martes, 26 de octubre de 2010

Habanera desafinada

El debut de Trinidad Jiménez como responsable de Asuntos Exteriores ha sido decepcionante para quienes esperaban que con ella se abriera una etapa más sensata y menos sectaria que la de su predecesor. El caso de Cuba era un test de primer nivel para calibrar la política de la nueva ministra y su voluntad de mejora en la defensa de los derechos y las libertades de los cubanos. Jiménez ha suspendido la prueba con alarmante mediocridad. Tal vez demasiado acostumbrada a seguir la pauta que otros le marcan, la debutante no aportó nada apreciable a la reunión de la UE en Luxemburgo sobre la Posición Común ante Cuba y se limitó a recitar como un papagayo el libreto de Moratinos, a saber: que la dictadura castristra está haciendo «notables esfuerzos» en la dirección apuntada por Europa y que, en contrapartida, ésta debería emitir señales positivas hacia La Habana. Jiménez entiende por «notables esfuerzos» en favor de los derechos humanos que el régimen comunista haya deportado a una treintema de presos políticos, la mayoría de los cuales ha sido acogida por el Gobierno español, mientras que los demás se pudren en las cárceles a la espera de que suba su «cotización» en el mercado europeo. Jiménez habla de «avances» ocultando la represión contra las Damas de Blanco y las redadas periódicas que la Policía política realiza entre los disidentes, a los que amenaza y maltrata. Curiosa forma de trabajar por la libertades democráticas. Cuando ni siquiera el heroico Guillermo Fariñas tiene asegurada su salida de Cuba para recibir el premio Sajarov del Parlamento Europeo, ¿cómo es posible que la ministra de Exteriores pida a sus homólogos europeos que cambien de actitud hacia Cuba? Quien tiene que modificar su política no es la UE, sino el brutal régimen castrista. Y convertir a los presos políticos en moneda de cambio es una indignidad a la que ningún país democrático debe prestarse. Con la dictadura cubana se debe actuar con los mismos principios morales que con los terroristas: no deben obtener nada a cambio de sus asesinatos, ni ventajas comerciales, ni reconocimiento internacional, ni coartadas institucionales. No es de recibo que la tarjeta de presentación de Jiménez haya sido una invocación a la «negociación bilateral» entre Europa y Cuba, como si se tratara de dos entidades homologables éticamente y de la misma naturaleza política. Alguien podría aducir que la nueva ministra está condicionada por la herencia envenenada de su antecesor, de modo que debe dársele tiempo para rectificar. Sin embargo, es de temer que uno y otra compartan los mismos prejuicios ideológicos que justifican las atrocidades del castrismo o, al menos, las minimizan. Como era previsible, la UE volvió ayer a desdeñar el enésimo intento del Gobierno español de atemperar su relación con La Habana. Por fortuna, a los cubanos aún les queda una Europa razonable y cuando dentro de un tiempo se rememoren estos años de persecución, los españoles habremos de lamentar que nuestro Gobierno no estuviera a la altura del desafío, que se situara más cerca de los verdugos que de las víctimas y que hiciera de abogado de la dictadura más sangrienta de Hispanoamérica.

La Razón - Editorial

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