miércoles, 26 de enero de 2011

Zapatero y las reformas que le alejan de sus votantes. Por Antonio Casado

Si mira hacia fuera, los mercados. Si mira hacia dentro, los sindicatos por la izquierda y el PP por la derecha. En esas condiciones solo le queda ofrecerse en sacrificio y pasar por la trituradora de las urnas envuelto en la bandera nacional, como los marinos españoles machacados por los barcos de Estados Unidos en Santiago de Cuba. Pero antes, las reformas, sin mirar a las encuestas.

¿Un gobernante que no mira las encuestas? No me lo creo. Salvo que esté preparando la evasión. Entonces encajaría el lema de más reciente incorporación a su particular devocionario político: “Cueste lo que me cueste”. La factura consistiría en la renuncia a repetir candidatura después de quemarse en el altar del reformismo exigido por los acreedores.

Quemarse es elegir: mercados o sindicatos. Y ya ha elegido. Se deduce por la amarga dialéctica de los líderes sindicales, resignados a que el futuro de las pensiones españolas lo decidan los mercados. No hay más que escuchar a Toxo y Méndez insistiendo en que no pasarán por lo de la jubilación a los 67 años cuando se agota el plazo para el acuerdo. O a Gaspar Llamazares, hablando de “expolio a la banca social” o “golpe del mercado contra el último reducto de banca pública”, para referirse a los planes de saneamiento de las cajas de ahorro anunciados por el Gobierno.
«A los más próximos de su primer círculo de confianza, Zapatero les ha dicho que dará un paso atrás si está convencido de que su candidatura resta y no suma, pero sigue pidiendo respeto para manejar los tiempos y su decisión definitiva.»
Da igual. “No voy a tirar la toalla”, decía Rodríguez Zapatero el martes por la noche, en su última comparecencia pública. Y eso descarta la posibilidad de un adelanto electoral aunque los españoles, como dice Rajoy, tengan “sed de urnas”, pero no garantiza la recuperación electoral del PSOE. Todo lo contrario. Los hechos se empeñan en escenificar el drama de un presidente del Gobierno desde que aquel fin de semana de mayo en Bruselas se cayó del caballo camino de la tierra prometida. Zapatero cambió de montura, pero no sus electores, que siguen donde estaban cuando le auparon a la Moncloa por segunda vez. Desasistido por sus votantes, solo le queda apelar al reformismo como tarea de mayor cuantía en nombre de los intereses generales. Ya sin la menor esperanza de que el patriotismo del aspirante, Mariano Rajoy, haga el milagro de la cooperación.

“Sería deseable, pero lo veo muy difícil porque el PP se ha instalado demagógicamente en el discurso de las elecciones anticipadas por miedo a perder el tren de la crisis”, le oí decir ayer por la mañana a José Blanco, que es ministro de Fomento, número dos del PSOE y confidente de Zapatero.

Y tiene razón. Una hipotética recuperación de la economía pondría en peligro la vuelta al poder del PP. Las previsiones no son halagüeñas para la causa electoral de los socialistas. Solo les queda confiar en la retribución diferida a largo plazo por los sacrificios de ahora. Como ocurrió con la reforma de las pensiones o la reconversión industrial de mediados de los ochenta. Solo podían hacerlo los socialistas en el poder, como la eliminación de la mili y de los gobernadores civiles, que solo podía hacerlo, y lo hizo, un Gobierno de José María Aznar.

Al mal tiempo, buena cara. Zapatero sostiene que todavía hay margen para derrotar a las encuestas antes de las próximas elecciones generales. ¿Con él o sin él? A los más próximos de su primer círculo de confianza les ha dicho que dará un paso atrás si está convencido de que su candidatura resta y no suma, pero sigue pidiendo respeto para manejar los tiempos y su decisión definitiva.


El Confidencial - Opinión

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