martes, 14 de diciembre de 2010

Doping político. Por Ignacio Camacho

La banca se practica autotransfusiones y el dinero público adultera la musculatura de partidos y sindicatos.

IGUAL que existe un doping deportivo que adultera la competición de élite, hay una droga política que falsifica los mecanismos de la vida pública. Y no se trata sólo del poder, que es adictivo, ni de las encuestas, que son la ración de esteroides con que los dirigentes alimentan sus expectativas y fortalecen su ego, sino de toda una ingeniería artificial que corrompe la lid democrática con dosis espurias de manipulación del sistema. La gente empieza a sospechar que los éxitos de los deportistas españoles se hayan levantado sobre un pantano de farmacopea prohibida pero lleva tiempo barruntando que en la escena política también le están dando gato por liebre. Para empezar, con un sistema electoral que prima la desigualdad y favorece el mercado negro de la compraventa de apoyos; luego mediante una endogamia de intereses cruzados que propicia el tráfico de favores mutuos, y por último con un entramado de financiación que perpetúa privilegios y permite a partidos y sindicatos establecer el ritmo de gasto de una casta de chamanes.

En la competición deportiva, por ejemplo, están prohibidas las autotransfusiones, pero la banca española se las practica de manera rutinaria a la vista de todo el mundo. El Banco central no pone reparos a los arreglos contables y el Gobierno provee avales públicos para las cajas por si no fuese suficiente con el alivio en los balances de los lastres inmobiliarios. El dinero de los contribuyentes funciona también como anabolizante de la política —para fortalecer la musculatura de una partitocracia y de un sindicalismo incapaces de financiarse por sus propios medios— y de las instituciones, que se dopan a base de despilfarro para mantener toda clase de estructuras clientelares. Y el problema es que a diferencia de las federaciones, que aunque a regañadientes se ven obligadas a descalificar a los tramposos, el sistema se autoprotege haciendo de juez y de parte; ignora sus perversiones fraudulentas, esconde las denuncias y no practica controles antidoping. Está inflado de hormonas exógenas y las metaboliza con una naturalidad alarmante.

El resultado de esta tolerancia culpable, o al menos negligente, es un descrédito peligroso de la propia actividad pública, que genera un progresivo recelo ciudadano igual o mayor que el que sospecha en la esfera deportiva. El asunto es tan viejo como la propia política aunque para eso se han inventado las depuraciones, los anticuerpos, las reformas y las catarsis, que son esenciales en una democracia honesta. La española lleva tiempo trampeándose a sí misma pero la crisis ha desnudado manejos inaceptables en tiempos de apuro colectivo. La vida institucional está adulterada por vicios impunes de forma y de fondo y quizá sea hora de practicar a tumba abierta análisis de pureza que la devuelvan a un cierto juego limpio.


ABC - Opinión

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