lunes, 10 de octubre de 2011

Rajoy después de Málaga

En esta hora del liderazgo abrumador e incontestable queremos recordarle que en Málaga no estaba gente que todos sabemos con cuánto orgullo luchó por hacer del PP un partido digno y responsable, lo más alejado posible del oportunismo y el cambalache.

El Partido Popular ha celebrado su Convención Nacional en un ambiente de entusiasmo desmedido pero asentado en los resultados que adelantan todas las encuestas: una victoria espectacular en las elecciones del 20 de noviembre, como espectacular se espera sea el batacazo del Partido Socialista, que podría incluso empeorar los resultados cosechados por Felipe González en 1977 (118 escaños) y por Joaquín Almunia en 2000 (125).

Convendría, empero, que Mariano Rajoy y todos los que le han jaleado en el happening malagueño tuvieran presentes los datos que no destacan de esas mismas encuestas que, pletóricos, airean: el PP sube mucho menos de lo que baja el PSOE, la abstención parece que será elevada y Rajoy inspira menos confianza y es menos valorado que el candidato del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba. Es decir, que Rajoy está donde está no sólo, como aseguró, por el apoyo de los que le han jaleado en el happening malagueño, sino, principalmente, por los espantosos deméritos del rival, que, como bien dijo el político gallego, va a dejar "la peor [herencia] que jamás ha recibido un Gobierno en democracia".


En Málaga, Rajoy volvió a dejar de lado la concreción en beneficio de lo abstracto y lo simbólico. Sigue sin desvelar su programa y llamando a la cooperación, a la conciliación, a la inclusión, al acuerdo, lo cual no deja de ser oportuno en un país que vive horas críticas y arrasado por el sectarismo, tantas veces atizado sin vergüenza desde el poder. En la hora de la refundación nacional, invocó los precedentes de José María Aznar y Adolfo Suárez. Todos lo han destacado; nadie, en cambio, parece recordar el oneroso y trágico coste que hubo de pagar Aznar –no precisamente el presidente más dialogante en su última legislatura– por la defensa de sus posiciones de principio –que le criticaron incluso compañeros de partido que hoy ocupan en el mismo posiciones de primer nivel–, así como que una parte no menor de los problemas institucionales y nacionales que padece España tiene su origen, precisamente, en los años Suárez, signados, en su cara negativa, por las cesiones ante el nacionalismo, el terrorismo y el socialismo.

Los acuerdos, en esta hora, son de todo punto necesarios, pues las reformas y medidas que han de ejecutarse son del más hondo calado. Pero la base irrenunciable de todo ello han de ser España y la Libertad. No podemos, no debemos permitirnos seguir cediendo en esto. Rajoy ha prometido que sabrá ser, además del presidente de todos, un presidente valiente. Ciertamente, nada le resultará más necesario.

A la hora de los agradecimientos, el candidato popular tuvo palabras para los que le han apoyado durante todos estos años y, por extensión implícita, para los que no lo han hecho. "Gracias muy sentidas por algo que me afecta muy personalmente. Si estoy aquí, y no sabéis con cuánto orgullo –se reivindicó–, es porque vosotros habéis querido. Vosotros, y nadie más. Vosotros, y a pesar de todo". A pesar de todo, en esta hora del liderazgo abrumador e incontestable queremos recordarle que en Málaga no estaba gente que todos sabemos con cuánto orgullo luchó por hacer del PP un partido digno, serio, responsable, lo más alejado posible del oportunismo y el cambalache. Gente a la que hay que dar gracias muy sentidas, pues su lucha por España y la Libertad les ha afectado muy personalmente. También aquí Rajoy deberá demostrar ser lo que pretende: un hombre de Estado con gran altura de miras.


Libertad Digital – Editorial

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