miércoles, 23 de diciembre de 2009

Lo peor, lo mismo. Por Gabriel Albiac

HERMANN Rauschning transcribió en 1939 esta personal confidencia de Hitler: «Siempre les digo a los míos que disfruten y se enriquezcan... Haced lo que queráis, pero no os dejéis pillar». Lo llama la corrupción dirigida. «A falta de una revolución», Hitler garantizaba la «vía libre al saqueo». Recordé esas palabras en los años en que los gobiernos de Felipe González diseñaron la más fantástica trama de robo y corrupción que, hasta entonces, habíamos conocido. La conjunción Gal+Filesa acabó mal. Puede que esto a lo cual ahora asistimos logre lo que se le fue de las manos al dicharachero caudillo sevillano: la consolidación de un Régimen sin alternativas.

Acaba ahora el año más aciago de cuantos he vivido en democracia. Aciago en lo económico: lo que parecía imposible se ha consumado; la España en expansión del 2004 ha quedado en cenizas; en un vértigo sin transiciones, hemos pasado a tener un pie en la bancarrota; la ruina es tangible en todos los bolsillos; con la única excepción de los políticos; el bolsillo de éstos jamás mengua. Aciago en lo político: piratas que se desternillan ante el veto de usar las armas que pesa sobre el Ejército español; sultán marroquí que aprendió de su padre cómo se debe tratar a ciertos medrosos gobernantes españoles; Al-Qaeda del Magreb, que algo habrá leído acerca de cómo sus colegas en Madrid lograron derribar un Gobierno; referéndums ilegales, convocados por alcaldes que en cualquier país europeo hubieran acabado con sus promotores en humillante presidio... Aciago en lo moral, también: ¿qué sociedad podría mantener su integridad anímica ante la áspera certeza de ser robada y burlada por aquellos que se dan nombre de representantes suyos? Todos aquí han perdido la más ínfima fe en la política, todos saben que el oficio de político es monopolio de una casta sin más criterio que el de sus muy privados intereses, y que nadie va a pagar penalmente por el destrozo realizado.

El enigma es que, en lo más hondo ya de esta podredumbre, ni un estallido de cólera explícita rompa el sosiego de la casta. Nada se desmorona. Muy al contrario: nunca, desde la transición, un Gobierno se ha sabido tan impune; nunca, desde la transición, la resignación y el sálvese quien pueda han corroído tan hondo cualquier residuo de conciencia pública o privada. Es la más dura confirmación de que un Gobierno no precisa inteligencia para consolidarse; sólo una perfecta ausencia de escrúpulos.

Sobre dos puntales se alza hoy la fortaleza del nuevo Régimen: espectáculo y brigadas de choque. Nada que no hayan conocido bien los totalitarismos de entreguerras. Salvo la extraordinaria peculiaridad de que eso funcione tan bien en democracia. Quienes nos hemos reído de la fauna analfabeta de actores y cantautores con ceja subvencionada, no habíamos entendido nada. Confesémoslo: en el tiempo de los televisores, es más eficaz un descerebrado guapo que el mismísimo Einstein redivivo. Hoy, ese club de la SGAE tiene su Ministerio, al frente del cual una tal Sinde. Y Ministerio tienen las brigadas de choque: se llaman sindicatos, porque de alguna manera hay que llamarlas; pero si a cualquiera de los hombres admirables que en el siglo XIX dieron sus vidas por la autoorganización obrera los pusieran delante de esos tipos que viven del erario público y halagan consecuentemente a quien les paga, no sé si lograría vencer su tentación de retorcerles el pescuezo. Tampoco es nuevo ese Ministerio de control obrero: todos los totalitarismos lo tuvieron.

Acaba el año, sí. El más aciago. Lo que viene tiene toda la pinta de que irá a peor. Es decir, a lo mismo.


ABC - Opinión

De la Iglesia vasca. Por José García Domínguez

Elorza, como el ilustre tonsurado, primero paseó bajo palio a los matarifes de Batasuna. Y ahora ansía que Benedicto XVI suscriba un concordato con Erkoreka para que a los obispos los consagre Arzallus tomando chiquitos en los batzokis de Bilbao.

Diríase que la fe del prelado Munilla obedece al más ortodoxo catolicismo hispano, según acaba de denunciar con hastío indisimulado el prestigioso teólogo donostiarra Onán Elorza. Una herejía, al parecer, nunca vista por esas parroquias: el insólito caso del cura que en lugar de rendir culto al dios de la tribu, adora al del Cielo. En fin, ya lo advirtió aquel filósofo anónimo del pueblo: "Hay gente pa to".


Demasiado cobarde para luchar y demasiado gordo para salir corriendo, ese Elorza, el Sancho Panza del Cantábrico que regenta su ínsula Barataria en Donosti, encarna un tipo de zascandil paradójico muy del país: el castizo que no cree en Dios, pero sí en los curas. La suya, pues, es una escatología que empieza y acaba en el fru-fru de las sotanas, que diría Alfonso Guerra. De ahí que le haya faltado tiempo con tal de sumarse a los ayatolás del PNV que exigen explicaciones al Vaticano por lo de Munilla. ¿Quién se debe creer que es el Papa de Roma para poner obispos en la provincia de Guipúzcoa?, barrunta nuestro Voltaire de brasero y sacristía.

Y es que Onán resulta ser un consumado maestro en el difícil arte de estar en misa y repicando, empeño que sólo los muy miserables llegan a consumar con pericia equiparable a la suya. Por algo Elorza, a imagen y semejanza del emérito Setién, ha sabido mantener una exquisita equidistancia moral entre las pistolas y las nucas. Así, como el ilustre tonsurado, primero paseó bajo palio a los matarifes de Batasuna. Y ahora ansía que Benedicto XVI suscriba un concordato con Erkoreka para que a los obispos los consagre Arzallus tomando chiquitos en los batzokis de Bilbao.

"Como se hieren y matan hombres por el servicio de la patria, puédese en sociedad católicamente organizada ajusticiar hombres por infracción del Código divino", garrapateó mosén Sardá y Salvany en El liberalismo es pecado, aquel best-seller de la carcundia carpetovetónica de finales del XIX. La misma que poco después pondría una vela a Cristo y otra a Sabino Arana para predicar "la santa virtud del odio" –Salvany dixit– a los hijos del terruño. Así el espectro del cura Santa Cruz y su nueva partida, la de los cruzados de Uriarte. Pobres diablos.


Libertad Digital - Opinión

Los límites del aire. Por M. Martín Ferrand

«TODO el mundo sabe el límite de lo que es un regalo navideño». Así lo afirma Ana Mato, pensadora de guardia en el PP, para darnos a entender el alcance del «código de buenas prácticas» que ha impulsado Mariano Rajoy para orientación y guía de conducta de los militantes con cargo y representación. Un par de botellas de vino, ¿entran den- tro de lo que el PP y su confuso oráculo entienden como «límite»? Un Château Margaux del 2006, que no es ni el mejor ni el más caro de los vinos de Burdeos, se compra en España por unos 750 euros la botella. ¿Entra en el presupuesto de la honradez que proclama la doctrina popular que, de ahora en adelante, tendrá que supervisar José Manuel Romay Beccaría? ¿Quizás el Pingus del 2006 -980 euros la botella-, por el hecho de ser de la Rivera del Duero, se aproxima más a la unidad de medida de la decencia que acaba de aprobar el Comité Ejecutivo del PP? Más modestamente, aunque sin salir de lo suntuario, ¿un Único de Vega Sicilia del 99 -150 euros botella- quebranta la virtud de un cargo popular?

Es evidente que la corrupción es uno de los grandes males degenerativos de nuestra democracia y es probable que resulte insuparable, en mayor o menor dosis, en un sistema partitocrático que no se ventila con la efervescencia parlamentaria ni se depura con el rigor de una representatividad más nítida de la que nos asiste. Al PP cabe aplaudirle la buena voluntad de abordar el problema y la sinceridad que denota la elección de un vigilante -¡auditor de prácticas internas!- tan solvente como Romay, pero no basta.


Bernardo de Claraval, gran impulsor de la orden del Cister, es uno de los mayores y más trascendentales personajes de la Europa medieval. Sus dichos y sus hechos forman parte de los sólidos cimientos en que se sustenta la realidad actual del Viejo Continente y no es cosa, ni desde el laicismo, de desmerecerle por su santidad. Parece que, con nueve siglos de adelanto, estaba previendo la llegada del PP al escenario político continental cuando dijo, con tanta precisión como belleza, que el camino del Infierno está empedrado de buenas intenciones. La corrupción es el fruto de una sociedad permisiva. Ese es nuestro mal colectivo. El rigor y la exigencia, la pretensión de la excelencia, son la única medicina eficaz contra la enfermedad que se trata de remediar, pero no se administra en cataplasmas ni en dichos de oportunidad.

ABC - Opinión

Garzón o lo que dijo la sartén al cazo

Ahora que Garzón se queja de la lentitud de la Justicia, recordemos que, gracias a uno de sus muchos y notorios retrasos, está aún por esclarecer judicialmente el chivatazo policial a ETA.

Ya es grave que un juez pretenda enjuiciar una causa sin tener competencias jurisdiccionales para ello. Aun es peor si, además, los supuestos delitos que pretende enjuiciar ya han prescrito y, para colmo, sus presuntos autores llevan años bajo tierra. Esto es exactamente, sin embargo, lo que hizo el juez Garzón al arrogarse unas competencias de las que carecía la Audiencia Nacional para enjuiciar unos crímenes como los perpetrados durante la guerra civil y el franquismo, cuya responsabilidad penal había prescrito según los plazos señalados por el Código Penal –por no hablar de la Ley de Amnistía de 1977–, y al acusar de ellos a personas cuyo abandono del mundo de los vivos era tan notorio como el de Franco, Mola, Serrano Súñer, Cabanellas, Muñoz Grandes y el resto de altos cargos del llamado "bando nacional" a los que Garzón, en su enfermizo afán de notoriedad, acusaba nada menos que de delitos asimilables al de genocidio.


Como es conocido, el resultado de todo este trágico esperpento fue la declaración de extinción de responsabilidad penal por fallecimiento de los acusados y la decisión de Garzón de inhibirse de la causa a favor de los juzgados territoriales en los que se encontraban las fosas comunes que mandó abrir cuando se autodeclaró competente para instruir tan delirante procedimiento.

Ante la acusación de prevaricación que ahora pesa sobre Garzón por este asunto, consideramos que ya es bastante desfachatez por su parte su pretensión de hacer creer al Tribunal Supremo que su actuación no la llevó a cabo a sabiendas de que no la respaldaba la ley como para que ahora se permita además presionar a los magistrados quejándose del "retraso injustificado" en esta instrucción que considera "propia de un proceso inquisitorial".

Pero que uno de los jueces con mayor número y más graves causas pendientes de resolución se permita criticar la lentitud del Tribunal Supremo tiene tanta validez como lo que le pueda reprochar la sartén al cazo. Más aun cuando Garzón, al abrir sin amparo legal su causa general contra el franquismo, acaparó por puro afán de notoriedad enormes recursos humanos y económicos necesarios para atajar la lentitud de la justicia.

Recordemos también que, gracias a los muchos y notorios retrasos de Garzón, se dejó de prorrogar en 2007 órdenes preventivas destinadas a evitar que Batasuna pudiese recuperar al menos 48 herriko tabernas embargadas desde 2002. También gracias a otro retraso –o algo peor– de Garzón, Batasuna pudo celebrar numerosos actos políticos durante la negociación del Gobierno de Zapatero con ETA. Recordemos también que en 2008, gracias a otro retraso de Garzón, quedaron en libertad dos presuntos narcotraficantes turcos, ya que este juez fijó la vistilla en la que debía prorrogarse su prisión preventiva dos días después de concluir el plazo legal para poder hacerlo. Eso, por no recordar, entre muchos otros más, el más célebre retraso de Garzón como es el que afecta al esclarecimiento del delito de colaboración con banda armada que cometieron dos agentes policiales, bien motu proprio, bien siguiendo órdenes de sus superiores, al informar a integrantes del aparato de extorsión de ETA de que estaban siendo vigilados por orden del juez Grande Marlaska.

Si la bochornosa actuación de Garzón ante la "paz sucia" de Zapatero le desacredita para que dé lecciones sobre el imperio de la ley y el Estado de Derecho, no es mayor su autoridad moral a la hora de criticar la siempre lamentable dilación de nuestros Tribunales de Justicia.


Libertad Digital - Editorial

La ceja no está de moda. Por José María Carrascal

MÁS que de las encuestas, cuya capacidad de equivocarse casi iguala a la de nuestro presidente, me fío de Pilar Bardem para calcular cuántos turrones se comerá éste en la Moncloa.

Mientras las encuestas parecen pensar más en quién las paga que sobre quién versan, las palabras de Pilar Bardem han sido tajantes como el rayo y rotundas como el trueno. «Yo no soy de la ceja, y al que lo diga lo mato». ¡Menuda forma de decir las cosas! Que doña Pilar no era socialista, sino comunista lo sabíamos. Pero que fuera tan antizapaterista como para estar dispuesta a matar para demostrarlo es toda una sorpresa. Hasta ahora, había dado la impresión de no molestarla que la incluyesen entre los juglares del presidente. Y, sobre todo, ¿qué necesidad tenía de decirlo en un acto tan inocente como la presentación de las memorias de unos actores, a los que quitó todo protagonismo, algo que no se hace nunca a un colega? Habiendo tenido, además, infinidad de ocasiones más propicias para proclamarlo, la última, la lectura que hizo del manifiesto anticapitalista al finalizar la reciente manifestación de los sindicatos. Lo que tampoco le impide, como presidenta de la AISGE, vivir de la forma más capitalista posible, esto es, de las rentas, cobrando derechos de autor por cualquier trabajo más o menos intelectual que hayan hecho. Claro que de estos comunistas nuestros, que van a Cuba sólo como turistas, viviendo, trabajando y cobrando en el capitalismo más grosero, ya no nos extraña nada.


Lo que no hacía falta era la segunda parte de la frase. Eso de matar a alguien por decir algo ya no se estila. Más, en un país como el nuestro, donde se ha llevado a la práctica demasiadas veces. Viene a ser, doña Pilar, como citar la soga en casa del ahorcado. Con que hubiese dicho que no era zapaterista, bastaba. Si, además, nos dice por qué no lo es, o ha dejado de serlo, nos haría a todos un gran favor, dada la confusión reinante. ¿Porque Zapatero no es bastante de izquierdas? ¿Porque, siendo de izquierdas, hace cosas de derechas? ¿O porque ha descubierto que no es izquierdas ni de derechas, sino, simplemente, zapaterista? Y, si quiere hacerse un favor a sí misma, díganos por qué ha decidido decírnoslo precisamente ahora, ya que, en otro caso, olería a oportunismo.

Pero, por favor, sin amenazar a nadie de muerte. A no ser que sea de la izquierda del paredón y los gulags para quienes digan algo que no encaja en el sistema. Cosa que no creo, pues usted ha hecho lo que hizo siempre: leer el guión. Que, además, esta vez es acertado. El club de la ceja anda de capa caída y dentro de poco quedarán en él tan sólo Bibiana Aido y Zapatero. Este último, por llevarlas encima. Aunque habiendo depilación indolora...


ABC - Opinión