lunes, 18 de julio de 2011

Estupidez y crueldad. Por Ignacio Camacho

Ya está bien de hemiplejías morales retroactivas ante nuestra peor memoria de vileza, barbarie y vergüenza.

«Ínclitas guerras paupérrimas,
sangre infecunda, perdida»

(Blas de Otero)

LA mejor definición que conozco sobre la guerra (in)civil española la escribió todavía en plena contienda el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales: una siniestra apoteosis «de estupidez y de crueldad» en la que «idiotas y asesinos se han producido con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos». Hijo preclaro de la tercera España, esa abstracta patria de independencia intelectual y moral que a lo largo de los siglos ha recibido la inquina del sectarismo banderizo, Chaves supo anotar el preciso testimonio de esa despiadada barbarie recíproca. Y lo pagó, claro, con el exilio y la ojeriza simultánea de franquistas y republicanos, hermanados en la ferocidad autodestructiva de un desastre que todavía algunos se empeñan en contemplar con la hemiplejía retroactiva de sus anclados prejuicios.

Antes de que el zapaterismo se empeñase en reescribir con ofuscación maniquea el veredicto de la Historia, las generaciones de la Transición habían aprendido a olvidar y el testamento dolorido de Azaña —paz, piedad, perdón— obtuvo inesperado cumplimiento en una reconciliación sin resquemores. La hoja de ruta de la nación parecía seguir los versos del comunista Blas de Otero —«no sé nada de ayer, quiero una España mañanada...»— para centrarse en tratar de construir un horizonte social despojado de enconos. La tragedia del 36 era sólo materia de historiadores y la política se alejaba con victoriosa velocidad del pasado. Nadie blasonaba de heredero de nadie porque todos sabían que la guerra encerraba, junto a sus episodios de heroísmo, un legado inasumible de vileza, ignorancia, salvajismo y vergüenza.

Ese esfuerzo de reconstrucción se ha desmoronado en los últimos años en una morbosa escombrera de odios redivivos y de fantasmas liberados. Un impulso revisionista de índole vindicativa, activado desde el poder, ha desatado la pasión ajustacuentas en un macabro remover de huesos que pretendía en realidad agitar de nuevo las conciencias del horror. Han vuelto los recuentos de cadáveres y el cómputo selectivo de crímenes, la vieja pasión española de la pelea a muertazos con las armas arrojadizas de un pasado inmóvil. Y en vez de alejarse por los vericuetos de la Historia, el drama nacional ha resurgido como una memoria de cenizas mal apagadas para tratar de dividir la sociedad contemporánea en torno al mismo fracaso que trastornó más de medio siglo de convivencia.

Ya está bien. Es tiempo de volver a cerrar la caja de Pandora. Hora de dejar de una vez a los expertos el dictamen de aquel arrebato totalitario de estúpida atrocidad insana. Hora de expulsar de nuestro paisaje a los «caínes sempiternos» de Cernuda. Hora de devolver a este país a su presente y a su futuro. En días como hoy, más que nunca, hora de volver a sentir bochorno colectivo ante el recuerdo de aquel malvado aquelarre de violencia inútil.


ABC - Opinión

0 comentarios: