lunes, 3 de enero de 2011

La rabieta de Cascos confirma el acierto de frenar su candidatura. Por Antonio Casado

Si Mariano Rajoy tenía alguna duda sobre el acierto del frenazo a las aspiraciones de este militante del PP de Chamberí a la presidencia de la Comunidad Autónoma de Asturias, ya la tiene despejada. El propio Francisco Álvarez Cascos, ex secretario general del PP (1989-1999), le ha acabado de convencer con su infumable carta de despedida y su multitudinaria rueda de prensa de ayer por la tarde en Oviedo.

Por estas dos sobrantes iniciativas del antiguo hombre fuerte de Aznar, que quería volver por arriba y con guadaña después de seis años de exilio voluntario, ya sabemos que el marianismo se libra de un hombre personalista, engreído, autoritario y capaz de traicionar a su partido porque sus dirigentes, elegidos por la militancia, no le han hecho la ola. Con esta forma de expresar su ataque de contrariedad, la dirección del PP asturiano, liderado por Ovidio Sánchez, y el comité electoral central, presidido por Mariano Rajoy, se han cargado de razón.

Los militantes asturianos conocen ahora de la clase de riesgos que corrían de haberse consumado el retorno de quien ya reventó una vez el PP desde dentro. Recuerdan su insensato pulso, como vicepresidente del Gobierno, en 1998, al entonces presidente de la Comunidad, Sergio Marqués. Aunque el riesgo de volverlo a dividir, ahora desde fuera, no ha desaparecido, a juzgar por sus declaraciones de ayer tarde, en las que sugiere la intención de pilotar un nuevo partido político para la conquista de la presidencia autonómica de Asturias.


Le desnuda la carta pública a Mariano Rajoy, al que hace culpable de su desgracia y en el que proyecta su personal ataque de contrariedad. Con copia a la presidenta del PP de Madrid, y al presidente del Distrito de Chamberí, donde militaba ¿Y por qué no al revés?: carta al PP de Madrid, para darse de baja y copia a Rajoy. Hubiera sido lo correcto pero se impuso su peculiar concepción del poder. Se retrata como un hombre pagado de sí mismo (¿no sabe usted quien soy yo?) y poco respetuoso con los usos democráticos. Cifró sus esperanzas en la voluntad digital de Rajoy y no en los órganos del partido. Quería que le pusieran a dedo, como él puso en su día a Ovidio Sánchez en la presidencia del PP de Asturias, aunque ahora, mecachis, se le ha cambiado de bando, el desagradecido. Qué cosas.

¿Cómo se atreve a apelar a la dignidad personal quien echa por la borda 34 años de fidelidad a un partido por una rabieta? Una espantada más bien utilitaria, pues anuncia casi simultáneamente la baja como militante y la presentación de una alternativa para confrontarse con la organización a la que ha pertenecido hasta cinco minutos antes de saber que su dirección le rechazaba como candidato. No ha sido explícito, pero se deduce cuando muestra su disposición a intentarlo “juntos, en equipo, organizados, con vocación de trabajo”.

Dice que ahora la palabra la tienen los ciudadanos ¿Acaso espera ser candidato por aclamación? La aventura valdría la pena, según él, “para recuperar el orgullo de ser asturiano”. Lo que nos faltaba, que fuera Cascos el llamado a ocuparse de la salud moral de Asturias. Ay si Pedro Garfias levantara la cabeza (“Dos veces has tenido ocasión para jugarte la vida en una partida y las dos te la jugaste ¿Quién derribará ese árbol de Asturias ya sin ramaje?”).


El Confidencial - Opinión

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