lunes, 24 de mayo de 2010

Huya el que pueda. Por Gabriel Albiac

PASARON dos semanas. Entre el 7 y el 10 de mayo, España estuvo en bancarrota.

Sin que una oferta del 18 por ciento en el pago de intereses lograse atraer un solo céntimo de crédito internacional a las arcas de un Estado al cual los inversores daban ya por quebrado. Sólo la parcial cesión de soberanía, que el presidente español fue obligado a declarar en público, salvó a nuestra economía de ser abandonada a su propia ruina, la suya, la que a nadie, salvo a sus gobernantes, puede ser achacada. La que, en cualquier caso, vendrá, si Zapatero intenta retomar iniciativa propia en una gestión económica que no sólo nos ha hundido en el cenagal más insondable del último medio siglo; la que también amenaza a la estabilidad monetaria de Europa y, de rebote, a la de Estados Unidos. No hay dinero en Europa, no hay dinero en el mundo, para sacar de la quiebra a una economía de las dimensiones de la española. El de Grecia ha sido un rescate doloroso, extremo. El de España -con una economía cinco veces mayor- es inviable. De producirse la bancarrota, seremos abandonados. Cualquiera que nos agarrase, se iría al fondo. Son los términos del drama. No hay más racionalidad hoy que ajustarnos a ellos.

¿Qué significaría una expulsión fuera del euro? De entrada, que nuestra moneda pasaría a valer lo que nuestra economía vale. Poca cosa. Siendo muy optimistas, una tercera parte de los ahorros de cada uno de nosotros se habría reducido a humo, de la noche a la mañana. De inmediato, estallaría la carga de profundidad que para la estructura financiera española son las Cajas de Ahorros, esos bancos privados de los partidos -de todos-, cuya doble utilidad ha sido, a lo largo de las tres últimas décadas, proveer de fondos a los políticos y gastar pródigamente en cuanta suntuosidad local juzgasen las autoridades autonómicas rentable para pasmar a su clientela votante. El castillo de naipes de las Cajas no ha hecho más que iniciar su vértigo de caída. A «la argentina». Con una peculiaridad, respecto de similares fraudes en países judicialmente más curtidos: Madoff morirá, verosímilmente, en presidio; a los máximos responsables del incalculable agujero de las Cajas, cuyos dos primeros casos ya han saltado, como mucho, y en la hipótesis de extremo rigor judicial, les costará una multa; es probable que ni siquiera eso. Si alguien cree que semejante ausencia de garantía legal en la tutela del dinero de todos los ciudadanos sale gratis, es que ha perdido definitivamente la cabeza.

Se ha jugado con los ahorros de todos. Y se ha mentido de un modo especialmente cruel, puesto que esos ahorros eran cuanto tenía el ciudadano medio. Mintió un presidente que llamó antipatriotas, en 2008, a quienes, al hablar de crisis, se limitaban a constatar los análisis de los economistas más cualificados en todo el mundo. Mintió Zapatero, al jurar que ninguna crisis estaba en perspectiva; que, en menos de seis meses, España alcanzaría el «pleno empleo». Mintió, cuando exhibió la estructura financiera «más sólida del mundo». Mintió, cuando, dos semanas antes de desencadenarse, negó cualquier hipótesis de recesión en España... Mintió e hizo mentir a los suyos. Con la magnificente desvergüenza de esa vicepresidenta que, regiamente envuelta en raso y oro, da nota de la ruina nacional, dos semanas después de haber proclamado el fin de la recesión.

¿Son mala gente? Son profesionales. De la política. Analfabeta gente sin oficio, que vive sólo de cazar votos. Nuestra única esperanza es que la economía española la dirija alguien que sepa, desde Berlín o Washington. Eso o -el que pueda- huir, huir, huir... Dios sabe dónde.


ABC - Opinión

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