viernes, 20 de agosto de 2010

Espiritismo y propaganda. Por M. Martín Ferrand

Los problemas que asfixian la vida y el futuro nacionales son de mayor envergadura que los viajes de Aznar.

A juzgar por las primeras páginas que publicaron ayer los grandes diarios españoles, y también los más pequeños, el asunto fundamental del momento, el eje de nuestra vida política, se centra en el viaje de José María Aznar a Melilla. Si los periódicos no se equivocan en su valoración, esto es Jauja. Aznar, con toda la grandeza que quiera reconocérsele o negarle, es una pieza del pasado histórico. Es como si Francisco Silvela hubiera visitado a los melillenses, puro espiritismo. De ahí que, una vez más, el mascarón de proa del Gobierno y del PSOE, José Blanco, se haya extralimitado en su ambiciosa carrera de méritos vicepresidenciales al tildar de «desleal» el proceder del ex presidente del Gobierno.

Desgraciadamente, el cúmulo de problemas que asfixian la vida y el futuro nacionales son de mayor envergadura que los viajes de Aznar, quien, dicho sea de paso, es muy dueño de ir a donde le plazca. Centrar el debate en su figura, como ha pretendido con su astucia ratonera el titular de Fomento y suplente de Propaganda, es una forma de marear la perdiz, confundir a la muy confundida y respetable, aunque no respetada, ciudadanía y trasladar apariencias de responsabilidad lejos de donde pudieran perjudicar los intereses, crecientemente descarados, del zapaterismo.


Aznar, vestido con una versión estilizada y contemporánea del uniforme del Afrika Korps, se fue a Melilla e hizo allí lo que ya debieran haber hecho José Luis Rodríguez Zapatero, o por lo menos algunos de sus ministros, y Mariano Rajoy. El conflicto de Melilla, su asedio, ya dura un mes y, aunque atenuado por el Ramadán, ese es mucho tiempo. La presencia de notables españoles, de la política o de cualquier otra actividad, tiene el doble valor de reforzar la moral de nuestros compatriotas residentes en la hermosa ciudad mediterránea y la de proclamar, para ayudar a disipar las brumas de la duda, la españolidad de España, algo que no es un retruécano, sino una idea que merece recordación.

Elena Salgado, mayor en edad, dignidad y gobierno que Blanco, ya le dio un palmetazo al de Palas de Rei por sus extralimitaciones hacendísticas y fiscales. Ignoro, en la desordenada organización del trabajo gubernamental, quién debe castigarle ahora por hablar de deslealtad a un ciudadano que ejerce unos derechos de los que no ha sido desposeído; pero mejor sería, por el bien de todos, que, lejos de desviar la atención ciudadana con maniobras de distracción, se entregaran al trabajo serio de gobernar y hacer lo que deben. Por el momento se han dedicado a dejar a deber lo poco que han hecho en seis años y pico de Gobierno.


ABC - Opinión

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