viernes, 27 de agosto de 2010

La ceguera occidental. Por Edurne Uriarte

No está en juego el respeto de EE.UU. a la libertad religiosa sino su capacidad para hacer prevalecer los principios liberales.

LA gravedad alcanzada por la ceguera occidental frente al fundamentalismo islámico era puesta de relieve ayer por un documentado artículo de Nat Hentoff, investigador del Instituto Cato, en www.realclearpolitics.com sobre el impulsor de la mezquita en la zona cero, el imán Rauf. Resulta que ni siquiera es cierto que Rauf sea un representante del Islam moderado. Y lo más increíble es que nadie entre los defensores de la mezquita, empezando por el propio Obama, se haya molestado en investigar datos que estaban al alcance de cualquiera. Sobre todo, esa entrevista en la CBS poco después del 11-S y transcrita por Hentoff en la que Rauf, a preguntas del periodista Ed Bradley sobre el atentado y sus sentimientos como musulmán, no se limitó a condenar el atentado sino que, todo lo contrario, lo enmarcó en las consecuencias de la política exterior americana y remachó diciendo que Estados Unidos y su responsabilidad en las muertes de muchos inocentes en el mundo habían sido cómplices de ese crimen. Si lo anterior no fuera suficiente, el imán Rauf es un firme partidario de la Sharia, como lo dejó bien claro el 9 de diciembre de 2007 en el periódico árabe Hadi el-Islam.

La misma ceguera tiene lugar en los debates europeos sobre las nuevas mezquitas, el velo o el burka. Con una doble negativa a reconocer que ni estamos ante un debate sobre libertad religiosa ni éste es el camino para fortalecer la alianza con el Islam moderado frente al fundamentalismo, como han argumentado los defensores de la mezquita en la zona cero. El Islam es una religión, obviamente, pero es, además, el elemento esencial de una ideología política que no sólo está en el corazón del terrorismo fundamentalista sino también en amplios movimientos políticos a lo largo del mundo, no violentos, pero sí antidemocráticos y antiliberales. No está en juego el respeto de Estados Unidos o de Europa a la libertad religiosa sino su capacidad para hacer prevalecer los principios liberales y democráticos frente a una ofensiva ideológica que los cuestiona.

La ceguera occidental se compone, además, de un segundo elemento, la idea de que la mejor manera de aislar a los musulmanes radicales es el acercamiento a los musulmanes moderados. Lo que sería un principio correcto siempre que localizáramos en primer lugar a esos musulmanes verdaderamente democráticos y estableciéramos las alianzas con ellos. Pero no son esos musulmanes los que están detrás de la mezquita de la zona zero o de la defensa del velo en Europa. Si lo fueran, ni siquiera tendríamos estos debates pues no habría entre nosotros defensores del velo, de la Sharia o de la mezquita en la zona cero.

Y los musulmanes verdaderamente moderados no tendrían miedo a hablar, como ahora les ocurre. Por un radicalismo que campa a sus anchas, protegido por la ceguera de quienes no quieren ver conflicto alguno, de quienes se empeñan, como escribió hace unos días Ayaan Hirsi Ali, en ver el mundo como les gustaría que fuera y no como en realidad es.

El fin de la guerra fría dio paso a la fantasía del fin de los conflictos, del fin de las ideologías, escribió André Glucksmann en Dostoievski en Manhattan. La política de una buena parte de las democracias frente al fundamentalismo islámico, empezando por la de nuestro Gobierno, se basa en esa fantasía. En su negación, en la ceguera total.


ABC - Opinión

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