sábado, 9 de octubre de 2010

El 99,9% de Zapatero. Por Edurne Uriarte

Zapatero ha perdido las primarias y ni siquiera es seguro que tenga oportunidad de disputar las elecciones.

«Zapatero tiene el 99,9 por cien de apoyo en el PSOE», ha repetido Tomás Gómez esta semana, traspasando esa línea que separa el discurso de la unidad del ridículo político. Y que sorprende precisamente en Gómez, el líder que más claramente puede salvarse de la debacle socialista y de los destrozos de las primarias. Abrazándose al Zapatero caído y denostado y asumiendo unas mentiras sobre las primarias que no se cree ni el más entusiasta de dicho proceso y menos entre sus afiliados madrileños, testigos de los feroces enfrentamientos de las últimas semanas. Lo de Madrid ha demostrado por enésima vez que, en un sistema de partidos fuertes y basados en la democracia indirecta como el español, las primarias son destructivas, disolventes, nefastas para los partidos. Exhiben los trapos sucios, disparan los odios internos y destruyen la disciplina de equipo que un partido necesita para ganar. Si a eso se le añaden la mentira y el cinismo que intentan encubrir la realidad, la operación Zapatero / Blanco /Rubalcaba contra Gómez, todo lo anterior se remata con el sabor de la falsedad. Y más cuando es el propio Gómez, tan torpe en la gestión de su victoria, el que protagoniza su puesta en escena con eso de que «esto ha sido un ejercicio de democracia» y amo mucho a Zapatero, y a Blanco, y a Rubalcaba. Y lo de Madrid ha ratificado que las primarias son siempre fruto de una crisis de partido y de liderazgo. Se han celebrado por la debilidad de Zapatero y del PSOE. Como las de Almunia contra Borrell. Y con el mismo efecto que aquellas. Han debilitado aún más al PSOE y a Zapatero. Almunia perdió las primarias y dos años después sufrió la mayoría absoluta del PP. Zapatero ha perdido las primarias y un año y medio después ni siquiera es seguro que tenga oportunidad de disputar las elecciones. Los suyos le ven cara de otra mayoría absoluta, como la de Almunia.

ABC - Opinión

La señorita Trini. Por Gloria Lomana

Nunca la vieja guardia del PSOE estuvo tan bien representada como con la última actuación de Alfonso Guerra. Old fashion guardia que ha emergido para arropar a un Tomás Gómez que, sólo por oponerse a Zapatero, se ha encontrado tan variados amigos. El «señor Gómez» ganó –ha dicho Alfonso Guerra– tan cierto como que la «señorita Trini» perdió. Aunque lo que rezuma tal aseveración es una alta dosis de machismo rancio y trasnochado. Si Trini es señorita, es al estilo de las picasianas de Avignon, unas contundentes señoras, felizmente expuestas, transgresoras de su tiempo. Llamar señorita a Trini, a estas alturas, es tan antiguo como decir que «los caballeros no tienen memoria y las señoritas no tienen pasado». Trini tiene pasado –¡sólo faltaría!– político y en el mejor de los sentidos, personal. A sus 48 años vive con su pareja sin casarse porque le da la real gana. Sin dar más explicaciones, como cada hijo de vecino que así lo elige en los tiempos que corren.

Calificar a una mujer madura en razón de su estado civil es tan antidiluviano como pedirle una autorización al marido para trabajar fuera de casa. Cuando sucedían estas cosas, en España, las mujeres no podían abrir ni una cuenta corriente, y eran señoritas llegadas a señoras a una edad temprana para ser bien casadas. Un destino en lo universal. Hoy, en nuestro país, son más las mujeres que viven en pareja –solteras o divorciadas– que las que se han casado al estilo tradicional. Por eso, por vieja, la expresión señorita la hemos reservado los españoles para las chicas muy jóvenes. A una mujer de 40 años se la distingue con la palabra señora sin más explicaciones, al margen de la vicaría o el juzgado. A menos que quieras ofenderla, como Guerra ha hecho con Trini. Hasta los ingleses, tan conservadores ellos, han dejando como una «outdated word» la palabra «miss».

Por eso, lo que hay detrás de la afirmación de Alfonso Guerra –obvia en cuanto a los perdedores y los ganadores– es un afilado de navajas. Con su afirmación, Guerra pretendió reconocer al díscolo «señor» Gómez y ridiculizar a la sumisa «señorita» Jiménez. Debate de fondo que comparten la vieja guardia y la mayoría de los barones. Hacía tiempo que no estaba tan deslenguado Leguina, ni tan animosos como ahora el propio Guerra, Barranco, Rodríguez Ibarra o Corcuera. Ni tan espatarrado Bono. Ni tan activo González, dispuesto a presentar a un Montilla desmayado, en un desayuno en Madrid. Ni tan clarividente Barreda. La vieja guardia y los barones se revuelven estos días de famélicas encuestas, intuyendo la debacle electoral que comenzará en Cataluña. El PSOE puede quedar sin poder Territorial en las grandes federaciones de Cataluña, Andalucía y Madrid, o en territorios históricos como Castilla-La Mancha. De lo que todos ellos culpan, exclusivamente, a Zapatero, algunos, eso sí, con la poca fortuna con que lo ha hecho Alfonso Guerra. Es lo que olfatean los antizapateristas, hoy multiplicados como hongos en el seno del PSOE.


La Razón - Opinión

El ciudadano Vargas Llosa. Por M. Martín Ferrand

A Vargas Llosa hay que subirle al pedestal de las admiraciones por su exquisita cortesía.

DICE Mario Vargas Llosa, como abrumado por la concesión del Premio Nobel, que se trata de «un reconocimiento a la lengua en la que escribo». Es una elegante manera de sacudirse el peso de la púrpura y de compartir la gloria con los demás. Son incontables los majaderos que escriben en español con gran torpeza y, más todavía, si incluimos en la lista a quienes lo hacen en castellano. Pero no es del escritor de quien quiero hablar en esta columnilla. Desde que le conocí en La ciudad y los perrosno he dejado de leerle por ver si se producía el milagro del contagio en el uso magistral de la prosa; pero son muchos, mejor cualificados que yo, quienes en estas horas glosan su dimensión literaria y hasta la rara circunstancia de que la Academia Sueca le haya acogido en su regazo después de haberle cerrado el paso a Jorge Luis Borges, la otra gran pluma americana sin marxismo en el tintero.

Además de un inmenso escritor, Vargas Llosa es un ejemplo de ciudadanía y, tal y como están los tiempos, no debiera desaprovecharse la ocasión para presentárselo como modelo a la juventud de dos continentes. Cuando la ética es un concepto de escaso sentido y los valores tradicionales, libertad incluida, son puestos en cuestión; cuando se clama por los derechos, que es lo que se estila, los deberes adquieren la dimensión de lo escaso y el gran encanto de este peruano universal que nos honró al adquirir la nacionalidad española reside en que es un muestrario vivo de esos deberes y como deben cumplirse.

El nuevo Nobel y ya veterano Príncipe de Asturias supo, cuando las circunstancias lo exigían, traspasar su compromiso ideológico a la acción política y, con sacrificio y riesgo, optó a la presidencia del Perú. No son muchos quienes han lucido esa capacidad de renuncia y resultan todavía más escasos quienes, en la cotidianidad y con la máxima sencillez, dan muestras de lo que los clásicos llamaban buena educación y es el compendio reverencial del respeto a los demás. Aunque nunca hubiera escrito una línea, a Vargas Llosa hay que subirle al pedestal de las admiraciones por su exquisita cortesía, algo que no es anacrónico, ni mucho menos; pero que nos resulta raro por infrecuente, porque la áspera zafiedad ha ocupado su sitio en los gestos de la convivencia. La delicada compostura del escritor es la encarnación modélica y actual del antañón hidalgo. Personajes como él, tan geniales como cabales, justifican y retribuyen en más del ciento por uno el esfuerzo y la inversión que hizo España en la mal llamada América colonial. Propongo que su fotografía ilustre el concepto ciudadano en las futuras enciclopedias.


ABC - Opinión

Mario. Por Alfonso Ussía

Muy de cuando en cuando, el jurado del Nobel de Literatura acierta. El gran idiota de Oliver Stone ha sido el primero en escupir su envidia sectaria. Pregunta que quién ha leído a Vargas Llosa. Millones de personas en todo el mundo. Es el sumo sacerdote del idioma español, con un talento literario tan hondo como variado. «La Ciudad y los Perros», ahí va eso. Y en plena juventud. Se elimina importancia a «Pantaleón y las Visitadoras» que es un genial hallazgo. Y «Conversación en la catedral», para muchos su mejor novela hasta que apareció, como un milagro rotundo, «La Fiesta del Chivo», su obra maestra, su retrato. «La Fiesta del Chivo», es como un Rembrandt, un Velázquez o un Rafael. El trópico caribeño, la crueldad infinita, la cobardía, y la tragedia revivida de Urania Cabral.

Vargas Llosa, la referencia de la libertad, el azote de los poderosos, los tiranos, los codiciosos y los torturadores. «La Tía Julia y el Escribidor», de sus tiempos progres. Demasiado Barral, aquel gran esnob de la «Gauche Divine» barcelonesa. Y la respuesta de la tía Julia, «Lo que Varguitas no dijo», tan lejana al talento. Se presentó a la presidencia de Perú para regenerar sus raíces, y los peruanos eligieron a un japonés, que salió ladrón y asesino. El japonés le quiso robar la nacionalidad y España se la concedió. Como español es académico de la RAE. Lima, Nueva York, París, Londres, Madrid... Vuela el genio de un lado a otro, quizá desarraigado, quizá inquieto, quizá lo uno y lo otro. Pero él es Perú.


Intervine en la adaptación teatral de «Pantaleón y las Visitadoras», con Juancho Armas. La dirigió Gustavo Pérez-Puig con Mara Recatero. A Mario le gustó más que a los autores. «Es muy complicado encerrar una novela amazónica en un escenario». Siempre generoso. Los genios no son distantes, pero sí imprevisibles. Mario Vargas Llosa no se casa ni con Dios. Inteligencia, finura, humor y dureza. Y siempre asequible. Como lo era Cela, como no lo son los tostones inventados por el retroprogresismo.

Me alegra el dolor de los envidiosos. Me consuela pensar en la bilis de Gabo, de los Castro, de Chávez, de los «perfectos idiotas» de por allí y de por aquí. El maestro de la metáfora. El narrador invencible, porque sus palabras vencen siempre a quienes las leen con recelo o con la distancia propia de los imbéciles. Genialidad literaria y referencia de la libertad. Nada menos, y reunidas, la genialidad y la referencia, en una misma persona. Un peruano de Arequipas. Un español acogido. Un inglés en sus maneras. Un francés en su rigor. Un neoyorquino en su cosmopolitismo. Pero ante todo, América y la libertad desde el talento.

Los miembros del jurado del Nobel de Literatura se reunieron, por esta vez, en estado de recomendable sobriedad. Se lee la relación de los últimos treinta premiados, y exceptuando a cinco o seis, la lista produce risa. Saldrán en los próximos días las víboras envidiosas.

Disfrutaremos con ellas y sus vilezas. Los premios alegran por recibirlos y por lo mucho que molestan a los mediocres. El Nobel de Mario Vargas Llosa lo recibimos todos sus lectores, contados por millones. Las víboras están coléricas. Qué amable, sosegada y abrazadora felicidad.


La Razón - Opinión

Guaridas terroristas. Por Hermann Tertsch

No hay dudas de que por los países del bloque parasoviético de América Latina hay que buscar a ETA.

En los años ochenta, el terrorismo nacional en Europa no era un monopolio de España como ahora. Terroristas de ultraizquierda mataban aun con asiduidad. En Alemania, la Baader-Meinhof, ya sin líderes, reaparecía con terrible efectividad. En Italia actuaban las Brigadas Rojas en una estrategia difícil de entender. Y en puntos muy diferentes de Europa aparecían grupos fantasmales en actuaciones puntuales, a veces vagamente relacionadas con el terrorista Carlos. En 1979, un terrorista turco, Ali Agca, había intentado matar al Papa Juan Pablo II. La pista dirigía al Este. Ya por entonces, expertos advertían que el terrorismo europeo ya no era espontáneo. Que estaba controlado por el KGB y otros servicios secretos orientales. Quienes defendían esta tesis fueron descalificados como adalides de la guerra fría o fascistas por la prensa del bloque soviético, pero también por la izquierdista occidental. Acudí con frecuencia en aquellos años a Sofía a escuchar la letanía oficial de que Bulgaria no tenía nada que ver con el atentado contra el Papa. Tuvo que caer el Muro para que los archivos de los regímenes del Este revelaran que era cierto. Budapest, Sofía, Berlín Este, Bucarest y Moscú habían sido guarida y puesto de mando del terrorismo en Europa. Carlos tenía su refugio en Budapest y los terroristas alemanes en la RDA. Una vez más los anticomunistas tenían razón.

Ahora tenemos en Latinoamérica un intento de crear un bloque parasoviético bajo el lema del «socialismo siglo XXI». Lo dirigen Cuba y Venezuela, y pertenecen al mismo Nicaragua, Ecuador y Bolivia. Nadie debiera albergar dudas de que por allí hay que buscar al terrorismo europeo existente, ETA. Chávez lo niega. Llama fascistas a quien no le cree. Como hacía Bulgaria. Lo preocupante es que aquí un Gobierno niegue la evidencia. Y no sepamos los motivos.


ABC - Opinión

PSOE. Gallardón les da vidilla. Por Maite Nolla

Tenían razón; si el PP quiere que se controle el gasto y el despilfarro debe empezar por el ayuntamiento de Madrid y allí no gobierna Zapatero. No siempre dejar los temas en remojo funciona.

Parece que las advertencias de Aznar sobre el hecho de que en España es tan grave la crisis económica como la institucional no calan en Rajoy. Y la verdad es que las encuestas le dan razón. El PP sin hacer prácticamente nada, suma dos o tres puntos de más en cada encuesta, porque a Zapatero le ha venido a ver monsieur Mazó; el tío del Mazo, que dice Perico, un concepto que seguro conoce y domina Rajoy, y que es de lo poco que a mí se me ha pegado del ciclismo. Está claro que el PP está atacando únicamente por la cuestión económica, aunque los expertos de esta casa me dirán que ni eso. El PP está, como se dice en su campaña para las catalanas, por los problemas reales, aunque no los identifique. Por cierto, hago un inciso y aprovechando que el Nobel pasa por Vargas Llosa, de repente se ha creado un problemón para el PP de Cataluña, ya que a cincuenta días de las elecciones es difícil explicar por qué su candidata no firmó por considerarlo "inútil", el manifiesto en defensa de la lengua común, promovido, nada más y nada menos, que por todo un premio Nobel. Además, si Rosa Díez no tenía candidato o, mejor dicho, ninguno era de su gusto, ya lo tiene.

Volviendo al tema, como les decía, convendrán conmigo que de lo poco que habla el PP es de economía. Y ahí, el PP, como es normal, debería presentarnos algún modelo. No vale decir que esto se hunde y que estamos en los minutos de la basura y qué mal está todo, sino que en el PP deben decirnos qué modelo van a aplicar cuando lleguen a gobernar y si se parece a alguno de los que están siguiendo en los lugares donde gobiernan. Y en eso la cuestión se reduce a dos: el modelo Aguirre y el modelo Gallardón. Y, como en todo lo demás, en realidad Rajoy no dice nada de ninguno de los dos. Los tolera; un problema, si tenemos en cuenta que son incompatibles entre sí.

La cuestión es que no decidirse por ninguno de los dos no tiene sólo consecuencias electorales; se te puede volver en contra, y así ha sido. El Gobierno ha utilizado a Gallardón como arma arrojadiza contra el PP. Zapatero lo tuvo fácil en el Senado ante Pío García Escudero y hasta un peso pluma como la señora Salgado, un caso de desahucio político, la peor ministra de Economía de la democracia, recurrió a Gallardón para salir airosa de una pregunta parlamentaria. Y tenían razón; si el PP quiere que se controle el gasto y el despilfarro debe empezar por el ayuntamiento de Madrid y allí no gobierna Zapatero. No siempre dejar los temas en remojo funciona.

De todas formas, el que debe estar triste y desolado es el propio alcalde de Madrid, que ve cómo después de tantos años intentando caer bien a la izquierda, después de tanto esfuerzo para aparecer como un verso suelto, un pajarillo libre en el mundo de la política, el PSOE le utiliza, a él, a todo un alcalde faraónico, para responder dos miserables preguntas parlamentarias. Qué ingratitud.


Libertad Digital - Opinión

Campanas de funeral. Por Ignacio Camacho

Portavoz de un malestar latente y disperso, Barreda pide a voces un cambio de líder. Estamos ante un fin de ciclo.

ESTÁN tocando a muerto en el campanario del PSOE. Mientras las vestales del zapaterismo se rasgaban las vestiduras con mohines de escándalo por el retintín de Guerra y su «señorita Trini», el manchego Barreda se fue a la radio y anunció funerales de Estado. «O cambiamos de rumbo o vamos a la catástrofe electoral». Como Barreda es el primero que sabe que no hay otro rumbo que el del ajuste —él mismo empezó los recortes y se los reclamó a ZP cuando éste todavía tañía la flauta del dispendio socialdemócrata—, el mensaje se leyó nítido sin necesidad de tinta invisible: estaba pidiendo a voces un cambio de líder.

Barreda tiene dolores (De Cospedal) en la espalda; la candidata del PP se le sube a la chepa en las encuestas y se sabe lastrado por el morral zapaterista. Quiere, como otros barones autonómicos, evitar que el jefe aparezca por sus dominios para que no le arruine la campaña. El antiguo mago de la Moncloa se ha convertido en un estorbo para los suyos; está en caída libre y por comparación anda a punto de convertir a Rajoy (casi 15 puntos de diferencia) en un populista carismático. Los candidatos de mayo temen un descalabro y están dando voces de socorro. La victoria de Tomás Gómez en las primarias ha abierto la veda para dar por acabado al presidente. Se busca un recambio y hay prisas por desmarcarse de la presumida hecatombe.


A estas alturas puede que el propio Zapatero haya dejado de apostar por sí mismo, pero todavía quiere conservar la pauta de los tiempos. Su horizonte teórico pasa por esperar a las municipales y autonómicas para evaluar la ventaja real del PP, mientras la coalición de críticos mete bulla, impacientes por minimizar los daños. Muchos desean ver a Rubalcaba investido con la túnica del tribuno cuanto antes, aunque se conformarían con cualquiera al que no le pese tanto la mochila. Los sondeos están sembrando el pánico, y hay dirigentes a quienes no preocupa ya tanto conservar el poder como evitar un desastre que condene al partido a la travesía del desierto. Se les hacen eternas las semanas bajo el chaparrón de la desconfianza; creen que el presidente no tiene capacidad alguna de remontar la corriente y se desesperan al ver que ni siquiera aborda la remodelación de un Gabinete exánime. Barreda es el portavoz de un malestar latente y disperso que reclama atención a su orfandad antes de que las bases sociológicas de la izquierda pierdan la poca cohesión que les queda.

El zapaterismo no ha llegado a ser un régimen; probablemente se quedará en un estilo de entender la política y ejercer el poder. Sea lo que fuere, estamos asistiendo a su ocaso, a un fin de ciclo que va a llegar desde dentro forzado por el instinto de supervivencia de un partido sólido que aún se considera capaz de eludir el naufragio si se desembaraza de su agarrotado timonel a tiempo. Falta quien se atreva a empujarlo antes de que el adversario entre al abordaje.


ABC - Opinión

ZP. Que corra el aire. Por Pablo Molina

Cuando la vicepresidenta del Gobierno tiene que salir a la palestra para decir que su jefe es un buen tipo, es que el problema va más allá de las declaraciones extemporáneas de un socialista nervioso.

Zapatero es un baldón para su partido, un desastre para la nación y, últimamente, un activo tóxico del que los barones regionales quieren desmarcarse ante el peligro de acabar contagiados con sus emisiones radiactivas. En resumen, una lástima de criatura. La marca ZP, que tanto entusiasmó al grueso del partido, es hoy un hierro al que no programan en ninguna feria de importancia, y a estas alturas sólo una voluntariosa De la Vega se atreve a afirmar en público que Zapatero es lo mejor que le podía haber pasado al socialismo desde Roldán y Juan Guerra.

Por supuesto no hay que suponer virtud alguna en este rechazo socialista al Gran Líder, porque la razón de que la fila de los desafectos al zapaterismo sea cada vez más nutrida no tiene como origen un arrebato de sensatez entre las capas dirigentes del PSOE, sino el mero cálculo electoral que, por otra parte, es lo único que interesa a los políticos, a cuyo fin sacrifican cualquier principio.


Y es que Zapatero no ha hecho o dicho nada distinto en los últimos tiempos que provoque las críticas acerbas de que está siendo objeto por parte de sus "compañeras y compañeros" más relevantes. El tipo sigue encantado de haberse conocido, continúa apelando a la metafísica de parvulario para explicar su fascinación por las tiranías marxistas y en el terreno económico tampoco ha modificado su estrategia, basada en el bandazo desnortado según le obliguen las circunstancias o las llamadas telefónicas desde la Casa Blanca.

La acritud de la campaña de descrédito que le están organizando sus subordinados es directamente proporcional a las dificultades de cada uno para revalidar la victoria en las próximas autonómicas, y lo peor es que según se vaya acercando la cita electoral y las encuestas aumenten la zozobra en el socialismo periférico "el listón de la crítica", que diría Anson, va a seguir elevándose.

Cuando la vicepresidenta del Gobierno tiene que salir a la palestra para decir que su jefe es un buen tipo, es que el problema va más allá de las declaraciones extemporáneas de un socialista nervioso. Si no se tratara de ZP hasta nos movería a compasión.


Libertad Digital - Opinión

«Varguitas», el primero de la clase. Por J. J. Armas Marcelo

«El joven “Varguitas” entendió que la excelencia de la escritura literaria a la que aspiraba exigía mucho sacrificio, mucha dedicación, mucha rutina: ese era el camino y a él se sometió como un obrero que asiste todos los días a su trabajo».

CARLOS Barral o Carlos Fuentes (todavía se disputa ese privilegio) lo nombraron «El Cadete». No sólo porque había escrito «La ciudad y los perros» (el mundo que conoció precisamente de «cadete», en el Colegio Militar Leoncio Prado), sino porque era el más joven del «boom» de la novela latinoamericana de los 60. Después del Leoncio Prado, y ya en el periodismo, Vargas Llosa era para todos «Varguitas», el primero de la clase. Quería ser Flaubert desde muy joven, soñaba y escribía novelas fumando como un poseso, y por la noches, con una jauría de tribuletes limeños comandados por Carlos «Coco» Meneses, visitaba hasta el amanecer los burdeles del puerto del Callao. Ya vivía literariamente: todo lo pasaba por el filtro del novelista que quería ser de mayor. Era muy joven, muy atractivo, bailaba muy bien y era, en fin, el primero de la clase. Era sartreano, aunque de mayor supo ver la luz y se hizo de Albert Camus. Y leyendo y escribiendo, siguió soñando con llegar a ser Flaubert, su modelo literario y estético. Según Vargas Llosa, aunque nunca he llegado a creérselo, el joven «Varguitas» supo desde el principio que escribir bien era muy difícil, pero al mismo tiempo entendió que la excelencia de la escritura literaria a la que aspiraba exigía mucho sacrificio, mucha dedicación, mucha disciplina, mucha rutina: ese era el camino y a él se sometió como un obrero que asiste todos los días a su trabajo. No en vano Carlos Barral, su editor y descubridor, dijo de «Varguitas», cuando ya iba camino de ser Vargas Llosa, que era el único escritor que conocía que trabajaba como un obrero a destajo y vivía como un burgués.

Un día de principios de los 70, lo visité en su casa de la calle Osio, en el barrio de Sarriá, Barcelona. Comimos en la cocina y luego nos sentamos a hablar de literatura en la sobremesa. A las cuatro en punto de la tarde, me dijo que lo sentía mucho pero que tenía que ponerse a escribir. «Me llama el trabajo», me dijo, «tú puedes quedarte aquí, leyendo, hasta las ocho, que termina mi jornada, y después seguimos hablando». Me pasé cuatro horas leyendo unos relatos de Juan Benet, que tenía encima de la mesa del salón, y tomando café colombiano puro que Patricia me servía en tazones, uno detrás de otro, con la sana intención de que no me durmiera antes de que volviera de escribir «Varguitas». A las ocho y unos minutos, entró de nuevo sonriente y nos fuimos a cenar a un italiano, el «Portofino», donde no dejó de hablar de literatura ni un solo momento. Aquel tipo, «Varguitas», era un verdadero animal de escritura literaria, su vocación era su vicio —la escritura literaria, precisamente— y su vicio era su gran pasión, a la que rendía culto de latría de una manera brutalmente exclusiva y excluyente. Seguía siendo muy atractivo, hablaba y escribía cada vez mejor, la gente comenzaba a leerlo y a saludarlo con admiración por la calle. Lo asediaban mujeres muy bellas, ya no bebía ni una copa de alcohol, detestaba la bohemia y había dejado de fumar para siempre, porque se había convencido de que todos esos vicios eran no sólo malos para la salud sino, sobre todo, para la literatura.

D Jorge Edwards me contó que en esa época era muy difícil discutir con él, con «Varguitas», sobre todo de literatura porque defendía sus puntos de vista y sus criterios como si le fuera la vida en esa trifulca, con argumentos de guerra si era preciso y sin dar nunca su brazo a torcer. Era insaciablemente literario, decía escribir ocho horas diarias al margen del mundo y hablaba de Flaubert como si hablara de un dios antiguo e indestructible. Cuando vivía en París, fue a conocerlo Carlos Barral. Comieron, hablaron, se hicieron amigos, pero a las cuatro de la tarde, en lo mejor de la conversación, mientras el editor y poeta bebía tragos de vodka interminables y «Varguitas» un vaso de leche, el novelista se levantó de su asiento y le dijo a Barral que lo sentía mucho pero que tenía que ponerse a escribir. Lo invitó a dormirse una siesta en el sofá de su casa de la rue Tournon y el editor aceptó. Minutos más tarde, Barral comenzó a escuchar, entre las brumas del alcohol vespertino, el traqueteo imparable de su máquina de escribir. Después, sonó el timbre. La máquina cesó de escribir. Oyó los pasos del novelista y l oyó abrir la puerta. «Hola», saludó «Varguitas», «pasa…, aunque estoy escribiendo…». Barral oyó entonces cómo se cerraba la puerta, oyó el ruido de unos tacones de mujer joven sobre el piso de madera, pasos que seguían a los del escritor. Y, unos segundos más tarde, la máquina de escribir recomenzó su trabajo. Barral estaba perplejo. Intentó poner la oreja, pero la máquina seguía echando palabras sobre el papel de manera incesante. Un poco más tarde, la máquina paró un segundo y Barral oyó la voz peruana del novelista: «¿Qué haces así desnuda? ¡Vístete, que te vas a constipar!». Y la máquina volvió a sonar sobre el papel. Después, muy poco después, Barral oyó los tacones de la muchacha caminando con prisa hacia la puerta de salida e, inmediatamente, un portazo. El editor no salía de su perplejidad, pero la máquina de escribir seguía echando humo y quemando palabras como una locomotora del viejo Oeste quemaba madera mientras avanzaba por la pradera interminable. A las ocho de la tarde, cuando «Varguitas» terminó su trabajo y Barral, todavía soñoliento, le preguntó que si había entrado alguna mujer en la casa o él lo había soñado, el novelista le contestó imperturbable. «Sí, hombre, es una muchacha hermosísima, pero ¿qué quieres que hiciera? Yo estaba escribiendo…». El tipo era insobornable, insoportable, intransitable, impermeable incluso a la más elegante belleza femenina porque, claro, ¡estaba escribiendo!
Hace menos de tres años, caminando los dos por una céntrica calle de Estocolmo, le señalé la fachada del teatro donde entregan los Nobel. «Ahí es», le dije. «Ya se pasó el tiempo, nunca me lo darán», me contestó. «Pero ¿tú nos has visto con qué arrobo te miraban ayer los viejos académicos en la fiesta del embajador Garrigues? Esto cae más temprano que tarde, aunque sea para ti más tarde que temprano», le contesté. Ese mismo día, los grandes rotativos de Estocolmo y de toda Suecia se hacían eco de la visita de Vargas Llosa con titulares que reclamaban el Nobel de Literatura «para el gigante de la novela del siglo XX y del XXI». En la tarde, durante un pequeño crucero que hicimos por las islas suecas, le dije a Nuria Amat mientras los dos observábamos aquel mar frío: «Está hecho, aunque él no se lo cree».

El jueves pasado, a la una menos dos minutos de la tarde, un amigo sueco muy informado me llamó desde Estocolmo para que me enterara uno de los primeros de que «Varguitas» por fin era el Nobel de Literatura. Yo estaba en Tenerife, una hora menos, cerca del Teide. Abrí una botella de Taittinger bien fría y brindé mirando al Atlántico con mi copa hasta el borde. Había ganado la literatura. Y me acordé de lo que Octavio Paz había dicho cuando Vargas Llosa perdió las elecciones presidenciales de su país frente a un delincuente que ahora está en la cárcel: «Lo siento por el Perú; me alegro por Vargas Llosa». Y yo también.


J. J. Armas Marcelo, es escritor y Director del Foro Literario «Vargas Llosa».

ABC - Opinión

Inaceptable prepotencia

La concesión del Premio Nobel de la Paz al disidente chino Liu Xiaobo ha conmocionado a la comunidad internacional, que asiste atónita a la desmesurada y prepotente reacción del Gobierno de Pekín. Las autoridades chinas han presionado hasta lo indecible para que el comité noruego no aireara ante el mundo el caso del escritor que recientemente fue condenado a once años de cárcel por reclamar reformas democráticas. Por fortuna, en esta ocasión la institución nórdica se ha mantenido firme en sus convicciones y no se ha plegado al chantaje. Es inaceptable que el régimen chino se permita amenazar a Noruega con represalias por este galardón o que arroje infamias sobre Liu Xiaobo, intelectual intachable que a estas horas aún no sabe que es el Nobel de la Paz de 2010 porque está sometido a un hermético régimen carcelario que sólo le permite ver a su mujer muy de vez en cuando. El hecho de que Pekín cortara todas las retransmisiones radiadas y televisadas del anuncio del galardón da una idea de la naturaleza dictatorial de su sistema político. No es ninguna novedad, desde luego, que China carece de un Estado democrático y que los gobernantes violan de manera sistemática las libertades fundamentales. Convertido en la segunda potencia mundial gracias a la gran maquinaria económica y financiera que ha puesto en marcha en las últimas décadas, el gigante asiático se ha amparado en la tupida red de intereses comerciales que ha ido tejiendo para garantizarse la impunidad ante la comunidad internacional. Muy raro es el país o el gobierno occidental que se atreve a denunciar la represión del régimen y la persecución de los disidentes políticos. Triste ejemplo de este mirar hacia otro lado lo dio ayer el presidente español, que se negó a pedir la liberación de Liu Xiaobo para no irritar a uno de los principales compradores de la deuda española. Sorprende y desazona que Zapatero no se haya sumado a la reacción de EE UU, Alemania, Francia e Italia, que sin llegar a ese nivel de exigencia que suelen exhibir con países más modestos, al menos sí han solicitado la liberación del disidente. Pero más allá de la postura particular de cada país, que retrata a sus gobernantes, lo que ayer se echó en falta de modo clamoroso fue la reacción de Europa como entidad respetada y respetable. Sus principales instituciones callaron ante el matonismo de Pekín y sólo el presidente del Parlamento acertó a esbozar una felicitación al premiado; ni la Comisión Europea ni el presidente Van Rompuy ni la jefa de la diplomacia lady Ashton consideraron oportuno apoyar al disidente y criticar a los carceleros.
Todo ello pone de manifiesto que la larga marcha hacia la democracia en China, que han iniciado personajes excepcionales como Liu Xiaobo, choca no sólo con la muralla de un régimen dictatorial sino también con la tibieza de unos gobiernos occidentales que anteponen los intereses a los principios. Da la impresión de que los países democráticos no han aprendido la primera lección de la actual crisis económica: que el progreso es ilusorio cuando se violan los fundamentos éticos de la actividad mercantil y se comercia sin escrúpulos. Sin libertad no hay prosperidad duradera.


La Razón - Editorial

Un Nobel entre rejas

La China emergente reacciona con prepotencia histérica al galardón concedido a un disidente.

Los dirigentes chinos no entienden demasiado de separación de poderes y entre instituciones. En el titán asiático quien manda, manda; la luz del partido único se propaga en todas direcciones y no deja rincón sin iluminar. Quizá por eso lo primero que han hecho tras conocer enfurecidos la concesión del Nobel de la Paz al más famoso de los disidentes chinos ha sido convocar al embajador de Noruega, para leerle la cartilla. De poco ha servido que Oslo, que negocia un acuerdo comercial con Pekín, se apresurase a recordar que las decisiones del Comité Nobel son soberanas, que en las democracias de verdad filias y fobias no se transmiten jerárquicamente.

El premio al veterano luchador que es Liu Xiaobo -cumple condena de 11 años por "incitar a la subversión", es decir por escribir un moderado manifiesto pidiendo reformas democráticas en China- ha representado un serio puyazo para el régimen comunista. Lo han calificado de "obscenidad" los mismos que cortaban ayer la señal de la BBC y la CNN cuando las cadenas globales daban la noticia a los chinos. Pocas cosas irritan más a Pekín que verse expuesto a los focos en cuestiones de derechos humanos, un concepto que sus dirigentes, ocupados en otros menesteres, desprecian profundamente. Al Partido Comunista le resulta difícil asimilar semejante revuelo por un tipo a cuyo abogado se concedieron 14 minutos para argumentar su defensa, los mismos que había durado la lectura de la acusación en la parodia de juicio a puerta cerrada que, en diciembre pasado, dio con los huesos de Liu Xiaobo en la cárcel.


Solo cabe celebrar que el Comité Nobel haya decidido, en este caso, hablar por quienes no pueden hacerlo. Pero sería ilusorio esperar demasiado cuando se extinga el frenesí mediático. Pese a la catarata de congratulaciones y retórica con que ha sido saludado el premio, los Gobiernos democráticos, están mucho más atentos a no comprometer sus relaciones con la segunda economía mundial que a la suerte de opositores individuales. Véase el caso de la birmana Suu Kyi. En este sentido, es reseñable el gesto del presidente Obama, ganador del Nobel de la Paz el pasado año, quien, tal vez exigido por tan notable distinción, tuvo ayer la altura política de exigir la liberación del disidente, pese al riesgo que sus palabras suponen para las relaciones entre Washington y Pekín.

Este Nobel ha actuado como un líquido revelador sobre la película de esa economía global en la que China actúa como superpotencia imprescindible, a costa de una indulgencia excesiva y vergonzosa con el trato que inflige a sus ciudadanos y sobre todo a quienes se atreven a disentir de la corrección política obligatoria.


El País - Editorial

¿Cómo era aquello de que el corazón está en la izquierda?

Esa izquierda "radical" y "combativa" es la primera que a la hora de la verdad se muestra dispuesta a agachar la cabeza con tal de consolidarse en el poder y de contentar a sus amos.

El coste del despilfarro y del déficit público no sólo se mide en términos monetarios: cuando el Gobierno gasta mucho más de lo que ingresa, también compromete nuestras libertades, tanto las presentes como las futuras. Por un lado, porque cuanto más derrocha el Estado, menos autonomía tienen los ciudadanos para decidir a qué destinan las rentas que se han ganado con su duro trabajo; y en el caso del déficit, el Ejecutivo incluso se apropia de la riqueza de ciudadanos que ni siquiera han nacido.

Por otro lado, en la medida en que los déficits tienen que financiarse –esto es, en la medida en que los gobierno deben vender su deuda a los ahorradores nacionales y extranjeros–, los políticos van volviéndose crecientemente dependientes de los inversores con suficiente capital como para sufragar su enorme agujero presupuestario.

En ocasiones, esa dependencia del Ejecutivo de sus acreedores puede traer efectos beneficiosos para una sociedad, puesto que, al menos, se limita la discrecionalidad absoluta del poder político para implementar todos los disparates económicos que se le pasen por la cabeza. Pero en otras, esa sumisión puede terminar convirtiendo al gobierno en un títere de las grandes fortunas o de las potencias extranjeras, en especial cuando los políticos carecen de sólidos principios en defensa de las libertades.


Nuestra izquierda siempre se ha vanagloriado de estar "comprometida", de situarse al lado de los más débiles y en contra de la opresión del capital, de anteponer los valores y los sentimientos a la fría cartera o de poseer una conciencia social tan fuerte como para no mostrarse indiferente frente a las injusticias planetarias. Sin embargo, esa izquierda "radical" y "combativa" es la primera que a la hora de la verdad se muestra dispuesta a agachar la cabeza con tal de consolidarse en el poder y de contentar a sus amos.

El caso del Gobierno socialista ante la dictadura China es llamativo. Después de que varios miembros del Ejecutivo hayan visitado en peregrinación al gigante asiático para rendirles pleitesía a las autoridades comunistas, ayer Zapatero se desmarcó de la petición de liberación del nuevo Premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo.

Por supuesto no se trata de que los galardonados por el Parlamento Noruego merezcan un trato privilegiado frente al resto de presos políticos, pero nunca debe perderse una ocasión para denunciar los abusos de las autocracias, sean la china, la cubana o la marroquí. Zapatero, sin embargo, ya ha desaprovechado demasiadas oportunidades demasiadas veces como para que creamos que se trata de un repetido traspié: ya sea por afinidad ideológica, por debilidad política o por dependencia económica, los presos políticos siempre han sido marginados entre halagos a sus carceleros.

Los españoles somos sobradamente conscientes de su falta de compromiso con las libertades y, muy en particular, con nuestra libertad. En el extranjero ya lo conocen por su habilidad para conducir a un país hacia la bancarrota; tras espectáculos tan siniestros como éste, deberían también pasar a observarlo como un político dispuesto a lanzarse a los brazos del mejor postor. Por muy liberticidas –o tal vez a causa de ello– que sean sus exigencias.


Libertad Digital - Editorial

La «catástrofe» tiene nombre

El problema que tiene el PSOE es que la crisis de liderazgo de Zapatero es tan irreversible que sólo puede resolverse con unas elecciones anticipadas.

EL presidente de Castilla-La Mancha, José María Barreda, ha levantado la veda contra Zapatero, al hacerle responsable de una «catástrofe electoral» para el PSOE si no hay un «cambio de rumbo». A estas alturas, un cambio de esta naturaleza no consistiría en un movimiento de banquillo dentro del Gobierno, sino en la propia retirada de Rodríguez Zapatero como candidato a La Moncloa en 2012. Barreda no puede referirse a otro supuesto que no sea éste, porque en el PSOE ya se sobreentiende que la responsabilidad de frenar la caída en las encuestas y las próximas derrotas electorales corresponde a su secretario general. Una crisis de Gobierno, un nuevo paquete de medidas anticrisis o una gira por los medios de comunicación no sirven a Zapatero para rescatar su autoridad dentro del PSOE. Y aquellos de sus escuderos que quieran zanjar la polémica —como ayer lo intentó De la Vega con escasa convicción— matando al mensajero, no sólo se equivocan, sino que pueden estar alimentando la disidencia. El caso de Tomás Gómez debería servir de lección a los estrategas que asesoran a Zapatero.

Es obvio que Barreda cuida sus intereses electorales, como el resto de «barones» socialistas. Y esto es lo normal porque a ningún político en el poder le gusta arriesgarse con apuestas perdedoras. Además, un partido que, como el PSOE, ha hecho de los equilibrios territoriales su forma de vida —equilibrios que llevaron a Zapatero a la Secretaría General— debería aceptar como normales estos avisos. Barreda no se ha subido al carro de las críticas tras la derrota de Zapatero en las primarias madrileñas, porque ya había abierto antes el debate sobre la inoperancia del Gobierno. El mensaje de Barreda está sobre la mesa y otros lo recogerán en la medida en que el tiempo pase sin que Zapatero muestre el más leve síntoma de recuperación. Él mismo está abonando la inquietud en el PSOE al sembrar dudas sobre su presentación a las elecciones de 2012. Si, como dice De la Vega, Zapatero «es el mejor activo del PSOE», es lógico que Barreda —y otros que piensan lo mismo— esté preocupado. Sin embargo, el mayor problema que tiene el PSOE es que la crisis del liderazgo de Zapatero es tan irreversible que no puede resolverse con soluciones internas, sino con unas elecciones generales anticipadas, porque la catástrofe verdaderamente grave no es la que sufrirían los socialistas en las urnas, sino la que padecen cuatro millones y medio de parados.

ABC - Editorial