se avecina demuestra también la hipocresía internacional. Libia no es la única dictadura de la zona ni del mundo. En la misma o similares circunstancias se encuentran Yemen, Bahréin, Arabia Saudí, Argelia, entre otras. Los derechos humanos son pisoteados en esos países por autocracias o teocracias, pero nadie mueve un dedo para evitarlo. El petróleo es una razón que explica la doble moral de Occidente con un proveedor principal como Libia, lo que demuestra de nuevo que los principios sucumben en ocasiones ante la «real politik», lo que no es como para sentirse orgulloso.


La Razón - Editorial

La hora de la verdad

La autorización de la ONU para atacar a Gadafi abre una fase decisiva en la crisis libia.

La decisión del Consejo de Seguridad de la ONU de detener con "todos los medios necesarios", excepto la invasión, los desmanes del coronel Gadafi es la única coherente tras más de un mes de atrocidades del tirano contra su propio pueblo. La medida, aprobada por 10 votos a favor y 5 abstenciones, entre ellas las dos cruciales de Rusia y China, permite por fin a la comunidad internacional intervenir abiertamente en el país norteafricano para proteger a sus civiles del exterminio, cumpliendo las previsiones del capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas, tan olvidadas en Bosnia, Ruanda o Darfur. Una responsabilidad que parecía descartada por la parálisis de las potencias ante la saña del régimen de Trípoli contra los insurrectos en nombre de la libertad

El conflicto libio entra ahora en territorio desconocido. Los primeros ataques contra las fuerzas de Gadafi pueden desencadenarse en horas. Y, dada la amplitud de los poderes concedidos por la ONU, exceder el cierre del espacio aéreo (una acción que implica la destrucción de radares y emplazamientos de cohetes) y ampliarse a otros objetivos militares. Que Gadafi en las últimas horas haya anunciado simultáneamente un infierno en el Mediterráneo si es atacado y a la vez un alto el fuego no verificado para cumplir con una de las exigencias de la ONU, muestra la desazón con que el lunático tirano ha acogido la tardía pero robusta reacción internacional. Horas antes de la resolución 1973, masacraba impune a sus oponentes y anunciaba el final victorioso de las hostilidades y la toma de Bengasi para la noche de hoy.


Hay más incógnitas que certezas sobre la naturaleza y alcance de la intervención aliada. ¿Se trata de congelar las posiciones de las desiguales fuerzas en liza o de sentar las condiciones para la derrota del dictador? ¿Serán Francia y Reino Unido quienes dirijan el ataque inicial, vistas las dificultades para que lo haga la OTAN? ¿Cuánto tiempo será preciso para planearlo y acumular las fuerzas mínimas necesarias? Decisiones que implicarán a la vecina España, como hizo notar ayer Rodríguez Zapatero (que se reúne hoy en París con Sarkozy, Clinton y dirigentes europeos y africanos), al autorizar el uso estadounidense de Rota y Morón. Cuestión clave es el papel que vaya a desempeñar Estados Unidos, única potencia con poder logístico y decisorio suficiente. El escaldado Barack Obama, sumado a la acción en el último minuto, intenta mantener a su país en el asiento trasero de los acontecimientos. De seguir las inclinaciones de su ministro de Defensa Gates, Washington se limitaría a ser poco más que espectador de lo que ocurre en la ensangrentada Libia.

El ataque aliado supondría para las fuerzas gubernamentales su primer enfrentamiento con un hostigamiento armado serio. Aquí también todo está por verse. Si Gadafi, pese a sus promesas de luchar hasta la muerte, se aviene a negociar; o si acaba buscando asilo entre alguno de sus amigos africanos o latinoamericanos, pese a estar en el punto de mira del Tribunal Penal Internacional.

La vía libre de la ONU inicia una nueva y crítica fase en la crisis libia. Al margen de su desenlace, hay que celebrar que los poderes terrenales hayan decidido al fin utilizar la consistente doctrina que la ley internacional ponía a su disposición para actuar contra un forajido que ha sojuzgado a su país durante décadas con la complacencia de quienes finalmente han considerado -en muy buena medida gracias al clamor de una atónita opinión pública global- que era suficiente. Que las consecuencias de permitir a Gadafi alzarse victorioso sobre su propio pueblo serían devastadoras no solo para Libia y el conjunto de países árabes que hoy acarician la dignidad, sino para el entero y precario orden internacional.


El País - Editorial

El pacifismo, principal aliado de Gadafi

¿Se atreverán las potencias occidentales a enterrar provisionalmente la visión progre de las relaciones exteriores o permitirán que Gadafi y su clan sigan señoreando Libia durante otros 42 años?

Sabido es que el pretexto de la "multilateralidad" ha servido para apuntalar las dictaduras más sanguinarias del planeta. Si para poder derrocar a un tirano resultaba exigible contar con la aquiescencia de ese propio tirano (o con alguno de sus socios comerciales), parece claro que semejante intervención jamás podría llegar a ejecutarse. Al cabo, para ello se fue incorporando al seno de la ONU a todas las autocracias planetarias y para ello esas mismas dictaduras (comenzando por la URSS) promocionaron la hipócrita ideología del pacifismo: todas las guerras son ilegítimas salvo las que inician ellas mismas.

La política exterior y de defensa de todo Occidente, incluyendo ahora mismo la de EEUU, ha quedado sometida a esas dos directrices. Nada sin la ONU y todo en nombre de la paz... incluso la guerra. La presidencia de Bush supuso un paréntesis en este orwelliano pensamiento único que ha permitido a las dictaduras campar a sus anchas. Pero precisamente por ello fue demonizado por toda la izquierda nacional y extranjera: su fariseísmo no podía tolerar que combatiera una dictadura como la de Irak sin hipotecas multilaterales y en nombre de la libertad.


Con Libia hemos vueltos a las andadas. Casi todos los líderes occidentales han venido criticando la masacre que estaba perpetrando Gadafi, pero ninguno de ellos se ha decidido a actuar hasta que Rusia y China, dos exponentes del Estado de Derecho, han aceptado darles el visto bueno en forma de abstención. Resultado: mientras tanto Gadafi ha reconquistado casi todo el territorio que los rebeldes le habían tomado.

De ahí que el dictador libio, conocedor del funcionamiento de la ONU y de las inconsistencias del pacifismo, haya movido tan rápida como inteligentemente sus fichas: si la autorización a una intervención multilateral busca poner fin a sus ataques a los rebeldes, ¿qué mejor jugada que declarar un táctico alto el fuego?

Ahora, esa improvisada coalición internacional anti-Gadafi, fruto del multilateralismo y del pacifismo, se enfrenta a sus propias inconsistencias. Casi nadie tiene ningún interés real en atacar –en especial una Alemania que ve con desconfianza las intenciones de los rebeldes–, pero todos de un modo u otro se han visto empujados con amenazar a hacerlo –Obama por su cargo y Zapatero por ir durante demasiado tiempo a remolque de la ONU–. Gadafi se ha aprovechado de la lentitud de la multilateralidad y ahora les arrebata la carta del pacifismo. ¿Se atreverán a enterrar provisionalmente la visión progre de las relaciones exteriores o permitirán que Gadafi y su clan sigan señoreando Libia durante otros 42 años?


Libertad Digital - Editorial

Occidente y el futuro de Gadafi

La comunidad internacional tiene que definir los objetivos finales de su intervención en Libia, más allá de impedir la violación de derechos humanos por parte de Gadafi.

EL dictador libio, Muamar el Gadafi, ha respondido con un alto el fuego a la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que autoriza la implantación de zonas de exclusión aérea. Se trata de un movimiento táctico, con el que Gadafi pretende debilitar el apoyo internacional, sobre todo árabe, a una intervención militar; y, al mismo tiempo, consolidar todo el territorio que ha recuperado frente a los rebeldes en estas semanas de indecisión de Naciones Unidas. La resolución es, en todo caso, una buena noticia, pero es obvio que llega muy tarde y que no resuelve la cuestión de fondo que de verdad importa, que es la continuidad o no de Gadafi en el poder. Hay que recordar que tras la primera guerra del Golfo, los aliados establecieron dos zonas de exclusión aérea en Irak, lo que no impidió a Sadam Husein masacrar a los chiíes de Basora. Pasaron doce años hasta que otra coalición internacional puso fin a su tiranía.

La comunidad internacional tiene que definir los objetivos finales de su intervención en Libia, más allá de impedir la violación de derechos humanos por parte de Gadafi, lo que no se logrará sólo con el control aéreo del país. El peligro de limitar la actuación internacional a la exclusión aérea, sin acciones ofensivas contra las tropas leales a Gadafi, es que acabe arraigando un estatus difuso, en el que el dictador mantenga el poder bajo una tutela vacilante y contradictoria de la comunidad internacional. Es imprescindible saber si Europa y Estados Unidos van a permitir que Gadafi acabe ganando, con fuerzas terrestres mejor armadas y dirigidas que las rebeldes, la guerra civil desatada en Libia.

Lo único cierto es que Gadafi ha vuelto a convertirse en un peligro para los países occidentales, porque es un demente con armas y con petróleo. Sus amenazas de apoyar a Al Qaida o de atentar contra los aliados no deben caer en saco roto. Esto último no sería la primera vez que lo hiciera. Además, muchos líderes europeos se han manifestado expresamente en contra de su continuidad, haciéndose tributarios de sus palabras. El apoyo occidental a los rebeldes ha sido tan explícito que la comunidad internacional no debería dudar en desarrollar una estrategia de derrocamiento de Gadafi. Los temores europeos —Alemania vive mirando sólo los procesos electorales pendientes en varios estados federados— y la evidente desgana de Washington a un nuevo escenario militar duradero son las bazas a favor de Gadafi.


ABC - Editorial