domingo, 14 de febrero de 2010

Golpe sindical. Por M. Martín Ferrand

HUBO un tiempo en que los trabajadores sintieron la necesidad de agruparse, de sindicarse, para hablar con una voz común, mejorar sus condiciones laborales y elevar el nivel de sus salarios. La fórmula fue mágica y buena parte del progreso social que disfrutamos viene de ahí. El Estado de bienestar, ese lujo colectivo de tan difícil mantenimiento, es fruto de aquella remota semilla sindical. En nuestros días, y en nuestro privilegiado mundo occidental, se han invertido las tornas y los trabajadores ya no pretenden un sindicato que les redima. Son los sindicalistas, lógicamente empeñados en mantener su poder, su privilegio y su empleo, quienes buscan trabajadores que les respalden y que, en gran falsificación representativa, mantengan viva como continuidad del pasado la ficción del presente.

Ese sindicalismo de cargo y pandereta, de subvención y bicoca, de liberados ociosos, necesita periódicamente, en especial si vienen mal dadas, exhibir su presencia con alguna ruidosa concentración que subraye la apariencia de su fuerza para poder mantener su acuñado y falsario estatus de «agente social». Cualquiera que no haya perdido el oremus democrático, y aun considerando la escasez representativa de nuestros muchos Parlamentos, puede sentirse más próximo a un diputado, nacional o autonómico, sea cual fuere su color, que a esos líderes de diseño y tosquedad impostora que, cuando ya no tenemos prole, mantienen un modelo sindicalista caducado para la defensa del proletariado. Para mayor desfachatez, tienden a ignorar a los parados y los inmigrantes, a quienes más necesidades acumulan y de quienes, con propiedad, puede hablarse de injusticia social. ¿Por qué les gustarán tanto a los sindicatos los funcionarios con un puesto de trabajo inexpropiable y los empleados de las difícilmente concursales empresas públicas?

En concordancia con lo dicho más arriba, los sindicatos quieren, para mantener sus costumbres, poner el grito en el cielo y ya anuncian manifestaciones multitudinarias -para mayor inri, el 23-F- en protesta contra un plan de reforma de las pensiones y retraso en la edad de jubilación que todavía no ha sido aprobado y que, dada la endeblez del Gobierno Zapatero, no es fácil que llegue a cuajar, como sería necesario, en una ley de drásticas rebajas en los derechos y de mayor exigencia en las obligaciones. Como si fuéramos europeos.


ABC - Opinión

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