domingo, 30 de enero de 2011

Democracia islámica. Por Edurne Uriarte

Lo ocurrido en Túnez y en Egipto demuestra que quizá estemos asistiendo al fin de esa excepción democrática del mundo árabe.

La confusión sobre la compatibilidad entre democracia e Islam es moneda común en los países occidentales, sobre todo por culpa del terrorismo fundamentalista y la consiguiente tendencia a mezclar el islamismo con el Islam. Cuando tal compatibilidad ha sido probada por grandes países como Turquía o Indonesia. Y cuando el problema de la democratización está en el mundo árabe, no en el mundo musulmán, muchísimo más amplio que el espacio árabe. Es ahí donde reside el enorme interés de lo que está sucediendo en los países árabes estos días.

Sobre todo, en Egipto. Como escribiera Fareed Zakaria, si tuviéramos que elegir un país cuyo éxito democrático sería esencial para arrastrar al resto de la región, ese es Egipto, el núcleo intelectual del mundo árabe. Un mundo árabe que, año tras año, no ha dejado de revalidar su título de excepción al proceso de democratización del mundo. Ni un solo país de la Liga Árabe es una democracia, y, en el último informe de la Freedom House (sobre 2010), tan solo Líbano y Marruecos alcanzaron la categoría de parcialmente libres, pero no de libres.


Y, sin embargo, lo ocurrido en Túnez, lo que está ocurriendo en Egipto, demuestran que quizá estemos asistiendo al fin de esa excepción democrática del mundo árabe. Algo, por otra parte, evidente desde hace tiempo en los estudios de opinión pública de esos países. Que mostraban un apoyo mayoritario al sistema democrático, en contra, una vez más, de ciertas simplificaciones occidentales sobre la cuestión.

La última encuesta de la Pew Research Center, publicada el pasado diciembre, es nuevamente reveladora. El apoyo a la democracia es mayoritario en los países musulmanes, aunque en Egipto, un 59 por ciento, sea bastante menor que en Turquía, un 76 por ciento (como referencia, en España es del 79 por ciento). Y tan importante como lo anterior, el apoyo al terrorismo fundamentalista, a Al Qaeda y Bin Laden, ha descendido en los últimos años y es minoritario en la mayoría de países musulmanes, de un 20 por ciento en Egipto. Lo que hace pensar que el temor al auge del fundamentalismo tras las revueltas se haya exagerado más allá de los datos de la realidad.

Incluso el fundado temor israelí a un nuevo poder en Egipto debería ser matizado. La misma encuesta de la Pew revela que la opinión pública de los países árabes está muy dividida sobre Hamás y sobre Hezbolá. En Egipto, con una mitad de la población favorable a Hamás y tan solo un tercio favorable a Hezbolá.

En realidad, el aspecto más negativo de las actitudes en los países árabes, la auténtica excepción árabe y la más contradictoria con la democratización está en la visión sobre la igualdad de hombres y mujeres. Es ahí, en la resistencia a la igualdad de las mujeres, donde aún reside la diferencia, como lo prueban ésta y todas las encuestas. Y, sin embargo, seguramente ni siquiera eso impedirá el imparable avance de la libertad.


ABC - Opinión

Una nueva desamortización. Por Jesús Cacho

Cuentan los viejos del lugar que los pastores de La Vid, Burgos, ribera del Duero camino Soria, solían encender en pleno invierno sus fogatas sirviéndose de las hojas que arrancaban de bellísimos manuscritos sustraídos de la biblioteca del monasterio de Santa María, donde los frailes premostratenses habían guardado durante siglos algunas de los mejores obras de copistas medievales existentes en el país. Del episodio da cuenta Pío Baroja en alguno de sus libros, testigo pasmado del espectáculo de aquellas hogueras cuyo humo enlutaba la bóveda estrellada del claustro, mientras las ovejas se abarloaban en la noche dentro del propio claustro y hasta en la misma Iglesia. Los restos de aquella gran biblioteca esquilmada por la desamortización de Mendizábal en 1835 fueron rescatados por los padres Agustinos que a partir de 1926 recuperaron el monasterio del abandono, y aún hoy muestran con orgullo al visitante algunos incunables de enorme valor –tal que un Corán manuscrito sobre pergamino en el año 528 de la Hégira- salvados de una tragedia, la de Mendizábal, primero, la de Madoz, después, que si no lograron el objetivo propuesto de rescatar de la miseria a la población campesina, sí consiguió en cambio hacer más ricos a quienes ya lo eran, a la incipiente burguesía industrial de la época aliada con la aristocracia terrateniente de siempre.

Ahora se prepara una nueva gran desamortización con cargo al sistema de Cajas de Ahorros que por bemoles se tienen que convertir en bancos, operación que promete hacer realidad una nueva camada de millonarios sobre la piel de toro, ricos a manos llenas en la España de los 5 millones de parados incapaz de pagar sus deudas. En esa España que amenaza pobreza para varias generaciones y obliga a emigrar a sus jóvenes mejor preparados, un ramillete de notables se dispone a forrarse, literalmente, en un par de operaciones a las que habrá que aludir en el futuro.
«En esa España que amenaza pobreza para varias generaciones y obliga a emigrar a sus jóvenes mejor preparados, un ramillete de notables se dispone a forrarse.»
El tsunami de la gran crisis financiera surgida a finales de 2007 llevó a muchas de ellas a estrellarse contra los arrecifes. Con los restos del naufragio el Gobierno ordenó fusiones, facultó SIPs, creó FROBs y todo parecía encaminado a una problemática, por lenta, operación de sutura que, al menos sobre el papel, iba a culminar el 31 de diciembre pasado. Pero, oh sorpresa, apenas 20 días después, en pleno enero, el mismo Gobierno nos sorprende con un nuevo y revolucionario plan de choque destinado a hacer desaparecer las Cajas tal como las hemos conocido hasta ahora, para convertirlas en bancos. La labor de zapa de los grandes banqueros, en particular de Emilio Botín, sobre Rodríguez Zapatero ha rendido sus frutos. Al presidente le cuentan que, aunque está haciendo lo posible con reformas y reformitas para salvar a España de la quiebra y la consiguiente intervención, la tensión en los mercados no afloja por culpa de las Cajas y su negativa a asumir el deterioro de sus balances. Ningún inversor confía en ellas porque, “para empezar, José Luis, los mercados no entienden lo que son las Cajas”, de modo que no van a poder renovar o devolver la financiación mayorista que tienen contraída.

Hay, pues, que acabar con unas Cajas cuya naturaleza jurídica, por cierto, sí parecía ser perfectamente entendida hace apenas un par de años, cuando esos mismos mercados europeos de capital les permitieron endeudarse hasta las cejas para financiar la expansión del crédito hipotecario y las inversiones en suelo e inmuebles, loca estrategia a la que se entregaron sus gestores, con el visto bueno del Banco de España y el entusiasmo de unos prebostes autonómicos –en la debacle de las Cajas hay muchos culpables- ansiosos por convertir las entidades en especie de bancos públicos de la Junta respectiva. Todo se agravó a principios de enero, con motivo de las colocaciones de deuda efectuadas por BBVA y Santander, que resultaron ser un fracaso tal que los bancos colocadores se vieron forzados a quedarse con parte importante de las mismas en las manos y si no perdieron la camisa fue gracias a las suculentas comisiones de aseguramiento que cobraron. Y entonces tanto Francisco González (BBVA) como Botín tocan a rebato y materialmente se echan encima de Zapatero para hacerle ver que los culpables de lo ocurrido son las Cajas, cuya delicada situación está contaminando a los bancos hasta el punto de hacerles muy difícil la salida a los mercados de deuda. “No queremos el negocio de las Cajas, queremos que las Cajas dejen de dañar la línea de flotación de nuestro negocio”.

Los grandes bancos presionan a Zapatero

Hay una reunión secreta entre los banqueros y el presidente que este diario documentó el pasado jueves. Y dicho y hecho: con el flotador de la gran banca anudado al cuello, Zapatero se tira al río y obliga a aparecer en escena a la frágil Elena Salgado y a su segundo, Campa, para que juntos entonen la palinodia mal ensayada que para ellos ha compuesto el FROB y el Banco de España (BdE), dos personas distintas y un solo responsable verdadero: el gobernador Miguel Angel Fernandez Ordóñez, el gran culpable de la situación a que han llegado las Cajas y de su desaparición como modelo, un hombre que no ha cumplido con su deber como regulador y debería responder por ello ante los tribunales si este país fuera algo más que el espejismo en que se ha convertido, y a quien de repente le han entrado todas las prisas del mundo por acabar con las Cajas. Las supuestas discrepancias al respecto entre Fernández Ordóñez y Salgado no han existido nunca, entre otras cosas porque la señora ministra ni está ni se la espera a la hora de discrepar.

El genocidio de las Cajas se completará en Septiembre, momento en el cual todas las entidades que necesiten ayuda del FROB tendrán que haberse convertido en bancos. Y para convencer a los renuentes y animarles a caminar por el “pasillo de la muerte”, el regulador ha dispuesto elevar el capital básico (Core Capital) de las Cajas al 9,5% sobre activos ponderados (“entre un 9% y un 10%” ha dicho la Salgado con la precisión que le caracteriza), un guarismo que apenas un ramillete de entidades podrá alcanzar sin ayudas exógenas. “No salgo de mi asombro; no lo entiendo”, asegura el responsable de un SIP. “Estábamos haciendo el trabajo de reestructuración y saneamiento al que nos habíamos comprometido. El sector había quedado reducido de 45 a 15 entidades; han llegado gestores nuevos, se han cerrado oficinas, estamos saneando los Balances; le he enviado mi plan de negocio y Vd, Banco de España, me ha dado su visto bueno y, de repente, este palo. ¿Adónde quieren ir a parar con un core capital del 10%? ¿Cómo podremos competir así? ¿Es que no vale la eficiencia o la capacidad de generación de recursos? ¿Sólo el core capital? ¿Entonces, qué tendrán que hacer quienes tengan participaciones industriales…?".

Lo que ha hecho La Caixa. Que el regulador se ha puesto por fin serio, a buenas horas mangas verdes, lo están experimentando los cajeros en carne propia. “Los ajustes que está obligando a meter la Inspección al cierre del ejercicio 2010 están siendo terroríficos. Toda la reestructuración hipotecaria que el BdE se zampó estos años sin pestañear, ahora nos obliga a levantarla y ponerla en mora. Un ajuste de caballo de la cartera hipotecaria de esta magnitud se traducirá en que quien tenga un 8% de core capital se va a quedar en el 7%, porque esas dotaciones hay que llevarlas contra capital. En fin, que no hay escapatoria”, afirma el director general de una importante entidad. ¿Cómo conseguir capital? Buscando inversores privados, misión imposible (incluso tratándose de “fondos buitres”) en unas circunstancias en que ni siquiera los bancos cotizados lo consiguen, o haciendo plusvalías, mal momento también para vender, porque “de poco te sirve hacer 50 millones de plusvalías cuando lo que necesitas son mil…”

La delicada situación de Caja Madrid-Bancaja

Sin inversión privada que ayude a alcanzar ese coeficiente del 9,5% y en la obligación de salir a unos mercados mayoristas cerrados a cal y canto para financiarse, la mayor parte de las entidades se verán forzadas de aquí a septiembre a aceptar la inyección de fondos del FROB. El sector público entrará en el capital y con sus inspectores sentados en los Consejos controlará la gestión. Al cabo de cinco años las sacará a subasta. Será llegado el momento de los cazadores de gangas, los cuatro millonarios de rigor dispuestos a pescar en río revuelto. La nueva desamortización. Todo podía haberse abordado de manera más racional, incluso más democrática, utilizando un FROB que, con su capacidad de endeudamiento de hasta 90.000 millones, se creó para eso: para haber acometido el salvamento de casos extremos como los de CajaMadrid –¡en la villa y corte se corta el silencio, expectación, en espera del genio de Don Rodrigo saliendo del socavón!-, CatalunyaCaixa, NovaCaicaGalicia y Unnim (antiguas Terrassa, Sabadell y Manlleu), por este orden. Saneadas de verdad las dos vascas (BBK y Kutxa), la andaluza Unicaja y la aragonesa Ibercaja. ¿Cuál es el premio de haber gestionado bien y no haber hecho locuras?, se pregunta el responsable de una de ellas. “Pues ser arrastrado por la ola e ir a parar al sumidero colectivo al que nos conduce este Gobierno”.

Para huir del dogal del 9,5% La Caixa, con su proverbial habilidad para la puesta en escena, ha lanzado esta semana su CaixaBank. Simplemente la entidad que preside Isidro Fainé no podía aspirar, ni con desinversiones, a llegar a ese guarismo. ¿Qué hacer entonces? Traspasar el negocio financiero a Criteria, que ya está en Bolsa y que no tiene necesidad de alcanzar ese core capital, porque con el 8% que exigirá el Gobierno (que no Basilea III) a los bancos cotizados ya le vale. Así de simple. De paso, me sacudo de forma definitiva la sombra de la Generalitat. Perfecto Gatopardo. Y por el camino verde que va a la ermita va a desfilar la mayor parte del sector. Es el exterminio total del 51% del sector financiero español, error descomunal que lamentarán futuras generaciones. “El mayor desmán financiero de nuestra historia”, en palabras del catedrático Antón Costas Comesaña en El País, y ello con el beneplácito del 98% de los medios de comunicación, que consideran la desaparición del modelo de Cajas algo muy “moderno”. Dice la Historia que las desamortizaciones del XIX propiciaron un nuevo impulso a la deforestación de grandes zonas de España. El español, acérrimo enemigo del árbol, también lo es de la competencia y, en último extremo, de la libertad. ¿Será cuestión de genes?


El Confidencial - Opinión

Crisis. Davos, pim, pam, pum. Por José T. Raga

Miren ustedes, a título de ejemplo, el espectáculo de las pensiones. ¿Creen ustedes que España merece todo ese festival tragicómico? Presidente cautivo, sindicatos amenazantes, patronal que no se sabe si va o viene.

Glorioso comienzo de la reunión del Foro Económico de Davos; oprobio del Gobierno español y vergüenza y humillación de todos los españoles. Es verdad que apenas había por allí algún español, entre ellos algún digno representante de significativas entidades privadas, y con no tanta dignidad y escasa o ninguna autoestima, alguna autoridad pública, llamada a hacer el ridículo y a servir de blanco al que dirigir los más crueles improperios –no por ello menos merecidos– que había que encajar como el mejor de los sparring.

No estaba el señor presidente, que sólo acude a aquellos lugares en que, como invitado, cuenta con la cortesía del anfitrión, tanto en frases de complacencia y alabanza, por falsas que estas sean, como con fotos con manos estrechadas y sonrisas hasta los lóbulos auditivos; la más reciente, si mal no recuerdo, la que aparece con el presidente Sarkozy en el mismísimo Elíseo.

Todo el mundo entiende que eso no es más que un escenario para, precisamente, dar a entender que es cierto lo que no ocurre en la realidad. Bueno, digo todos, cuando lo que quiero decir es: todos menos el presidente Zapatero. Él parece que se lo cree, que con ello gana peso y que se ufana situándose en un pontificado del que nunca estuvo más lejos.


Yo, lo que quisiera saber es de qué sonríen, tanto el presidente como su vicepresidenta económica, señora Salgado. Objetivamente, encuentro menos motivo para estas sonrisas que las que puedan fundamentar las de la hiena. Por dondequiera que se mueven, sólo recogen advertencias, en ocasiones son objeto de mofa, y siempre ejemplo a ridiculizar por los desatinos y por las idas y venidas de una ausencia de política que ha sumido a España en un caos de improvisación.

Lo de Davos de anteayer ha excedido con mucho el nivel de humillación al que nos tienen acostumbrados en pasadas ocasiones. Bien es verdad que no ha sido el juicio o la palabra de un político el que se ha fijado en nuestra noble tierra –entre ellos juega la vieja regla de hoy por ti y mañana por mí–, sino que la cosa ha corrido a cargo de un profesor de la Universidad de Nueva York, el señor Roubini, que, para desgracia nuestra, cuenta en este momento con un gran predicamento entre los que dedican su tiempo y su saber a analizar la marcha de la economía global y, en ella, la de países significativos, para bien o para mal.

Ya pueden ustedes imaginar que esta barroca referencia, lo ha sido para que, con la máxima dulzura, vayan ustedes haciéndose el ánimo de que la mención a nuestro país, lo fue para la segunda de las alternativas, es decir, para mal. Con una dureza inusitada, muy propia del mundo académico, que no hace concesiones a la galería, pero nada común en los parlamentos o declaraciones de los políticos, ha sacudido la credibilidad de España sin parpadear un instante.

El bueno de Nouriel Roubini se ha permitido juzgar a España en términos que a ningún español le hubiera gustado escuchar. España es, para el profesor neoyorkino, el mayor problema que tiene la Unión Europea, incluso llegó a ir más lejos afirmando que está entre los mayores riesgos para la recuperación de la economía mundial. Escuchar semejante opinión en una reunión de ese calibre estremece cualquier conciencia con un mínimo de responsabilidad.

Es verdad que el optimismo ancestral del presidente ZP, le puede llevar a la conclusión de lo importantes que somos, pues los desmanes de su Gobierno han configurado una España capaz de ser un problema para el mundo. El verdadero problema es que lo dicho en Davos, además de coincidir con la realidad –aunque la izquierda ciega española no quiera reconocerlo–, es una opinión muy cualificada para los agentes económicos y para quitarle el sueño al presidente y a sus amigos los sindicatos.

Ha venido a confirmar lo que ya sabíamos, y que tantas veces ha manifestado el Gobierno, aunque en sentido contrario: que España no es Grecia ni Irlanda ni Portugal. En efecto, España es, pese a todo, España; es decir, algo mucho más grave de lo que son los tres países mencionados considerados conjuntamente. También por el presidente del Foro se ha hablado de la elevadísima tasa de paro en España, más del doble de la media de la Unión Europea, alarmando más todavía, si es posible, la tasa de paro juvenil y de titulados superiores que lastran las posibilidades económicas de la Nación, y causan desánimo y fraude a los jóvenes respecto a la utilidad de su proceso educativo y de formación.

De todos modos, por encontrar algún punto de alivio en el marasmo zapateril, sólo me consuela que la reunión haya sido en Davos y no en Bruselas. Estoy convencido de que en la Unión ya no saben por dónde vamos. El Gobierno ha conseguido marearles tanto con medidas que no se implantan, que se reforman, que se vuelven a reformar, que dicen y se desdicen con tal profusión que, francamente, no hay quien sepa en estos momentos, dónde estamos y hacia dónde vamos. Eso, suponiendo que vayamos hacia algún destino.

Miren ustedes, a título de ejemplo, el espectáculo de las pensiones. ¿Creen ustedes que España merece todo ese festival tragicómico? Presidente cautivo, sindicatos amenazantes, patronal que no se sabe si va o viene. Se ha dicho siempre que la ropa sucia hay que lavarla en casa, pero estos que nos gobiernan no tienen pudor alguno en airearla para general conocimiento. ¡Qué le vamos a hacer! Seguro que algo tenemos que purgar.


Libertad Digital - Opinión

La grandeza del desahuciado. Por M. Martín Ferrand

El cúmulo de alabanzas sin sustancia que ayer le prodigaron los suyos a Zapatero no es señal de buena salud política.

«PALOCORTAO», un amigo gaditano que hace honor, en elegancia, y sutileza, al vino de Jerez del que toma su nombre de guerra, dice que lo mejor de Manuel Chaves, el vicepresidente que no se sabe para qué sirve, es el peinado. Pudiera ser porque sus ideas se corresponden con las de los mosquitos, duelen, vuelan y molestan por su inoportunidad. En Zaragoza, donde el PSOE trata este fin de semana de recordarse a sí mismo que es un partido político y no una casa de asilo para líderes desamparados, Chaves, en su condición de presidente de la formación socialista, ha elogiado a José Luis Rodríguez Zapatero por «la grandeza de su liderazgo». Como nos enseñaron Epi y Blas en Barrio Sésamo, se es grande en relación con lo pequeño; pero si la grandeza del todavía presidente del Gobierno reside en su capacidad de liderazgo, ¿cuáles son su miseria y pequeñez?

También en Zaragoza, donde hoy se les aparecerá a los barones y dirigentes socialistas lo que queda de Zapatero —poca cosa—, ha dicho José Blanco que se siente orgulloso del presidente: «No conocí un socialista mejor nunca». Blanco, contra lo que cree la mayoría, es mucho más astuto que Alfredo Pérez Rubalcaba, el presunto sucesor, y no se equivoca al colocar al de León en lo más alto del mérito socialista. Es un ejercicio de humildad personal y militante, de disciplinado acatamiento al jefe y adaptación a las circunstancias; pero escalofría pensar, si Zapatero es el mejor, cómo serán los peores.


En España, dado el carácter de los españoles, el cúmulo de alabanzas sin sustancia que ayer le prodigaron los suyos a Zapatero no es señal de buena salud política. Antes bien, parece el inicio de una salmodia responsorial que irán continuando quienes son y quieren seguir siendo para hacer ver su mucho amor al presidente que, con imperceptibles excepciones, todos tratan de levantar de la silla, sacar de La Moncloa y evitar su estorbo electoral. Aquí, más solos que los muertos se quedan los perdedores y no existe la posibilidad, ni remota, de que en su tránsito acompañen al todavía líder socialista las viudas y deudos dispuestos a inmolarse en su propia pira. En el socialismo español ya solo interesa quién resultará ser el sucesor de Zapatero —no necesariamente su heredero— y, salvo en caso de enajenación mental colectiva, ese nombre no saldrá de su actual y próxima compañía. Los cambios tienen que parecerlo para merecer el respeto de quienes, como espectadores, están hartos del espectáculo y, como votantes, del fruto de sus votos. Zapatero es grande en Zaragoza y lo es para Chaves, su peluquero y Blanco. ¿Para muchos más?

ABC - Opinión

PSOE. Buenos días, pobreza. Por Emilio J. González

El Estado no tiene ni un euro y están dejando de pagar a las empresas, todo lo cual significa más paro, menos cotizaciones a la Seguridad Social y más problemas con el sistema de pensiones.

4,7 millones de personas sin trabajo; 1,33 millones de hogares con todos sus miembros en paro; 2 millones de desempleados que llevan más de un año en esa situación y la edad de jubilación que se incrementa hasta los 67 años. Este es el desastroso balance de la política económica y social de Zapatero en estos momentos. Los datos no podían ser ni más dramáticos, ni peores. Sin embargo, todo ello se podría haber evitado simplemente con que, desde que llegó al poder, ZP se hubiera dedicado a hacer lo que, obligado por la UE y los mercados, empieza a hacer ahora, porque poco o nada de lo que está ocurriendo en este país tiene que ver con la crisis internacional.

El ejemplo más clamoroso es el de las nuevas exigencias de capital a los bancos y cajas de ahorros. Mucho antes de que estallara la crisis, la mayoría de las entidades crediticias españolas, en especial las cajas de ahorros, ya no cumplían ni de lejos con los requisitos de solvencia propios de una buena gestión. Los créditos hipotecarios y los préstamos al sector inmobiliario superaban con creces en el balance de los bancos los límites que la prudencia aconsejaba no sobrepasar. Sin embargo, tentados por la abundancia de dinero barato en la Unión Europea, los bancos y cajas siguieron endeudándose allí a tipos de interés bajos para conceder más y más créditos hipotecarios y más y más créditos al sector inmobiliario, alimentando con ello la burbuja mientras su posición de solvencia se deterioraba a pasos agigantados. Consciente de la situación, el Banco de España, con Jaime Caruana de gobernador, empezó a exigir a las entidades crediticias más provisiones relacionadas con aquellos créditos, con el fin tanto de poner sus balances en orden como de llevar a la burbuja inmobiliaria a un aterrizaje suave. Pero fue llegar Zapatero al poder, colocar a Mafo al frente del instituto emisor y acabarse de un plumazo esta política de prudencia porque ZP no quería que el motor de la construcción, que estaba deparando cifras de ensueño de crecimiento económico y de empleo, perdiera revoluciones, con lo cual el problema del sector financiero fue a más hasta que estalló la burbuja inmobiliaria, provocando la crisis de los sectores crediticio e inmobiliario, la de la economía, la de las finanzas públicas y la del empleo. Todo esto se hubiera evitado sólo con que Zapatero hubiera hecho desde que llegó al poder lo que está haciendo ahora a regañadientes, por ejemplo, los requisitos de solvencia a las entidades crediticias o la supresión de la desgravación por adquisición en vivienda que acaba de entrar en vigor.


Con el problema de las pensiones sucede tres cuartos de lo mismo. La crisis del sistema estaba cantada porque un modelo de reparto –aquel en que las cotizaciones de hoy a la Seguridad Social financian las pensiones actuales– está condenado a la quiebra si, como consecuencia de la caída de la natalidad, hay cada vez menos trabajadores por cada jubilado. Sin embargo, gracias al saneamiento económico que llevó a cabo el PP para que España pudiera entrar en el euro, la fecha de entrada en déficit de las cuentas de la Seguridad Social se atrasó de 2014 a alrededor de 2030, con lo que había tiempo de sobra para que el Fondo de Reserva de la Seguridad Social adquiriese un volumen lo suficientemente importante como para disminuir el importante sacrificio que vamos a tener que hacer los españoles para mantener el sistema, ya que los políticos y los sindicatos se negaron en su momento a pasar a un modelo de capitalización –aquel en el que las cotizaciones de hoy pagan las pensiones de mañana– o, al menos, a uno mixto que aliviara la situación. Lo que tendría que haber hecho Zapatero, ya puestos a seguir con el modelo de reparto, es empezar a recortar el gasto público por todas partes, así como a reducir el endeudamiento, para empezar a abrir margen en los presupuestos a que éstos pudieran asumir en el futuro la cobertura del déficit de la Seguridad Social sin tener que incrementar ni las cotizaciones sociales, ni la tributación, ni la edad de jubilación ni el periodo de cálculo de la pensión, que es lo que viene a continuación. ¿Qué ha hecho Zapatero al respecto? Aumentar el gasto del Estado por todas partes y en cosas innecesarias y permitir que las autonomías hagan lo mismo, corregido y aumentado, dándoles dinero a manos llenas, porque su política al respecto se ha articulado en torno a la desvertebración de España y al principio de más Estado y menos mercado.

En la política de Zapatero se encuentran las verdaderas raíces de los graves problemas socioeconómicos que hoy padece nuestro país, que se agravan porque la crisis a la que ha dado lugar, así como la forma de afrontarla, han autoalimentado los problemas. El crecimiento del paro también se explica porque las entidades financieras no tienen capacidad para prestar, en parte por su propia situación maltrecha, en parte porque están financiando el abultado déficit presupuestario al que nos ha llevado la política de ZP, lo que obliga a muchas empresas a cerrar. Las administraciones públicas no tienen un euro y están dejando de pagar a las empresas, lo que también las condena al cierre o a tener que ajustarse drásticamente, todo lo cual significa más paro, menos cotizaciones a la Seguridad Social y más problemas con el sistema de pensiones. Los presupuestos, después de casi siete años de zapaterismo, no pueden ejercer el papel que deberían haber asumido en la financiación del déficit de las pensiones. Y, como somos miembros del euro, no podemos devaluar, con lo que la salida de la crisis pasa necesariamente por la reducción de precios y salarios, lo cual nos empobrece aún más. Este es el balance de la política económica y social de Zapatero.


Libertad Digital - Opinión

Generaciones perdidas. Por Ignacio Camacho

Por arriba y por abajo de la pirámide de población activa, la crisis está creando dos generaciones fracasadas.

UNOS no encuentran trabajo antes de la treintena y otros lo pierden apenas pasados los cincuenta; puede tratarse de padres y de hijos a quienes la crisis está obligando a competir entre sí en un mercado cada vez más estrecho. Los sociólogos han empezado a hablar de la juventud contemporánea como una generación perdida, denominación de raíz literaria que embellece el drama con ecos de las vacías fiestas de Fitzgerald o del decadente y cálido universo de Faulkner, pero se trata de al menos dos: la de los jóvenes condenados a la precariedad bajo un forzoso síndrome de Peter Pan laboral y la de los adultos despojados prematuramente de la dignidad del empleo. Varios millones de españoles de diferente edad unidos por la angustia de un fracaso social capaz de desvertebrar un país.

Casi la mitad de los menores de treinta años está en paro, y uno de cada tres jubilados de 2010 procedía directamente del desempleo. En un millón bien largo de hogares españoles no hay ningún miembro con trabajo: la familia actúa como amortiguador de la quiebra a base de agrupar subsidios en una sola unidad de consumo. Por arriba y por debajo de la pirámide de población activa se están formando dos generaciones arruinadas, intimidadas por la posibilidad seria de expulsión del sistema o del aplazamiento indefinido de su integración. Es el retrato de una catástrofe.

La mayoría de nuestra juventud contempla el debate de la reforma de pensiones con una lejanía indiferente; su prioridad es la inserción en un mercado laboral que los rechaza y la jubilación se les antoja una utopía casi ucrónica. La inquietud de la población adulta consiste en cómo mantener el empleo hasta una jubilación cada vez más distante, que para muchos mayores de 52 supone tan sólo la prolongación del paro. Con las condiciones actuales ya es heroico alcanzar en activo y sin interrupciones graves la edad de retiro; con las nuevas sólo llegarán a ella los funcionarios que hayan empezado a trabajar muy pronto. Para el resto se trata de una carrera de obstáculos en la que siempre se tropieza con alguna valla; una carrera en todo caso cada vez más corta, con un comienzo tardío, un final acaso prematuro y en medio la amenazante traba del despido y de la inestabilidad.

De ese marco estancado de pesimismo social sólo puede salirse mediante una reactivación significativa y constante del empleo de la que no aparecen síntomas ni a medio plazo. Para evitar el colapso se necesitan entre tres y cinco millones más de nuevos cotizantes, pero la economía está en estado de coma y amenaza con un largo estancamiento. Con un horizonte tan lejano, la pregunta que cabe hacerse es si la reforma de la jubilación puede tener sentido en un tejido laboral destrozado o si una medida así, en ausencia de recuperación, sólo sirve para transferir el problema de las pensiones al desempleo.


ABC - Opinión

Egipto, reformas o caos

La revuelta de los egipcios contra el régimen de Mubarak, que desde hace 30 años rige con mano de hierro los destinos del país, tiene en vilo a las potencias occidentales y atemorizado al mundo musulmán. Lo que suceda en este país de 80 millones de habitantes, pieza clave en Oriente Medio, tendrá una influencia decisiva en la cuenca sur del Mediterráneo y en los países islámicos. El incendio provocado por la chispa tunecina se ha propagado a unas sociedades sedientas de libertad y hambrientas de justicia. Con mayor o menor intensidad, a casi todas las naciones árabes están llegando las llamaradas de la ira popular, incluso a la franja de Gaza, que gobierna el grupo terrorista Hamas. Pero es en Egipto donde esta revolución espontánea se juega su éxito o su fracaso como modelo a imitar. No será fácil que el régimen de Mubarak, que hace pocas semanas consumó otra farsa electoral para perpetuarse en el poder, sea barrido con la misma facilidad que lo fue el tunecino de Ben Ali. Los resortes del mandatario egipcio, que controla muy estrechamente al Ejército, y la poderosa amenaza del radicalismo islámico son las dos bazas que habitualmente ha jugado Mubarak para garantizarse el apoyo de Estados Unidos y de Europa. Y las seguirá jugando hasta el último minuto. Eso no quiere decir que el régimen permanezca inmutable. Al contrario, presionado ya abiertamente por Obama, no le queda otra salida que comprometerse con un plan de reformas profundas para garantizar las libertades, de modo que el Parlamento refleje todas las tendencias políticas, combatir la corrupción y realizar una mejor distribución de las rentas. A partir de ahí, es muy probable que el modelo egipcio pueda trasladarse a otros países del entorno con graves déficits democráticos. A diferencia de otros estallidos populares provocados por la carestía de los alimentos básicos, ésta es una revuelta también por los derechos humanos, que en sentido estricto no se inició en Túnez, sino en Teherán hace ya varios meses. Sus protagonistas e inspiradores no son los grupos radicales islámicos ni las masas desarrapadas, sino jóvenes urbanos con cierta formación escolar, y hasta universitaria, que han sembrado su descontento por encima de las fronteras gracias a internet, las redes sociales y los móviles. No en vano, la primera medida represiva que tomaron los ayatolás de Irán y ahora Mubarak fue cortocircuitar internet y los teléfonos. Asistimos, por tanto, a una convulsión por la libertad que difícilmente se podrá encadenar recurriendo a los tanques o manipular mediante las televisiones oficiales que ya nadie ve. Desde Marruecos hasta Siria, pasando por Irán y Arabia Saudí, el mundo islámico se enfrenta a su propio destino de transformar sus dictaduras para que sus habitantes pasen de súbditos a ciudadanos. Ésta será, sin duda, la más importante revolución del siglo que empieza, pero estará sembrada de graves peligros, el primero de los cuales es que el fanatismo islámico la capitalice para imponer su doctrina totalitaria y sembrar el terror, como así sucedió con la revolución de Jomeini. De ahí que en Egipto cobre especial relevancia el papel que puedan jugar los Hermanos Musulmanes, cuya utopía política es imponer la «sharia» o ley islámica.

La Razón - Editorial

Mubarak, ensangrentado

El desenlace de la revuelta popular egipcia depende de la actitud final de los militares.

Hosni Mubarak ha designado un nuevo Gobierno, pero tiene la intención de permanecer en el poder. En un discurso vacío y tardío, el presidente de Egipto ha formulado vagas promesas reformistas, familiares a los egipcios en los últimos años, pero a la vez ha puesto al Ejército en las calles y decretado el toque de queda. Estas medidas no han conseguido por ahora calmar una violencia creciente, como el número de víctimas de la represión: el abultado número de muertos se desconoce y los heridos se cuentan por millares. Los manifestantes que continúan en las calles de las grandes ciudades entienden que el Gobierno no pinta nada en un país sometido desde hace 30 años a la voluntad de Mubarak. Su exigencia es la renuncia del presidente.

En el dilema habitual para los dictadores acorralados entre ceder poder o acentuar la represión, Mubarak parece haber escogido lo segundo. El desarrollo de los acontecimientos en Egipto guarda similitudes con el vecino Túnez. También el ex presidente Ben Ali destituyó a su Gobierno, pero se vió forzado a huir del país al no conseguir el apoyo del Ejército para aplastar la revuelta. Es inevitable suponer que Mubarak (militar, como todos los presidentes egipcios que se han sucedido desde el derrocamiento de la monarquía por un grupo de oficiales, en 1952) se ha asegurado la lealtad de los generales -una casta opaca, espina dorsal del régimen- antes de sacar los tanques. El vicepresidente nombrado ayer, Omar Suleimán, militar, es el jefe de la inteligencia, y el nuevo primer ministro, Ahmed Shafiq, un ex jefe de la fuerza aérea.


La evolución del apoyo castrense a Mubarak va a ser decisiva en el desenlace de la crisis en el más influyente y poblado país árabe, al que su aparente estabilidad parecía colocar al abrigo de convulsiones políticas. Un eventual colapso de Egipto constituiría un auténtico maremoto regional (de distinto signo para sus dirigentes y para sus ciudadanos, como lo muestra el feudal mensaje de apoyo al rais del rey saudí), además de liquidar el agónico proceso de paz en Oriente Próximo y colocar a Israel y a las potencias occidentales en estado de alerta roja.

La dirección que finalmente adopten las fuerzas armadas -potentes, entrenadas y equipadas por EE UU, y relativamente respetadas- será tanto más decisiva por cuanto la volátil revuelta, protagonizada masivamente por jóvenes sin horizonte, carece de liderazgo concreto. Aunque a su rescoldo se postule como alternativa Mohamed El Baradei, muy alejado de su país durante años, o se hagan discretamente visibles los islamistas encuadrados en los Hermanos Musulmanes, la oposición más organizada de Egipto y temor por antonomasia de las potencias occidentales. Cabe recordar cómo la revolución iraní de 1979, iniciada por una heterogénea constelación opositora, fue finalmente secuestrada por el fundamentalismo. Ese rumbo castrense todavía no está claro ni para los propios egipcios, aunque puede resultar un indicio la advertencia solemne, ayer, de que el Ejército actuará sin contemplaciones si persiste el caos.

La gravísima crisis supone un especial revés para Estados Unidos. Barack Obama, que irónicamente eligió El Cairo, en 2009, como altavoz de su discurso amigo hacia el mundo árabe, pretende mantener el equilibrio entre la consideración de Mubarak como aliado clave, al que Washington ha sostenido con miles de millones durante décadas, y los principios democráticos proclamados a los cuatro vientos por la superpotencia. Pero los hechos hacen imposible la equidistancia. La represión a ultranza con Mubarak al timón hundiría definitivamente la escasa reputacion de EE UU en la región. La caída del dictador, si el poder no cae en manos suficientemente amigas, abriría un masivo agujero negro en la zona más conflictiva del planeta y su despensa petrolífera.


El País - Editorial

El cine subvencionado no admite disidencias

El ejemplo del director Alex de la Iglesia adquiere una mayor relevancia por lo que tiene de inusual en un sector distinguido por el monolitismo con que ha defendido siempre sus privilegios injustificados.

Para demérito de sus protagonistas, responsables de su mediocridad, y desgracia de los contribuyentes españoles, que hemos de financiarlo, el cine español rechaza prácticamente sin excepciones someterse al criterio de los consumidores para que, en uso de su libertad, decreten el éxito de cada producto. El principal problema del cine español es que, en lugar de ganar el favor del público con su talento, los cineastas prefieren cultivar las relaciones políticas para hacer que las subvenciones públicas permitan la subsistencia de una industria que difícilmente podría sostenerse por sí misma.

Siendo ésta la situación de nuestro cine, el ejemplo del director Alex de la Iglesia adquiere una mayor relevancia por lo que tiene de inusual en un sector distinguido por el monolitismo con que ha defendido siempre sus privilegios injustificados.


De la Iglesia ha sido el único presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas que se ha atrevido a exigir a sus afiliados un mayor respeto a las preferencias del público español, única fórmula válida para crear una industria sólida sin necesidad de recurrir a la limosna estatal. Ocurrió en la Gala de los Premios Goya del año anterior, ocasión que tradicionalmente ha sido utilizada por los cineastas y actores para mostrar su inquina política hacia la derecha o reclamar mayores subvenciones y, a tenor de cómo se están desarrollando los acontecimientos en torno a la Academia de Cine, parece que hay un sector de la profesión dispuesto a cobrarse también aquella afrenta.

Por si fuera poco, el dimisionario presidente de la Academia ha tenido la sensatez de escuchar a los internautas acerca de la peliaguda modificación legal impulsada por la ministra de cultura, y la honestidad de apoyar en conciencia la posición que ha considerado más leal para con los ciudadanos, que dista notablemente de la tesis impuesta por el gobierno socialista y aplaudida por un sector empeñado en no prescindir de las gabelas de que goza gracias a la coacción estatal.

En efecto, Alex de la Iglesia, como les ocurre a los espíritus libres, no era muy popular en el mundo de la cinematografía, rebaño pastoreado con cayado de hierro por una ministra de cultura, que considera a una institución privada como la Academia de cine una simple terminal cuya misión es apoyar sin fisuras el proyecto liberticida del Gobierno Zapatero.

De la Iglesia abandona obligado por las circunstancias, pero no antes de celebrar la entrega de los Premios Goya de este año en fecha inminente, y ya saben sus compañeros de profesión cómo se las gasta el bilbaíno cuando se trata de defender lo que cree mejor para la industria española del entretenimiento. A poco que la torpeza conocida de la ministra y las maniobras de su fieles en la institución sigan enturbiando el ambiente, la gala de este año va a ser un espectáculo digno de verse.


Libertad Digital - Editorial

Egipto traza un futuro incierto

Occidente no puede seguir legitimando, sin más consecuencias, a tantos dirigentes que ignoran las aspiraciones de sus gobernados.

CON independencia del desenlace del formidable pulso entre la sociedad egipcia y Hosni Mubarak, nada será igual en el mundo árabe y musulmán después de la revolución de los jazmines en Túnez. Tampoco a Occidente le será posible seguir mirando con la misma doctrina utilitarista hacia esta parte del mundo, legitimando sin más consecuencias la gestión de tantos dirigentes que ignoran completamente las aspiraciones de sus gobernados. En Egipto hoy, y mañana en los países donde ya es previsible que puedan seguir encadenándose estas revueltas populares, habrá que elegir entre el continuismo totalitario o, por el contrario, asumir la pretensión de los sublevados confiando en que todo conduzca hacia procesos sinceros de apertura democrática. En Egipto está en juego mucho más que la continuidad o la salida del país de un presidente que ha monopolizado el poder durante treinta años y cuya máxima aspiración era transferirlo a su hijo. Egipto es sin duda el país que en estos momentos puede ejercer una mayor influencia en todo el mundo musulmán, infinitamente más que el minúsculo Túnez. Probablemente ha sido la conciencia de lo que representa su país lo que ha llevado al propio Mubarak a cimentar su régimen en la tarea de preservar esa estabilidad por la que tanto le han recompensado Estados Unidos, Europa y, naturalmente, el vecino Israel, que tiene razones sobradas para la inquietud.

A los que se juegan la vida en las manifestaciones esa estabilidad no les importa gran cosa. Protestan contra una sociedad que creen —con razón— anquilosada, caduca e incapaz de responder a sus crecientes demandas, aceleradas por un aumento de la formación académica y también por la irrupción de las nuevas reglas de comunicación, algo que se repite en casi todos los países de la región, desde Marruecos hasta Arabia Saudí o Irán. Tal vez el propio Mubarak pensaba que un proceso de reformas demasiado rápido conduciría al colapso que conoció el Sha de Persia, a quien acogió en el exilio. Pero también a muchos analistas se les reaparece el espectro de Argelia, donde la apertura democrática dio paso al horror del extremismo religioso y Occidente se quedó mudo cuando el Ejército aplastó al partido islámico ganador de las primeras elecciones democráticas. Los riesgos son muchos cuando es el futuro y la estabilidad de una parte muy sensible del mundo lo que se juega en unas revueltas.

ABC - Editorial