lunes, 5 de abril de 2010

La toma de la Catedral. Por César Vidal

Podría dedicar la columna de hoy a comentarles mis impresiones del último viaje realizado a Estados Unidos en esta Semana Santa. Dejémoslo por ahora. Si resumo la impresión que tienen de su Gobierno, de los nacionalismos –en especial el catalán– y, ¡ay!, de España en general podría romper a llorar y lo peor es que les aguaría el primer día –nada fácil por definición– de regreso al trabajo. Me voy a detener en otro episodio que, mucho lo temo, es sólo un antecedente de lo que nos puede venir en los próximos años si ZP continúa con su política de nada oculta complacencia hacia los musulmanes. Esta Semana Santa, procurando hacer todo el ruido posible, un comando islámico decidió asaltar la Catedral de Córdoba. Subrayo lo de Catedral porque en los medios existe la costumbre de denominar al recinto mezquita y no lo es.

Sí lo fue durante siglos cuando sobre los cimientos de una iglesia cristiana arrasada por la tolerancia proverbial del Islam se fue alzando una mezquita. En otro gesto de lo que fue la dulce libertad de Al-Andalus, Almanzor llegó a traerse las campanas de Santiago de Compostela a las espaldas de los prisioneros cristianos para ornamentar con ellas Córdoba. Auténtico héroe del Islam, Almanzor dejó también reducida a pavesas la ciudad de Barcelona, aunque ignoro si es ése el Islam a la catalana al que se refirió Carod-Rovira. Al fin y a la postre, la pesadilla de la invasión islámica de España concluyó tras casi ocho siglos de lucha de liberación nacional. Previamente, Fernando III el santo había devuelto la pelota a los musulmanes obligando a prisioneros cordobeses a llevar las campanas de vuelta hasta Santiago de Compostela, un acto de justicia histórica como se conocen pocos. Por añadidura, la antigua iglesia cristiana fue restaurada a su culto original, que había usurpado el Islam durante siglos. En un gesto de generosidad estética verdaderamente notable, se mantuvieron los pasillos de arcos bicolores levantados por los emires. De esa manera, sobrevivió buena parte de la antigua mezquita de Córdoba, igual que la Alhambra de Granada. O sea, llegaron hasta nosotros porque los conquistados no fueron musulmanes como los que, dicho sea de paso, destruyeron el palacio de Medina Azahara de Abderramán III por considerarlo demasiado impío. Al final, se cerraba un ciclo histórico y lo hacía de tal manera que España no se convertía en una nación como Marruecos, Túnez o Argelia. Pero hete aquí que ZP ha decidido asumir todos los mitos políticamente correctos e históricamente falsos sobre el Al-Andalus pacífico y tolerante, y esto tiene consecuencias como las de que un comando decida ocupar la Catedral de Córdoba alegando que fue mezquita. Algún día señalaré cuáles son las raíces ideológicas de la Alianza de Civilizaciones, que son previas a la dictadura islámica de Irán y que fueron trazadas con plomada y compás. Será en otra ocasión. De momento, me limito a señalar que cuando una parte de Europa, lógica y tardíamente alarmada, ha decidido prohibir el burka, ZP sigue haciendo guiños a los musulmanes. En el momento menos pensado ocuparán la Catedral y entonces, por eso de que desde el s. VIII no ha existido invasión de España por el Islam que previamente no haya disfrutado del apoyo de traidores para su triunfo, quizá el gobierno de ZP, en lugar de recurrir a la fuerza pública para expulsarlos, intentará llegar a un acuerdo. Y si no, al tiempo.

La Razón - Opinión

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