Hoy empieza el Debate del Estado de la Nación, el último de esta legislatura y el último de Rodríguez Zapatero. No así de Rajoy que si gana las próximas elecciones generales tendrá que hacer frente a cuatro más, como poco. A los periodistas, a los medios de comunicación en general, el debate nos alimenta desde el punto de vista informativo y al menos durante casi tres días nos mantiene en un estado de tensión adicional al que ya llevamos a nuestras espaldas habitualmente. Además, este debate se produce en un momento especialmente delicado para nuestro país y en el final de etapa de un Gobierno cuyo epílogo no puede ser más demoledor. Y es la despedida de un dirigente político que ha conseguido concitar los mayores porcentajes de impopularidad y desprecio colectivos que nunca haya sumado un presidente del Gobierno en toda la democracia, lo cual ya tiene mérito.
Lo que casi todos esperamos del debate es que a lo mejor nos permita despejar alguna incógnita sobre el momento en el que Zapatero tiene previsto convocar elecciones: si se ‘moja’ y asume un nuevo programa de reformas como le pide la UE, es que tenemos todavía nueve meses de parto por delante, pero si no lo hace y se limita a decir que hay que acabar lo empezado y nada más, es que le quiere endosar la patata caliente al PP y podemos estar ante una convocatoria anticipada de elecciones, como casi todos creemos ya que va a pasar. Y vamos a ver a un Zapatero solo, únicamente defendido, y ya veremos con cuántas ganas, por los suyos, mientras que el resto de líderes de la oposición se reparten sus despojos políticos.
Lo que casi todos esperamos del debate es que a lo mejor nos permita despejar alguna incógnita sobre el momento en el que Zapatero tiene previsto convocar elecciones: si se ‘moja’ y asume un nuevo programa de reformas como le pide la UE, es que tenemos todavía nueve meses de parto por delante, pero si no lo hace y se limita a decir que hay que acabar lo empezado y nada más, es que le quiere endosar la patata caliente al PP y podemos estar ante una convocatoria anticipada de elecciones, como casi todos creemos ya que va a pasar. Y vamos a ver a un Zapatero solo, únicamente defendido, y ya veremos con cuántas ganas, por los suyos, mientras que el resto de líderes de la oposición se reparten sus despojos políticos.
A priori, por tanto, el debate que se asoma en una semana clave para España, en la que si Salgado dice que no estamos al borde del rescate es porque lo estamos, y en la que de nuevo el terrorismo de la mano de Bildu vuelve a traernos imágenes de otros tiempos de indignidad, parece interesante e, incluso, yo diría que apasionante. Pero es la visión, como decía al principio, del ‘periodista’. La visión del ciudadano es otra, muy distinta. La visión del ciudadano es la de dar la espalda a lo que hoy puedan decir los políticos a los cuales considera como su tercer problema por detrás del paro y de la situación económica. Sus recetas no convencen a la gente, sus mensajes están muy lejos del sentir de la mayoría, sus promesas son espejismos para una gran parte de los ciudadanos que, sin embargo, ven cómo se reparten puestos y cuotas de poder obtenidas gracias a nuestros votos.
Hoy Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy se enzarzarán en un intenso debate, no les quepa la menor duda. El líder de la oposición hará, seguramente, una gran intervención porque es muy buen parlamentario, y el presidente intentará esquivar los golpes con recursos dialécticos y alguna que otra referencia al pasado. Pero la pregunta es, ¿alguno de ellos será capaz de conectar con el sentir de la ciudadanía? Yo lo dudo, y la prueba es que año tras año este debate, que debería de ser importante para la sociedad, pierde audiencia de manera sistemática. Si se tratara de un programa producido por alguna gran cadena de televisión, ya lo habrían desterrado de la parrilla y eso es triste porque se supone que en una buena parte de lo que digan en el Hemiciclo y, sobre todo, de lo que aprueben en los próximos días, depende en gran medida nuestro bienestar futuro. Pero eso demuestra la escasa confianza que tienen los ciudadanos en que los políticos sean capaces de sacarnos del atolladero en el que ellos mismos nos han metido o han contribuido a meternos.
Rajoy sabe que va a ganar las elecciones, por eso no va a ser hoy el día en el que arriesgue más allá de lo justo, aunque sí cabe esperar que el PP vaya más allá en su programa electoral. Y Zapatero ya lo ha dado todo por perdido aunque no lo admita, lo cual le lleva a tirar la toalla y a instalar a su partido en la fatalidad. Por eso sobre verdaderas soluciones a los problemas de la gente no vamos a escuchar nada nuevo. El debate girará, es cierto, en torno a si la prima de riesgo, el verdadero marcapasos de la situación de nuestro país, nos pone sí o sí al borde de la intervención, pero poco se va a decir sobre cómo solucionar el aumento de la morosidad, del paro, de las dificultades reales de cientos de miles de familias para llegar a final de mes.
Y poco se va a decir de las razones por las que los ciudadanos ya no creen en sus políticos, de cómo se va a dotar de mayor transparencia a su gestión, de cómo se va a conseguir una democracia mejor, de mayor calidad, más cercana a los ciudadanos y más abierta a sus demandas. Luego, ellos mismos se sorprenden de que los ciudadanos tenga una percepción tan negativa de la política, e incluso nos echan la culpa de eso a los medios de comunicación, pero ya verán cómo, de nuevo, el Debate del Estado de la Nación se convierte en una riña partidaria en la que lo que último que importa es eso, el estado de la nación. Y la nación somos los ciudadanos.
«Si se tratara de un programa producido por alguna gran cadena de televisión, ya lo habrían desterrado de la parrilla.»Es verdad que votar es la mayor escenificación de la democracia, pero también lo es que puede convertirse en un mero ejercicio mecánico que no abrace la verdadera significación del hecho en sí de depositar un voto -delegar nuestro poder soberano en manos de unos pocos para que lo administren convenientemente-, sino que la pervierta convirtiéndola en una claudicación de ese poder. Si uno de los propósitos de la política es dar respuesta a los problemas de los ciudadanos, desde luego tenemos que llegar a la conclusión de que lejos de eso, la política es un problema para los ciudadanos y sin duda el mayor de todos lo representa quien está al frente del poder.
Hoy Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy se enzarzarán en un intenso debate, no les quepa la menor duda. El líder de la oposición hará, seguramente, una gran intervención porque es muy buen parlamentario, y el presidente intentará esquivar los golpes con recursos dialécticos y alguna que otra referencia al pasado. Pero la pregunta es, ¿alguno de ellos será capaz de conectar con el sentir de la ciudadanía? Yo lo dudo, y la prueba es que año tras año este debate, que debería de ser importante para la sociedad, pierde audiencia de manera sistemática. Si se tratara de un programa producido por alguna gran cadena de televisión, ya lo habrían desterrado de la parrilla y eso es triste porque se supone que en una buena parte de lo que digan en el Hemiciclo y, sobre todo, de lo que aprueben en los próximos días, depende en gran medida nuestro bienestar futuro. Pero eso demuestra la escasa confianza que tienen los ciudadanos en que los políticos sean capaces de sacarnos del atolladero en el que ellos mismos nos han metido o han contribuido a meternos.
Rajoy sabe que va a ganar las elecciones, por eso no va a ser hoy el día en el que arriesgue más allá de lo justo, aunque sí cabe esperar que el PP vaya más allá en su programa electoral. Y Zapatero ya lo ha dado todo por perdido aunque no lo admita, lo cual le lleva a tirar la toalla y a instalar a su partido en la fatalidad. Por eso sobre verdaderas soluciones a los problemas de la gente no vamos a escuchar nada nuevo. El debate girará, es cierto, en torno a si la prima de riesgo, el verdadero marcapasos de la situación de nuestro país, nos pone sí o sí al borde de la intervención, pero poco se va a decir sobre cómo solucionar el aumento de la morosidad, del paro, de las dificultades reales de cientos de miles de familias para llegar a final de mes.
Y poco se va a decir de las razones por las que los ciudadanos ya no creen en sus políticos, de cómo se va a dotar de mayor transparencia a su gestión, de cómo se va a conseguir una democracia mejor, de mayor calidad, más cercana a los ciudadanos y más abierta a sus demandas. Luego, ellos mismos se sorprenden de que los ciudadanos tenga una percepción tan negativa de la política, e incluso nos echan la culpa de eso a los medios de comunicación, pero ya verán cómo, de nuevo, el Debate del Estado de la Nación se convierte en una riña partidaria en la que lo que último que importa es eso, el estado de la nación. Y la nación somos los ciudadanos.
El Confidecial - Opinión
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