Hace bien Tomás Gómez en no fiarse del ojo de Rodríguez Zapatero para escoger candidatos, ni de las encuestas de Ferraz
Hace bien Tomás Gómez en no fiarse del ojo de Rodríguez Zapatero para escoger candidatos, ni de las encuestas de Ferraz. Septiembre de 2006. Unos periodistas desayunábamos en La Moncloa con el presidente. El PSOE seguía sin candidato para la alcaldía de Madrid. Fernández de la Vega había dicho nones y Solana debió haberse partido de la risa. Qué importaba. Zapatero estaba seguro, así se lo decían sus encuestas, de que «ganaremos en Madrid, pongamos el candidato que pongamos», porque, también según esos sondeos, las obras de la M-30 iban a acabar con Ruiz-Gallardón. El elegido para recoger las cenizas del alcalde del PP fue finalmente Miguel Sebastián.
En el resto de la historia debe haber pensado mucho Gómez estos días: la deserción de Sebastián después de una derrota cantada le fue recompensada con una cartera ministerial mientras que él, Gómez, fue llamado para enderezar un partido hecho añicos, entre otras razones, por las intromisiones de la dirección federal. Y ahora le piden que deje paso a una nueva ungida que le aventaja, según esas encuestas que fallan más que la escopeta de El Gañote, unos cuántos puntos en las preferencias de los votantes socialistas. La recompensa a Gómez por haber cumplido más o menos bien con su trabajo es la puerta. Así es Rodríguez Zapatero.
En el PSOE alardean de primarias pero nadie las quiere. Y hacen lo imposible por evitarlas, como se ha visto. Pero, como en El Padrino, un líder autoritario no se puede permitir un no por respuesta: está en juego el meollo mismo de su liderazgo. Con Gómez, Zapatero erró el cálculo y es ahora él, y no Jiménez, otra desertora premiada con un ministerio, quien se faja en la primarias. Y cualquier resultado será malo: si gana, lo habrá hecho con ventaja; y si no, habrá perdido mucho más que un candidato.
En el resto de la historia debe haber pensado mucho Gómez estos días: la deserción de Sebastián después de una derrota cantada le fue recompensada con una cartera ministerial mientras que él, Gómez, fue llamado para enderezar un partido hecho añicos, entre otras razones, por las intromisiones de la dirección federal. Y ahora le piden que deje paso a una nueva ungida que le aventaja, según esas encuestas que fallan más que la escopeta de El Gañote, unos cuántos puntos en las preferencias de los votantes socialistas. La recompensa a Gómez por haber cumplido más o menos bien con su trabajo es la puerta. Así es Rodríguez Zapatero.
En el PSOE alardean de primarias pero nadie las quiere. Y hacen lo imposible por evitarlas, como se ha visto. Pero, como en El Padrino, un líder autoritario no se puede permitir un no por respuesta: está en juego el meollo mismo de su liderazgo. Con Gómez, Zapatero erró el cálculo y es ahora él, y no Jiménez, otra desertora premiada con un ministerio, quien se faja en la primarias. Y cualquier resultado será malo: si gana, lo habrá hecho con ventaja; y si no, habrá perdido mucho más que un candidato.
ABC - Opinión
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