jueves, 10 de febrero de 2011

Contaminación. Por Ignacio Camacho

Los testaferros de Batasuna se agarran a un rígido discurso ortopédico para que no se les vea el cartón.

EN vísperas de carnaval una densa nube sucia, un manto de smog fotoquímico, vela estos días la transparencia velazqueña del aire de Madrid y reviste su atmósfera con un tinte sombrío. Las partículas de dióxido de nitrógeno envenenan los pulmones de la capital del Estado, manchan la ropa tendida en las azoteas y dificultan la respiración en las empinadas cuestas de la Corte; algunos ciudadanos hipersensibles o simplemente alérgicos han empezado a salir a la calle con mascarillas y desde las autovías periféricas se divisa la capa de humo nocivo como una siniestra boina gris encasquetada sobre el skyline de la ciudad. Bajo este cielo de azul engañoso que esconde compuestos volátiles dañinos, los testaferros de Batasuna se han presentado con los papeles de su partido postizo y un discurso de rigidez ortopédica cuyo hermetismo esconde la voluntad de que no se les vea el cartón. No traen capucha, ni siquiera boina, y enseñan manos limpias a sabiendas de que como no existen radiografías de intenciones será difícil, incluso para la justicia, escudriñarles un alma ennegrecida por años de silencio cómplice con el terrorismo.

Los impostores han repintado escrupulosamente la fachada de su nueva barraca política. Han borrado los síntomas perceptibles de contaminación etarra y el Estado va a tener que hilar muy fino para encontrar componentes tóxicos en esa trama de camuflaje. Otra cuestión es que quiera hacerlo, porque bajo la impecable cautela oficial se adivina en el discurso implícito del entorno socialista una cierta complacencia con la música del nuevo baile de máscaras. Al fin y al cabo es tiempo carnavalesco y en el juego de disfraces siempre ha existido un obvio componente convencional de autoengaño. Lo que oculta la identidad no es el ardid de la careta propia sino el disimulo de la mirada ajena.

Así como al alcalde Gallardón lo acusan los ecologistas de haber rebajado el rasero de vigilancia ambiental, la oposición sospecha que al Gobierno le gustaría ensanchar el margen de tolerancia antiterrorista y no vería con malos ojos que los tribunales rechazasen indicios contaminantes en ese Sortu que se presenta con retórica fascistoide de amaneceres dorados, aprovechando la tregua de ETA como el smogse beneficia de la aparente bondad de los anticiclones. El Supremo va a tener que analizar la solicitud de registro con un medidor de partículas. Si no está bien afinado se pueden colar sustancias cancerígenas en el organismo de la democracia, que es ultravulnerable a cualquier grado de polución invisible.

El ambiente capitalino está cargado por el estancamiento y la humareda, una neblina insana que quizá puedan despejar las lluvias de febrero. Pero nada contamina más la atmósfera madrileña que el venenoso, fratricida, tramposo pulso de la política.


ABC - Opinión

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