jueves, 15 de abril de 2010

La checa de ayer. Por Cesar Vidal

Entre los actos verdaderamente sicalípticos que nos ha sido dado contemplar en los últimos tiempos ocupa un lugar de honor el celebrado en apoyo del juez Garzón el pasado martes y trece en la Complutense.

El citado akelarre –en el sentido literal del término vasco– tuvo lugar bajo la presidencia del rector Berzosa y con la colaboración necesaria de UGT y CCOO. Verdaderamente, lo albergado entre los muros de una universidad que pagamos entre todos ha sido para no perdérselo. Juzguen por ustedes mismos. De maestro de ceremonias oficiaba un rector al que no se conoce obra doctrinal alguna, que ha tolerado la violencia estudiantil cuando se dirigía contra otros, pero que ha reaccionado ásperamente contra ella si él era la víctima y que dijo admirar la capacidad de trabajo de Garzón lo que, teniendo en cuenta las contribuciones del citado rector a la ciencia, es comprensible.

De gran estrella aparecía un fiscal –¡que alcanzó semejante posición en 1962, durante la dictadura de Franco y que, por tanto, formó parte del aparato de un Estado al que ha denominado «genocida»! – empeñado en negar la posibilidad de que todos los ciudadanos sin excepción pudieran acudir a la administración de justicia y en demostrar que los jueces del Tribunal Supremo eran cómplices del franquismo. Y de «supporting actors» fungían dos sindicalistas, uno que está contribuyendo con sus acciones a aumentar el número de parados y a vaciar los bolsillos de los contribuyentes para pagar a sus liberados, refiriéndose a la tiranía del capital y otro situado al frente de un sindicato que no existía durante la guerra civil y que se dedicó a proclamar que un juez que ha intervenido el secreto de las comunicaciones entre un acusado y su cliente, que ha escrito cartas al director de un banco para pedirle conferencias archivando después una acción judicial contra ese mismo director y que ha aplicado o ha dejado de aplicar la ley de amnistía de 1977 según le ha parecido «nos ha quitado la venda». Y lo mejor no era lo del escenario sino, si me apuran, un público en el que, salvo seis o siete excepciones, la edad media andaba por los setenta y cinco años. Entre gritos de rabiosa actualidad como «¡No pasarán!» y ondeando banderas de la segunda república, se podía ver a Maragall, el único presidente de CCAA que se ha querellado contra un humorista; a Zarrías, que no da un paso sin medirlo con escuadra y compás; a Llamazares, gran amigo de esa extraordinaria democracia fundada por Fidel Castro y a tutti quanti. Llegué a pensar por unos instantes que la mayoría de los presentes eran incautos jubilados de la tercera edad de esos que traen a Madrid para asistir al teatro a los que algún progre desalmado había dicho que asistirían a la función de «Vamos a contar mentiras» para luego llevarlos al acto en pro de Garzón. Total, con lo que se oyó tampoco es que el título hubiera desentonado mucho. Y es que los presentes andaban en la labor de injuriar al Tribunal Supremo porque ha tenido la imperdonable osadía de aplicarle la ley al juez Baltasar Garzón sin proporcionar un solo argumento jurídico de mediana entidad más allá del «como toquéis a uno de los nuestros porque quebranta la ley, os vais a enterar». En fin, ya lo dice la canción: «Me asomo a la ventana y veo a la checa de ayer».

La Razón - Opinión

0 comentarios: