sábado, 10 de julio de 2010

De heroísmo y miserias. Por Hermann Tertsch

Jamás olvidaremos la gesta heroica de Orlando Zapata, muerto después de 86 días de huelga de hambre.

Muchos se habrán olvidado, otros no quieren acordarse desde el mismo día de su muerte. Pero son millones en todo el mundo los que jamás olvidaremos la gesta heroica de Orlando Zapata, muerto el 23 de febrero después de 86 días de huelga de hambre. Han sido su fuerza y su lucha las que han salvado in extremis la vida a quien decidió emularlo, Guillermo Fariñas, que ha concluido su propia huelga de hambre de 130 días.

Juntos, estos dos cubanos, uno medio vivo, el otro ya muerto, han arrancado a la dictadura un gesto al que ésta no estaba dispuesta hace semanas. La decisión de Fariñas de seguir a Zapata por la senda de la muerte en caso de que no se sacara de la cárcel a los presos políticos más enfermos era irrevocable. Al final lo entendieron los hermanos Castro. Su muerte habría supuesto un endurecimiento del trato tanto a Cuba de Estados Unidos y de Europa. Así las cosas, la Iglesia Católica cubana, y tras ella el Vaticano, le hicieron saber al régimen comunista que podían buscar juntos una fórmula para evitar la muerte de Fariñas. Y la Iglesia logró convencer a la mafia político- militar cubana de que le interesaba soltar a un número indeterminado de estos presos, todos en prisión tras ridículos juicios farsa. De no haber estado la Iglesia en esta mediación, el régimen no habría actuado como lo ha hecho. Porque no podía permitir al agonizante Fariñas, como el gran hombre de principios y valor que es, erigirse en triunfador sobre un régimen mentiroso, corrupto y cruel. La muerte de Fariñas se habría convertido en una pesadilla para los Castro. Por la presión exterior. Y porque saben como respiran los cubanos. Había miedo a cien Fariñas y Zapatas.

Triste es que las mentiras del castrismo, tras un proceso de asueto para limpiarlas de la sal gruesa ideológica, gocen hoy de mayor credibilidad en las democracias occidentales que en Cuba. Allí todos saben de qué va la vaina. Es feliz el hecho de que decenas de presos salgan de las infames cárceles castristas. Pero quede claro que no se otorga la libertad a nadie. Serán deportados al exterior. El régimen no ha cambiado en nada. Comercia con seres humanos inocentes para buscar ventajas o evitar daños. Nada cambia en su naturaleza dictatorial ni en sus leyes. Pronto, si cree necesaria una ración de terror añadido al miedo cotidiano, puede volver a llenar las cárceles.

La presencia del ministro Moratinos, más activo como canciller de la dictadura cubana que en el cargo que le pagamos, es una muestra más de la felonía de quienes se sienten aliados de la satrapía castrista. Llega a La Habana cuando la deportación está acordada para presentarla como éxito propio. Vuelve a humillar a los disidentes y en especial a Fariñas a quien se niega a ver. Y en pleno delirio prepotente conmina a las democracias europeas a premiar al régimen por su «generosidad». Dicen que el exceso de celo de Moratinos como defensor de la dictadura despierta ya sospechas entre disidentes y políticos europeos. Aquí, la falta de dignidad, el oportunismo y el desprecio a los demócratas cubanos produce náuseas.


ABC - Opinión

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