sábado, 3 de abril de 2010

Crucificando a una nación. Por Alberto Acereda

Obama pone así en un cargo clave a un aliado sindicalista que odia a los empresarios y al capitalismo, pagando así su deuda con los sindicatos que tanto le ayudaron en su elección.

En fechas espiritualmente entrañables como estas que ahora vivimos cerrando la Semana Santa uno quisiera olvidar, al menos por unas horas, la política. Pero ni siquiera en estos días de descanso religioso uno puede mirar para otro lado ante lo que está ocurriendo política y socialmente en Estados Unidos. Por mera y acaso atrevida asociación mental, la conmemoración de la pasión, crucifixión y muerte de Cristo me lleva, sin pretender exagerar y con los debidos respetos, a una suerte de pagana comparación de los mismos hechos pero aplicados ahora sobre el cuerpo social y político de Estados Unidos.

El paralelismo radica en que hay aquí un paulatino intento de la actual administración de crucificar los valores y principios que hicieron grande la nación norteamericana, hasta ahora la más próspera y libre del planeta. No se trata ya de una obsesión semanal de querer ver tan turbio el panorama político estadounidense, sino de la constatación misma que muestran los hechos y las acciones legislativas y ejecutivas que se van tomando unilateralmente desde Washington y bajo el consciente impulso de la Casa Blanca.


Tras aprobarse unilateralmente por los demócratas una de las peores leyes en los últimos cuarenta años, Obama aprovecha ahora el tiempo de descanso del Congreso para colar –como el que no quiere– quince nombramientos de personas allegadas al presidente y que no contaban, ni cuentan, con el apoyo del Senado. Cierto es que este uso no es propio de Obama y tanto los presidentes republicanos como los demócratas han utilizado este método de nominación ante la imposibilidad de obtener la aprobación del Congreso. En sus respectivos ocho años de presidencia, George W. Bush y Bill Clinton lo usaron. Sin embargo, al emplear ese subterfugio, Obama rompe así otra más de sus promesas porque en estos nombramientos no ha habido ni transparencia ni honestidad. Obama fue quien se presentó como el candidato que iba a cambiar las prácticas políticas de Washington y quien, además, criticó este uso de nombramientos en 2005.

Jim Geraghty exponía el otro día en las páginas de National Review las treinta y tres promesas rotas por Obama en apenas quince meses en la Casa Blanca. Recordé entonces lo del "bendecido" y lo del número 33. Y me acordé también del adorado Baltasar Espinosa del célebre cuento El evangelio según Marcos, de Borges. Porque el problema aquí es que los nombramientos anteriores de Clinton o Bush no incluyeron el nivel de sectarismo del que hace ahora gala Obama aprovechando el vacío legislativo y el tiempo espiritual de la Semana Santa cristiana y la Pascua judía, vivida con devoción por millones de norteamericanos.

Los puestos nombrados a dedo por Obama incluyen a miembros claves y entre los designados aparece el polémico abogado Craig Becker, otro amiguete personal del presidente en sus años por Chicago, colocado ahora en la Junta Nacional de Relaciones Laborales. Obama pone así en un cargo clave a un aliado sindicalista que odia a los empresarios y al capitalismo, pagando así su deuda con los sindicatos que tanto le ayudaron en su elección. Con Becker, Obama busca su anhelado deseo de controlar a las masas suprimiendo el voto privado de los obreros dentro de los sindicatos con la mal llamada "card check", o sea negar la libertad y confidencialidad de la elección.

Este nombramiento no viene solo, ni resulta una excepción. Forma parte de la paulatina crucifixión de la libertad de la nación estadounidense por parte de Obama a través de nombramientos de los llamados "zares" en su administración, cargos que no pasan por ninguna votación en el Congreso y que Obama ha empleado con mucha mayor frecuencia que otros presidentes. Y otra vez aquí, colocando en esos puestos a radicales ideólogos de la izquierda más abyecta. La lista de esos "zares" ronda la cuarentena y hace oídos sordos a la segunda sección del artículo II de la Constitución y a la necesaria revisión de los nominados. Obama tiene zares para todo: desde el zar de la "diversidad" hasta el zar de las escuelas "seguras", pasando por el zar de los "empleos verdes". Cuando uno examina los "zares" nombrados por Obama para esos puestos, vuelve otra vez a la mente lo de la crucifixión de esta nación. Como el Baltasar Espinosa del cuento de Borges, Obama cree que trata con un pueblo analfabeto.

El zar de las escuelas "seguras" es Kevin Jennings, un activista obsesionado con la promoción de la homosexualidad entre niños y jóvenes. El zar de la "diversidad" en las telecomunicaciones es Mark Lloyd, quien no cree en la libertad de expresión y reclamó que a los blancos había que quitarlos de puestos de importancia y favorecer a las minorías étnicas y sexuales. Eso, aparte de apoyar el antiamericanismo y las políticas de Hugo Chávez. El zar de los "empleos verdes", también elegido por Obama, era Van Jones: un confeso marxista que tuvo que dimitir tras saberse que había firmado un manifiesto culpando a Bush del 11-S y haber insultado a los republicanos. El zar de la "ciencia", John Holdren, cree que la esterilización es una medida legítima para el control de la población. Y, por dar sólo un ejemplo más, el zar de la "salud", Ezekiel Emanuel, apoya el racionamiento de la atención médica dando prioridad a quienes participen plenamente en la sociedad y dejando fuera si hace falta a los ancianos.

Estos son sólo algunos de los asesores de Obama, como el citado Craig Becker, nombrado a dedo en el descanso legislativo del Congreso y cuando los ciudadanos se disponían a conmemorar sus religiones en estas fechas. Con estos centuriones, Obama sigue intentando poner clavos en el cuerpo de Estados Unidos. Por fortuna, los norteamericanos no se duermen y el galpón de América ya está sin techo. Muchos, como los Gutres del cuento de Borges, han empezado ya, con conocimiento, a arrancar las vigas para iniciar el rescate de América este noviembre...


Libertad Digital - Opinión

A pagar los daños

La tasa que gravará a la banca europea debe dar paso a una mayor coordinación económica

Por muy escarmentados que hayan quedado los bancos que causaron y amplificaron la crisis financiera global que emergió hace casi tres años, ésta no será la última que sufra la economía mundial. La inestabilidad financiera es consustancial al sistema económico. Pero lo que sí puede hacerse es prevenir y, sobre todo, disponer de los medios para que quienes generen las crisis sufraguen al menos la mayor parte de sus costes. Eso es lo que pretenden los Gobiernos alemán y francés con la decisión de imponer una prima de seguro a los bancos para financiar posibles rescates bancarios en el futuro. Con este fondo, calculado en Alemania en 1.200 millones de euros anuales, se aliviará la perversa paradoja de que sean los contribuyentes los que corran con los costes de salvar aquellos bancos que han actuado al margen del rigor técnico en la gestión de riesgos o que han vulnerado la propia regulación.

El paso tomado el pasado miércoles responde al compromiso tomado por los gobiernos del G-20. Además de imponer el principio de que pague quien destroce, es necesario regular de forma muy estricta las actuaciones de los agentes financieros que pueden conducir a pérdidas de bienestar como las que ahora sufren las poblaciones de buen número de países. La Administración americana ya propuso hace un par de meses una tasa similar, pero destinada a recuperar durante los próximos 10 años la financiación pública empleada en los salvamentos ya realizados.

Que la decisión franco-alemana se haya adoptado en un Consejo de Ministros alemán al que ha acudió la ministra de Economía francesa, Christine Lagarde, transmite el mensaje de que las políticas económicas europeas necesitan una coordinación mínima que hasta ahora no se ha producido, ni siquiera sugerido. Coordinación que ojalá se extienda al resto de políticas económicas y a las demás economías de Europa y de la OCDE. Llega además cuando persisten las secuelas del pánico provocado por la crisis griega y en un momento político oportuno, cuando en Europa se han desatado las reticencias y los celos por el permanente superávit comercial alemán.

Esta nueva modalidad de la tasa Tobin no debería ser el último paso. En un entorno de movilidad internacional total de los capitales, el arbitraje regulador inducido por diferentes normas nacionales es pernicioso para la asignación de recursos financieros y acaba generando tensiones proteccionistas nada convenientes.

España, además de tomar buena nota del mecanismo propuesto, debería aprovechar su periodo de presidencia española para europeizarlo. Cierto es que el predicamento español en la resolución de problemas con las entidades de crédito no está en su mejor momento, como prueba la indecisión en las recapitalizaciones de bancos y cajas. Pero esta iniciativa franco-alemana merece trasladarse al próximo encuentro del G-20 al que España podrá seguir accediendo en su calidad de presidente de la UE.


El País - Opinión

El PSOE, otro riesgo para la libertad religiosa

Los socialistas siempre han utilizado la cortina de humo de la "ampliación de derechos sociales" para conculcar las libertades más básicas de los ciudadanos. En el caso de la libertad religiosa, tampoco cabe esperar otra cosa.

Suele decirse que podemos concebir la libertad desde perspectiva positiva o negativa. Según la primera, el ser humano es libre sólo cuando alcanza sus fines y según la segunda, cuando nadie le impide alcanzarlos. Aunque en apariencia ambas concepciones no se diferencian demasiado, la libertad en un sentido positivo, tal y como han destacado numerosos filósofos liberales, conduce a la anulación de la libertad en un sentido negativo.

Por ejemplo, la libertad de expresión, entendida como un derecho absoluto a expresar opiniones en cualquier ámbito provocaría en la práctica la obligación de los propietarios de los medios de comunicación de dar publicidad a todas las opiniones que llegaran a su redacción. Es decir, supondría la anulación de su libertad para gestionar su propiedad y para marcar la línea editorial de su grupo. En realidad, pues, sólo cuando entendemos esta libertad en su sentido negativo –esto es, que a ninguna persona se le pueda impedir crear su propio medio de comunicación y expresar desde allí sus opiniones– adquiere verdadero significado.


Lo mismo cabría decir con respecto a la llamada libertad religiosa. Desde antaño, esta libertad venía significando que el Estado no debía inmiscuirse en la vida interna de ningún credo, pudiendo los ciudadanos vincularse y desvincularse de cualquier confesión sin injerencias políticas o de otros ciudadanos. En otras palabras, la función del Estado no es ni la de servir de instrumento para el proselitismo de una determinada religión, ni la de facilitar su implantación, ni la de imponerla al resto de los ciudadanos. La auténtica libertad religiosa se alcanza cuando las religiones pueden desarrollarse de manera autónoma sin interferencias externas que pueden venir tanto de las autoridades como de otros fanáticos.

El Gobierno socialista lleva desde hace varios meses preparando una nueva Ley de Libertad Religiosa bajo el pretexto de dar mayor cabida al "pluralismo religioso". Así, según se especula, el Ejecutivo podría obligar a las escuelas públicas a retirar todos los crucifijos o a los ayuntamientos a ceder suelo público de manera gratuita para construir los templos de las distintas confesiones. O dicho de otra manera, el Estado tratará de distribuir discrecionalmente el espacio público entre las distintas confesiones, reprimiendo cuando lo desee a algunas de ellas (por ejemplo impidiendo que los padres decidan mantener los crucifijos en una determinada escuela) y promoviendo a otras (por ejemplo, regalando suelo público para la construcción de mezquitas).

Es evidente que los ideales del PSOE nunca se han visto influidos por una concepción negativa de la libertad. Más bien al contrario, los socialistas siempre han utilizado la cortina de humo de la "ampliación de derechos sociales" para conculcar las libertades más básicas de los ciudadanos. En este caso tampoco cabe esperar otra cosa. La Ley de Libertad Religiosa se nos venderá con la excusa de que hay que racionalizar el uso de los espacios públicos por parte de las religiones y lo que en realidad nos ofrecerá será un mayor control por parte del Estado de esos espacios públicos para promover la visión multiculturalista y relativista que inspira todas las acciones de este Gobierno (y cuyo paradigma es precisamente la llamada "Alianza de Civilizaciones").

Nadie niega que los espacios públicos deban racionalizarse en tanto son susceptibles de usos múltiples y conflictivos. Pero para ello existen distintas herramientas que van desde gestionarlos según la tradición a cederlos progresivamente no a las Administraciones Públicas, sino a las comunidades y a los vecindarios; todo lo cual sería mucho más respetuoso con las libertades individuales que ceder el ejercicio de la libertad religiosa al Estado.

Si el PSOE quisiera de verdad garantizar la libertad religiosa de los españoles se dedicaría a combatir los auténticos riesgos que existen para la misma, como la proliferación de un islamismo radical que no tolera fe distinta a la suya. Pero dado que no le interesa que a los ciudadanos no se les impida seguir su credo, sino que quiere imponerles el propio, lo más probable es que convierta la reforma de la Ley de Libertad Religiosa en un nuevo y enorme peligro para la misma.


Libertad Digital - Opinión

El nazareno de León. Por Carlos Herrera

AUNQUE ahí no haya nacido, El Nazareno es leonés; leonés como Ordoño III, como Doña Urraca, como Sancho I, como Rodolfo Gaona o como San Isidoro, que, aunque sevillano de nación, descansa la noche de los siglos en la monumental colegiata románica que lleva su nombre.

Cualquier leonés sabe quién es El Nazareno, imagen de Jesús reconstruida tras un incendio en tiempos de la Guerra de Independencia, de origen desconocido, sin que hasta ahora nadie se explique cómo unas manos pudieron hacer de su cabeza la forma de un hombre sin pasado documental, muy alto para su época. Cualquier leonés sabe que El Nazareno produce a todos un sentimiento inexplicable, difícil de definir. Esta mañana de Viernes Santo, cuando vuelve a las calles con su cortejo procesional, El Nazareno de León encarna el destino maldito que la vida dispone para los que se sacrifican en revoluciones sólo comprendidas con el paso de los siglos: se le ve pasar, encorvado, cansado, camino del Calvario. Y con él vamos todos. Pero todos, todos. Sólo unos días atrás, la muchedumbre le recibía abrumándole con palmas y hoy, ya ven, Viernes Santo, le escupen, le pegan, le flagelan, le humillan, se ríen de Él. De Santa Nonia está saliendo ahora mismo, camino del Parque de San Francisco, y aunque discurra por fuera, la Procesión también va por dentro. Lo llevan braceros sobre los hombros y, aunque el capillo impide que veamos su rostro, se adivina el cansancio por tan pesada carga a través sólo de sus ojos. El Nazareno pesa, y cada paso que se da, el peso se multiplica.

Al Nazareno de León, en su cortejo procesional, le acompaña, entre otros pasos, La Flagelación: atado a la columna, este hombre es azotado y, después, coronado de espinas, y en su rostro se adivina el dolor estoicamente soportado de quien viviera durante unos años predicando la buena nueva y reinterpretando la Palabra de Dios en un mensaje repleto de un ansia infinita de paz. Paz en la Alianza nueva y eterna que la civilización se debía a sí misma. Que se debían todas las civilizaciones. Impresiona verlo sentado en un sitial del pretorio entre sayones y sanedritas. Aquellos eran tiempos para pocas líricas, en los que los poetas visionarios, los profetas iluminados, los augures confiados y pajareros que abarrotaban los púlpitos de calle sabían que serían carne de Cruz y Gólgota. El Ecce Homo, paso que prosigue, evidencia en su sangre inagotable el padecimiento que la Historia le tenía deparado. He aquí el hombre, y se preguntaba Pilatos: «¿Creéis que es el culpable?». Y la caterva, el gentío bramaba que sí.

Viernes Santo en León: La Oración en el Huerto, El Prendimiento, La Verónica... y El Expolio. Acompañados por dos mil quinientos «papones», los pasos sobrecogen a la multitud. El Expolio simboliza a un Nazareno desnudo al que le han quitado lo poco que le quedaba, y todos aquellos que se sienten víctimas de cualquier expolio a cuenta de los vaivenes de la vida, de cualquier robo de ilusiones o de bienes, ven en la figura de ese «torero» -parece que vaya a dar un lance- el símbolo de su hacienda recortada, moral o material. Después de esa certeza, después de que el populacho le haga responsable de todo el mal que pueda caer sobre la tierra, al Nazareno sólo le espera La Crucifixión, la máxima soledad, el máximo abandono de sus incondicionales, sólo roto por los últimos cuatro fieles, su Magdalena, su Nicodemo, su Madre, su José de Arimatea. Nadie, de todos aquellos que escuchaban sus sermones fervientemente, ha quedado en la cima del Calvario soportando el aguacero tormentoso. Dicho en román paladino, la que está cayendo.

Y, finalmente, La Agonía. El paso que más evidencia el estertor de un sueño. Una larga, cruel Agonía para un hombre solo. Una cruel metáfora de los tiempos, dos mil años después.


ABC - Opinión