martes, 23 de marzo de 2010

El imperio. Por Alfonso Ussía

Joan Laporta quiere hacer de Cataluña un imperio.

Embajadas, Ejército, organización de espías propios y prohibición del uso del español. Medidas inteligentes y austeras. No ha revelado los planes de formación y desarrollo de sus Fuerzas Armadas. Si los primeros oficiales de Tierra, Mar y Aire de Cataluña van a salir de academias especializadas o del dedo. Ignoro qué fecha ha establecido Laporta para la independencia de Cataluña, pero de ser cercana, esos oficiales tendrían que estar estudiando. Además de los sentimientos hay que aportar profesionalidad. Y vocación. Haría bien Laporta en visitar las Academias Militares para conocer a los hombres y mujeres que visten los diferentes uniformes de nuestras Fuerzas Armadas. Se quedaría asombrado al comprobar su preparación, y alguno de ellos le mandaría, muy educadamente, a freír monas en catalán. Lo de los espías es más sencillo. Se compran unas cuantas gabardinas, unos sombreros, diez o doce teléfonos y ya está montado el servicio. Las embajadas tampoco resultarían difíciles de instalar. Se compra un piso –ya lo han hecho–, se nombra a un pariente de alguien –ya lo han hecho–, y adelante con la chirimoya. La prohibición del uso del español es una medida urgente que no entiendo aún como no ha sido adoptada todavía.

Idioma de paletos, dijo alguien por ahí. Y minoritario. Con un idioma de tan reducida implantación en el mundo no se puede hacer nada. Aprenderlo y usarlo es perder el tiempo. Y el mundo lo celebraría. El mundo está harto de alargar las palabras, y desea la sabiduría de la síntesis. En catalán, «campo» se dice «camp» y «pico» «puig», aunque se pronuncia «Puch». El balón es más corto en español. En catalán es «pilota», que en el idioma paleto también puede ser traducido como «mujer al mando de un avión-“avió” en catalán-, o conductora de un coche de Fórmula Uno». No se dan cuenta de nada en Madrid. Casi quinientos millones de personas en el mundo están deseando que, al fin, alguien tenga el coraje suficiente para prohibir el idioma español. ¿Se figuran la delicia de llegar a Buenos Aires, Santiago, Bogotá, Lima, Miami o Nueva York, y que en lugar del horrible «Bienvenidos» se lea el precioso «Benvinguts»? Me estoy poniendo cachondo sólo con figurármelo.

Los independentistas catalanes han sido siempre contrarios a la existencia de las Fuerzas Armadas y del obligado cumplimiento de un servicio militar. El servicio militar obligatorio ya no existe en el «País vecino», pero siete siglos de Ejército pesan en la tradición. A un marino hay que enseñarle a mandar un barco, a un piloto a llevar a un avión, y a un coronel de Tierra a administrar y entrenar a un Regimiento. No vale inventarse un uniforme azul para poner a una fragata rumbo a Sitges y terminar topándose con la costa de Túnez. En los primeros años de Fuerzas Armadas catalanas habría de ser permitido, para que hubiese entendimiento, el uso del español siempre que la frase se adornara al final con un «Osti tú», «¡No sabía que por el mar estuviera tan lejos Sitges, osti tú!»; «Ni yo que hubiese tantos árabes, osti tú!». No se trata de incordiar, sino de ayudar. Porque unas Fuerzas Armadas no se inventan así como así, como cree Laporta.

Se entiende que Madrid y Valencia le hayan tomado la medida a la poderosa y rica Cataluña. Los territorios prosperan o se empobrecen como consecuencia del trabajo de sus dirigentes. Las últimas encuestas demuestran que los catalanes son infinitamente más trabajadores e inteligentes que sus gobernantes. Siempre ha sido así. Viven, en su mayoría, al margen de estas gansadas. Y lo dejarán claro muy pronto, a la primera oportunidad. Ese día Laporta, en su casa, jugará con sus soldaditos de plomo.


La Razón - Opinión

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