El escándalo de la SGAE ha averiado la imagen de la elitista y millonaria jet-set cultural del zapaterismo.
MÁS allá de los vericuetos del sumario penal, el escándalo de la SGAE ha venido a poner en entredicho a la beautiful people del zapaterismo, esa alegre élite millonaria de artistas y cantantes que durante los últimos años ha arropado al presidente del Gobierno como adalid de la izquierda y el progreso. Teddy Bautista era el capataz que administraba los intereses de esa tribu de gauche caviar y gestionaba sus copiosos ingresos desde una proximidad al poder que los detalles de la investigación sitúan en los linderos del tráfico de favores. El patético estupor de la directiva ante las providencias del juez Ruz revela el desconcierto de una camarilla que como mínimo ha omitido su deber de controlar a los gestores de sus propios beneficios, limitándose a figurar como panel decorativo del jerarca que manejaba los hilos con maneras de cacique del sindicalismo vertical y despachaba con familiar anuencia los asuntos que dependían del amparo administrativo: el canon, las subvenciones, la ley antidescargas y otras regalías que colocan las simpatías políticas del llamado «clan de la ceja» bajo la sospecha de un amistoso y poco presentable quid pro quo.
La evidencia de que una sociedad de recaudación de impuestos y tasas estaba haciendo de su capa un sayo en las narices de los Ministerios de Industria y de Cultura obliga a preguntarse por la responsabilidad de quienes, teniendo el deber de vigilancia de las actividades que delegaban por autorización, se mostraban tan sensibles a las demandas legales de este lobby privilegiado. Hay demasiados testimonios gráficos del sonriente alborozo con que los dirigentes zapateristas —empezando por el propio líder— se fundían junto a los risueños músicos y cineastas en gestos de complicidad y afecto que iban mucho más allá de los rituales de protocolo. El propio nombramiento de la ministra Sinde fue un claro guiño cooperativo hacia los intereses de un sector que se sentía desoído por la firmeza displicente de César Antonio Molina. Esa especie de jet-setdel progresismo ilustrado, que ha monopolizado ante la opinión pública la representación de la cultura española bajo el beneplácito de un poder connivente, queda ahora averiada en su imagen colectiva al aparecer como patrocinadora de una antipática trama de manejos financieros.
Y le van a soplar malos vientos porque la debilidad política de la socialdemocracia no permite devaneos impopulares. El candidato del PSOE coquetea abiertamente con la retirada del canon digital y no parece muy dispuesto a volver a confraternizar en público con ese exquisito círculo endogámico que, pese a su reciente intento por capitalizar el descontento de la izquierda, permanece en el imaginario colectivo como soporte cultural del ahora denostado zapaterismo. Quienes pretenden apretar las tuercas a los banqueros no pueden mostrar demasiada complacencia hacia algunos de sus mejores clientes.
Y le van a soplar malos vientos porque la debilidad política de la socialdemocracia no permite devaneos impopulares. El candidato del PSOE coquetea abiertamente con la retirada del canon digital y no parece muy dispuesto a volver a confraternizar en público con ese exquisito círculo endogámico que, pese a su reciente intento por capitalizar el descontento de la izquierda, permanece en el imaginario colectivo como soporte cultural del ahora denostado zapaterismo. Quienes pretenden apretar las tuercas a los banqueros no pueden mostrar demasiada complacencia hacia algunos de sus mejores clientes.
ABC - Opinión
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