jueves, 17 de junio de 2010

España campeona. Por Hermann Tertsch

El comienzo del Mundial de Nelson Mandela se puede convertir en la gran metáfora de nuestra suerte.

RESULTA que Suiza, los muy aplicados inventores del reloj de cuco e inspectores de las cuentas corrientes de los chicos de fuera, que cada vez serán más, ya que los echamos de aquí —segunda labor de un pueblo laborioso y paciente—, nos han ganado el primer partido del mundial en Sudáfrica. Nada nos hacía más falta ahora que el Mundial de Fútbol. Venía tan bien para olvidar que nuestro país, que es España, no «la roja» —como dicen muchos para no utilizar el término de selección nacional o el propio término España— iba más o menos de favorita, tiene otros problemas. Los favoritos, como decía Zapatero cuando aseguraba que estaba a punto de superar en Producto Interior Bruto (PIB) a Italia y Francia. Nuestro chulito. Y quién sabe si también a Alemania. ¡Capaz habría sido de decirlo en aquella patética función en Nueva York que hizo más daño a nuestra economía que millones de especuladores puestos en fila con esa terrible maldad que se les atribuye por no querer suicidarse o tirar su dinero, como hacen gobiernos como el español actual!

Muchos hemos sido siempre conscientes de que esta otra ocurrencia del Gran Timonel era una payasada más, como tantas otras que han dejado el prestigio y la credibilidad de nuestro país en mínimos. ¿Pero qué no le hemos tolerado ya con paciencia ilimitada al niño grande vallisoletano de León? ¿Qué disparate dicho por esa boquita no ha recibido algún aplauso, incluso de gente supuestamente digna y con criterio?

En fin, que el comienzo del Mundial de Nelson Mandela se puede convertir en la gran metáfora de nuestra suerte. Qué paradoja que un acontecimiento bajo el patrocinio de un hombre sometido a la verdad, ejemplo de la dignidad, venga a recordarnos a todos los españoles el alarde de la mentira de nuestro presidente, el revanchista petimetre. Ni tanto ni tan calvo, se decía. Mejor dicho hoy, calvísimo. Y nada de tanto. Porque el menester será, no de años, sino generacional. Años tardaremos en recuperarnos de tanta mentira e incompetencia. Lustros tardarán en soldar las quiebras en nuestra sociedad. Y las nuevas mentiras serán nuevas quiebras en una sociedad ya muy maltratada que aguanta pocas más.

Nuestros listos del pesebre nos sacarán mil argumentos para cimentar esta política de la mentira constante. Sabemos quiénes son, están identificados y cada uno es libre de despreciarlos a su manera. Pero el hecho de que no haya un mínimo gesto de dignidad por su parte nos demuestra que este país supura por una inmensa llaga. La España campeona —ojala lo sea en el fútbol— es una sociedad que se quiebra y requiebra bajo el mando de lo peor. Después del fútbol viene, implacable, la realidad.


ABC - Opinión

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