domingo, 19 de diciembre de 2010

Mil días de fuego y olvido. Por Arturo Pérez-Reverte

Acabo de leer un libro extraordinario. Un tocho enorme de tamaño folio y casi mil páginas. Requetés, se llama, y trata sobre la actuación de los voluntarios carlistas en la Guerra Civil. Lo abordé con reparos, pues los cruzados de la Causa nunca fueron santo de mi devoción. Cuando lees a Baroja y Valle Inclán de jovencito, hay fanatismos místico-castrenses que ya no te caen simpáticos nunca. Mucho menos cuando, mirando hacia atrás y hacia adelante, uno acaba comprendiendo el estrecho parentesco de aquellos curas de boina roja, que en el siglo XIX bendecían bayonetas antiliberales, con los curas vascos que, durante la última mitad del siglo XX, en otras sacristías que de algún modo son la misma, empollaron y siguen empollando el huevo asesino de la serpiente. Pastores de almas para los que, en el fondo, Josu Ternera y sus compadres, arrepentidos o sin arrepentir, no dejan de ser otra cosa que respetables generales carlistas.

Sin embargo, reconozco que Requetés ha sido una agradable sorpresa. Pese a los avales del prólogo de Stanley Payne y el epílogo de Hugh Thomas, lo abrí con cautela, esperando indigestión de rosario, escapulario y detente bala. Pero resulta que no. El libro, dotado de un despliegue fotográfico que por sí mismo lo convierte en documento extraordinario, es una minuciosa relación, con testimonios en primera persona, de cómo vivieron la guerra los combatientes de los tercios de requetés que en los más duros frentes de batalla lucharon contra la República. Testimonios, en su mayor parte -no mezclemos churras con merinas-, de gente que se partió la cara de igual a igual; no ratas de retaguardia, madrugada y tiro en la nuca. Que también los hubo.


No falta ideología en el libro, claro. Aquellos hombres y mujeres que vivieron la guerra en primera persona, tanto en los frentes como en los hospitales y en la retaguardia, añaden, a veces, su visión del mundo y de España. Pero eso suele ser secundario, y cede paso al caudal de hechos vividos, al relato de historias personales de trincheras, dolor y muerte, y también de solidaridad, compasión, camaradería y heroísmo. De 60.000 combatientes encuadrados en los tercios de requetés, 6.000 murieron en combate: uno de cada diez. Veteranos navarros, vascos, valencianos, catalanes, incluso andaluces, la mayor parte de los cuales no había cumplido entonces veinte años, cuentan con sobria naturalidad sus mil días de fuego, utilizados siempre como fuerzas de choque. Hombres al límite, en lugares donde todo se reducía a sobrevivir, matar o morir. Historias que en su mayor parte, motivos últimos al margen, podrían intercambiarse con las del otro bando: cuadrillas de amigos alistados en el mismo pueblo, muchachos de quince años que empuñaban el fusil junto a sus hermanos, padres y parientes. Desde la distancia del tiempo, abuelos que entonces fueron jóvenes vigorosos, a los que vemos en las fotos, todavía imberbes, pasando el brazo por encima del hombro de compañeros que se quedaron atrás para siempre, recuerdan con singular ecuanimidad sus peripecias entre amigos y enemigos. Y a menudo, el aliento de lo real estremece al lector-oyente como nunca podría hacerlo un relato ficticio de guerra o aventuras.

Lo que hace tan valioso Requetés es que Pablo Larraz y Víctor Sierra, sus autores, recogen esos testimonios y dejan el juicio último al lector. El libro plantea lo que, en mi opinión, es el único modo decente de alejar los fantasmas perversos de nuestra Guerra Civil: no juzgar a los protagonistas por sus ideas, sino por sus actos. En ese sentido, lo que hace aún más importante esta obra monumental es que casi todos los recuerdos provienen de hombres y mujeres muertos a poco de dar su testimonio. Eran los últimos carlistas supervivientes de la guerra, y habría sido una lástima que sus vidas se hubieran perdido para siempre en esta España analfabeta, oportunista, elemental, que confunde memoria histórica con rencor histórico. Y es curioso: en Requetés no se reconoce a los vencedores, porque en realidad sus protagonistas no lo fueron. Tras utilizarlos como carne de cañón, el franquismo los relegó al olvido; y los ex combatientes carlistas ni siquiera se beneficiaron de los privilegios que la nueva casta nacional, dueña del cortijo, disfrutó sin límites. Quizá por eso, un aire triste, resignado, recorre las páginas del libro. Una melancolía encarnada a la perfección en la figura de ese pastor navarro que, mucho tiempo después, vuelto a sus ovejas tras jugarse la vida peleando durante tres años, no conserva otro privilegio que llevar en su pobre morral los prismáticos de un oficial del ejército rojo al que mató en la batalla del Ebro.


XL Semanal

Aquel terrible invierno. Por Jesús Cacho

“Hitler ha muerto. Este es el momento que había esperado tan ardientemente, por el que recé e imploré. ¿Y ahora? Me siento tensa como no lo había estado en años. ¿Es sentimentalismo? La muerte de Jürgen, la deportación de los judíos, nuestro país profanado… Fritzi Schulenburg, Halem, Hassell, Leber, Haeften, Stauffenberg… Matius, Mandelsloh, Raschke, los tres hermanos Schweinitz, los tres hermanos Lehndorff, Veltheim… todos han perdido la vida aquí o fuera de aquí, pero ¿por Alemania? Sin embargo, lo conseguiremos. Trabajaremos, seremos felices con nuestra modesta suerte. Y confiaremos en Dios. Tal vez un día vuelva a haber una Alemania nueva y admirable. La muerte de tantos por las balas o la horca, ¿ha sido en vano, o había un propósito más profundo? (Ursula von Kardorff, descendiente de una familia de la nobleza prusiana y miembro del círculo de amigos de Claus von Stauffenberg, protagonista del fallido atentado contra Hitler de julio de 1944, citada por Giles Macdonogh en Después del Reich, Galaxia Gutenberg, 2010)

Tras la última pirueta de Rodríguez Zapatero apareciendo, tan campante, en las Cortes para prorrogar el estado de Alarma después de haber anunciado que no asistiría -encantado de haber podido sorprender otra vez al respetable con una nueva finta, otro golpe de efecto, experto en este tipo de piruetas, fugaces destellos de quien carece de argumentos de mayor cuantía-, el personaje despegó de Torrejón a las 2,15 de la tarde del jueves y a las cinco ocupaba ya su asiento entre los mandatarios europeos. Cada reunión del Consejo de Europa se ha convertido para nuestro carismático líder en un suplicio. Las imágenes ofrecidas por la Comisión Europea hablan del aislamiento de un hombre inseguro que acude raudo a sentarse mientras el resto de líderes conversa de pie. Sarkozy se acerca a saludarle y el de León, sin levantarse, charla brevemente con él con la ayuda de un intérprete. Desaparecido el galo, ZP vuelve a su sitio, aislado de todos. Parece estar ojeando con gran atención algún informe cuando Angela Merkel aparece por detrás y le roza el antebrazo con delicadeza, como quien pretendiera despertar a un niño dormido sin asustarle. ZP se incorpora de golpe, sorprendido por semejante acto de deferencia, y planta a la alemana dos besos agradecidos. Después comparte con ella un par de frases insustanciales, también con la ayuda de un intérprete. Es todo. Mínimo, desvalido, solo.


Merkel es una de las figuras que más atención ha acaparado en Bruselas este fin de semana y con razón. Ella es, en efecto, la reina de un baile de cuyo ritmo depende la suerte de España. Una mujer en la cima de su éxito, sometida, sin embargo, a graves tensiones dentro y fuera de su país. Porque, a pesar crecer a buen ritmo y soportar una tasa de paro insignificante para los baremos españoles, se enfrenta al creciente malestar de los ciudadanos alemanes con el euro y con los países que abusan del euro, España incluida. Cada día son más los que, al otro lado del Rin, piensan que Alemania hizo un mal negocio abrazando la moneda única y abandonando su querido deutsche mark. Es la Historia, siempre presente, como la guillotina, sobre cada cabeza alemana. “8 de mayo de 1945. Alemania se había rendido sin condiciones. Todos habían quedado libres de la tiranía nacionalsocialista. Aquellos cuyas vidas estaban amenazadas por el régimen se vieron, por fin, a salvo. Sin embargo, para muchos otros, la desgracia y el peligro de muerte no había cesado. Con el fin de la guerra, el sufrimiento no había hecho más que empezar para un número incontable de personas” (Richard Von Weizsäcker, Cuatro épocas. Galaxia Gutenberg, 1999).
«Pero Herr Zapatero vive en otra galaxia. Él solo sabe del regate político en corto y del uso y abuso del agit-prop que en España le permite ir capeando el temporal.»
Algo importante está ocurriendo en Alemania. Algo que está pasando desapercibido para una mayoría de europeos. Porque muchos de aquellos alemanes que vivieron de niños el horror de la guerra, la hambruna y también la violencia de la postguerra tienen hoy 70, 80 años y guardan fresco el recuerdo de tantas penalidades. “Íbamos a los cuarteles [de los americanos] con viejas monedas –que se suponía que ya no teníamos- de marcos del Reich, que solo tenían valor por su contenido en plata y con insignias del partido –de las Juventudes Hitlerianas- y conseguíamos cigarrillos que luego cambiábamos a los granjeros por comida” (Petra Goedde, GIs and Germans, citado por Macdonogh). Para esos alemanes la llegada del marco en 1948 significó el inicio de una época de trabajo, estabilidad y riqueza. Una nueva era de prosperidad tras la barbarie nazi y la miseria de la derrota. “A veces afanaba algo, por supuesto; carbón y ese tipo de cosas. También leña. Hace poco robé incluso una rebanada de pan de una panadería. Fue realmente rápido y sencillo. Agarré, sin más, el pan y me fui andando. Y no eché a correr hasta que llegué a la esquina” (Heinrich Böll, Geschäft ist Geschäft, Múnich, 1977).

De caciques empeñados en llevar el AVE a su pueblo

Esos alemanes piensan que el euro no ha traído nada bueno, salvo la obligación de pagar la fiesta de una serie de países del Sur poco o nada disciplinados, acostumbrados a vivir del cuento, cuyos despilfarros están financiando con sus impuestos. Y su número no deja de crecer. De modo que Merkel, a pesar de los buenos datos de la economía germana, no deja de perder apoyos por culpa de ese sentimiento. España es uno de tales “periféricos” que se ha beneficiado de la riada de fondos europeos a menudo mal aprovechados. Un ejemplo es el AVE que ayer mismo inauguraron los Reyes y que une Madrid con Valencia, tras dar un rodeo por Cuenca y Albacete. ¿Alguien ha reparado en el absurdo de llevar la alta velocidad a Albacete, seguramente la capital de provincia mejor comunicada con Madrid de toda España? En efecto, más de 20 trenes rápidos (Alaris a Valencia; Talgos diesel a Murcia y Talgos con tracción eléctrica a Alicante) al día convierten ese recorrido en uno de los más rápidos de Europa, con promedios de 140 km/hora y velocidades punta de 200 km/h. ¿Hacía falta inversión tan cuantiosa para ganar apenas 19 minutos -1,40 horas frente a 1,59- con un nuevo AVE que, además, alarga la distancia Madrid-Albacete hasta los 314 km frente a los 279 del trazado convencional?

Un disparate –que los viajeros pagarán caro- que nadie supo impedir, porque nadie hubo con criterio suficiente para frenar el capricho de un cacique local -José Bono- empeñado en llevar el AVE a su pueblo. Esta es la España de la que desconfía Centroeuropa. Muchos alemanes piensan que, prisioneros de atavismos históricos, la aventura europea española acabará mal: o abandonamos el euro para entregarnos a nuestro deporte favorito de las devaluaciones competitivas, o aceptamos manu militari una reestructuración de la deuda que vendrá acompañada de un descenso del nivel de vida, lo que acabará con el sueño fatuo de tantos españoles que se creyeron ricos sin serlo. Europeísta convencida, la señora Merkel trata de jugar sus últimas bazas a favor de una UE que incluya a los países del Sur. Para que ello sea posible, el Gobierno español tiene que abrazar una irreprochable ortodoxia fiscal y, además, acometer las reformas necesarias para hacer posible el crecimiento y la creación de empleo. Mientras esta política madura, vamos a ayudarle a salir adelante, Herr Zapatero, con el respaldo de un poderoso paraguas financiero capaz de desalentar los movimientos especulativos contra su país, en el bien entendido de que tendrá usted que hacer los deberes sin pretender jugar con nosotros al ratón y al gato.

Pero Herr Zapatero vive en otra galaxia. Él solo sabe del regate político en corto y del uso y abuso de ese agit-prop que en España le permite ir capeando el temporal. Con un discurso opuesto al de Merkel, piensa en el fondo que bastan cuatro anuncios sorpresa para echarse a dormir. Y lo que ocurra con los mercados es culpa, malditos bastardos, de los especuladores. Lo cree él y lo comparte gente intelectualmente potente en las filas del PSOE. De modo que lo único que precisamos es que Frau Merkel se empeñe en nuestra defensa (“Puedo decir que estoy impresionada por las medidas tomadas por España”), que se establezca un mecanismo de rescate permanente, y que el BCE, además de dedicarse a comprar deuda pública, emita eurobonos. Un pensamiento torticero que envenena los mercados y hace que los inversores, que le tienen tomada la medida, escapen a la carrera y vendan España. Nadie quiere hoy bonos españoles, y cuando el Tesoro intenta colocarlos se ve obligado a pagar intereses abusivos.

Estamos viviendo de prestado

Pero el margen de maniobra de la Frau es limitado, como ha quedado demostrado en Bruselas, porque los alemanes ya no están dispuestos a seguir pagando la fiesta española. “Encima de darles dinero, nos insultan” titulaba el Bild al día siguiente de que Elena Salgado acusara a Merkel (“ciertas declaraciones públicas en el ámbito europeo”) de ser responsable de que la prima de riesgo española se disparara hasta los 300 puntos básicos. “Otro olor que impregnó Berlín aquel terrible invierno (1946-47) fue el de las lámparas de carburo, que apestaban a ajo. La suciedad y el aseo constituían un enorme problema, así como la necesidad de limpiarse las uñas y lavarse los dientes. Conservar la dignidad humana se convirtió entonces en algo fundamental. A pesar de las bajas temperaturas, algunos alemanes estaban prácticamente desnudos y ocultaban sus vergüenzas bajo mantas echas jirones, cubriéndose los pies con tablas atadas con tiras de tela” (Macdonogh, Después del Reich). De aquel horror salieron los alemanes gracias al marco, algo que no podrán olvidar ni quienes lo vivieron ni sus herederos.

En la conciencia de quienes dirigen la orquesta europea vive instalada la idea de que “España es un país sin solución, incapaz de hacer las reformas necesarias para propiciar un horizonte de crecimiento”. Prisionero de unas encuestas atroces, el Presidente no parece dispuesto a perder un voto más por culpa de unas reformas que, en el fondo, ni entiende ni acepta una sociedad acostumbrada a vivir por encima de sus posibilidades como es la española. “No creo que mañana ocurra nada en los mercados, entre otras cosas porque los traders han cerrado ya sus libros. Es posible incluso que Zapatero haya ganado unas semanas con el anuncio de ese fondo de rescate sin límite, pero lo cierto es que estamos viviendo de prestado”, aseguraba ayer mismo un experto. Con los vencimientos de deuda previstos más las nuevas emisiones, y a los precios que se está viendo obligado a pagar el Tesoro público -(¿y cuánto está pagando, por cierto, el sector privado?)- las finanzas españolas están abocadas al colapso. Esto parece visto para sentencia. ¿Cuándo? Más pronto que tarde. El corolario de lo dicho lleva la marca de un inevitable empobrecimiento colectivo. Todo vuelve.


El Confidencial - Opinión

Gobernar no es gastar. Por Antonio Burgos

El principal problema económico de España no es ZP, como dijo Rajoy. Es que todos creen que gobernar es gastar.

A usted, como a mí, le sorprenderá cómo se sigue tirando el dinero a pesar de la situación de España y de los tirones de orejas que nos da esa Señorita Rottenmeier de la Unión Europea que es Angela Merkel. No hay día en que no sepamos que una autonomía que no tiene litoral ha concedido una subvención de tropecientos mil euros a una Fundación para el fomento del camarón de porreo. O que un Ayuntamiento que debe cientos de millones a sus proveedores otorga no se cuántos miles de euros para la clásica ayuda a la dictadura cubana. O las empresas públicas repes y duplicadas de la Administración, nidos de paniaguados colocados sin mérito, igualdad, capacidad ni publicidad y que gastan el dinero como si lo regalaran.

El principal problema económico de España no es ZP, como dijo Rajoy. El principal problema es que todos, PSOE y PP, nacionalistas y antiguos comunistas, creen que gobernar es gastar. Que si no se gasta, no se nota que se gobierna y, por tanto, se corre el riesgo de que la gente no los vote.


Me encantaría haber ido apuntando todas los despilfarros estatales, autonómicos, municipales y provinciales que he ido oyendo por la radio o leyendo en los periódicos no desde que empezó la crisis, sino en la última semana. Ni aunque Europa nos amenace con la intervención aquí se deja de tirar el dinero. Yo me echo a llorar cada vez que paso por las calles donde hubo obras anunciadas demagógicamente con el cartelón del Plan E. Se tiraron los 8.000 millones de euros del primer Plan E, más los 3.000 millones del segundo, en arreglar aceras y en estrechar calles, en poner esa cursilada del «mobiliario urbano». ¿Se imaginan que con esos 11.000 millones del Plan E los ayuntamientos hubieran pagado todos los atrasos a sus proveedores y éstos hubiesen podido seguir empleando gente, en vez de tener que despedirlos? ¿Cuánto paro redujo el despilfarro del Plan E? A la vista están los datos del desempleo: cero cartón del nueve. Fueron 11.000 millones tirados a la calle y nunca mejor dicho: a las aceras y calicatas de la calle. De un dinero que, además, ahora se ha visto que no teníamos, que era prestado por los matatías internacionales. Tenía una cierta explicación que España presumiera de gran potencia cuando las vacas gordas. A cada barrio se le hizo un polideportivo, una piscina cubierta, un centro cívico y un instituto. En cada ciudad, un palacio de congresos, un auditorio y un pirulí de La Habana. En cada provincia, una Universidad. O dos. Se llevó el AVE a todas partes. Obama, al elogiar nuestra red de AVE, dijo que Estados Unidos no tenía posición para esos lujeríos. Así estamos, que la Deuda Pública es ya el 57,7 del PIB y que las autonomías deben 107.624 millones de euros, ¡y viva el AVE a Valencia y a Castellón si hace falta!

Y encima, vamos de redentores por el mundo. ¿Usted sabe cuánto nos hemos gastado desde 2002 para que nuestro glorioso Ejército, ahora degradado a ONG armada, haga caridades en Afganistán? Pues 2.040 millones de euros. Que nuestras tropas sigan repartiendo chocolatinas en Afganistán nos cuesta 1,2 millones de euros ¡cada día! ¿Cuántos empleos podrían crearse en España si esa cantidad se concediera en créditos a los autónomos y a las pymes, o en hipotecas a las parejas que buscan piso? Ya sé, me dirán que eso es el chocolate del loro. Qué loro, ni qué loro. Aquí seguimos despilfarrando el dinero en tantos chocolates del loro que esto es la fábrica de Nestlé, la de Lindt, la de Cadbury, la de Elgorriaga, la de Milka y la de Valor juntas.


ABC - Opinión

Liebres y conejos. Por Alfonso Ussía

Los conejos y las liebres son parientes. Pertenecen al orden familiar de los lagomorfos. El conde de Labarces acostumbra a contar una historia muy divertida de liebres y conejos que me resisto a relatar por respeto a los lectores sensibles. La liebre es más grande que el conejo, si bien hay conejos de granja que alcanzan tamaño y peso pasmosos. Y son muchas las variedades de liebres. El poeta José Carulla, autor de la «Historia de Jesús» en versos, principia su obra con primor, y a cuento viene porque estamos a punto de llegar a la Noche del Milagro.
«Nuestro Señor Jesucristo
nació en un pesebre.
Donde menos se espera
salta la liebre».
No es ejemplo de poema místico, precisamente, pero cada uno da lo que dentro lleva.

José Bono, como buen manchego, lleva muy dentro de sí a la liebre y al conejo. Con la perdiz, son los príncipes menores de los sembrados, dehesas y garrigas de La Mancha. Y nos ha revelado la existencia de una nueva subespecie de liebre, la cántabra o eléctrica, lo cual como buen zoólogo me interesa sobremanera. La liebre cántabra o eléctrica, la liebre montañesa, es calva y tiene barba, y corre que se las pela. No se le ha adjudicado aún su denominación científica, pero me entero que será, con muchas probabilidades, la de «Lepus Rubalcabensis».


Es una liebre que está al borde de la extinción, por el hecho de que sólo se conoce un ejemplar de su especie. Un macho algo mayor, que antaño corría y hogaño finta y regatea. Con él desaparecerá la pureza de su subespecie, porque no se encuentran «Lepus Rubalcabensis» del género femenino, y las liebres no se reproducen solas. Tremenda realidad.

La liebre eléctrica de la Montaña de Cantabria, al menos el único ejemplar que ha sido censado, es astuta y engañosa, y cuando supera determinada edad, se le endurece la piel con placas superpuestas, es decir, que tiene más conchas que un galápago. Y es poderosa. Lo tiene que ser cuando Bono le hace tanto la pelota, que Bono no pierde el tiempo adulando a otras liebres del montón. El único problema de la «Lepus Rubalcabensis» es que tiene más pasado que futuro, y que en las madrigueras o encames cercanos abundan sus enemigos, aunque no lo manifiesten abiertamente por temor a sus reacciones. Porque la liebre eléctrica de La Montaña, cuando quiere, saca a relucir sus malísimas intenciones y su sagacidad para el engaño. Le tiene miedo hasta el Lobo Feroz de Rodiezmo, que curiosamente nació en Valladolid, y también está en peligro de extinción, lo cual a mí, como naturalista, me importa un bledo.

Y también, por insinuación de Bono, parece existir la liebre oculta, la liebre en la sombra, que algunos adivinan gallega y muy militarizada. De las palabras de Bono se deduce que el porvenir del socialismo en España está en manos de las liebres, porque al Lobo Feroz de Rodiezmo ya no le hace caso ni Caperucita Roja, que es de Benidorm y tiene un par de pelotas, de acuerdo con su propia confesión. Da pena ver al Lobo Feroz de Rodiezmo ninguneado por las liebres y Caperucita Roja, la pobre, aunque sea muy suya.

No obstante, y a pesar de los malos tiempos y peores vientos que se ciernen sobre las madrigueras socialistas, a esta liebre eléctrica de Cantabria no se la debe despreciar. Acosada, muerde como una leona y es capaz de todo. La oculta, o gallega militarizada, es más sencilla de reducir. Prohibido hablar mal de las liebres de ahora en adelante, y el que lo haga, que asuma las consecuencias.


La Razón - Opinión

El motor no funciona. Por Germán Yanke

Decía Solbes con su tranquila sorna que un Gobierno monocolor también es un Gobierno de coalición entre el ministro de Hacienda y los demás, entre el que lleva las cuentas y los que tienen —o creen tener— interesantísimos proyectos para gastar. En la suya, en la coalición en la que participaba Solbes, salió perdiendo. En la de ahora quizá gane su sucesora, la vicepresidenta Salgado, porque cuenta con la evidencia de la contabilidad, la presión europea y con una reestructuración del Gobierno en la que sus valedores pesan más que sus coyunturales y recelosos coaligados. Esa es una de las consecuencias de haber nombrado vicepresidente y casi primer ministro a Pérez Rubalcaba. Ni tendrá la inquina que padeció Solbes ni se encontrará con una vicepresidenta que se resiste a reducir el sueldo de los funcionarios o a aumentar la edad de jubilación. Zapatero vivía, con Solbes, en una permanente contradicción. Al abandonarle, eligió el aire acondicionado en vez del buen funcionamiento del motor y los directores del tráfico europeo le empujaron sin contemplaciones al taller. Ahora, mientras los nuevos elegidos tratan de reparar el mecanismo, pasa todo el tiempo que puede en el bar de la esquina. Se siente allí más protegido y se muestra más silente porque su problema, más que aceptar las reparaciones exigidas, es explicarlas, desdecirse a sí mismo. Mientras, sus opositores parecen creer que la distancia que le sacan es como seguir avanzando con otro automóvil mientras él está parado, cuando en realidad la opción que pueden darles las elecciones es sustituirle como conductores del coche que está en el garaje. Por eso llama la atención la paradoja de hoy, que nos estemos preguntando dónde está Zapatero en vez de qué están haciendo con el coche. Lo sorprendente es que los que van a sustituir a Zapatero no tengan otra cosa que decir que no con el mismo lenguaje que éste utilizaba contra ellos. Cuando cojan el volante les llevarán al desguace.

ABC - Opinión

Pensiones. Lo indiscutible, sus alternativas y las clavijas de ZP. Por José T. Raga

El resultado de la mezcla ideológica es una población envejecida, con escasa juventud y también escasa población activa. Añadan a eso la torpeza de los gobernantes en generar oportunidades para la actividad económica.

No quiero yo hoy remover el fango en el que el pasado miércoles se embadurnaba el llamado principio de acuerdo para la reforma de las pensiones en España, que no era otra cosa que una gran falacia para aparentar que se hace algo en el Pacto de Toledo, cuando realmente no se hace nada.

Me explico; hablar hoy de la reforma de las pensiones, a la que la Unión Europea lleva urgiendo a nuestro país cada vez con mayor insistencia, es hablar en esencia de dos aspectos fundamentales: edad a la que, tras la cotización en años requerida, se adquiere el derecho a la percepción de la pensión plena de jubilación, sea cual fuere la que corresponda a cada persona según su base de cotización; y, por otro lado, cuál es el período de cotización que debe de considerarse para el cálculo de la base reguladora, del que derivará matemáticamente la cuantía de la pensión apercibir.

Hoy, en el régimen general, estos dos parámetros están bien definidos, siendo para el primero de ellos los sesenta y cinco años de edad, y siendo el segundo, es decir el período a considerar para el cálculo de la base reguladora, el de los últimos quince años de cotización. No se nos olvide que este período fue en su momento de cinco años, y en una reforma acaecida bajo la presidencia de don Felipe González se elevó a quince, lo que equivale a multiplicar por tres el período anterior.


En el momento presente, la discusión, si alguna, deja insatisfechos a muchos –yo soy uno de ellos– porque adolece de todos los vicios que imaginarse puedan, en cosa tan seria y de tanta trascendencia. El pasado miércoles, entre los padres de la patria a quienes se ha confiado el estudio del problema, ocurrió de todo y nada bueno. Unos, como Izquierda Unida y Esquerra Republicana de Cataluña, abandonaron la reunión, y los que permanecieron, tuvieron la desfachatez de declarar a los medios y al pueblo en general, que habían llegado a un consenso, si bien no se había tratado de a qué edad debe de adquirirse el pleno derecho a la pensión, ni tampoco cuál es el tiempo que debe entrar en el cálculo de la base reguladora.

Es decir, que si la declaración final responde a la verdad, ya me dirán ustedes de qué pudieron hablar, pues lo único que había que decidir eran esas dos magnitudes temporales, que son la esencia y el núcleo del problema para encontrar una solución realista y satisfactoria. Mientras tanto, al presi en Bruselas le aprietan las clavijas, teniendo que optar por poner cara de palmera, por refugiarse en ese acuerdo que se ha consensuado entre los grupos políticos, o echar mano de su vena dictatorial y decidir qué hacer, con independencia de opiniones. Esta última es la preferente, conociendo su talante dialogante y, así, ha decidido que el Gobierno apruebe el 28 de enero la ampliación de la edad de jubilación a los 67 años en lugar de los 65 actuales.

Lo indiscutible es que el sistema de pensiones de la Seguridad Social tiene un problema de insolvencia, ya a medio plazo, que requiere una solución urgente. Es más, la requería hace ya algunos años. El sistema está montado bajo la hipótesis de una población permanentemente creciente y a tasas elevadas, con una tasa también elevada de ocupación.

El crecimiento de la población se ha visto frenado por dos ideologías, ambas de funestas consecuencias. Una, la que corresponde a la izquierda de rumbo perdido, y que se expresó a través de elocuentes proclamas como "nosotras parimos, nosotras decidimos" o la más reciente "con mi cuerpo hago lo que quiero", sin apercibirse de que no es su cuerpo el que está en juego, sino el de un niño indefenso.

La otra ideología es la consumista, que se da tanto en la derecha como en la izquierda, para la cual el niño es un estorbo para ese "vivir la vida" que sólo toma en cuenta un aspecto: el lúdico del gastar y disfrutar en una espiral de enloquecimiento colectivo. El resultado de la mezcla ideológica es una población envejecida, con escasa juventud y también escasa población activa. Añadan a eso la torpeza de los gobernantes en generar oportunidades para la actividad económica, lo que resulta evidente por los cinco millones de parados, y la conclusión es, sencillamente, la quiebra del sistema.

¿Qué hacer ante ese problema? A cualquiera se le ocurre una solución primaria: pagar menos de pensión anual y empezar a pagarla más tarde. Y ahí se sitúa la discusión, que por lo visto no ha afectado al consenso del pasado miércoles, respecto a los dos plazos ya indicados, pero que el presidente parece tener tomada la decisión. Pero la pregunta del que lleva cotizando treinta años, por ejemplo, no puede ser más interpelante: ¿no hay otra solución que restringir mis derechos?

Sí, hay otra solución de la que por lo visto se prefiere no hablar. La solución pasaría por que el Gobierno redujese drásticamente el gasto inútil e ineficiente, para nutrir la caja de las pensiones con los recursos necesarios para garantizar los derechos que en este momento están en peligro. ¿Se acuerdan que algo así hizo el presidente Aznar? Pero el Gobierno de ZP ha hecho justo lo contrario. Ataque a la familia y a la procreación y, cuando se ha visto en apuros, meter la mano en la caja de las pensiones, no para nutrirla sino para sangrarla.

Y ahora, alegando necesidad urgente, le resulta más cómodo negar derechos expectantes de los ciudadanos que limitar las veleidades de gasto injustificado con gobiernos dictatoriales y con asociaciones marginales. Sólo que éstos, al presidente le caen simpáticos y justifica eso que llama progresismo, que no es otra cosa que el regreso a tiempos muy pretéritos.


Libertad Digital - Opinión

El alumno desaplicado. Por José María Carrascal

España puede tumbar el euro o, por lo menos, averiarlo seriamente. De ahí el interés de todos los europeos en que se salve.

¿QUÉ les sugiere a ustedes esa foto de Ángela Merkel inclinándose sobre un Zapatero inmenso en sus papeles en Bruselas? A mí, la de una maestra de las de antes, interesada en que el alumno remolón haga sus deberes y se ponga al nivel de la clase. Lo que, además, corresponde a la realidad. A nadie interesa que España siga el camino de Grecia e Irlanda. Entre otras cosas, porque rescatar a España sería mucho más difícil, puede incluso que imposible, debido a nuestro mucho mayor tamaño. España puede tumbar el euro o, por lo menos, averiarlo seriamente. De ahí el interés de todos los europeos en que se salve. Pero de poco sirve su interés si los españoles no nos salvamos a nosotros mismos. Es lo que intentan decirnos de todas las formas posibles.

Los españoles nos creíamos ricos sin serlo realmente. No sólo nos creíamos, sino que vivíamos como ricos. ¿Y qué es vivir como ricos?, me preguntarán ustedes. Pues gastar en cosas superfluas, en cosas no absolutamente necesarias. Por ejemplo, una segunda vivienda en la playa o montaña. O viajar al extranjero. O los cafetitos a media mañana. O las minivacaciones en navidad, semana santa o incluso los «puentes». Los españoles nos hemos acostumbrado a ello en pocos años, convirtiendo en parte integrante de nuestras vidas. Sin serlo realmente.


Aunque donde el gasto más se ha disparado es en nuestras tres administraciones, a cual más rumbosa. Acaba de hacerse públicas las cuenta de las autonomías, con un agujero de 107.624 millones de euros, desde los 739 de La Rioja a los 30.304 de Cataluña. Lo que ha hecho surgir la duda de si podrán devolverlos. Eso sí, con palacios de congresos, polideportivos, festejos, subvenciones de todo tipo en todas partes. Todos nuestros problemas vienen de ahí: de creernos ricos sin serlo.

El New York Timespublicaba ayer en primera página un artículo escalofriante sobre las «gost towns», las ciudades fantasmas en torno a las urbes españolas, recién construidas y deshabitadas por no encontrar comprador, sin que los que compraron pisos puedan pagar la hipoteca. Lo que significa que, en realidad, pertenecen a los bancos. ¿Cuál es el agujero de los bancos españoles por dichas hipotecas incobrables?, se pregunta el periodista norteamericano. Nadie lo sabe porque bancos y cajas de ahorro ocultan esos números. Pero la sospecha de que es grande, muy grande, está lastrando la confianza en España, disparando el precio de su deuda y comiéndose los ahorros hechos por otras partes.

¿Recuerdan cuando Zapatero presumía de la banca más sólida del mundo? Claro que también presumía de que la crisis no iba a afectarnos. Pero ahí le tienen, como el alumno desaplicado, controlado por «die Lehrerin Frau Merkel». Cuando la maestra venga a España, en febrero será más que nada para comprobar si estamos haciendo los deberes.


ABC - Opinión

Crisis. ZP quiere una revuelta social contra la UE. Por Emilio J. González

A este personaje que sueña con ser el líder de la izquierda mundial, el paladín de las causas perdidas y el caballero blanco de la utopía no se le ha ocurrido nada mejor que desafiar a la UE y a los mercados.

A medida que pasa el tiempo y vemos con asombro creciente que el Gobierno sigue sin adoptar las políticas que necesita realmente este país para evitar la quiebra, y prefiere que la economía española siga caminando por el borde del precipicio, uno tiende a pensar muchas cosas acerca de la personalidad del actual inquilino de La Moncloa y su incapacidad para tomar una sola decisión. Pero en cuanto uno se para a pensar un momento con serenidad se da cuenta de que, detrás de todo esto, hay una verdadera estrategia premeditada por parte de ZP, no para sacarnos de la crisis, sino para salirse con la suya, lo cual ya le pone a uno los pelos de punta y la piel de gallina. Porque lo que quiere hacer, lo que está haciendo en realidad, Zapatero es echar un pulso ideológico a la UE y a los mercados y salir triunfante del mismo, presentándose así como el gran político que consiguió doblegar a unos y a otros. Veamos los hechos que respaldan este análisis.

Lo primero de todo, y ya lo sabemos, es que, por más que diga, lo cierto es que el Gobierno se niega a recortar el gasto público, tal y como piden la UE y los mercados, cuando hay tanta partida en la que meter la tijera a saco. Eso se complementa con el mensaje que empiezan a enviar los socialistas por todas partes y este no es otro que como la crisis la ha provocado Alemania, es Alemania la que tiene que ser solidaria con España y sacarnos las castañas del fuego. Y es verdad que el gran país europeo tiene que ver con lo que nos sucede, pero no precisamente en la forma en que nos lo cuentan. Nuestra burbuja inmobiliaria se alimentó con un ahorro alemán que buscaba una rentabilidad mejor que la que ofrecía una economía que, en aquellos momentos, estaba haciendo sus deberes con una política deflacionista para recuperar su competitividad perdida. Y esa misma política fue responsable, en parte, de la estrategia de tipos de interés bajos seguida por el Banco Central Europeo en los últimos años. Pero también es cierto que aquí se podía haber evitado que esa enorme afluencia de dinero barato provocara la burbuja inmobiliaria tan sólo con que el Gobierno le hubiera dejado al Banco de España que siguiera impidiendo que bancos y cajas de ahorros siguieran concediendo préstamos al sector inmobiliario e hipotecas sin límite alguno, ni siquiera en relación con los riesgos en que estaba incurriendo el sector crediticio por ello. De la misma forma que podría haber suprimido la desgravación por adquisición de vivienda en el IRPF nada más llegar al poder en 2004, como propuso entonces Miguel Sebastián. Así es que, en contra de lo que dicen los socialistas, la culpa de nuestros problemas no es de Alemania, sino de ellos, y son ellos, y no los germanos, los que nos tienen que sacar de este problema si se empeñan en no anticipar las elecciones generales y agotar la legislatura.

Zapatero, empero, se niega a ello porque no quiere oír ni hablar de recortar el gasto público, en parte porque quiere seguir haciendo de las suyas, en parte porque es de esos socialistas que piensan que las crisis las tienen que pagar los ricos, en este caso los alemanes, y, si se niegan, hay que forzarles a ser solidarios con los pobres descamisados, o sea, los españoles. Y su negativa va a más cuando los mercados reaccionan en consecuencia incrementando la prima de riesgo, mientras la propia inacción de España pone cada vez más en cuestión el euro. Pero menudo es Zapatero como para que nadie venga a imponerle algo, sobre todo una Angela Merkel a la que odia profundamente y, ni mucho menos, esos mercados que impiden a los socialistas hacer de las suyas porque les pasan la factura correspondiente. Así es que a este personaje que sueña con ser el líder de la izquierda mundial, el paladín de las causas perdidas y el caballero blanco de la utopía no se le ha ocurrido nada mejor que desafiar a la UE y a los mercados para tratar de demostrar que se puede vencer a unos y a otros y que el Estado puede ser capaz de dominar las fuerzas de la globalización si uno sabe mantener firme.

Para fortalecer su posición, Zapatero, sin embargo, necesita el apoyo de una sociedad que le ve cada vez más como un líder político tan incapaz como incompetente. Un apoyo que, a su entender, sólo puede presentarse en la forma de revueltas sociales como las que han tenido lugar en Grecia o en Francia. A estas alturas, los hay que todavía siguen soñando con mayo del 68 y con la revolución, quién lo diría, pero ZP es así. Y para salirse con la suya, en lugar de hacer los ajustes presupuestarios que tiene que hacer, ha elegido ‘tocar’ los temas sociales, que son los que pueden despertar las iras de la gente. Ahí está, por ejemplo, la supresión de la ayuda de 420 euros a los parados que pierden el derecho a seguir percibiendo la prestación por desempleo mientras sigue tirando el dinero a espuertas con su mal llamada política de ayuda al desarrollo, a la que destina ni más ni menos que el 1% del PIB. Lo más sangrante de todo, sin embargo, es lo de la congelación de las pensiones y el aumento de la edad de jubilación, cuando lo de las pensiones es el problema de mañana pero no el de hoy, que se resume en que el sector público se gasta, o malgasta, mucho más de lo que ingresa. Pensiones y desempleo son, empero, dos temas de una enorme sensibilidad social. Zapatero lo sabe y por eso hace lo que hace, en vez de aplicar con fruición la tijera allí donde tiene que hacerlo, porque lo que en realidad persigue es que este tipo de medidas arbitrarias, que justifica como imposiciones de la UE y los mercados, provoquen las pertinentes revueltas sociales que justifiquen ante unos y otros su negativa a hacer lo que tiene que hacer. De la misma forma que sabe que, si cae España, Alemania va a sufrir mucho más que si se muestra ‘solidaria’ con nosotros. De ahí que haya optado por jugar con fuego echándole todo un pulso tanto a la Unión Europea como a los mercados y que quiera provocar una revolución que lo respalde.

El problema es que, con su estrategia, la única revuelta que puede desencadenar es una contra él mismo porque la sociedad tiene bien claro quién es el responsable de sus males y todo eso de que la culpa es de Alemania que no es solidaria con nosotros y demás zarandajas se convierte, cuando menos, en una broma de mal gusto cuando ve día a día de qué manera se tira el dinero público. Y el problema es, también, que como a Zapatero le dejen seguir más tiempo con este juego, cuando acabe por estrellarse el tortazo que se va a pegar este país no va a tener igual en la historia.


Libertad Digital - Opinión

El poder sindical. Por M. Martín Ferrand

Toxo y Méndez son dos patas para un banco de izquierdas que se atiene a los diseños del fascismo clásico y vociferante.

«¡Confiar y esperar!», gritaba Alejandro Dumas —el padre, el bueno— para definir la sabiduría y predicársela a sus vecinos. Ese fue, además, el lema del Conde de Montecristo. En España, la fórmula de Dumas le pone un precio muy alto a la sabiduría. Si acotamos la reflexión a lo político, ¿en quién podemos confiar aquí? Lo de esperar es más fácil y, de hecho, no hay ciudadanos en el mundo con la capacidad que para ello tenemos los españoles. Llevamos varios siglos de plantón, tratando de ver llegar las libertades plenas y la democracia verdadera, pero todo se nos va en sucedáneos y falsificaciones.

Entre quienes integramos el censo, los que menos confían y más pronto desesperan son los sindicalistas con mando. Anda ahora el Gobierno, y con él todos cuantos caben en el Pacto de Toledo, dándole vueltas a un nuevo modelo de pensiones que pueda concordar con las posibilidades del Estado y las exigencias de la UE y, antes de que surjan las primeras conclusiones útiles, ya se manifiestan en la vía pública, sin ahorro alguno en el griterío. Es una forma de coacción antidemocrática y soez; pero los sindicatos parecen disfrutar de licencia para ofender la razón y violentar el orden y los supuestos de los representantes ciudadanos.


En ese ambiente de negación democrática, hostil a la representación parlamentaria, sobresalen las figuras energuménicas de Ignacio Fernández Toxo y Cándido Méndez. Dos patas para un banco de izquierdas que, como gran contradicción, se atiene a los diseños del fascismo clásico y vociferante. La función sindical no es un estrambote para el soneto parlamentario. Ni tan siquiera tiene rima y medida. Es, en su formulación presente, la continuidad formal y funcional de la organización sindical del franquismo. Un despropósito que trata de sustituir en la calle, con ruido y alboroto, los votos que no consigue en las urnas. Pero, ¿qué democracia es esa en la que unos cuantos líderes autoproclamados, subvencionados e instalados en la bicoca, sin más representación que la de unos pocos trabajadores afiliados y pendientes del pago de su cuota, pueden enmendarle la plana a la mayoría de los representantes reunidos en el Congreso?

La determinación de los principios directores de un sistema de pensiones es un diseño político, pero la articulación de sus pagos y la periodificación de sus cuantías es cuestión técnica. Ante la imposibilidad de repartir lo que no hay, que es lo que se pretende, debe actuar el sentido común, sin amenazas sindicales. Confiar, dado el reparto representativo que tenemos a la vista, es difícil; pero esperar es inevitable.


ABC - Opinión

La España deseable

La inauguración del AVE entre Madrid y Valencia es, sin duda, un logro técnico excepcional, una inversión económica gigantesca y un hito en la historia del ferrocarril español, pero no sólo. Es también, y más en esta época de tribulación y desencuentros, la expresión más exacta de la España deseada, la del progreso y el esfuerzo, la de la cooperación interregional, la del consenso entre las fuerzas políticas, la que abre nuevas expectativas de desarrollo y la que derriba barreras físicas y mentales. Lo resumió con justeza el Rey, al subrayar que «va a favorecer nuestra economía y nuestra cohesión territorial»; y lo remachó el presidente del Gobierno con cierto énfasis al afirmar que «acostumbrado a tener días difíciles, hoy es un día para ganar la confianza que como españoles debemos tener en nuestras posibilidades. Cada vez que sumamos juntos somos ganadores como país». En efecto, la línea de alta velocidad abierta ayer es el resultado del esfuerzo conjunto de diferentes administraciones que, por encima de su color ideológico, se han comprometido a conquistar el futuro para ponerlo al servicio de los ciudadanos y su bienestar. En este punto, para no faltar a la justicia, es necesario rendir tributo al empeño y la visión de futuro que demostró el ex presidente José María Aznar al apostar por infraestructuras de gran calado estratégico. Que España haya superado a Francia como el país europeo con más kilómetros de alta velocidad no es un simple dato estadístico del que enorgullecerse; cada uno de esos kilómetros es una zancada de gigante hacia la integración efectiva de España como nación, mucho más eficaz que toda la retórica política al uso. No sólo porque Valencia esté a una hora y media de Madrid, del mismo modo que las distancias con Barcelona y Sevilla han quedado pulverizadas, sino también por las perspectivas económicas, laborales y sociales que se abren para las tres comunidades que une el AVE. Según los cálculos realizados, se crearán más de 136.000 empleos en los próximos cinco años, el incremento de la producción industrial será de unos 6.000 millones de euros y el volumen de negocios hasta 2016 ascenderá a 9.000 millones. Además, con este eje Madrid-Valencia se completa la red del arco mediterráneo, desde Cataluña a Andalucía, y se abren rutas inéditas al transporte de mercancías desde y hacia nuestros principales puertos del Mediterráneo, amén de la futura conexión con la alta velocidad europea. No cabe duda, toda España sale ganando con la nueva línea ferroviaria y es legítimo celebrarlo. Pero precisamente por ello no conviene abandonarse a la complacencia e ignorar que la España norte y noroeste sigue anclada en infraestructuras del siglo pasado. Las obras en el arco que va desde Galicia hasta el País Vasco, que concentra una parte sustancial del PIB nacional, llevan excesivo retraso y han sufrido severos recortes. Es cierto que la crisis obliga a utilizar la tijera, pero también es verdad que se han desperdiciado varios años de bonanza económica y se han malgastado fondos públicos que hubieran aprovechado más en modernizar la red ferroviaria. Nada sería más negativo que hubiera una España de dos velocidades.

La Razón - Editorial

Es hora de acabar con la tiranía sindical

El Partido Popular tiene, con la posible convocatoria de esta nueva huelga general,una excelente ocasión para actuar con altura de miras, evitando la demagogia de sumarse a la iniciativa sindical sólo para desgastar a un gobierno ya en pleno hundimiento.

Nunca es ocioso repetir que la Huelga General es un instrumento revolucionario destinado a derribar el Gobierno por métodos extraparlamentarios y, por tanto, ilegítimos e incompatibles con la democracia y las sociedades abiertas. Si los sindicatos españoles tuvieran un carácter profesional y se dedicaran a defender los intereses de sus afiliados, con toda seguridad no tendríamos que vernos sometidos al sobresalto de las reiteradas convocatorias de huelgas políticas como la anunciada para el mes próximo, justamente lo que menos necesita nuestro país en unos momentos tan críticos para su futuro.

Para nuestra desgracia, en España contamos con unos sindicatos sobrevalorados gracias al exceso de legitimidad que tradicionalmente les ha concedido el poder político sin atender a su representatividad real, lo que les permite continuar felizmente anclados en el siglo XIX y ajenos a las funciones reales que exige de ellos una sociedad avanzada.


Los sindicatos llamados de clase cuentan con dos herramientas fundamentales para perturbar el orden social cada vez que lo estiman conveniente sus dirigentes. Se trata de las subvenciones públicas, que les permiten disponer de un número abrumador de liberados sindicales -la fiel infantería siempre dispuesta a tomar parte en sus algaradas callejeras-, y la ausencia de una ley de huelga en nuestro ordenamiento jurídico, lo que les permite paralizar un país entero, incluidos los sectores más esenciales, sin que el Gobierno tenga demasiado margen para garantizar los derechos constitucionales del resto de ciudadanos o exigir a los culpables las responsabilidades oportunas previstas en una ley ad hoc de la que España, por desgracia, todavía carece.

La reciente crisis de los controladores, sin embargo, ha creado un precedente muy interesante del que todos deberíamos extraer las debidas enseñanzas, incluidos los sindicatos llamados mayoritarios aunque, a estas alturas, posiblemente sean ya inmunes a cualquier razonamiento que les permita adquirir un cierto contacto con la realidad.

En lo que respecta a la oposición, el Partido Popular tiene ahora una excelente ocasión para actuar con altura de miras, evitando la demagogia de sumarse a la iniciativa sindical sólo para desgastar a un Gobierno ya en pleno hundimiento. Si decide huir del cortoplacismo miope tan habitual de los partidos cuando se ven cerca del poder contribuirá a difuminar a uno de los más tenaces adversarios políticos a que ha debido enfrentarse el PP cuando ha estado en el Gobierno y, de paso, rendirá un gran servicio a España. El país que, probablemente, le va a tocar dirigir en muy pocos meses. Tal vez menos de lo que todos imaginamos.


Libertad Digital - Editorial

Trampas en el solitario. Por Ignacio Camacho

Las autonomías escapan al control fiscal mientras los ciudadanos ven cómo les recortan pensiones y subsidios.

DE poco va a servir bajar las pensiones o aplazar la jubilación si las autonomías continúan devorando recursos y fundiéndose el ahorro de los recortes del Estado. Los mercados de deuda hilan muy fino y ya se han dado cuenta de que estamos haciendo trampas en un ajuste con doble contabilidad. El endeudamiento de las comunidades territoriales, que administran la totalidad de los servicios públicos excepto los fondos del desempleo y la Seguridad Social, ha crecido de forma insostenible mientras la Administración central intenta embridarse a base de encoger prestaciones sociales. Una red de empresas autonómicas paralelas escapa del control fiscal mientras los ciudadanos contemplan cómo les liman sus derechos. Por ese agujero negro se escapa la competitividad española sin que la clase política sea capaz —y menos con elecciones en el horizonte— de represar el torrente de gasto que se desborda de todo cauce razonable.

La viabilidad del Estado autonómico, y en general de la propia nación española, depende de su capacidad para adelgazarse a sí mismo. El crecimiento desmedido de las estructuras regionales ha desbordado las necesidades de cohesión para convertirse en un gigantesco aparato clientelar que dilapida fondos con una voracidad incontenida, que no incontenible. La sobredimensión de esa Administración B se ha producido con el concurso y la complicidad de todos los partidos, cuyas dirigencias se muestran permisivas con el despilfarro de sus virreyes porque les garantiza la captación de votos. Sin un pacto nacional de austeridad, aplicado de forma vertical con firmeza taxativa, no habrá modo de frenar un dispendio que amenaza la estabilidad financiera del país. Eso urge más que revisar el reparto de competencias, que es el otro elemento de irracionalidad que corrompe el Estado igualitario. Entre otras cosas porque si no se produce un ajuste severo no habrá otra cosa que administrar que la quiebra de las instituciones.

La nomenclatura política se está engañando a sí misma con este doble juego, en el que por un lado se limitan prestaciones básicas de bienestar social y por el otro se permite una escandalosa elefantiasis administrativa. Mientras las autonomías no asuman el compromiso de autolimitar el gasto —con tijeras de podar, no con cortahílos—, los ciudadanos percibirán como un fraude el recorte de sus pensiones y sus subsidios. Lo es: no se puede pedir a la gente un sacrificio que no alcanza a la inmensa maquinaria de poder en que se apalancan los intereses de los partidos. La prestación de servicios básicos como la sanidad o la educación no sirve de coartada para el mantenimiento de una burocracia desmesurada y un artificio institucional caprichoso que ha subvertido el régimen autonómico con un boato califal. Esta crisis es demasiado profunda y demasiado grave para jugar al solitario con cartas marcadas.


ABC - Opinión