jueves, 9 de junio de 2011

¿Por qué financiamos una banca que siempre castiga a los más pobres?. Por Federico Quevedo

No, no. No me he vuelto loco, ni piensen ustedes que esto es un alegato contra el sistema capitalista, por más que yo mismo crea que el propio sistema amenaza con naufragar en un mar de dudas sobre su existencia. No, de hecho creo que esta crisis tiene mucho que ver con la presión intervencionista de los estados sobre los sistemas financieros, con la manipulación de las políticas monetarias que han llevado a las entidades a comerciar con los tipos de interés como si se tratara de merluzas en Mercamadrid, consiguiendo ahogar a las familias y a las pequeñas empresas con créditos que ahora se vuelven cargas insoportables de llevar cuando resulta que los ingresos caen, cuando no directamente mueren como consecuencia del desempleo, que se ha convertido en un verdadero cáncer social que amenaza a la generación presente y a las futuras y nos sume en la desesperanza más profunda.

Estamos viviendo dramas que hace tan solo unos pocos años parecían fruto de la ensoñación, porque en esa época los bancos prácticamente iban a buscarte a tu casa con un crédito que te mueres bajo el brazo para comprarte un piso-coche-viaje-joyas todo junto, como si te acabara de tocar el Gordo de la Primitiva. “Pero si solo gano 1.000 euros al mes, ¿cómo voy a pagarlo?”. “No se preocupe”, te decían, “su casa avala, porque como va a seguir subiendo de precio usted será cada vez más rico”. Y una mierda. Ahora la casa de las narices vale la mitad y el tipo de los 1.000 euros se ha quedado en el maldito paro, y el banco le amenaza con el embargo de sus calzoncillos después de haberle quitado el coche, las joyas y hasta los recuerdos del puñetero viaje a las Quimbambas. ¡Ah! Eso sí, antes del embargo, el banco-caja ha pasado por la ventanilla del FROB para sanear sus cuentas, porque resulta que ellos también tienen problemas y no pueden devolver los créditos que han pedido en el sistema, pero a ellos en lugar de embargarles les ayudamos con nuestros impuestos porque, claro, ¡cómo vamos a dejar que se hunda un banco, narices!


Ya están ellos para ayudarse entre sí, los gobiernos, brazos armados de los Estados, que son los que han manejado a su antojo las políticas monetarias para impulsar un consumo desmedido que favoreciera un crecimiento irreal, y los bancos, beneficiarios de esas políticas y agentes en última instancia de la trampa mortal tendida por los gobiernos y las organizaciones que rigen los mercados financieros para que consumiéramos como posesos y así poder engrosar sus arcas vía impuestos los unos, y vía intereses los otros… Una conjunción perfecta de la más inmoral de las facturas que unos y otros han hecho pagar a los de siempre. Vale, sí, lo siento, me pongo en plan revolucionario, ¿y qué quieren? ¿No entienden los motivos para indignarse? ¿No comprenden por qué no funciona este sistema, que al final no deja de ser más que un maldito conchabeo de poder entre el político y el económico?
«Me indigna pensar que llevamos ya tres años financiando con sucesivos planes de rescate a la banca, dándole el dinero que sale de nuestros impuestos, no para que lo revierta en créditos y en ayudas a quienes verdaderamente lo están pasando mal, sino para limpiar sus propios errores y ayudar al Gobierno a limpiar los suyos.»
Pues a mí me indigna pensar que llevamos ya tres años financiando con sucesivos planes de rescate a la banca, dándoles a los banqueros nuestros dinero, el dinero que sale de nuestros impuestos, no para que lo reviertan en créditos y en ayudas a quienes verdaderamente lo están pasando mal y ahora no pueden hacer frente a sus deudas, sino para limpiar sus propios errores y ayudar al Gobierno a limpiar los suyos… O qué piensan que han hecho con nuestro dinero, ¿caridad? No, lo han invertido en Bonos del Estado para que a Rodríguez Zapatero no se lo comieran los mercados extranjeros, mientras el Gobierno y el Banco de España miraban para otro lado y se hacían los locos cuando se trataba de auditar las cuentas de bancos y cajas, la mayoría de ellos al borde de la quiebra… Pero, cuidado, no se equivoquen, la solución no está en nacionalizar lo que la experiencia demuestra que en manos de los políticos todavía resulta más desastroso porque une la corrupción a la mala gestión… No, la solución está, debió de haber estado, en dejar que cumplieran con su penitencia, en haber permitido que quienes no pudieran hacer frente a la situación de sus cuentas las rindieran ante los mercados y si estos, implacables, les hubieran la ayuda y el crédito, no habrían tenido más remedio que echar el cerrojo al negocio.

Y no habría pasado nada, porque para eso está el Fondo de Garantía de Depósitos y, sobre todo, porque para eso está el resto del sistema perfectamente capaz de absorber los despojos de quien ha entregado su cabeza a la causa del capitalismo socialdemócrata, que de eso se trata aunque les suene a ustedes raro. Mezcla de capitalismo y de intervencionismo, una combinación letal que nos ha llevado a la crisis más perversa del estado del Bienestar, hoy en el punto de mira por la imposibilidad de financiarlo. ¡Es esto lo que indigna! Podemos buscar mil formas de expresarlo, de explicarlo y de solucionarlo, pero la razón última está ahí, en la manera en que una casta de poderosos de la política y de la economía se ha repartido algo que era nuestro, que nos pertenecía y nos sigue perteneciendo, y que no es otra cosa que la causa de nuestra libertad.

Nos han privado de la capacidad de elección, la hemos sacrificado en beneficio de una innoble razón de Estado con la que han construido un sistema de equilibrios de poder a su medida y que en lugar de actuar en beneficio nuestro lo que ha hecho es llevarnos a una situación límite, dramática, en la que ahora nos vemos obligados a ceder buena parte de los derechos que habíamos adquirido durante todos estos años. Pues ya está bien, claro que hay razones para indignarse, para salir a la calle, para protestar, para elevar banderas aunque algunas nos parezcan equivocadas, pero que en el fondo son la expresión de un deseo profundo de cambio, de volver a tomar las riendas de nuestro destino como país y como ciudadanos libres para elegir más allá de las urnas cada cuatro años, porque de lo que se trata no es de elegir a quienes nos van a gobernar, sino las condiciones bajo las que van a hacerlo. Y las condiciones que regían hasta ahora ya no valen, se han quedado obsoletas, y los ciudadanos pedimos lo único que podemos pedir: cambiarlas.


El Confidencial - Opinión

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