sábado, 21 de mayo de 2011

22-M y la generación perdida: ¡escuchadlos, por favor! Por Federico Quevedo

El viernes por la tarde-noche los principales líderes políticos del país echaron el cierre a la campaña electoral que culmina con las elecciones municipales y autonómicas de este domingo. Un domingo en el que no va a ocurrir nada distinto de lo que estaba previsto que ocurriera: va a ganar el PP y la única duda es si lo hará con la suficiente contundencia como para que esa victoria obligue al presidente Rodríguez a adelantar las elecciones generales, pero eso no lo sabremos hasta casi la media noche. Hasta llegar a ese momento hemos soportado una campaña electoral tediosa y aburrida, en la que el PSOE se ha empeñado -yo creo que inútilmente- en convencer al personal de que si ganaba el PP vendría el fin del mundo y ha sacado a pasear de nuevo el miedo a la derecha de la derecha de la derecha de la..., y el PP nos ha dicho que con el PSOE ya ha llegado casi el fin del mundo y que si siguen en el poder nunca saldremos de esta interminable crisis económica. Hagamos una salvedad: tal y como están las cosas, lo segundo es más creible que lo primero. Un coñazo, insisto, solo animado por la interferencia del TC con el asunto de Bildu, que tampoco duró mucho.

Hasta que el pasado domingo, una semana antes de las elecciones, pasó lo que nadie esperaba que pasara: miles de jóvenes y no tan jóvenes salieron a la calle a manifestar su indignación y su desencanto con una situación de la que responsabilizan a toda la clase política en general. Y no les falta razón porque aunque buena parte de la responsabilidad de la crisis recaiga sobre el actual Gobierno, sin embargo del deterioro de la calidad de nuestra democracia son responsables todos y cada uno de ellos, sin distinción. El caso es que a partir de ahí el asunto se desmandó, y lo que parecía solo una pequeña muestra de descontento se ha acabado convirtiendo en un auténtico estallido social de repercusión mundial y que amenaza con extenderse por todas las capas de población y clases sociales, pero que tiene su origen en una generación que ha perdido por completo la esperanza y a la que lo que le ofrecemos es un futuro incierto y desolador. Es una generación perdida, sin duda mucho mejor preparada que la nuestra, con mucha más capacidad para el desarrollo de sus aptitudes, pero inevitablemente condenada a vagar por una interminable cuneta de contratos basura y empleos de baja cualificación. O a emigrar.
«El asunto se desmandó, y lo que parecía solo una pequeña muestra de descontento se ha acabado convirtiendo en un auténtico estallido social de repercusión mundial.»
Eso es desesperante. Pero si además esa generación percibe que quienes tienen en su mano la facultad de mejorar sus vidas, solo se ocupan de mejorar las suyas propias. Si lo que tienen como ejemplo es una constante acumulación de agravios vía corrupción, despilfarro, abusos, etcétera por parte de la clase política, esa desesperanza se hace todavía más dolorosa. Y si además observa como las oligarquías económicas y financieras se cubren las espaldas en las crisis para no perder sus cuotas de poder y sus bolsas de dinero invertidas en escandalosas SICAVS mientras miles de trabajadores acuden a engrosar las filas del paro, esa desesperanza no solo se vuelve dolorosa, sino agresiva. Y si para colmo los primeros -la casta política- y los segundos -la casta económica- se ponen de acuerdo para ayudarse mutuamente ¡con cargo a nuestros impuestos!, y encima negándonos la posibilidad de financiar la falta de recursos que sufrimos como consecuencia de la crisis económica, entonces solo queda una opción: salir a la calle y gritar ¡Basta Ya! No podemos más. Y si para colmo resulta que nos encontramos en medio de una campaña electoral y nada de esto se escucha en los mítines de nuestros políticos, únicamente entregados a la causa de tirarse los trastos a la cabeza para ver quien obtiene el mejor resultados en las urnas, o para evitar que el desastre sea peor de lo que auguran los sondeos, entonces es perfectamente comprensible que ese clamor social haya estallado como una bomba en plena apoteosis de la campaña para romperla e introducir un elemento de reflexión que hasta ahora era ajeno a la clase política.

Pues aquí estamos, en Sol y en miles de plazas de toda España, y ya no solo de España. Son decenas de miles de jóvenes los que se citan cada tarde para expresar ese descontento. La apariencia, es cierto, es la de que la mayoría son jóvenes de izquierdas, quizás porque los de derechas no se quieren hacer notar por cierto complejo... Pero están ahí también. Lo sé. Me consta. Comparten esa lucha. Quizá no comparten todas las reivindicaciones que están surgiendo de esas asambleas que nos traen el recuerdo de viejos procesos revolucionarios -el final del capitalismo, la nacionalización de la banca, la expropiación forzosa...-, pero si aquellas que tienen que ver con la naturaleza de nuestra democracia y el modo en el que hemos permitido que se deteriore hasta el extremo en el que lo ha hecho. Muchas de sus propuestas, tanto las de tipo económico-social, como las de tipo político-institucional, son perfectamente estudiables e, incluso, asumibles. Todos sabemos que el capitalismo no va a morir de esta ofensiva revolucionaria, pero si conseguimos un capitalismo más humano, más solidario, habremos dado un paso importantísimo en la búsqueda y la consecución de un mundo mejor, más justo, más libre...

Hoy, sin duda, no es el momento de que los políticos se acerquen a escuchar estas demandas, estas reivindicaciones. Ni mañana. Hoy toca reflexionar y el domingo votar. Los políticos ya han hecho su trabajo, un mal trabajo por cierto, obviando cuales eran los verdaderos problemas y las verdaderas necesidades de los ciudadanos, dedicándose a su particular confrontación partidaria. Los ciudadanos hablarán en las urnas, y seguramente hablarán en la dirección que han pronosticado las encuestas porque es lo lógico en una situación de crisis como la que vivimos y que necesariamente pasa factura a quien más responsabilidad tiene. Pero a partir del día 23, cuando hayan hablado las urnas, no callemos esa voz que se ha levantado en las plazas de nuestras ciudades. Sigamos esa lucha, continuemos hasta conseguir que se escuche ese grito de cambio, pero no de cambio político, sino de cambio social, de cambio de una sociedad enferma y resignada por otra audaz y dispuesta a luchar por su futuro. Exijámosles que escuchen, que tengan en cuenta esas reivindicaciones, que se atrevan a proponer cambios, que den pasos de verdad en favor de una democracia de ciudadanos en detrimento de 'su' democracia de partidos. Se puede. Podemos. Solo hace falta que la ilusión que ha nacido estos días en la Puerta del Sol, y en las plazas de todas España, no muera con el cierre de la última urna del domingo, con el recuento del último voto, porque entonces la desesperanza por el fraude será todavía mayor que la que llevamos acumulada por tanta mentira y tanto engaño.


El Confidencial - Opinión

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