jueves, 17 de febrero de 2011

La zorra y el busto. Por M. Martín Ferrand

La zorra actualizada resulta ser menor de edad, y lo que el busto no tiene de seso le sobra de sexo.

CUANDO, dentro de un siglo, se escriba la crónica del que vivimos los historiadores subrayarán que en el primer tercio del XXI los líderes se llevaban largos de mano, cortos de vergüenza y carentes de talento; pero, entre todos ellos, Silvio Berlusconi ocupará un lugar de privilegio. Su desfachatez sobrepasa las medidas establecidas. Incluso en Italia, donde, desde César a Adriano, no escasearon los excesos amatorios, nunca se había llegado al nivel del que llaman «Cavalieri» y no lo parece. Recuerda Javier Pérez Pellón en republica.es que a Simoneta Cattano, la adúltera florentina casada con un Vespucci, se le perdonó el pecado, ¡en pleno siglo XV!, y llegó a considerársela como modelo de virtud después de que Botticelli la purificara al tomarla como modelo de La Primavera. Pero lo de Berlusconi va más allá. Ni estamos en el Renacimiento ni hay artista capaz de redimirle. La exhibición de su potencia sexual no tiene grandes compañeras que la dignifiquen y exculpen, sino profesionales del sexo y pedorras menores de edad. Ese es el nivel.

Europa tiene un problema con Berlusconi y España todo un problemón. El Viejo Continente, convertido en un amigable club de jefes de Estado y primeros ministros, ¿puede soportar, sin que se resquebrajen las apariencias —algo fundamental en la esencia democrática— la presencia de tú a tú de un golfo de esquina al que se le va la fuerza por la bragueta con todas las agravantes, publicidad incluida? El italiano es, en nuestro país, uno de los primeros editores y sus canales de televisión, bajo la mano encubridora de Paolo Vasile, marcan (mal) estilo en la estética, en las costumbres y adelgazan y desvirtúan la información que llega a un alto porcentaje de la población. En el panorama de la información televisual, con el triple protagonismo estelar de una televisión pública domesticada y dos grandes privadas italianizantes, escaso será el suministro de informaciones veraces y completas y opiniones libres.

Al italiano, para sus presencias públicas, le esculpen el rostro. El maquillaje se le queda corto y el resultado es un busto esperpéntico, el mascarón de proa de la decadencia continental que nos convierte en inferiores frente a los países emergentes —emergidos— y debilita nuestros supuestos democráticos de control al poder. Viéndole, se viene a la memoria la fábula infantil de Félix María de Samaniego, La zorra y el busto: «Dijo la zorra al busto, / después de olerlo: "Tu cabeza es hermosa, / pero sin seso"». La zorra actualizada resulta ser menor de edad y lo que el busto no tiene de seso le sobra de sexo. Aquí no sirve el consuelo del mal de muchos.


ABC - Opinión

El gran enjuague. Por Ignacio Camacho

Un fondo opaco necesariamente tenía que ser para operaciones opacas. Ése es el verdadero escándalo.

ES funcionario de carrera. Nivel alto en la escala administrativa de esa Junta de Andalucía cuyo Gobierno quiere colar de matute a veinte mil estampillados de las empresas públicas. En diciembre salió a la calle con otros cincuenta mil manifestantes a protestar contra la maniobra clientelista del griñanismo. «Y nos llamó fascistas un mocoso del PSOE que tendría pantalones cortos cuando algunos luchábamos por la autonomía de la que come sin merecerlo». Le pregunto por el escándalo de los ERES, pide otro café y se suelta como un torrente.

«Os estáis equivocando en los medios. Desenfocáis el núcleo del problema. Lo verdaderamente grave no es que hayan incluido en las prejubilaciones a hombres y mujeres de paja del PSOE y de la UGT; eso es la punta de la trama de financiación irregular que acabará saliendo si se investiga bien a los comisionistas y el rastro del dinero, pero el asunto nuclear es otro. Tiene que ver con la estructura administrativa que propicia el fraude. ¿Tienes tiempo?».


«Mira, el verdadero escándalo está en el procedimiento. Casi setecientos millones de euros entregados a una agencia pública para emplearlos sin control administrativo, sin fiscalización previa. Un fondo opaco que necesariamente tenía que ser para operaciones opacas. Sólo la idea en sí ya es irregular. Qué digo irregular: es una perversión. ¿Y sabes quién era el consejero de Economía y Hacienda, el que dirigía el presupuesto que contemplaba el trasvase? Sí, Griñán, el actual presidente que dice no haberse enterado de nada y que son cuatro pillos».

«Se trataba de financiar expedientes de crisis de determinadas empresas, las que ellos quisieran, porque al tratarse de dinero opaco lo podían manejar a su antojo con la complicidad sindical. Y lo manejaban a través de intermediarios del partido, claro, que son los que reparten comisiones y financiación turbia. Aquí está la otra pata del gran fraude: los despidos y jubilaciones subvencionadas tienen un procedimiento reglado, transparente, que no necesita comisionistas. Los utilizaban porque proponían expedientes que no habrían pasado control. Iban a las empresas en crisis, tantas como hay, y les decían: tienes problemas, por qué no te acoges a esto, yo lo gestiono. Los empresarios veían cielo abierto y cerraban los ojos; ¡les buscaban dinero público para echar a la gente! Todo iba como una seda, claro; los brokersllegaban con una aseguradora que pagaba las primas y luego ellos añadían unos cuantos nombres falsos a la lista de bajas incentivadas, a menudo fraudulenta también porque los sindicatos no sólo no chistaban, sino que participan en el enjuague a dos manos».

«Y ahora vuelvo al principio, a la opacidad deliberada del procedimiento: ¿tú crees que esto lo habrían consentido interventores oficiales y funcionarios de carrera? La pregunta crucial es a quién se le ocurrió la idea…y para qué. No lo olvides…»


ABC - Opinión

Berlusconi. Il Cavaliere y las velinas. Por José García Domínguez

La derecha es la precisa, exacta, definitiva antítesis de Berlusconi. Ese adiposo galán que, tras la muy apresurada huida a Túnez de su compadre Craxi, hubo de elegir entre dos incordios: entrar en política o entrar en la cárcel.

En algún sitio le tengo leído a Montanelli, quizá en sus memorias, que se puede otorgar el poder absoluto a un hombre durante no más de cinco años, pero siempre con el compromiso de fusilarlo al vencimiento del plazo. He ahí el error que los italianos cometieron en su día con Berlusconi. Una negligencia que ahora pretenden enmendar por la vía de la entrepierna. Como si la vívida afición del Cavaliere por las velinas no constituyese la más inocua de las obscenidades que retratan a la política italiana de medio siglo a esta parte. Al respecto, inmersos en ese furor calvinista que hoy asola Europa, ya nadie parece recordar, por ejemplo, las deferencias diplomáticas que imperaban en los tiempos no tan lejanos en que París aún era París.

Cuando el Gobierno de la República francesa gustaba premiar a los mandatarios extranjeros de visita oficial con una recepción en Le Chabanais, el más notable y renombrado burdel de la capital. Atenciones que el programa oficial de actos solía consignar bajo el pío epígrafe de "visita al presidente del Senado". Por lo demás, y a los efectos que nos ocupan, punible en Berlusconi no es cuanto haga o deje de hacer en su muy privada cama en compañía de adultos, sino la conducta presidencial en los ocasionales lapsos en que se aleja de ella. El ya mentado Montanelli, que como buen italiano no creía en Italia, igual dejaría escrito que jamás identificó a la derecha con una ideología, ni mucho menos aún con un partido.

Para él, como para Benedetto Croce, la derecha era una cultura, un gran contenedor moral en el que cualquier idea podía encontrar cobijo bajo la premisa de compartir los modos y formas liberales. La derecha era, y ahora sí tengo delante y literales sus palabras, "un catecismo de conductas: desinterés, corrección, horror al espectáculo y a la demagogia". Es decir, la precisa, exacta, definitiva antítesis de Berlusconi. Ese adiposo galán que, tras la apresurada huida a Túnez de su compadre Craxi, hubo de elegir entre dos incordios: entrar en política o entrar en la cárcel. El mismo que aún usufructúa un Estado que, a decir de sus compatriotas, se mantiene en píe porque ni siquiera tiene fuerza para caerse. Únicamente.




Libertad Digital - Opinión

¿Revolución o involución? Por José María Carrascal

«Que algo se mueve en el mundo musulmán tras siglos de inmovilismo es innegable, y eso solo es ya un acontecimiento histórico. Convendría aprovechar la oportunidad, que puede ser única, para aproximarse a él, tras haber vivido siempre enfrentados».

¿ESTAMOS ante la gran revolución que necesita el mundo árabe para modernizarse? Esa es la pregunta del millón, o billón, que nos hacemos todos. Sin que nadie, incluidos sus protagonistas, sea capaz de contestarla, tal vez por depender de los acontecimientos, aún en el alero. Pero no estaría de más que comenzáramos a analizarlos, para que no vuelvan a sorprendernos. Por lo pronto, hay que dejar sentado qué es una revolución. No un simple alzamiento contra los abusos, sino contra los usos, la definió Ortega. Es decir, un vuelco de los valores y estructuras de una sociedad. La substitución de la soberanía de un autócrata o de una casta privilegiada por la del pueblo. Medidas con tan estricta vara, revoluciones ha habido solo tres: la inglesa, del siglo XVII; la francesa, del XVIII, y la soviética, del XX. Las tres de inspiración occidental. Pues olvidaba decir, siguiendo también a Ortega, que la revolución es hija del idealismo griego. Por eso les cuesta tanto a las demás culturas asimilarla.

El mundo musulmán ha venido viviendo al margen de ella e incluso frente a ella. Sus «revoluciones» han sido siempre hacia atrás: una vuelta a la pureza del islamismo. Y, por si fuera poco, está formado por pueblos de civilizaciones tan antiguas o más que la nuestra —el Egipto de los faraones, el Irán de los persas, el Irak de Babilonia, la Siria de los Omeyas, la Turquía del Imperio Otomano—, reducidas a la condición de colonias por la formidable explosión europea del siglo XIX, lo que les ha creado un fondo de resentimiento. Hoy se han sacudido ese yugo, pero ¿pueden sacudirse el yugo de su pasado? ¿Puede darse en ellos la revolución, un producto occidental, ajeno a sus tradiciones?


Hay tres modelos para este cambio: el español, el de la Europa del Este y el de Irán. Seduce el español, por su suavidad y ausencia de derramamiento de sangre. Pero es el más difícil, al requerir una ancha clase media y un consenso entre las distintas fuerzas políticas para hacer el cambio. Algo que no se da hoy en el mundo árabe, donde la clase media es finísima y el consenso se limita a acabar con lo inmediato anterior, no hacia dónde ir. Tampoco sirve el modelo este-europeo. Aquellos países tienen una incipiente clase media, bien formada, y, sobre todo, ganas de unirse a Europa, a Occidente, cosa más que dudosa en el mundo árabe. En cuanto al modelo iraní, tuvo atractivo en un principio por lo que representaba de derribo de privilegios. Pero la rigidez del régimen islámico le ha ido haciendo perder glamour, sobre todo entre los jóvenes, y todo apunta a que aumentará esa tendencia.

Con lo que volvemos al punto de partida: ¿estamos ante la revolución que necesita el mundo árabe para modernizarse o ante una simple revuelta contra los abusos de sus dirigentes, que puede terminar en fundamentalismo islámico? A todos nos convendría lo primero, para que ese mundo no nos estalle bajo los pies. Lo malo es que una revolución no se reduce, como queda dicho, a corregir abusos, aprobar una nueva constitución y convocar elecciones. Esos pueblos ya han tenido elecciones y constituciones. Y el resultado ha sido gobiernos corruptos o clérigos inquisitoriales. Es mucho más fácil derribar un viejo régimen que levantar uno nuevo sobre la base de la libertad del ciudadano, entre otras cosas porque la libertad de cada uno está condicionada por la libertad de los demás. Un equilibrio inestable que solo se consigue con mucha práctica y más paciencia. Fíjense en lo que nos está costando a los españoles acostumbrarnos a ella, con un nivel económico muy superior al suyo. Sobre todo, cuando se comprueba que democracia no significa automáticamente prosperidad, que puede incluso significar empobrecimiento, al multiplicarse las reivindicaciones sociales y el desorden. La democracia no es barata, ni cómoda ni perfecta, como constatarán pronto las multitudes árabes.

Es una situación tan confusa como inquietante, ya que las dos grandes fuerzas en ese mundo, el ejército y el islamismo, parecen tocadas. La religión venía rigiendo todos los aspectos de su vida, hasta el punto de ser aquella una sociedad religiosa, con los clérigos como guías no solo espirituales, sino también terrenales, mientras los militares representaban, paradójicamente, la sociedad civil, con su cadena independiente de mandos, en estrecho contacto con sus colegas occidentales. Es como la única revolución digna de ese nombre en el mundo musulmán, la de Mustafa Kemal, en Turquía, que el actual gobierno islamista trata de atemperar, bajo la mirada atenta del ejército.

Pero de poco sirve que aquellos militares tengan planes modernizadores si se dejan arrastrar por la corrupción, como ha ocurrido en Egipto, lo que ha traído la presente crisis. Menos mal que no ordenaron disparar contra los manifestantes y obligaron a dimitir a Mubarak, pero ¿qué van a hacer cuando las demandas populares crezcan, las huelgas se multipliquen, las exigencias de castigo para los corruptos se alcen y la prosperidad no llegue? Pues las proclamas brillantes, como la del mariscal Tantauni: «La libertad del ser humano, el imperio de la ley, la fe en el valor de la igualdad, la democracia plural y la justicia social», no dan de comer. Más, pronunciadas por los mismos que apoyaron al régimen derribado. ¿O sigue siendo el mismo? Con el islamismo militante al acecho, listo para aprovechar el natural desencanto y una realidad mucho más sombría de lo imaginado en los gloriosos días de la protesta.

Pero tampoco hay que olvidar la X de todas las coyunturas históricas. Ese elemento inesperado que desbarata todas nuestras predicciones. Solemos basar estas en lo ocurrido en el pasado, que proyectamos al futuro. Pero el futuro se construye con elementos inéditos, que en este caso es la web, la red informática, que hace ocurrir todo en todas partes al mismo tiempo, acelerando los acontecimientos. ¿Qué impacto tiene en lo que está ocurriendo? Sabemos que estuvo en su origen, como detonante y propagadora, pero ¿continuará siéndolo o será apagada por uno de los dos grandes actores del drama, el ejército o el islamismo? No lo sé, ni creo que lo sepa nadie.

Pero que algo se mueve en el mundo musulmán tras siglos de inmovilismo es innegable, y eso solo es ya un acontecimiento histórico. Convendría aprovechar la oportunidad, que puede ser única, para aproximarnos a él, tras haber vivido siempre enfrentados. Para eso necesitamos tener en cuenta tanto los elementos conocidos de la situación como los nuevos que se están produciendo, esperar lo mejor y prepararnos para lo peor. Pero necesitamos sobre todo guiarnos por un principio hasta ahora desconocido en la política exterior: que en el mundo global en que vivimos sus intereses son también los nuestros, a saber, que la paz, el desarrollo y la justicia son un bien común, mientras la guerra, la miseria y la injusticia son las principales causas de nuestros males. Es tan ingenuo creer que la democracia va a florecer de un día para otro en el mundo islámico como cínico pensar que nos basta sustituir un dictador por otro para mantenerlo a raya. Nos interesa que tenga lugar en él una auténtica revolución, y el ejército es el que mejor puede garantizarla. Pero lo menos que podemos exigir a sus mandos es que no sean corruptos, ya que esa no sería una revolución, sino la más antigua e indigna de las contrarrevoluciones.

Es posible que esas masas de gentes nos digan a la postre que no quieren saber nada de nuestra democracia, que prefieren la suya, basada en el Corán, que incluso sigan considerándonos sus enemigos. Pero entonces ya no sería culpa nuestra que sigan viviendo en la miseria, la opresión y el pasado. Sería suya.


ABC - Opinión

Objetivos claros

El Gobierno y la oposición deben despejar las dudas sobre la utilización de las nucleares.

El suministro de energía, seguro, a un precio razonable y sin graves consecuencias medioambientales, será uno de los problemas más acuciantes y difíciles de resolver en el próximo futuro. Ya lo es en el presente. La energía primaria procede hoy, de forma aplastante, de los combustibles fósiles, algo claramente insostenible por los problemas de dependencia de unos pocos países productores, escasez intrínseca y las emisiones de dióxido de carbono que generan, factor determinante en el calentamiento global. Si queremos una situación más sostenible dentro de unas décadas, será necesario un cambio profundo en nuestros hábitos de vida y un aumento significativo de las otras fuentes de energía, nuclear y renovables.

Las renovables suponen hoy una fracción insignificante en términos globales, aunque haya algunas excepciones entre las que se encuentra nuestro país. De ahí la importancia de seguir impulsando este sector. Pero también es necesaria la energía nuclear, cuyas características de no intermitencia y fiabilidad combinan perfectamente con las renovables, que son intermitentes por naturaleza.


En Europa, la energía nuclear supone aproximadamente un 30% de la electricidad generada y en España, del orden del 18%. No parece verosímil poder prescindir de ella. Mientras las instalaciones existentes funcionen con garantías de seguridad, es razonable conservarlas y, cuando no sea ya posible su mantenimiento, sustituirlas por nuevos reactores, más eficientes y más seguros. De ahí que resultara difícil de entender que se fijara en el proyecto de Ley de Economía Sostenible un plazo de 40 años para la operación de las centrales nucleares. El criterio de los 40 años fue la excusa para cerrar Garoña, una prenda política pagada por el Gobierno a quienes pretenden cerrar todas las nucleares. Ahora, el Gobierno ha cambiado bruscamente de criterio, como paso necesario para aceptar que el cierre de la potencia nuclear instalada es una insensatez energética.

En nuestro país es el Consejo de Seguridad Nuclear el que emite un informe, cuando se pide una prórroga para una instalación, acerca de su seguridad para seguir operando durante el periodo solicitado, normalmente de 10 años por encima del tiempo que marca la autorización en vigor. Este mecanismo de control choca con la fijación por ley de un periodo de funcionamiento. Una central mal gestionada o diseñada debe dejar de operar independientemente del plazo fijado de antemano, pero si cumple los requisitos de seguridad, ha sido bien gestionada y se hacen las inversiones necesarias, puede seguir operando más allá de ese plazo.

La enmienda a la Ley de Economía Sostenible, aprobada en el Congreso con apoyo del PSOE, PP, CiU y PNV, ha eliminado esa limitación y permite poner en práctica el mecanismo flexible de estudio caso por caso y máximo aprovechamiento de las inversiones realizadas. Se trata de un cambio lógico que viene a corregir una anomalía que nunca debió producirse.


El País - Editorial

Violencia doméstica e incompetencia gubernamental

"Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces": eso dice el refrán, y eso mismo se le podría aplicar a los propagandísticos desvelos del Gobierno de Zapatero por atajar la violencia doméstica frente a su rotundo y clamoroso fracaso en este terreno.

"Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces": eso dice el refranero español, y eso mismo se le podría aplicar a los propagandísticos desvelos del Gobierno de Zapatero por atajar la violencia doméstica frente a su rotundo y clamoroso fracaso en este terreno.

Por puro afán propagandístico, Zapatero impulsó nada más llegar al poder la demagógica Ley de Protección Integral contra la Violencia de Género, que establece penas distintas en función de si la violencia la perpetra un varón o una mujer. Además de cercenar con ello un principio constitucional como la igualdad ante la ley, esta normativa discriminatoria carecía de suficientes medidas protectoras y de la financiación necesaria, al tiempo que ignoraba normas que ofrecían un claro riesgo de solapamiento e interferencias entre administraciones. Así se lo advirtieron claramente al Gobierno órganos consultivos como el Consejo General del Poder Judicial, el Consejo de Estado y el Consejo Económico y Social. Pero el Gobierno hizo caso omiso de todo ello, con el condesciende respaldo de la oposición.


Otro tanto se podría decir del recientemente suprimido Ministerio de Igualdad, que no ha servido más que para dilapidar ingentes cantidades del dinero del contribuyente. Esta ya de por sí costosa burocracia no ha hecho otra cosa que subvencionar delirantes "estudios" sobre la mujer y el feminismo, del que se han aprovechado organizaciones afines al PSOE, al tiempo que solapaba o incluso sustituía la acción de la Justicia con "cursillos de igualdad" en sustitución del cumplimiento de la pena de reclusión a los maltratadores.

Paralelamente, el Gobierno ha escatimado medios a quienes deberían ser los principales encargados de velar por la integridad de los ciudadanos, como son los tribunales de Justicia y la policía.

El resultado de todo ello ha sido el espectacular incremento que, desde 2004 y año tras año, ha experimentado el número de mujeres asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas en nuestro país. En este sentido, la última víctima mortal de la mal llamada "violencia de género", asesinada este martes en Málaga a manos de su ex pareja, no por paradigmática deja de ser un episodio más en esta sangrienta crónica de un fracaso anunciado: una comisión del antiguo Ministerio de Igualdad y de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) denegó en agosto a la víctima el servicio de teleasistencia móvil para víctimas de violencia de género. Pero lo más grave de todo es que su ex pareja y presunto asesino tenía ya una sentencia condenatoria por dos delitos de amenazas en el ámbito familiar y por un delito de maltrato simple. Su pena a dos años de prisión fue suspendida, condicionada al cumplimiento de cursillos "en materia de igualdad".

Al rifirrafe entre las distintas administraciones a la hora de echarse la culpa por la denegación de la ayuda que requirió la víctima, se suma la denuncia efectuada por policías destinados a unidades de prevención, asistencia y protección a las víctimas de malos tratos, que aseguran carecer de medios básicos para llevar a cabo su tarea, como vehículos u ordenadores.

"Algo ha fallado", ha tenido que reconocer Rubalcaba. Y tanto que sí: han fallado las demagógicas presunciones con las que este Gobierno no ha hecho otra cosa que encubrir sus carencias a la hora de combatir esta lacra social.


Libertad Digital - Editorial

Zapatero, nuclear si hace falta

Peor que no tener criterio es no tener principios y convertir la estancia en el poder en una mera lucha por la supervivencia diaria.

PUEDE llegar a ser un sarcasmo que sea precisamente Rodríguez Zapatero quien replique a Mariano Rajoy con aquello de que es mejor cambiar de criterio que no tener criterio. Ahora bien, lo que el presidente del Gobierno ha hecho con la enmienda a la ley de Economía Sostenible para incumplir todos sus compromisos electorales sobre energía nuclear es mucho más grave que cambiar de criterio y mucho peor que no tenerlo. Significa la ausencia absoluta de una mínima consideración hacia su trayectoria y relato político personal. Es evidente que las circunstancias mandan en cada momento y que la crisis económica ha obligado a Zapatero a desmantelar buena parte de su andamiaje de izquierdismo rancio para aplicar, de forma incompleta, tardía y sin convicción, algunas reformas que no hace mucho demonizaba como degradaciones antisociales del neoliberalismo. Pero en la cuestión de la energía nuclear, Zapatero ha dado un giro traumático definitivo para su credencial progresista al respaldar el funcionamiento indefinido de las centrales nucleares en España. Con el cierre de Garoña, previsto para 2013, el Gobierno quiso sacar músculo ante su electorado y no vale hoy la excusa de que cuando tomó esta decisión la crisis aún no se había mostrado tan grave como en la actualidad. Era julio de 2009 y la coartada era que Garoña había agotado su vida útil.

Ahora resulta que no hay tanto problema con la vida útil de las centrales nucleares —prevista inicialmente en 40 años— y que el mercado energético en España no está para desestabilizar una fuente de producción rentable y segura. Y lo que es más evidente aún: Zapatero no está en condiciones de negar nada a nacionalistas vascos y catalanes, que son los que, junto con el PP, han apoyado la enmienda a la ley de Economía Sostenible. Peor que no tener criterio es no tener principios y convertir la estancia en el poder en una mera lucha por la supervivencia diaria, que es en lo que está absorbido el Gobierno. De aquí al final de la legislatura solo queda la incógnita de cuántas rectificaciones o desistimientos más va a protagonizar Zapatero y, sobre todo, qué coartadas habrán de presentar sus portavoces para hacer pasar lo blanco por negro, como lo han intentado con esta renuncia incuestionable a la bandera antinuclear protagonizada por Zapatero, quien se calificó a sí mismo en 2005, ante representantes ecologistas, como «el más antinuclear del Gobierno». Hasta esta semana.

ABC - Editorial