jueves, 9 de diciembre de 2010

El cáliz. Por Ignacio Camacho

Zapatero privatiza empresas, recorta subsidios, militariza servicios. ¿Qué agenda le puede ya reprochar al PP?

NO presidía Sarkozy, ni Cameron, ni Merkel, ni Berlusconi, ni siquiera Aznar, sino José Luis Rodríguez Zapatero, el Gobierno que en un solo día, el pasado viernes, adoptó las decisiones siguientes: Privatizar la gestión de los aeropuertos y la lotería, suprimir el subsidio de desempleo a los parados sin cobertura, rebajar los impuestos de las pymes y militarizar el servicio de control aéreo. Medidas probablemente necesarias todas ellas y en su mayoría bien encaminadas para luchar contra la crisis y normalizar el caos repentino desatado por la sedición de los controladores en la aviación española. Pero lo que en ningún caso puede decirse de ellas es que se trate de resoluciones propias de un gobernante socialdemócrata y antiautoritario, cansado de repetir su inalterable y fervoroso amor por la socialdemocracia y el antiautoritarismo. Del hombre que dijo muy solemnemente que «la salida de la recesión será socialdemócrata o no será». Del adalid de la política indolora que denostaba las fórmulas neoliberales culpándolas con simplismo pedagógico del colapso económico y financiero.

Privatizar empresas, recortar subsidios, militarizar servicios. Y por decreto-ley. Eso se le plantea a Zapatero hace dos años —qué dos años: seis meses— y habría soltado un discurso muy suficiente y despectivo sobre su incompatibilidad con las recetas antisociales de la derechona. Ha sido él, sin embargo, el que ha puesto su firma al pie de unos decretos urgentes que provocarían urticaria moral al político que decía ser. (Bueno, no de todos: por alguna razón insuficientemente explicada —¿acaso un último escrúpulo ideológico, un reflejo de remordimiento, una señal codificada de que la decisión la tomó Rubalcaba?—, el del estado de alarma lo suscribió el ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui). Unas medidas que, sumadas a las de mayo, entierran de forma concluyente siete años de política en dirección opuesta y desnudan con impía claridad una clamorosa abdicación de principios.

Al aceptar esta meridiana renuncia de sus propias convicciones con tal de permanecer en el poder, Zapatero se inmola como dirigente de futuro y anula el discurso electoral de cualquier eventual sucesor. ¿De qué oculta agenda de intenciones antisociales puede él o cualquier otro acusar ya al PP? ¿De vender empresas públicas? Ya las ha vendido él. ¿De congelar pensiones? Ya las ha congelado. ¿De suprimir prestaciones sociales? Ya las ha suprimido. ¿De bajar salarios? Ya los ha bajado. Y a todo ello le ha añadido la militarización forzosa de un colectivo civil, expresión extrema de autoritarismo. Acaso tenga aún que pasar, si se empeña en continuar en el cargo, por nuevos y más dolorosos ajustes, por otras demoledoras deconstrucciones de su avatar público. El cáliz del pragmatismo, que es el de su fracaso ideológico y político, todavía conserva para él algunos tragos de amargura.


ABC - Opinión

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