jueves, 16 de septiembre de 2010

La defensa de Europa. Por M. Martín Ferrand

La deseable libre circulación de las personas tiene su límite en la observancia estricta de las leyes locales.

LOS diarios europeos propensos a anteponer los valores de la izquierda sobre los de la derecha, especialmente los españoles, experimentan un gozo especial, que rezuma en sus páginas, cuando tienen ocasión de zurrarle la badana a Angela Merkel y Nicolás Sarkozy. En eso, la izquierda tiende a ser más sañuda y corporativa que la derecha y, siempre en formación cerrada y excluyente, ensalza a los suyos con perjuicio para los ajenos. En estos días, el presidente francés se ha convertido en la diana preferida de quienes anteponen la justicia social a la Justicia propiamente dicha. Es cierto que Francia ha cometido un error ambidiestro, la puesta en circulación de una nota de su ministerio del Interior en la que apunta como preferente la expulsión del territorio nacional de los «gitanos rumanos» en situación ilegal. El toque xenófobo que apunta a los gitanos es impropio de la Nación que promulgó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano más de siglo y medio antes de que la ONU aprobara la de los Derechos Humanos que ahora se invoca contra Francia.

Al margen del error formal, grave si se quiere, que conlleva el señalamiento de los gitanos, Europa tiene la necesidad de defenderse. Cuando la comisaria de Justicia de la UE, Viviane Reding, manifiesta su «profunda irritación» por la conducta del Gobierno francés no añade en su crítica, en su condición de luxemburguesa, una invitación a los gitanos que Francia ha expulsado para instalarse en Luxemburgo. La deseable libre circulación de las personas, el espíritu que defiende el Acuerdo de Schengen, tiene su límite en la observancia estricta de las leyes locales por parte de todos sus beneficiarios desde el principio de mutua aceptación con quienes proceden de otros espacios, creencias y civilizaciones.

Europa tiene la necesidad, y el deber, de defender los fundamentos de su propia grandeza, su identidad cultural y sus legítimos intereses económicos. La competencia desleal que, en la industria y el comercio, viene de Oriente; la agresión de ideas y creencias contradictorias con las que fundamenta la Unión y el oportunismo delictivo de personas y grupos que, amparados por la Ley, burlan la Ley, son situaciones que Europa debe evitar. Sin atisbos de racismo o xenofobia, pero sin complejos de falso progresismo. Francia ha hecho mal, muy mal, al engañar a la Comisión Europea; pero hizo bien, muy bien, cuando puso en la frontera a quienes, sin respeto a lo establecido e independientemente de su perfil étnico o su origen nacional, actuaban como okupasy se ponían por montera el Código Penal, el Civil e, incluso, el de Circulación.


ABC - Opinión

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