martes, 20 de abril de 2010

Los cristales de Bárcenas. Por Ignacio Camacho

AHORA sí. Ha tardado más de lo conveniente y ha causado un desgaste innecesario a su partido y a su líder, pero la dimisión como senador de Luis Bárcenas -y como diputado de su compañero Jesús Merino, aunque la posición de éste es menos sensible- restablece el mínimo decoro exigible en una situación que se estaba volviendo demasiado incómoda para el PP. Y de paso le devuelve al propio Bárcenas una cierta presunción de decencia, tan cuestionada como la de inocencia tras las graves acusaciones de que ha sido objeto.

El principal reparo de este desenlace político del «caso Bárcenas» es que ha sido el interesado, y no Rajoy, quien ha marcado los tiempos a su conveniencia. El senador dimite cuando lo estima conveniente o inocuo para su defensa, ya que una vez pasado el trámite de instrucción y el riesgo de ser encarcelado preventivamente prefiere contar con dos oportunidades de juicio -Tribunal Superior de Madrid y Supremo- en vez de una sola. Bárcenas está convencido, y así me lo dijo de su propia voz, de que de no contar con inmunidad parlamentaria habría sido enviado a prisión junto con Correa y sus cómplices. Se siente, con razón o sin ella, víctima de una operación de acoso político y cree que el caso Gürtel acabará encallando en los defectos procesales -escuchas y demás- de una instrucción chapucera «made in Garzón». Para él resultaba fundamental eludir la cárcel preventiva y se agarró al escaño como a tabla de náufrago. Correoso, tenaz y persuasivo, logró crear una duda razonable en Rajoy, que no se atrevió a presionarle más allá de los intereses de su estrategia defensiva personal. La dimisión a plazos ha erosionado la autoridad del líder del PP, que de nuevo ha ofrecido ante la opinión pública una imagen de debilidad o consentimiento. Ha permitido especulaciones inquietantes para la integridad del partido. Él lo justifica con uno de sus argumentos pacientes: el de que entre lo rápido y lo bien hecho, elige lo bien hecho. Sólo que hay veces en que hacerlo bien consiste en hacerlo pronto. Y sobre todo en no dejar que otros lo hagan por uno.

Luis Bárcenas es un tipo singular. Poliédrico, opaco, resolutivo, audaz. Pertenece a la clase de gente que tiene una familiaridad turbadora con el dinero, con la forma de ganarlo y de manejarlo, quizá también con la de disfrazarlo o esconderlo. Jugador de Bolsa, especulador profesional, ha incrementado su patrimonio de manera fehaciente durante su tiempo de actividad política. No es el único -Bono está sufriendo un severo escrutinio de sus bienes- ni será el último, pero lo que desde luego no resulta es un modelo de transparencia financiera. Y era el tesorero del PP. Un puesto en el que conviene tener un techo de cristal. Más que eso: un alma de cristal.

Ahora queda por ver cuántos cristales se han roto en este tenso proceso de pactadas renuncias por entregas. Y evaluar los daños de la fachada.


ABC - Opinión

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