martes, 28 de diciembre de 2010

Los privilegios del fósil. Por Félix de Azúa

Durante la Transición se publicó en Barcelona y en catalán una influyente revista, Taula de Canvi, donde escribía buena parte del aparato ideológico del comunismo regional. Su promotor y director era Alfons Comín, un cristiano castrista ya fallecido, con mucho predicamento entre las élites barcelonesas. En el número de julio-agosto de 1977 figuraba un consejo de redacción compuesto por 18 miembros. Todos ellos, con alguna excepción, han hecho importantes carreras dentro de la Administración y buena parte de los mismos aún sigue, 30 años más tarde, entre los directivos más influyentes de la vida oficial catalana. Puede decirse sin miedo a error que esa revista fue el núcleo del mando intelectual de la izquierda revolucionaria catalana que tomaría el poder en la casi totalidad de los centros decisorios de la comunidad.

Josep Benet, Jordi Borja, Josep M. Castellet, Josep Fontana, Cirici Pellicer, González Casanova, Melendres, Molas, Ramoneda, Solé Tura, Vázquez Montalbán y otros miembros del consejo de redacción se cuentan entre los principales responsables de que la vida cultural catalana haya sido lo que es. Treinta años más tarde solo habría que añadir los aliados independentistas con quienes compartieron el poder a partir de la presidencia de Maragall. Cuando los futuros historiadores escriban el relato de la deriva catalana hacia la secesión deberán leer esta olvidada revista.


El número mencionado iba dedicado a un asunto: Escribir en castellano en Cataluña, cuestión que puede parecer cultural, pero que no ha sido nunca sino el fundamento mismo de la ideología nacionalista. En su presentación Jordi Carbonell, coordinador del número, decía: "Escribir literariamente en castellano en los Países Catalanes ha sido siempre un acto con claras connotaciones políticas; por lo menos tantas como escribir en catalán". Lo de escribir "literariamente" es sugestivo: el juicio político iba contra los escritores "literarios" porque a los demás no era necesario decirles nada, ya sabían cuál era la orden, aunque no la cumplieran: a pesar de las consignas casi todos los camaradas escribían en español en diarios como La Vanguardia o Tele/Express. Treinta años más tarde sigue sucediendo lo mismo.

Carbonell, medalla de oro de la Generalitat en 2001 y presidente de Esquerra Republicana entre 1996 y 2004, añadía más adelante: "El simple hecho de 'radicar' en Cataluña o en los Países Catalanes sin la voluntad de devenir (esdevenir) catalán no convierte a una persona en 'catalán de radicación". Esta es la ambición suprema de los nacionalistas catalanes: poseer la capacidad decisoria que determina quién es y quién no es catalán, herramienta totalitaria que nunca han soltado. Treinta años más tarde la segregación sigue intacta. El propio Montilla lo dijo en más de una ocasión: no basta con nacer y trabajar en Cataluña, hay que manifestar una voluntad pública de "ser catalán" para que el poder te considere catalán. Los comisarios controlan la exclusión y otorgan la integración según un metafísico "querer ser catalán" definido oportunamente por el mando.

El fondo de esta dictadura nacional se sustenta en el mito del invasor. Decía Carbonell en su artículo: "El castellano es justamente la lengua que el poder opresor ha querido imponer en un intento de genocidio cultural consecuencia de una política imperialista". Treinta años más tarde nada ha cambiado, excepto que ahora el mito se enseña en los manuales del Bachillerato. Aunque nadie dude de que la imposición franquista del español sobre el catalán fuera real, lo del "poder opresor" parece que se refiera al Ministerio de la Gobernación y no a lo que antes se llamaba "la burguesía catalana" (auténticos ejecutores del supuesto genocidio), así como a la llegada de los inmigrantes sureños que cargan con la responsabilidad de ser instrumentos de la opresión. La deshonestidad de culpar a los "extranjeros" no solo es una forma insidiosa de xenofobia, sino una mentira que descalifica a quien la dice.

La anterior deshonestidad se completaba con la siguiente frase de Carbonell: "No cabe duda de que los escritores que, viviendo en nuestro país, se expresan literariamente en castellano constituyen un fenómeno cultural inimaginable sin la victoria del fascismo en 1939". No tener ninguna duda de que el español nunca existió en Cataluña antes de 1939 es el fruto de una ignorancia monumental, de un cinismo rotundo, o de ambas cosas. Sin embargo, 30 años más tarde, esta sigue siendo la verdad oficial.

Tras la introducción, la redacción daba la palabra a los inculpados. Pocos fueron los que contestaron. En tono atemorizado, Carlos Barral aseguraba que él había nacido en una familia bilingüe, pero que tras la muerte de su padre le habían impuesto la lengua materna la cual era "el castellano de la Argentina", pero que de todos modos él se consideraba "irreductiblemente nacionalista". Quienes le conocimos sabemos lo que opinaba Barral sobre el nacionalismo catalán. Más audaz, Gimferrer reivindicaba a los escritores en español siempre que, decía, "hagan suyas las reivindicaciones catalanas" de manera que puedan ser aceptados. Vázquez Montalbán reaccionó dignamente. Allí escribió aquello de que asumía su papel de "judío que vive en Praga y escribe en alemán" y que la encuesta le parecía de orden zoológico más que ideológico. Treinta años después, nada ha cambiado.

Los demás encuestados, todos ellos activistas de la Causa, apoyaban con mayor o menor agresividad la liquidación de los catalanes que escribían en español. Triadú, comisario del ala más totalitaria, afirmaba que quienes escribían en español eran franquistas, pero también lo decía Montserrat Roig cuya inteligencia era algo superior a la de Triadú. "Estos escritores nunca han ayudado voluntariamente a que la literatura catalana se desarrollara y han caído en la trampa política del franquismo", nos sermoneaba Montserrat. El más disparatado era Pedrolo: "Querer pasar por escritor catalán mientras se escribe en castellano equivale a aceptar los planteamientos franquistas". ¿Querer pasar? ¿Y quién quería pasar? Treinta años más tarde, todo sigue igual.

Que todo sigue igual quiere decir que continúa habiendo gente que escribe en español aunque viva en Cataluña, pero que solo si muestra su inquebrantable adhesión al Régimen es aceptado por la maquinaria cultural catalana. Semejante rareza (o semejante chavismo) solo tiene importancia para el contribuyente. A los que escribimos en español no nos afecta porque ya estamos habituados a los insultos del poder. A quienes escriben en catalán esta situación les favorece. La doctrina política oficial solo tiene como consecuencia un gasto desorbitado, el parroquianismo cultural y la ausencia de oposición o competencia. El resultado es que no por ello ha aumentado la lectura de literatura catalana y que la cultura oficial es de uso exclusivamente local y clientelar. Los sueños de cosmopolitismo cultural, de la Cataluña internacional, de la Barcelona destacada en el mapa europeo y demás quimeras se han fundido en el aire exactamente igual que los miles de millones de euros que ha costado fundirlas.

Hay algo, sin embargo, sobresaliente. Que la así llamada "izquierda catalana" no haya superado ni un milímetro sus posiciones totalitarias de hace 30 años, que mantenga programas culturales que en Europa ya solo defiende la extrema derecha, ofrece algunas indicaciones de por qué el tripartito ha perdido cientos de miles de votos el mes pasado. Sin embargo, no enmiendan: para esta gerontocracia todo ha de seguir como en Taula de Canvi. En cuanto se supo la magnitud del fracaso salieron en tromba los más derechistas del Partido Socialista Catalán a decir que todo había sucedido por no haber sido lo suficientemente nacionalistas. Estos ideólogos delirantes querrían mantener intactas las estructuras de poder de hace 30 años porque garantizan su dominio sobre los demás y sus privilegios por encima de todo el mundo. El arrogante menosprecio con el que se dirigen a sus (ex) votantes indica que jamás aceptarán la realidad social catalana.
Es muy chocante ver a un por así decirlo socialista envuelto en la bandera catalana. Es un oxímoron viviente. O quizás agonizante.

El País - Tribuna

Auto-moribundia. Por Eduardo San Martín

La limosna de legislatura brindada por CiU al PSC, a cambio de un apoyo parlamentario que no necesita, vino precedida de un consenso verbal entre los dos principales partidos catalanes, con algunas otras adherencias, para saltar una vez más por encima del estado de derecho. Sumando una vez más sus voces a las de los nacionalistas, los socialistas proclamaban su intención de no dar cumplimiento al mandato judicial que obliga al gobierno autonómico a considerar el castellano lengua vehicular en el sistema educativo de Cataluña; la penúltima muestra del seguidismo y la confusión que ha llevado a los socialistas a la situación de postración en la que les ha sumido el veredicto de los electores y de la que ahora pretenden salir con más de lo mismo: ofreciendo su apoyo a un gobierno que, en una situación normal, estaría en las antípodas de sus principios ideológicos y al que han llevado en volandas al poder, víctimas de un complejo de limpieza de sangre que no les ha sumado nada y les ha restado el apoyo de muchos de sus desencantados seguidores.

«Es muy chocante ver a un por sí decirlo socialista envuelto en la bandera catalana. Es un oxímoron viviente. O quizás agonizante», escribía el intelectual barcelonés Félix de Azúa, en un artículo, en «El País», cuya lectura recomiendo. En la coda final se encuentra, en mi opinión, la clave del pacto. El nacionalismo catalán ha sido siempre muy pragmático en cuanto conviene a sus intereses. Y no ofrece al PSC un acuerdo por afinidad o por aversión al PP, con el que ha pactado en ambos parlamentos en el pasado. Lo hace porque firma con un moribundo necesitado de oxígeno que trata de sobrevivir, en Barcelona y Madrid, a toda costa. Con la vista puesta en 2012. Ya veremos entonces. Por ahora: Andreu Mascarell, primera «recompensa» al servicio prestado.

ABC - Opinión

Subida de la luz. El caos de la energía. Por Emilio J. González

Nada de esto ocurriría si el Gobierno hubiera tomado el mismo camino que, desde hace ya algunos años, están siguiendo el resto de países de la Unión Europea: el retorno a la energía nuclear.

El Gobierno ha conseguido transformar la política energética en un verdadero caos en el que nadie sabe a qué atenerse excepto a que los ciudadanos pagamos cada vez más por el recibo de la luz a cuenta de las iluminaciones de Zapatero y su equipo. De momento, el Ejecutivo acaba de aprobar un incremento del precio de la electricidad para uso doméstico del 10%–, para recibir bien el año nuevo–, que se suma al aumento de más del 30% que viene registrando desde el año pasado. La excusa es el precio del petróleo, que se ha situado por encima de los 90 dólares por barril, y un euro que se debilita frente al dólar, la divisa en la que se paga el crudo. Pero la realidad es que todo esto no es más que el producto de la insensata estrategia en materia de energía que viene siguiendo ZP desde que llegó al poder.

Hoy por hoy, la estrategia de política energética de los países desarrollados se basa en tres pilares: la seguridad en el abastecimiento, que éste sea a costes razonables y que la producción y consumo de energía sean respetuosos con el medio ambiente. Pues bien, Zapatero ha hecho justo lo contrario en los tres puntos. En primer término, seguimos teniendo una fuerte dependencia de los productos energéticos importados, en concreto, del petróleo y del gas natural. De hecho, el 70% de la energía que consumimos, que se corresponde con estas dos fuentes, procede del exterior, veinte puntos más que la media de la Unión Europea. Y esto no lo ha cambiado, ni mucho menos, la apuesta por las energías renovables que viene desplegando Zapatero desde que llegó al poder y que, a la vista de los resultados, es un verdadero fracaso en tanto en cuanto nuestra dependencia externa sigue siendo muy elevada y expone a la economía española a dos riesgos fundamentales: el de la falta de abastecimiento si algún día hay algún problema en los países que nos suministran productos energéticos, que ni son democracias ni son políticamente estables, y el de encontrarnos expuestos permanentemente a los vaivenes en la cotización del petróleo y del gas, que suelen ser al alza. Con lo cual, pagamos la energía cada vez más cara y, encima, seguimos sin corregir a cuenta de ello nuestro grave problema de balanza de pagos.

Las renovables no nos solucionan el problema porque, si bien no dependemos del exterior en este terreno, son energías muy caras y que hay que subvencionar, tanto vía presupuestos como vía tarifa, y, por tanto, incrementan de manera considerable el recibo de la luz y así, junto con nuestra fuerte dependencia energética del exterior, somos cada vez más pobres y tenemos más problemas con nuestro crecimiento económico a través de los costes de la energía. Encima, para empeorar aún más las cosas, a Zapatero no se le ha ocurrido nada mejor que obligar a las eléctricas que operan en España a consumir carbón nacional para producir energía, el cual es mucho más caro que el carbón importado y, además, es altamente contaminante, lo cual se contradice con los principios segundo y tercero de la política energética en los países desarrollados. Y todo para mantener artificialmente a la minería del carbón de Rodiezmo y demás zonas hulleras, que son caladeros tradicionales de votos para la izquierda. Un capricho que tenemos que pagar entre todos.

Nada de esto ocurriría, sin embargo, si el Gobierno hubiera tomado el mismo camino que, desde hace ya algunos años, están siguiendo el resto de países de la Unión Europea: el retorno a la energía nuclear. Esta es la única fuente de energía que, en lo que a España se refiere, cumple con los tres principios de la política energética moderna. Tenemos seguridad en el abastecimiento entre otras cosas porque en nuestro país se encuentran las mayores reservas de uranio de Europa. Su precio no plantea problema alguno ni para el crecimiento económico ni para las economías domésticas porque es un 30% inferior al precio actual de la luz. Y desde que se puede reutilizar el 95% del uranio empleado en la producción de electricidad y para el 5% restante se han desarrollado sistemas altamente seguros de almacenaje de residuos, es una energía limpia. Hasta el fundador de Greenpeace lo reconoce, por no hablar ya del Felipe González que decretó el ‘parón’ nuclear. Pero Zapatero, que sigue anclado en las obsesiones de su adolescencia, no lo admite. Se niega por completo a aceptarlo y se ha empeñado en cerrar las centrales nucleares españolas, le cueste lo que le cueste, cuando en ellas, y en el desarrollo de otras nuevas, reside la solución.

Ahora bien, cuando llega el momento de la verdad, Zapatero tampoco está por la labor de responsabilizarse plenamente el coste de sus decisiones, sobre todo en lo que al apoyo de los ciudadanos a los socialistas se refiere, y ahora pretende que las eléctricas asuman parte del coste con tal de no trasladarlo a las familias en su totalidad. Lo cual es una decisión tremendamente errónea, cuyas consecuencias las vamos a pagar en el futuro. Si hace tiempo que las eléctricas vienen frenando su ritmo de inversiones en España, debido a las crecientes incertidumbres regulatorias que derivan de este Gobierno, ahora, simplemente, van a dejar de hacerlo, con lo cual corremos el riesgo de que suceda lo mismo que a principios de la década pasada, esto es, que los apagones estén a la orden del día porque el Ejecutivo de Aznar se empeñó en bajar la inflación a golpe de reducción de tarifa por decreto y las eléctricas, en consecuencia, dejaron de invertir. Y por si no fuera bastante con ello, las empresas relacionadas con las energías renovables ahora ven cómo peligran sus inversiones porque de la misma forma que Zapatero decidió subvencionarlas, ahora ha decidido recortar las ayudas. Véase, por ejemplo, el caso de las fotovoltaicas. Vamos, que ZP es incapaz de mantener en el tiempo sus apuestas si éstas limitan su capacidad para gastarse los dineros públicos en sus demás políticas ideológicas.

El mundo de la energía, como se ve, es un verdadero caos y está completamente patas arriba a causa de las iluminaciones de ZP, ese presidente tan social que no duda en empobrecer todavía más a los españoles con tal de seguir adelante con sus ocurrencias y no dar su brazo a torcer.


Libertad Digital - Opinión

Las complicidades malsanas. Por Hermann Tertsch

Me pregunto si no es excesiva la bonhomía necesaria para confraternizar con mentirosos, totalitarios y trepadores.

UN tribunal de Moscú declaró ayer de nuevo culpable del delito de estafa y blanqueo de dinero al exmagnate Mijail Jodorkovski. En los próximos días se sabrá cuantos de los trece años de prisión que pide el fiscal habrá de pasar Jodorkovski en la prisión de Siberia en la que ya lleva encarcelado casi siete. Los juicios contra Jordorkovski, lo sabe todo el mundo y el Kremlin no intenta siquiera ocultarlo, son una perfecta farsa en la que los jueces saben que se juegan su porvenir tanto como el propio reo. Y el guión de los mismos está tan establecido como lo estaban los de aquellos célebres procesos de Moscú a Bujarin, Kamenev, Radek o Tujachevski. No estamos comparando los métodos del primer ministro Vladimir Putin con los de Stalin. Porque son otros tiempos.

Quizás sólo por eso. Pero es evidente que el hombre fuerte del Kremlin utiliza a la justicia rusa como Stalin utilizaba a la soviética. Y que la lógica imperante en el aparato judicial es la misma. Jodorkovski no malversó, estafó y blanqueó dinero en mayor medida que los demás grandes tiburones industriales y financieros del proceso de desmantelamiento de la URSS. La mayor parte de ellos gozan de libertad y buena salud como socios o benefactores de Vladimir Putin. Otros, que no hicieron buenas migas con Putin, fueron prudentes y se buscaron exilios dorados y blindados en Londres o EE.UU. A Jodorkovski le perdió esa debilidad que suele ser letal en las luchas por el poder en Moscú desde Iván el Terrible, que fue su excesiva inquietud intelectual y su ilusa creencia de que Rusia se hallaba, acabado el «periodo salvaje» del «Far East» en camino hacia el Estado de derecho. De ahí que se dedicara a financiar a periodistas y televisiones independientes y dejara entrever veleidades políticas. Fue su perdición que le llevó a una prisión en Siberia a seis franjas horarias de Moscú, donde ya los zares, después Lenin, Stalin, Jruschov y Breznev mandaban a aquellos a los que ya no querían volver a ver por la capital. Pero el problema al que quiero referirme atañe no atañe directamente a Putin y a sus veleidades estalinistas, ni a Jodorkovski y sus imprudencias. Ni siquiera a la triste certeza de que parece claro que nunca veremos un estado de derecho en Rusia. Me refiero a la enorme simpatía que el señor Putin despierta entre algunos líderes del mundo libre. No hablaremos de otros asuntos turbios, de la muerte de periodistas o la desaparición de críticos o el bestial trato que reciben representantes de minorías. Pero todos saben que Putin es personalmente responsable de esta inmensa fechoría. Y sin embargo casi nadie ha marcado distancias de quien es, evidentemente, el artífice de este crimen. Esto más que «realpolitik» es indiferencia moral o complicidad culpable. Cierto es que a veces la compañía canalla es la más divertida. Pero algo sí habría que recordar aquello del «dime con quién andas».

La misma sensación de omnipresencia de esa indiferencia moral me ha producido un artículo escrito por Félix de Azúa en El País, en el que denuncia el siniestro híbrido de izquierdismo comunista de los años setenta y nacionalismo xenófobo que domina la escena política y cultural catalana. Habla Azúa de la «herramienta totalitaria» y de la «dictadura nacional» en Cataluña. Y de la mentira sistemática y la hipocresía de los círculos de los elegidos. Me pregunto si no es excesiva la bonhomía necesaria para confraternizar con mentirosos, hipócritas, totalitarios y trepadores. No acabo de ver la necesidad de convivir en perfecta armonía con la estafa, el abuso o la impostura.


ABC - Opinión

La peculiar geometría variable del 'president' Artur Mas. Por Antonio Casado

A la espera de la presentación en sociedad de su Gobierno plural (“el Gobierno de los mejores”, según él), Artur Mas ya es el nuevo presidente de la Generalitat. Indisimulada satisfacción en Moncloa porque Zapatero y Rubalcaba miran a CiU como el añorado socio fiable. Desconcierto en el PSC (socialistas catalanes), donde no acaban de saber si han acertado o no al facilitar la investidura de Mas en segunda votación. Y ataque de contrariedad en el PP, que se siente ninguneado a pesar de su condición de tercera fuerza política y ve incumplida la previsión de su líder regional, Alicia Sánchez Camacho, que esperaba ser decisiva entre nacionalistas y socialistas.

Todo está en el guión del heredero de Jordi Pujol, que tiene muy presentes los agravios recibidos a su derecha y a su izquierda. De conversaciones informales con Artur Mas, rescato algunas perlas en ese sentido. “Una sentencia del Tribunal Constitucional contraria al Estatut arruinaría la posibilidad de apoyar un eventual gobierno del PP”, decía en vísperas de que el alto tribunal hiciera pública la sentencia que recortaba las aspiraciones nacionales y lingüísticas de Cataluña, en línea con las tesis planteadas por el PP en su recurso de inconstitucionalidad. Se refería al Gobierno central, para el caso de una victoria de Rajoy en las elecciones generales por mayoría relativa. ¿Y si fuese por mayoría absoluta? “No lo quiera Dios”, respondió el otro día.
«Zapatero me engañó una vez pero no habrá una segunda”, decía Mas en enero de 2006, cuando más acorralados estaban los socialistas por el atasco en la elaboración del Estatut.»
Tampoco sale bien parado el PSOE en los apuntes que conservo de la distancia corta con el flamante president. “Zapatero me engañó una vez pero no habrá una segunda”, decía en referencia a las discretas reuniones que mantuvo en Moncloa en enero de 2006, cuando más acorralados estaban los socialistas por el atasco en la elaboración del Estatut. Como se sabe, Mas se prestó a pactar la luz verde al texto y Zapatero, para que no se repitiese la situación de 2003, se comprometió a defender que gobernase la fuerza ganadora en las elecciones catalanas de aquel otoño de 2006 (CiU volvió a ganar en votos y en escaños, pero Montilla y su Tripartito se pasaron por el arco del triunfo el compromiso de Zapatero, como es bien sabido).

Con estos antecedentes, Mas se dispone a ocupar el centro de la política catalana con la mirada puesta en las elecciones generales de 2012, que es cuando espera convertirse en el árbitro de la política española. Por eso reza para que “no permita Dios una mayoría absoluta del PP” (es su lenguaje, no el mío). Ni del PSOE, añado, aunque él no lo mencionó porque la hipótesis de una nueva victoria electoral del PSOE ya ni se plantea, y menos por mayoría absoluta.

Hasta entonces, Mas echará mano de la geometría variable en el Parlament. Último vistazo a mi cuaderno de notas. Así hablaba el ya presidente de la Generalitat hace un par de meses, al comentar con un grupo de periodistas con quién podría ir de la mano cuando tuviera que gobernar con mayoría relativa: “Si tengo que hacer un programa económico, con el PP. Y si pudiera elegir, con Rodrigo Rato. Si tengo que hacer un programa de resistencia catalana, con ERC. Y si tengo que hacer un programa de amplio espectro para gobernar Cataluña, con el PSC”.


El Confidencial - Opinión

Mas. El Molt Honorable "mamador" de Cataluña. Por Guillermo Dupuy

Sabíamos que, con los nacionalistas, los territorios y las personas que en ellos habitan forman un todo que adquiere rasgos antropomórficos. Pero, me reconocerán ustedes, eso de haber "mamado con gran intensidad" a Cataluña supera todo listón.

No sé si prometer el cargo de presidente de la Generalidad catalana añadiendo un "con plena fidelidad al pueblo de Cataluña" es una fórmula legalmente admisible. Pero, qué quieren que les diga, no voy a entrar ahora en esas pequeñeces sobre el valor de la promesa de quien, como Artur Mas, ha ascendido a la dignidad de Molt Honorable comprometiéndose con el PSC a hacer caso omiso a lo que diga el Tribunal Supremo respecto a los derechos lingüísticos de los ciudadanos, o a alcanzar, tal y como ha dicho este lunes, la "plenitud nacional de Cataluña".

Me parece más comentable su discurso. A este respecto, no digo yo que no sea bonito que un político, cuando toma posesión de un cargo, exprese públicamente el cariño que siente hacia su mujer o hacia la tierra en la que nació. El problema está en que si confundes ambos amores corres el riesgo de incurrir en tantas cursilerías y delirios identitarios como en los que ha caído el nuevo presidente de la Generalidad en su toma de posesión del cargo. Si con lo de la "plenitud nacional" a la que quiere llevar a Cataluña, Mas ha estado cerca de hablarnos como si de la consumación de un matrimonio se tratara, al decirnos que se siente "no como un resistente, tampoco un libertador, sino como un constructor de Cataluña, de la nación catalana", ha dejado en evidencia unos delirios de grandeza difícilmente superables. Es verdad que los masones hablan del "Gran Arquitecto del Universo", pero con ese título se refieren a Dios. Y esto de "constructor", aunque sea de la nación catalana, parece que se le queda un poco grande a Mas, por mucho que, refiriéndose a Cataluña, nos diga que "la he conocido a fondo, la he respirado, la he tocado, la he mamado con una gran intensidad".


Sabíamos que, con los nacionalistas, los territorios y las personas que en ellos habitan forman un todo que adquiere rasgos antropomórficos. Es lo que tiene eso de disolver al individuo en el colectivo; que, al final, es este el que adquiere los rasgos que caracterizan a la persona. Pero, me reconocerán ustedes, eso de haber "mamado con gran intensidad" a Cataluña supera todo listón.

Tampoco hay que perder de vista a Mas cuando, más humildemente, dice sentirse "como una válvula más del engranaje que empezó más de mil años atrás". Ya ven, de constructor de una nación por construir, pasa a ser mera "válvula", pero de una nación de más de mil años de existencia. Con esto último, Mas se debe referir a aquel circo que celebró por unanimidad el parlamento regional en 1987 con lo del Milenario del Nacimiento Político de Cataluña". Semejantes delirios de grandeza se basaban, más que en una negativa, en una falta de respuesta del hispano Conde Borrell II de Barcelona a prestar vasallaje en 988 al rey de los franceses, Hugo Capeto. Poco importa que en tal época, ni durante muchos siglos después, ni Cataluña ni esta palabra existiesen, que no hubiera ni territorio unificado ni conciencia de pertenecer a una unidad. Poco importa también el hecho de que entre los títulos que quiso ostentar Borrell II estuviera el de Duque de la Hispania Citerior. En realidad, nada importa, ni la historia, ni la ley, ni los derechos, ni las libertades individuales. A un tipo que ha conocido, respirado, tocado y hasta mamado a Cataluña con tanta intensidad como lo ha hecho Mas, le está permitido todo. Hasta exprimir a los catalanes y al resto de los españoles.


Libertad Digital - Opinión

Secuestrar el futuro. Por Tomás Cuesta

El Ibarretxe catalán, acompañado por Jordi Pujol, tiene en sus manos el devenir de Zapatero.

DE un nacionalista nunca se sabe lo que va a hacer, pero sí lo que no va a hacer. En el caso del molt honorable Mas se tienen suficientes certezas como para prever la institucionalización del desacato, la normalización del regateo, el incumplimiento premeditado de las sentencias y la relativización de las leyes. De hecho, la primera providencia del president Mas ha sido la de prometer el cargo a la batasuna, con una morcilla, que es lo propio en un teatrillo. Toda una arquitectura legal para que el «constructor» de Cataluña (así se define) se salte el protocolo y lo que no está en los escritos para vincular sus errores a los designios de la Historia. Promete el cargo «con plena fidelidad al pueblo de Cataluña», adenda que es la regla para cualquier excepción que se le ocurra, desde poner en solfa al Estado con el concierto económico hasta declarar inaugurada una nueva «transición nacional». Entre enmiendas a la Constitución, butifarras a los jueces y morcillas como fórmulas legales, Mas mantiene abierta la casquería del tripartito, ahora una reducción sociovergente frente a la complejidad de una sociedad que vota lo que quiere para que los partidos pacten lo que se les antoja, una reinterpretación electoral de la que se deduce que nada ha cambiado, que la Carta Magna es papel mojado, que España no existe, que el castellano es un idioma hostil y que la secesión es cuestión de tiempo. No se esperaba menos de quien conoce el precio de la política desde mucho antes de que se lo mostrara Zapatero en una timba monclovita cuando lo del Estatut.

Convertido el Parlamenten lo más parecido a una asamblea de ERC, Mas encabeza una rebelión contra el Tribunal Supremo, pone precio a la continuidad de Zapatero y remueve los cimientos del Estado de las Autonomías con la abstención cómplice del grupo socialista en pleno. La derrota parece un armisticio en vez de una capitulación, con retiros dorados y hasta una consejería, la de Cultura, para los conversos. A cambio, el mando a distancia de España, desde la estabilidad política a las circunstancias del mercado. ¿Una mayoría absoluta del PP? «Dios no lo quiera», respondía Mas. Cualquier mayoría absoluta, menos la propia, es la peor de las pesadillas de un político, y más para quienes han convertido la ideología en una cuestión de oportunidad.

El Ibarretxe catalán, acompañado en todo momento por Jordi Pujol, tiene en sus manos el devenir de Zapatero, pero ha pedido rescate por el futuro de España. Quiere las llaves de la caja (única), su parte de Aena, el oro de Moscú, inmunidad diplomática, impunidad total y la mitad más uno de puestos en el Constitucional, entre otras prendas a mayor gloria de la «plenitud nacional» de Cataluña, aspiración primaria que agita como prueba de vida en ese secuestro del futuro de un país entero. Obviamente, los derechos individuales, la legalidad, la moralidad y hasta la urbanidad democráticas no van a suponer ningún obstáculo en este «remake» del pujolismo, del que el tripartito no fue sino una consecuencia natural en un momento de despiste después de 23 años. Tras el interinazgo charnego, el nacionalismo de segunda generación se abalanza sobre el Estado con la obstinación de los pioneros, al abordaje y sin cuartel. La rueda del chantaje nunca deja de girar y si antes era el tripartito con el Estatut, ahora será un prospecto de Pujol con el mentón de Kent (el compi de la Barbie) quien reparta las cartas, el «dealer» de una partida con ases en la manga.


ABC - Opinión

La malvada bruja del universo 2.0. Por Federico Quevedo

La ministra Ángeles González-Sinde odia Internet. Una persona que cree que los internautas quieren un ADSL con cada vez mayor capacidad, es decir, con más y más megas, solo para bajarse películas es una persona que vive en la estratosfera lindando con el Pleistoceno. Y que alguien así se ocupe de la cartera de Cultura en nuestro país dice mucho de la nula habilidad de este Gobierno y de su presidente para adaptarse a lo nuevo y asumir los cambios que se producen en una sociedad como la nuestra. Sinde odia Internet, porque en el fondo de su alma cree que Internet se creó con la única finalidad de expoliar a sus amigos los creadores, incluida ella misma, que como guionista de cine forma parte de ese sector de producción.

Y alguien que parte de la base del desprecio al contrario, que detrás de cada ADSL ve un mecanismo infernal de apropiación indebida de los derechos de autor, que interioriza que cada pantalla de ordenador, cada pendrive, cada móvil, cada cd, cada PSP-Wii-Xbox-etc, cada iPod-MP3-MP4 y otros mecanismos de almacenamiento de música, están pensados, fabricados y comprados con la única y casi exclusiva intención de robar, y que de verdad piensa que todos los internautas son unos delincuentes en potencia, unos facinerosos obsesionados con bajarse gratis la última de sus películas mientras la derecha política y económica les aplaude empujadas sus velas por un vendaval de ultraliberalismo; alguien así y con ese esquema mental tan arcaico-retrógrado-obsoleto no puede ser la encargada, en este caso, de sacar adelante una ley que proteja los derechos de autor de la llamada piratería en la Red.


¿Existe esa piratería? Sí, claro, nadie puede negarlo. Yo soy el primero que me bajo música y cine a través de la Red. ¿Por qué no, si además ya he pagado la correspondiente ‘multa’ por hacerlo, con carácter preventivo? ¿Significa eso que no hay que proteger los derechos de autor? En absoluto. Lo que significa es que hay que conciliar los intereses de ambas partes y, sobre todo, adaptar el sector de la creación a los tiempos que corren. Estos días, a propósito de la ley Sinde, he escuchado tonterías enormes sobre cómo sin esa ley los cines y los videoclubes están abocados al cierre, por poner un ejemplo… ¿Y? ¿Es que en pleno siglo XXI estamos obligados a seguir manteniendo negocios deficitarios sólo porque lo exigen los cánones culturales? ¿Qué hay de malo en que la llamada -mal llamada, en muchos casos- cultura se exhiba por Internet, aunque eso suponga el final de esos negocios? Las reconversiones industriales llevaron al cierre de miles de fábricas, modificaron los sistemas de producción, y el mundo ha ido avanzando sobre las cenizas de su propio progreso y siempre en beneficio de la calidad de vida de sus habitantes, al menos la de los del mundo desarrollado que es donde se libra esta particular batalla. ¿Por qué quiere Sinde conjurar el desarrollo, el progreso, frenar lo irrefrenable, ponerle puertas a un campo tan abierto que ni siquiera las más atroces dictaduras consiguen aniquilar? ¿Es que realmente cree que por cada página web que cierre no van a salir otras 20 haciendo lo mismo? O la ministra y los representantes de esa, en mi opinión, mal llamada ‘cultura’ modifican los parámetros de su relación con el universo 2.0, o ese universo se los acabará merendando en el estallido de un ‘agujero negro’ imposible de contener.
«¿Es que en pleno siglo XXI estamos obligados a seguir manteniendo negocios deficitarios sólo porque lo exigen los cánones culturales? ¿Qué hay de malo en que la llamada -mal llamada, en muchos casos- cultura se exhiba por Internet, aunque eso suponga el final de esos negocios?»
El único, hasta ahora, de los autores que han hablado y lo ha hecho con bastante sentido común ha sido el presidente de la Academia de Cine, Álex de la Iglesia, no sé si por convencimiento o por acercamiento a un PP que cada vez tiene más cerca el poder. El caso es que De la Iglesia, que ya en su día confesó que él también se bajaba películas de Internet, es el único que parece entender que lejos del enfrentamiento lo que hay que buscar es el entendimiento entre dos mundos que deberían estar condenados a complementarse: Internet es una formidable expresión de contenidos, y ellos son creadores de esos contenidos, luego lo lógico sería que ambas partes buscaran las sinergias oportunas. ¿Eso significa el fin de un modelo de negocio tal y como lo conocíamos hasta ahora? Sin duda alguna, sí.

La figura del acomodador con su linterna es una vetusta referencia de un pasado cada vez más lejano, porque el espectador, entre aguantar una cola a la intemperie, los empujones, el último cubo de palomitas ya frías y chiclosas, la coca-cola sin burbujas, la nuca del tipo del asiento de delante y la pesada que se levanta en lo mejor de la película para ir al baño, y bajarla de Internet para verla cómodamente sentado en el sillón de su casa en un televisor panorámico de plasma y 3D con tecnología HD y sonido surround, y palomitas recién hechas en el microondas, obviamente no duda en la elección, porque encima la segunda es más barata. El cine ya ni siquiera tiene el aliciente del restriegue temprano del despertar sexual, porque ahora hasta eso se consuma delante de la pantalla de un ordenador mientras se cuelgan las fotos sacadas con el móvil en el perfil de Tuenti.

Si Sinde quiere ser la bruja de Internet, allá ella, pero ni con malas artes, ni con pócimas de todo a cien va a conseguir parar lo imparable. Mejor sería que le hiciera caso a gente como Álex de la Iglesia, que empiezan a darse cuenta de que su negocio va a sufrir transformaciones, que la cultura ha dejado de ser un bien subvencionado y que, por fin, Internet la ha situado donde siempre ha debido estar, es decir, formando parte de los sectores industriales con independencia y neutralidad. “En el caso del cine, opino que nuestro deber es trabajar por su rentabilidad e independencia, y afianzar su aspecto industrial. La piratería no es precisamente una ayuda”, escribía hace poco De la Iglesia en la Tercera de ABC. Toda la razón. Pero eso no ha sido siempre así. Hasta ahora el cine formaba parte de eso que eufemísticamente llamamos Bienes de Interés Cultural y, por lo tanto, estaba sujeto a las subvenciones públicas independientemente de la calidad de la producción y la naturaleza de la misma, lo que además convertía al cine en un bien arbitrario y partidista. Internet, sin duda, supone el fin de la cultura como adscripción ideológica porque la masa lo que busca es entretenimiento. Seguirá habiendo un espacio, seguro, para el cine comprometido y de autor, pero será minoritario y también en eso conseguirá su propia rentabilidad porque Internet admite la selección de las minorías. Pero lo que será imposible es mantener en el tiempo la situación actual y los privilegios que una clase política acomplejada en unos casos, complaciente y entregada en otros y controladora en los más, les han venido otorgando y consagrando durante tanto tiempo.


El Confidencial - Opinión

Enseñanza. Ignorantes, pero felices. Por Cristina Losada

En eso llevan razón: los resultados son malos, pero equitativos. Hemos de felicitarnos, pues, de que la distribución de la ignorancia se encuentre muy bien repartida y de que nuestros escolares sean (casi) perfectamente iguales en la burricie.

Es un clásico popular que el mucho saber no da la felicidad. Se maneja, incluso, la hipótesis de que cierta dosis de ignorancia resulta imprescindible para lograr ese estado placentero. Pero uno no espera que los pobres resultados del sistema de enseñanza de su país se justifiquen en razón de la mayor felicidad de los alumnos. Y ello por el motivo de que el objeto de la enseñanza no es hacer felices a los escolares, sino impartirles conocimientos. Se recordará que el informe Pisa, al tiempo que dejaba a España por debajo de la media de la OCDE, situaba en el primer puesto a Corea del Sur. Pues bien, en lugar de intentar aprender algo de los surcoreanos, aquí nos hemos dedicado a exponer los peligros de estudiar tanto como ellos.

El encargado de abrir fuego contra los mejores de la clase fue el consejero de Educación de la embajada española ante la OCDE, Rafael Bonete, quien advirtió de que los surcoreanos trabajan muchas horas diarias, sufren stress y presentan altos índices de suicidio. Así las cosas, ¿para qué enviar allá a una comisión que vea si podemos importar alguno de sus usos y costumbres? Además, ya tenemos a Televisión Española. Y, en efecto, hasta Corea del Sur se desplazó una enviada especial y alertó a los espectadores de que la disciplina y el esfuerzo de los escolares de ese país les acarrea todo tipo de males. El peor, que "no son felices".

Desde aquel "menos latín y más gimnasia" de un ministro de Franco, no se había denostado con tanta claridad la aplicación intelectual en la escuela. Resulta que los descendientes de aquellas abuelitas preocupadas por que el niño pasara mucho tiempo con la nariz metida en los libros, no fuera que enfermara, están en el Gobierno. Y no dudan en ofrecer una interpretación sesgada de los datos estadísticos: Corea del Sur tiene un alto índice de suicidios, en general, y por ello también lo tiene entre los escolares.

Pasó el vendaval del informe Pisa y nada hubo. Nada, quiero decir, que se parezca a un propósito de enmienda. Al contrario. El ministro de Educación sostuvo que los datos no eran tan malos. ¡Habíamos mejorado un poquito! Y teníamos el honor de representar todo un ejemplo de "equidad". En eso llevan razón: los resultados son malos, pero equitativos. Hemos de felicitarnos, pues, de que la distribución de la ignorancia se encuentre muy bien repartida y de que nuestros escolares sean (casi) perfectamente iguales en la burricie. La igualdad en la mediocridad constituye el gran valor añadido del sistema educativo español. Así, cabe el inmenso consuelo de que nadie sea más que nadie. Y todos felices.


Libertad Digital - Opinión

La catarsis inevitable. Por M. Martín Ferrand

Rajoy, que se lo juega todo, tiene el deber de escenificar en la Cámara los errores del presidente.

UNA prueba incontestable del alejamiento alcanzado por José Luis Rodríguez Zapatero de los miembros de su equipo de Gobierno, de los barones de su partido y, en general, de la ciudadanía y la realidad la tenemos en el hecho singular de que el secretario de Organización del PSOE se vea obligado a pedirles paciencia —¿resignación?— a los líderes territoriales. «Vamos a esperar», dice Marcelino Iglesias que, como buen profesor de ski, está preparado para el eslalon y otras maniobras de deslizamiento. Suele ser «el jefe», en el Ejército o en los negocios, en la vida política o en el deporte, quien marca el ritmo a los subordinados; pero la aparición de un escudero notable, como Iglesias, para reclamar calma y sosiego a los líderes propios cuando estamos ya en camino de un doble proceso electoral, municipal en toda España y autonómico en buena parte de ella, es una sinrazón: algo tan surrealista como una bandada de zorzales —¡qué ricos!— disparándole con escopeta al cazador y su jauría.

Visto lo conseguido por Zapatero en sus siete años de Gobierno no deja de ser una bendición el que se aleje del mundo y sus pompas. Estadísticamente, su inactividad garantiza mejores resultados que su acción diligente; pero, dada la situación nacional parece irresponsable la imagen de un Zapatero doliente y distante, aislado en sus soledades monclovitas, mientras su partido se rompe en luchas intestinas, resuenan los codazos que se propinan entre sí quienes aspiran a sucederle y la oposición —¡tampoco el congrio es mal ave!— prefiere darle patadas en la espinilla a Francisco Álvarez Cascos que disponer el orden de la acción responsable que, según la Constitución y las costumbres parlamentarias occidentales, no puede seguir excusando: una moción de censura.

Diga lo que diga Pedro Arriola, que no se juega nada, Mariano Rajoy, que se lo juega todo, tiene el deber de escenificar en la Cámara los errores del presidente y abrirle una puerta a la esperanza de los ciudadanos. Hay una cuota de responsabilidad que le corresponde al jefe de la oposición que debe, con sus intervenciones, señalar los fracasos y estimular los aciertos de quien ocupa turno de poder. La pormenorizada crítica de los errores y omisiones que nos ha llevado a la catástrofe presente y el esbozo de un programa alternativo y sólido —es decir, la moción de censura— es el único camino serio, se gane o se pierda, que puede jerarquizar a Rajoy, fortalecer el ánimo colectivo y propinarle un palmetazo solemne al lánguido Zapatero que suspira en La Moncloa, sin enseñarse demasiado, para que no se le vean las vergüenzas. Políticas, naturalmente.


ABC - Opinión

La ley sinde, un error dentro de otro error. Por Andrés Aberasturi

Intentemos poner las cosas en su sitio: la llamada "Ley Sinde" que tantas polémicas está generando no es sino un puñadito de líneas de algo que debería ser mucho más importante como es la famosa e incomprensible "Ley de Economía Sostenible", aquel hermoso título que se inventó sobre la marcha el presidente Zapatero y que anunció públicamente ante el estupor de los suyos que nada sabían del asunto. Luego se descubrió gracias a "ABC", creo recordar, aquel no menos famoso fax de Presidencia pidiendo con urgencia a los distintos ministerios ideas y propuestas para dar contenido a esa Ley que sólo tenía nombre.

Y todos a una empezaron a mandar cosas para ver si así lograban hacer un algo presentable en tiempo y contenido; se resucitaron viejos proyectos arrinconados, se inventaron disparates que no pasaron el filtro, se lanzaron proposiciones sin ningún estudio previo y poco a poco pero con cierta urgencia se fue llenando el cesto de la solemne Ley de Economía Sostenible. De cómo llegó hasta allí lo que hoy se debate como la "Ley Sinde" no es pues ningún misterio porque todo valía con tal de llenar el anuncio del presidente. Más difícil es responder qué tiene que ver una ley contra la piratería con la economía sostenible, pero esa pregunta resulta demasiado complicada para nuestros gobernantes. Hemos quedado en que valía todo con tal de que llegara la fecha y ZP pudiera presentar su gran proyecto aunque nada tuviera que ver con nada y hasta se propusieran cosas contradictorias. Para un Gobierno -y para una política en general- donde las formas son lo único importante, la pobreza y hasta el absurdo del contenido carecían de importancia.


Y así las cosas a la ministra Sinde le tocó cargar con el marrón de la una ley mucho más amplia y mucho mas incongruente. Y podemos ya discutir lo suyo una vez encuadrado el tema donde debe estar. Y lo primero que te viene a la cabeza son dos cosas: una reflexión necesaria sobre las nuevas tecnologías y la barbaridad de que no sea la Justicia quien decida cerrar una página web.

En mi profesión esas NT ha terminado con un gremio tan castizo y entrañable como el de los linotipistas y nadie ha puesto el grito en el cielo. Yo no estoy a favor de la piratería pero cuando se inventó el CD imagino que los fabricantes de vinilo lo tuvieron fatal y tampoco nadie puso el grito en el BOE. Y así todos los ejemplos que se quieran. Han dicho los tribunales que el intercambio es legal así que entre todos tendrán que buscar fórmulas que desde luego no pueden ser los cierres de paginas por decisión política. Y ya puestos a proteger derechos de autor, qué se puede hacer, por ejemplo, con los pintores que pierden todos sus derechos en la primera compra de su obra y no participan de las plusvalías que generan las sucesivas ventas de sus cuadros. Hay tanto sobre lo que pensar, que sacarse de la manga con prisas y tan mal una ley antipiratería ha sido un error incrustado en otro inmenso y absurdo error llamado Ley de Economía Sostenible.


Periodista Digital - Opinión

Cataluña. El Tinell bis. Por José García Domínguez

El movimiento catalanista continuará siendo la bicicleta que exige de quien la conduce pedalear sin tregua o, irremisiblemente, vehículo y pasajeros se derrumbarían sobre el asfalto de la realidad.

Quizá la consecuencia más desconcertante de que todos los partidos catalanistas resulten ser uno y el mismo es el canon antropomórfico que ha acabado generando el Régimen. Así, no solo los programas y los discursos se parecen como gotas de agua, es que el narcisismo de las pequeñas diferencias, suprema obsesión patológica del establishment nacionalista, también hace intercambiables las caras. Como los mil sobreentendidos cómplices, esos códigos gestuales de la corrección política inaprensibles para quien no forme parte de la pomada. Hasta el uniforme de camarero de discoteca –camisa negra y terno a juego– ahora ubicuo tanto en los escaños del Parlament como en los platós de TV3, los mimetiza.

Al punto de que ni los más avezados fisonomistas resultan capaces ya de distinguir a los unos de los otros, y viceversa. Sin ir más lejos, ¿qué sexador de pollos identitarios hubiese acertado de discernir si el ínclito Ferran Mascarell era un nacionalista socialista, un socialista convergente, un convergente socialista o un socialista nacionalista? Y es que, en Cataluña, el genuino escritor costumbrista no resultaría ser Kafka, aunque también, sino el viejo conde de Lampedusa. ¿Qué esperar entonces de Artur Mas? En el mejor de los casos, un cierto aggiornamento en las formas, el repudio tácito de la tosca rudeza que caracterizó los modales del Tripartito, sobre todo a los líderes de la Esquerra, tan elementales los pobres.

Mas allá de eso, el movimiento catalanista continuará siendo la bicicleta que exige de quien la conduce pedalear sin tregua o, irremisiblemente, vehículo y pasajeros se derrumbarían sobre el asfalto de la realidad. Requieren de la permanente tensión escénica con Madrit, el eterno agravio frente al Estado, con tal de subsistir. Tan simple como eso. De ahí que, tras el fiasco estatutario, no tardasen ni cinco minutos en ingeniar otra cantinela victimista a fin continuar lloriqueando ad aeternum: el célebre concierto económico. Y nadie olvide, en fin, que en la Cataluña catalana, ésa que mora en el imaginario nacionalista, no cabe el PP por mucho que estuvieran dispuestos a humillarse –otra vez– sus dirigentes. He ahí la prórroga del Pacto del Tinell que, sin alardes chulescos ni ruidos innecesarios, al silente modo, marginará a la derecha española en los ayuntamientos de la plaza. Y si no, al tiempo.


Libertad Digital - Opinión

El final de la inocencia. Por Ignacio Camacho

La deriva crepuscular del zapaterismo es el tránsito de la infancia política a la madurez de los desengaños.

YA casi no quedan inocentes en España después de tantos crudos desengaños. Los últimos se cayeron del guindo en el mes de mayo, cuando el paladín del bienestar que los había engatusado con el sonido de su flauta socialdemócrata fue obligado a desnudarse de sus disfraces triunfalistas para aceptar la realidad de un oscuro fracaso. Hasta entonces, muchos habían vivido en la feliz inopia de un discurso complaciente de optimismo candoroso: la crisis que nunca existió duraría apenas dos años, el 2010 sería el del comienzo de la recuperación, el Estado tenía recursos para sostener la caída, jamás serían necesarias reformas de bienestar social, los sindicatos eran los aliados de la nueva izquierda y juntos hallarían un camino diferente que mostraría al mundo cuán equivocado estaba. La democracia bonita de los derechos civiles y el dadivoso minimalismo político eran el antídoto contra la recesión. Pero aquel viernes de primavera se desmoronaron los últimos ensueños y se deshiló de golpe la nube del pensamiento mágico: las deudas había que pagarlas y los acreedores no aceptaban excusas. El recorrido de la fantasía había terminado.

Desde entonces la cólera de los inocentes no ha dejado de crecer debajo de una oleada de desencanto. La caída del zapaterismo, su vertiginoso desprestigio, no es más que el fruto de esa decepción multitudinaria ante la expectativa despertada por un gigantesco ejercicio de irresponsabilidad. La paradoja consiste en que ese desplome se ha producido cuando el propio presidente ha tenido que despertar de su quimera y avenirse a los principios de la necesidad y el pragmatismo. Demasiado tarde: en un régimen de opinión pública acaba resultando imposible ser una cosa y su contrario. Zapatero lo intentó demasiadas veces, y tuvo éxito mientras sus piruetas no afectaron al tren de vida de la gente. Sus creyentes le siguieron en su aventurerismo fantástico hasta que se topó con un muro de tozuda objetividad y hubo de volverse como un profeta desconcertado para anunciarles el fin de la utopía. Su tragedia consiste en que los fieles se han negado a seguirle en el itinerario de retorno; no se dan cuenta de que no les ha engañado ahora, sino durante los años de feliz impostura en que les pintaba irreales trampantojos. El veredicto de esa contradicción ha sido inmediato, implacable, despiadado: lo contrario de inocente es culpable.

Al final, la deriva crepuscular del zapaterismo no es más que el tránsito de la infancia política a la madurez de las certezas amargas e innegociables. Esa hora cruel de las desilusiones en que el hombre ha de pactar con las limitaciones de su conciencia. Ese momento en que los sueños se desvanecen y la inocencia se evapora con la severa crueldad de un descalabro. Ese día aciago en que un niño descubre que los Reyes Magos son los padres… y además se han quedado sin trabajo.


ABC - Opinión

Las facturas de los siete años de desgobierno de Zapatero.

Podíamos ser los más socialistas, los más intervencionistas y los más ecologistas de Europa sin que sufriéramos las consecuencias. Pero la fiesta ya terminó y ahora vamos descubriendo el alto precio de la retorcida ignorancia de Zapatero.

A punto de entrar en 2011, año en el que cada vez resulta más verosímil que muchos países de nuestro entorno crezcan con fuerza y vuelvan a generar empleo, a los españoles sólo nos queda continuar mirando hacia el futuro con preocupación e incluso con una cierta añoranza, pues todo indica que el año que comienza, por difícil que parezca, va a ser peor que el acaba. El propio presidente del Gobierno ya auguró que la recuperación no llegaría hasta, como pronto, 2015 ó 2016 y cada vez van siendo más las voces que reconocen abiertamente el lamentable estado de nuestra economía.

Sin embargo, no convendría que entre tanto oscuro pronóstico el Gobierno lograra camuflar su enorme responsabilidad en nuestra acelerada pauperización. Porque si bien es cierto que la crisis tiene una naturaleza internacional y que fue desatada por los bancos centrales, no lo es menos que la española es particularmente grave, y ello sobre todo por la desnortada y contraproducente política económica que antes de y durante la crisis ha llevado a cabo el Ejecutivo socialista.


Ahora, esfumado el espejismo de la ficticia prosperidad pasada, es cuando comienzan a llegarnos las onerosas facturas del desgobierno de Zapatero durante todos estos años. Por un lado, el Ejecutivo aprobó ayer una nueva subida de la luz para 2011 de alrededor del 10%. Toda una década de planificación centralizada del sector eléctrico –determinado quién, dónde y, sobre todo, cómo debía generarse la electricidad– ha provocado que nuestras fuentes de energía sean básicamente dos: la termoeléctrica, sometida a los vaivenes internacionales del precio del petróleo, y las renovables, centrales intermitentes cuyo funcionamiento sólo deviene rentable merced a unas cuantiosísimas primas públicas que ocultan su alto coste real. El Gobierno no quiso permitir que, como habría sido empresarialmente juicioso, las eléctricas diversificaran las fuentes de provisión energética hacia la nuclear y ahora, con todos los huevos reunidos en la misma cesta, padecemos las consecuencias. De hecho, el Ejecutivo ni siquiera dispone de margen para absorber el aumento del coste de la luz porque durante toda la década anterior se dedicó a falsear su precio de mercado, acumulando un déficit tarifario que no sólo no puede engordar ya más, sino que hay que empezar a pagarlo.

Por otro lado, el desequilibrio de las cuentas públicas continúa sin estrecharse como debiera, lo que hace temer que para el año que viene asistamos a nuevas y más sangrantes subidas de impuestos. Habrá que estar preparados, pues a buen seguro el Gobierno tratará de justificarlas arguyendo que los españoles pagamos menos impuestos que en el resto de la civilizada y moderna Europa.

Empero, no deberíamos caer en las trampas de su propaganda. Si la presión fiscal es más reducida en España que en el resto de Europa es porque nuestra actividad económica se ha hundido de tal modo que ha hecho desaparecer la mayoría de las bases imponibles: el consumo ha caído y además las empresas han visto desaparecer sus beneficios, de modo que la recaudación tanto por IVA como por Sociedades se ha desplomado. En realidad, y en contra de la consigna oficial, nuestros tipos impositivos son tan altos como los europeos y nuestro esfuerzo fiscal –el gravamen que de verdad representa para nuestro bienestar– se sitúa muy por encima de la media.

El problema del déficit público, por consiguiente, no está en que los españoles paguemos pocos impuestos, sino en que durante los años de burbuja Zapatero comenzó a dilapidar los fondos públicos a manos llenas, generando un gasto estructural muy superior al que la estructura tributaria del país podía soportar. No se trata, pues, de un problema de falta de ingresos, sino de excesivo gasto: en lugar de exprimir aún más a los españoles, debemos podar el presupuesto.

En definitiva, en 2011 seguiremos descubriendo cuáles son los nefastos efectos de estos siete años de Zapatero. Hasta la fecha la burbuja inmobiliaria y la euforia irracional que vivía el país le permitieron vender la imagen de que sus decisiones carecían de coste: podíamos ser los más socialistas, los más intervencionistas y los más ecologistas de Europa sin que sufriéramos las consecuencias. Pero la fiesta ya terminó y ahora vamos siendo conscientes de lo que algunos ya veníamos advirtiendo desde hacía mucho: que la retorcida ignorancia de Zapatero nos iba a salir carísima. Lástima que nos enteremos cuando ya es demasiado tarde.


Libertad Digital - Editorial

Nada nuevo en Cataluña

CiU parece asumir que Zapatero seguirá hasta 2012 y que lo que toca es aprovechar al máximo estos diecisiete meses de legislatura.

EL inicio del nuevo Gobierno de la Generalitat de Cataluña no se ha caracterizado por la claridad de objetivos, la definición de alianzas y la renovación de estilos. Artur Mas ha sido investido presidente con la abstención de los socialistas catalanes y el voto en contra del PP. Aunque el líder de Unió, Duran i Lleida, se ha apresurado a desmentir que este acuerdo de investidura sea un pacto de estabilidad, resulta chocante que después de años de abierto enfrentamiento entre convergentes y socialistas se produzca un súbito consenso sobre la base de un desafío manifiesto a las sentencias del Tribunal Supremo que anulan la proscripción del castellano en el sistema educativo catalán. Confusión es el término que mejor definiría este arranque del nuevo Gobierno catalán, que estaba llamado a marcar un punto de inflexión en el ciclo político actual y se ha reconvertido en una expectativa de apoyo sobrevenido para Zapatero. O al menos así lo ha interpretado el Gobierno, al valorar con indisimulada satisfacción el acuerdo de investidura de Mas. La elección del socialista Ferran Mascarell como consejero del nuevo Gobierno es un dato que abunda en esta interpretación. Es obvio que el PSOE está rehaciendo sus cuentas parlamentarias, sumando los votos de CiU a los del PNV y Coalición Canaria.

Si así fuera, Mas habría desmantelado buena parte del capital político que acumuló CiU en esta legislatura, al representar, por un lado, la oposición al Gobierno socialista autonómico, y por otro, el factor de estabilidad en Madrid. Fue la propia CiU la que puso fecha de caducidad a Zapatero a finales de este año, tal y como manifestó solemnemente Duran i Lleida en el debate de aprobación de las medidas de ajuste tomadas en mayo pasado. Ahora, CiU parece asumir que Zapatero seguirá hasta 2012 y que lo que toca es aprovechar al máximo estos diecisiete meses de legislatura, en los que podrá obtener del Gobierno socialista lo que difícilmente podrá arrancar a una mayoría absoluta del PP tras las próximas elecciones generales. Por otro lado, Mas se estrena apelando a mensajes soberanistas tópicos y con una reedición nada mejorada del régimen monopolístico implantado en Cataluña, donde convergentes y socialistas se sienten cómodos como ramas de un partido único catalanista. Pactando con el PSC el incumplimiento de las sentencias del Supremo, poca renovación cabe esperar en esta nueva etapa.

ABC - Editorial