domingo, 9 de enero de 2011

El año del cambio. Por M. Martín Ferrand

Dado que los ciudadanos tenemos mala memoria, los políticos tienden a decir lo que se les viene a la boca.

DICE Mariano Rajoy, quien nunca deja claro lo que verdaderamente quiere decir, que el PP, sus alcaldes y líderes autonómicos deben «apretarse el cinturón sin dejar de prestar ningún servicio». Eso es instalarse en Mayo del 68, para lo que ya no tiene edad, y gritar a pleno pulmón: «¡Sé realista, exige lo imposible!». Es imprescindible apretarse el cinturón, qué duda cabe; pero sin llegar a comprometer la respiración y el tracto intestinal de los ciudadanos. En esa dirección resulta más sencillo y eficaz, mejor que la apretura heroica, la supresión de los servicios y prestaciones inútiles o superfluos que, hoy por hoy, las administraciones —todas ellas— le brindan al ciudadano. Por el camino del Estado de Bienestar, una hermosa formulación teórica que esconde el fomento de la holganza y la irresponsabilidad, terminaremos por crear un cuerpo de asistentes sociales que nos visite, antes de dormir, para arroparnos en la cama y, después de hacernos beber un vaso de leche templada, besarnos la frente. A tales disparates estamos llegando, por la derecha y la izquierda, que nuestros próceres pueden terminar por inventar la madre o, cuando menos, su figura sustitutiva.

Dado que las palabras son gratis y los ciudadanos tenemos mala memoria, los políticos tienden a decir lo que se les viene a la boca. Muchos repiten, por hablar y sin mayores fundamentos, que 2011 será «el año del cambio». La primera vez que escuché anunciar «el año del cambio» fue a Alberto Ullastres cuando, al final de los cincuenta, arrancaba con Mariano Navarro Rubio el Plan de Estabilización en el que se cimentó, después, el de Desarrollo. Javier Arenas es quien más insiste ahora en «el año del cambio». Para él, posiblemente, lo será porque el PSOE andaluz, como el capitán Cortés en Santa María de la Cabeza, anda escaso de futuro. Arenas será presidente de Andalucía; pero no, precisamente, por decir cosas tan mostrencas como ésta: «El felipismo nos dejó como nos dejó y el zapaterismo nos va a dejar como nos va a dejar». Quizás la elocuencia de Pero Grullo cotice en el Sur; pero, aún así, debiera esforzarse más quien es mucho en el PP y aspira a serlo todo en Andalucía.

El único que se expresa con la claridad y la precisión debidas es Felipe González que, libre como un pájaro, ha dicho, con la vista puesta en el futuro de su enclaustrado sucesor en el PSOE: «Uno tiene libertad para decir no, pero no tiene libertad para decir sí con todas las consecuencias». Oportuna matización para quien, en ignorancia de la Nación y olvido de su propio partido, asume, sin saber francés, el pensamiento de Luis XIV.


ABC - Opinión

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