lunes, 18 de enero de 2010

Llamazares y Bin Laden. Por José María Carrascal

UTILIZAR la foto de Llamazares para dar la imagen de un Bin Laden envejecido es una indignidad, una vileza y, si nos ponemos legalistas, un delito. Pero es, sobre todo, una sandez, una de esas chapuzas que se pagan muy caras en el mundo global y mediático de nuestros días. Ahora me explico que pudiera embarcar para Detroit un terrorista denunciado por su propio padre y que unos arribistas se colaran en una recepción oficial de la Casa Blanca. Si los servicios de inteligencia norteamericanos funcionan así, Al Qaida lo tiene más fácil que robar en unos grandes almacenes. De nada sirve el sofisticado y costosísimo material electrónico puesto a su disposición, si luego lo maneja un idiota incapaz de evaluar debidamente los datos que le suministra. Si el «experto» que quiso envejecer a Bin Laden hubiese hecho lo lógico, es decir, tomar una foto actual del personaje, acentuar sus arrugas, pronunciar su osamenta, dejar caer su papada y las bolsas bajo los ojos -como se ha hecho con un Kennedy, un Elvis Presley o una Marilyn de 70 años-, hubiese obtenido un retrato mucho más fiel que tomando de Google la foto de alguien que creyó se le parecía, aparte de ahorrarse la humillación de tener que excusarse por ello. Yo mismo he tenido ocasión de comprobar esta incompetencia, cuando al renovar mi visado norteamericano, el funcionario se fijó en mi segundo apellido, Rodríguez, y se puso nerviosísimo, porque había otro Rodríguez en su lista de sospechosos. De nada valió mi advertencia de que hay millones de Rodríguez, de que nombre y primer apellido diferían, de que he vivido 24 años en Estados Unidos y he viajado allí centenares de veces sin el menor problema. Se empeñó en mandar mis huellas dactilares a Washington, desde donde le dieron el OK a vuelta de e-mail. Posiblemente en el tiempo que perdió conmigo se le colaron media docena de presuntos terroristas.

Algo está fallando en el país más poderoso de la Tierra para que ocurran estas cosas. Lo que resulta inquietante, pues los fallos norteamericanos los sufrimos todos, como todos nos beneficiamos de sus éxitos. Es posible que se haya reblandecido allí la regla de responsabilidad y exigencia, que antes se aplicaba a rajatabla. El que cometía un error de este calibre era despedido en el acto. La jefa de protocolo de la Casa Blanca, responsable de que los asistentes a las recepciones correspondan a los invitados, sigue, sin embargo, en su puesto. Como posiblemente seguirá el funcionario que nos dio Llamazares por Bin Laden. Así no se gana la guerra al terrorismo, ni ninguna.

Para Llamazares ha tenido que ser un shock. Pero al menos tiene el consuelo de que su antinorteamericanismo tiene buenas bases. Lo que nunca pudo sospechar era que fueran tan ineptos.


ABC - Opinión

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