Pero no lo hagan a un templo cristiano, a una capilla católica, porque nadie les va a responder con suciedad y violencia. No se trata de la Historia de la Iglesia sino de la realidad actual. Por supuesto que una parte de la Historia de la Iglesia está protagonizada por la intolerancia y la violencia. Pero hoy es el soporte del humanismo cristiano, de los derechos y libertades de los seres humanos, del pacifismo bien entendido. Es más, una considerable proporción de los dogmatismos progres están inspirados en las acciones humanitarias de la Iglesia. Es muy fácil herir a los cristianos. Responden rezando. Se ha demostrado en la Misa de la capilla universitaria de Somosaguas. Estos jóvenes que vejan, humillan y destruyen la armonía de los lugares sagrados no son nada originales. Y menos aún, valientes. Miren hacia atrás y verán las iglesias de Madrid ardiendo, las imágenes de Cristo y de la Virgen tiroteadas y mutiladas, los sagrarios profanados y las riquezas artísticas destrozadas o ausentes después de los saqueos.
Si les gusta provocar, o vengarse de los que creen, o reírse de los que en Dios encuentran la razón fundamental de sus existencias, vayan y desnúdense en la mezquita de la M-30. Háganlo a la luz del día, y en los momentos de la oración. Vayan, desnúdense y corran, porque el Islam no recomienda poner la otra mejilla cuando la primera ha sido abofeteada por la perversidad. Sucede que también la mezquita de la M-30 está en Madrid, y sujeta a las leyes españolas, también inspiradas en gran medida en el pensamiento cristiano. Sean más valientes las chicas despelotadas en la capilla de Somosaguas y viajen a una nación musulmana. Irán, por ejemplo. Hagan turismo, y cuando se sientan animadas, acudan a una cualquiera de sus mezquitas –no encontrarán allí iglesias católicas–, y quítense la ropa. Vayan y desnúdense. Muestren sus tetas blancas y occidentales a los ojos de los creyentes en Alá. Sin prudencias. Y corran. En esta situación, corran de verdad, a toda pastilla, porque de ser interceptadas experimentarían la deliciosa muerte que la Alianza de Civilizaciones reserva a las mujeres adúlteras, o indecentes, o simplemente críticas con el Islam. Ya no enseñarán más las tetas, porque se las enterrarán momentos antes de ser lapidadas. O las mantendrán cubiertas de por vida en las prisiones nauseabundas donde la esperanza no existe. Profanar una iglesia católica en España no tiene mérito alguno. Se profana y ya está. Lo más que le puede suceder a los profanadores es que Berzosa les advierta que de seguir así podrían suspender una asignatura. Una advertencia gravísima, injustísimo castigo. Aquí no, valientes estudiantes profanadores de iglesias y agresores contra la fe de millones de españoles. Aquí enseñar las tetas y proceder al fornicio junto a un altar es cuestión de desnudarse y darle al meneo. Resulta más interesante superar el riesgo. Sólo el riesgo de retar a lo prohibido limpia la suciedad de una acción. Iran, Irak, el Yemen, Arabia Saudí les esperan. Vayan, desnúdense y corran. Les recomiendo que lleven patines para deslizarse a mayor velocidad sobre los mármoles de los lugares de Alá y de Mahoma. Ellos están en el siglo XI y no entienden bien los brazos caídos ante la agresión y el ofrecimiento de la otra mejilla. Pero si no quieren viajar, vuelvo al principio. A la mezquita de la M-30 de Madrid. Vayan, desnúdense, enseñen las tetas y corran. La que consiga llegar a la casa del Rector Berzosa podrá considerarse muy afortunada.
La Razón - Opinión
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