miércoles, 6 de julio de 2011

La doctrina de Gómez. Por M. Martín Ferrand

Gómez, sumergido en el realismo ontológico, no sabe lo que dice, pero eso es lo que muchos quieren oír.

TAN acostumbrados estamos a verle asido a la ubre socialista que no podíamos sospechar que el ministro accidental Valeriano Gómez era un original moralista y un sutil innovador en lo que respecta a las relaciones del poder político con el sistema financiero. Posiblemente, lo primero le viene por militante y asalariado de UGT y lo segundo, de sus tiempos felipistas como asesor del Ministerio de Trabajo. Ahora acaba de poner el mingo sobre la mesa doctrinal socialista con una innovadora propuesta fiscal especializada en banqueros y bancarios de alto rango. En realidad es una síntesis perfeccionada de los apuntes que, al respecto, vienen dictando Alfredo P. Rubalcaba, José Blanco y Marcelino Iglesias. Después de subrayar que las retribuciones de las cúspides bancarias son «muy altas», sugiere Gómez que «a partir de un nivel que se considere máximo debería tener una gravación fiscal mayor».

Reducir el gravísimo problema de nuestras estructuras financieras al nivel retributivo de sus más altos dirigentes es, por si nos hiciera falta, una prueba de la total desorientación que experimentan los integrantes del Gabinete y padecemos nosotros, los ciudadanos, en nuestras propias y fiscalmente flageladas carnes. Es un retorno a la mala costumbre española de, a falta de mejores argumentos, establecer una comparación científica entre el culo y las témporas. El sistema financiero que padecemos tiene dos partes simétricas y diferentes. Los bancos, que tratan de imponer sus privilegios, es algo que corresponde vigilar al Banco de España, más tolerante y comprensivo de lo que exigen las circunstancias, y que, en nuestra doble condición potencial de accionistas y clientes, debiéramos atemperar los ciudadanos. Asistir a una Junta General de Accionistas, o delegar la asistencia, sin ánimo crítico y sentido del propio interés, conformarse con el regalito tradicional, es asumir lo que no nos gusta ni conviene.

Otra cosa son las Cajas de Ahorro, ese invento que hasta ahora ha funcionado (?) sin propietarios y con el que se construyen curiosos y no bien explicados emporios con propiedad cierta, pasados oscuros, consejeros y directivos predeterminados y mangoneo evidente de los poderes autonómicos. También es misión del BdeE su control y exigencia, pero pintan oros de permisividad en la partida nacional. En las Cajas, mientras no culmine su transformación, no caben los salarios desmedidos. No hay, todavía, accionistas con potencialidad correctora. ¿Se puede delegar esa función en el IRPF? Gómez, sumergido en el realismo ontológico, no sabe lo que dice, pero eso es lo que muchos quieren oír.


ABC - Opinión

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