viernes, 29 de octubre de 2010

Se busca ilusión colectiva. Por M. Martín Ferrand

Huérfanos de liderazgo político, social y cultural, damos para poco más que unas ofensas cruzadas entre políticos de poca monta.

AL nacer los setenta, antes de que nos atomizara la quimera autonómica, los españoles nos dividíamos en dos grandes grupos, más complementarios que antagónicos, en los que se reflejaba, con precisión especular, la realidad nacional. Unos, los más adictos y disciplinados —¿los más conformistas?—, confiaban en que a Francisco Franco le sustituirían las instituciones y otros, más audaces e imaginativos, quizás más ligeros de equipaje, confiábamos en un futuro dentro de los parámetros de la normalidad occidental, especialmente la europea, que es lo que nos corresponde por antecedentes culturales, proyección histórica y conveniencia geoestratégica. Después, y siempre con el impulso de una ilusión colectiva, vino la Transición que, «de la Ley a la Ley», mezcló las dos barajas de la gran timba nacional y, sorprendentemente, pasamos a ser uno más en el Viejo Continente.

A la ilusión colectiva de hace cuarenta años le picaba espuelas de ánimo la picardía operativa que, por la derecha y por la izquierda, le sirvió de bálsamo a las decepciones y de reto a los proyectos renovadores. Vivimos intensamente y fue un tiempo portentoso en el que se construyó, con buenos materiales de los pasados derrumbamientos —eso sí—, una realidad nacional sobre la que pudo gallear un nuevo Estado democrático. Fue una labor común y generosa. Cuando, por ejemplo, José Menese cantaba unos tientos de Francisco Moreno Galván, el grito no llegaba a las alturas, ni resonaba en los cuarteles o en las iglesias. Iba de voz en voz, como un susurro tan imposible como esperanzador:
Señor que vas a caballo
y no das los buenos días,
si el caballo cojeara,
otro gallo cantaría.

Ahí está, en ingenua plenitud creadora y germinal, «el alma de nardo del árabe español» que, para no ser hemipléjicos, cantaba la otra media España.

Ahora parece que se han secado las pilas del mecanismo y que, huérfanos de liderazgo político, social y cultural, damos para poco más que unas ofensas cruzadas entre políticos de poca monta y ninguna enjundia y un espectáculo vergonzoso en el prime timede las televisiones. No es, ni solo ni principalmente, que no se le busque solución a los problemas, se trata de que ni siquiera corre el vientecillo estimulante de un verso suelto, una caricatura provocadora, un madrigal estimulante o un quiebro oportuno con valor de valeriana. Los parados, quienes viven gracias a Cáritas, cuantos carecen de lo imprescindible tienen derecho, cuando menos, a un mejor ambiente, al señorío de la resignación con el antifaz de una revolución imposible. Que no se pierda, también, el estilo y la esperanza.


ABC - Opinión

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