lunes, 10 de octubre de 2011

Dorribo, el hombre que terminará de hundir a Rubalcaba. Por Federico Quevedo

El pasado 24 de mayo el empresario lucense Jorge Dorribo viajaba en uno de sus coches en compañía de un empleado suyo que hacía las veces de conductor. No iban lejos. De hecho, viajaban con lo puesto y unos 3.000 euros encima. Como mucho, les daba para huir una semana a Santiago de Compostela. Aún así, y sin que ellos los supieran, la magistrada Estela San José había ordenado su detención inmediata por riesgo de fuga. Dorribo y su acompañante fueron interceptados por un vehículo camuflado de la Policía Nacional. Tanto es así que, en un primer momento, el empresario pensó en un secuestro, hasta que empezó a ver a policías armados hasta los dientes que los sacaron del coche y, tras tumbarles en el suelo, los registraron y esposaron para conducirlos ante la jueza. A la misma hora, otro grupo de policías detenía a la esposa del empresario, que en ese momento llevaba a su hija al colegio. La escena se repitió entre los gritos y sollozos de la niña y las súplicas de la madre para que la permitieran llevarla hasta la escuela. Al final, la niña se vio obligada a llamar por teléfono a la asistenta familiar para que la recogiera.

La acción contra Dorribo y otras seis personas más se enmarcaba en la llamada ‘Operación Campeón’, una investigación sobre presuntos delitos de cohecho, prevaricación y fraude fiscal -facturas falsas de IVA- que afectaba a varios empresarios y al Instituto Gallego de Promoción Económica, y que abarcaba desde tiempos del Bipartito hasta la actualidad. Entre los detenidos se encontraba el responsable del organismo, Joaquín Varela, y otros directivos. Todos ellos dimitieron por orden expresa del presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. El día 25, Dorribo prestó declaración ante la juez y negó todas las acusaciones que sobre él pesaban, tras lo cual ingresó en prisión. Pero cada día que pasaba, lejos de su familia y de su entorno, Dorribo se iba hundiendo hasta que no aguantó más y aconsejado por su abogado, Ignacio Peláez –al cual accedió por el consejo de unos amigos que nada tenían que ver con el PP ni con Gürtel ni con nada de todo eso-, cantó La Traviata.


Debió de ser enorme la sorpresa de la juez cuando en la declaración del empresario se empezó a encontrar con personajes sobre los que hasta ese momento no había sospecha alguna, entre ellos nada menos que todo un ministro de Fomento y portavoz del Gobierno, el también lucense José Blanco, al que Dorribo dijo haber entregado 400.000 euros a cambio de unas gestiones. ¿Qué gestiones? Para entender esto es necesario saber de quién estamos hablando. Jorge Dorribo no era nadie o, dicho de otro modo, era un don nadie que intentaba a duras penas levantar una pequeña empresa químico-farmacéutica sin mucho éxito. Hasta que, de pronto, descubrió y desarrolló un aceite que permitía la conservación de prendas de piel guardadas durante el verano.

A partir de ahí, Nupel empezó a crecer hasta convertirse en una compañía importante, sobre todo en la comercialización de unidosis farmacéuticas, un negocio para el que necesitaba contar con la colaboración de administraciones públicas favorables a los productos genéricos. Había conseguido trabajarse bien a la administración gallega durante los tiempos del Bipartito y mantenía una buena relación con la Xunta del PP, pero quería más. Y nadie mejor para echarle una mano que otro gallego, también de Lugo como él, y con un puesto destacado en el Gobierno y en el Partido Socialista.

¿Cómo llegar hasta José Blanco? No le costó mucho. Lo primero que hizo Dorribo fue despedir a la empresa que se ocupaba del mantenimiento de la planta de Nupel y contratar a Manuel Bran, un ‘manitas’ de la zona, experto en chapuzas y, a la sazón, primo político de Blanco. A partir de ahí, llegar hasta el ministro de Fomento fue fácil. Se vieron unas cuantas veces y Blanco empezó a frecuentar al empresario, hasta el punto de que testigos presenciales le han visto entrar y salir de la casa de Dorribo en Lugo a la hora de la cena… Quizá no eran amiguitos del alma, pero había algo más que un mero encuentro fortuito, de otro lado a Blanco nunca se le hubiera ocurrido citarlo en una gasolinera. ¿Qué quería Dorribo? Pues es bien sencillo: que Blanco intercediera ante la ministra de Sanidad, Leire Pajín, para facilitar los negocios de Nupel. Y si para ello había que ser generosos, Dorribo era -es- un hombre acostumbrado a serlo, más allá de la austeridad familiar -aunque no ha podido resistir la tentación de adquirir un barco y una pequeña aeronave-.

¿Qué puede ocurrir ahora? Lo cierto es que el secreto del sumario sigue activo, pero de alguna manera su contenido ha llegado a los medios de comunicación y es más que probable que en los próximos días José Blanco se encuentre con más sorpresas en las portadas. Sorpresas desagradables. Si fuera coherente con lo que él mismo ha exigido a los demás -sobre todo al PP- en situaciones parecidas, debería dimitir. Pero no lo va a hacer porque sabe que eso supondría perder el aforamiento, la única tabla a la que puede agarrarse en el futuro. Mientras tanto, va a ser una carga muy pesada para la campaña de un candidato que parte con todas las de perder. Un candidato que alguna vez creyó que le amargaría el dulce a Mariano Rajoy con el ‘caso Gürtel’, y que ahora ve como el destino le paga con la misma moneda a cuenta de la des-honestidad del hombre al que hace un año ligó su propia suerte: Pepiño Blanco.


El Confidencial – Opinión

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