sábado, 22 de mayo de 2010

El poder y la noria. Por Tomás Cuesta

ZAPATERO es a la política lo que la sopa de letras a los pasatiempos clásicos. Un quiero y no puedo sin garbo y sin sustancia, una especie de crucigrama para ignaros.

Es lo que fue antaño: ZP, una ingeniosa abreviatura de la insignificancia, un tijeretazo tempranero que anunciaba el desastre. Rodríguez Zapatero ya no da más de sí y ZP, en su nombre, se tambalea en el alambre. Se desangra en directo y en «prime time» sin que nadie detenga la hemorragia. Incluso los sindicatos le hacen ascos a acudir en su auxilio y a improvisar un torniquete multimillonario.

Si Gordon Brown era un líder analógico en plena era digital, Zapatero es un vendedor de crecepelos en un momento en el que la oportunidad la pintan calva. De ahí que la comidilla de Ferraz consista en hacerse lenguas de en qué plato se servirá la sucesión y cuando empezará el festival de dentelladas. Ya sean elecciones primarias o complejas, congresos ordinarios o bien extraordinarios, el «modus operandi» del aparato socialista oscila entre la Noche de San Bartolomé y las Vísperas Sicilianas. Total, que Rubalcaba se obstina sin recato en que el CIS le retrate como el primero de la clase (un camelo mil veces repetido es un caramelo que jamás amarga) y Pepe Blanco no deja de tender trampas en las que su tocayo Bono, el caballista audaz, siempre termina cayendo a cuatro patas.


Con la economía sujeta al escrutinio del ojo tutelar del Gran Hermano y con las chequeras oficiales congeladas, es evidente que, de ahora en adelante, el gasto en demagogia acabará disparatándose. No es que se vayan a enterar los ricos -que es el remoquete de rigor en estos casos-, sino que infinidad de gente va a descubrir que es rica y ni se había enterado. Pues, ¿y los curas? Otros que tal bailan. Habrá que recordarles que todavía no ha prescrito la sentencia del clásico: «El hombre no será libre hasta que el último burgués no haya sigo colgado con las tripas del último fraile». En buen plan, por supuesto, nada grave, una miajilla de picante y basta. O sea, la especialidad de José Blanco, un cocinillas impecable y un rival implacable cuando le plantan cara.

Su sonado debut en el vertiginoso vertedero de los mezquinos entresijos y las míseras corazonadas despeja cualquier duda y no deja lugar a engaños. Disputarle la primacía a la Pantoja (y a Belén Esteban no digamos) es una tarea de titanes y, aún así, hasta esos cangilones se ha arrimado el señor Blanco, dispuesto a hacer cualquier cosa para salvar los muebles, para salvar a España y para estar bien situado cuando a su señorito le den una patada en salva sea la parte. Si Zapatero llegó donde llegó gracias a su inestimable ayuda y a sus infalibles mañas ¿hasta dónde podría llegar él sin llevar ningún lastre? Él le puede dar sopas con hondas a las sopas de letras embobadas. Lo suyo es el verbo, la lengua del sistema, la elocuencia mediática, los juegos de palabras. ¿El poder y la noria? Blanco y embotellado.


ABC - Opinión

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