No hay pasión política que tenga la expectativa truculenta y el alcance morboso de un escándalo sexual.
NINGUNA pasión política, la codicia, el tráfico de influencias, el abuso de poder, tiene el alcance morboso de un escándalo sexual. Nada fascina más al gran público que la lujuria de los poderosos, la concupiscencia que decían los curas antiguos llenándose la boca con la sonoridad del palabro. El sur del ombligo sigue siendo el territorio prohibido que desata la expectativa truculenta del cotilleo planetario. Pese a esa evidencia, hay políticos capaces de esquivar responsabilidades en crímenes de Estado, enriquecimientos espurios, fraudes electorales, para acabar enredados en la zona oscura del sexo ilícito. Más allá del escabroso escrutinio moral, a veces tan ilegítimo como puritano, que abre en canal flaquezas íntimas ante la opinión pública —caso de Clinton y la becaria—, algunos gobernantes liquidan sus carreras bajo el impulso irracional de una falsa impunidad que se precipita en el simple delito. Lo hemos visto en las orgías bunga-bunga de Berlusconi, o ahora en el asalto trempante de Strauss-Kahn en la suite del Sofitel de Manhattan. Es curioso que Kennedy, tan promiscuo, se librase de ese debate que hoy lo habría echado a patadas de la Casa Blanca. Claro que no consta que violase a nadie.
Aún no sabemos si el director gerente del FMI es la improbable víctima de una compleja operación Mata-Hari o un rijoso pichabrava que salta, como Harpo Marx, sobre la primera falda que se le pone delante. Juega contra él algún antecedente dudoso, su currículum de mujeriego y su origen francés, que ya le presupone en el imaginario popular una reputación genética de tocador de señoras. Tiene un perfil antipático en tiempos de crisis: un socialista millonario, un intelectual de la gauche caviar aficionado a los coches de lujo, las casas fastuosas, los viajes caros... y a jugar a las damas. Esta vez puede haberse equivocado de tablero.
Si el episodio de la camarera es cierto se le va a caer su elegante pelo cano: tiene toda la pinta de una agresión sexual y en USA gastan pocas bromas con eso. Y en todo caso ya está políticamente acabado. Pero esa peripecia tan rocambolesca, esa detención express a bordo de un avión que parece sacada de una novela de Tom Wolfe o de un thriller de intriga política, es demasiado sugestiva para que la verdad, sea cual sea, no quede sepultada bajo una escombrera de morbo, especulaciones, teorías conspirativas y efectos colaterales. Que si la Presidencia francesa, que si los rescates europeos del Fondo Monetario, que si la geoestrategia financiera global. Tal vea sea todo más sencillo y más sórdido: un satirillo libidinoso acostumbrado por su alta posición a que nadie le diga que no a sus urgencias. El problema es que ya da igual; no habrá realidad más apasionante que el relato torrencial de estas horas convulsas. Apasionante viene de pasión y este veterano galán tan pasional ha acabado la suya crucificado.
Si el episodio de la camarera es cierto se le va a caer su elegante pelo cano: tiene toda la pinta de una agresión sexual y en USA gastan pocas bromas con eso. Y en todo caso ya está políticamente acabado. Pero esa peripecia tan rocambolesca, esa detención express a bordo de un avión que parece sacada de una novela de Tom Wolfe o de un thriller de intriga política, es demasiado sugestiva para que la verdad, sea cual sea, no quede sepultada bajo una escombrera de morbo, especulaciones, teorías conspirativas y efectos colaterales. Que si la Presidencia francesa, que si los rescates europeos del Fondo Monetario, que si la geoestrategia financiera global. Tal vea sea todo más sencillo y más sórdido: un satirillo libidinoso acostumbrado por su alta posición a que nadie le diga que no a sus urgencias. El problema es que ya da igual; no habrá realidad más apasionante que el relato torrencial de estas horas convulsas. Apasionante viene de pasión y este veterano galán tan pasional ha acabado la suya crucificado.
ABC - Opinión
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