JOSÉ Luis Rodríguez Zapatero, tan liviano que ya resulta imponderable, explicó ayer en el Congreso su proyecto de Ley de Economía Sostenible. Cabe temer que, cuando la crisis en curso cumpla su ciclo, nadie podrá hablar de economía sostenida. En tiempo de tribulación, las circunstancias tienden a complicarse y, salvo enérgicas medidas que traten de impedirlo, las catástrofes engordan y desbordan las previsiones más optimistas. Todos, incluso los sabios que se reúnen en el Consejo de Ministros, saben que una parte fundamental del problema nacional reside en la esclerosis del sistema productivo, algo que hunde sus cimientos en el «pacto social» del franquismo en el que, por decirlo en caricatura, los trabajadores renunciaron a sus libertades cívicas a cambio de una escasa exigencia en sus prestaciones laborales.
El PSOE, en ejercicio de flagrante irresponsabilidad socialdemócrata, ha amalgamado sus doctrinas e intereses con los de los sindicatos y eso incumple una de las más elementales normas aritméticas que regulan la suma. Es algo que tiene, si lo tiene, una rentabilidad electoral, pero con el inmenso coste de la ruptura del equilibrio social y productivo. Un Gobierno responsable no puede pagar «protección» para evitar una huelga general porque lo que gana en sosiego lo pierde la Nación en productividad, competitividad y riqueza, tres coeficientes en decadencia que nos mantienen en el pelotón europeo de los torpes.
Cuando un gobernante, como Zapatero, sabe mejor lo que no quiere abordar para resolver un problema que lo que está dispuesto a hacer hay que perder la esperanza. La Ley de Economía Sostenible, lindo nombre para una ensoñación, es un saco de confusiones en el que caben desde la modernización de la Justicia a «otras reformas» que irá aprobando el Gobierno. Es, en lo poco que sabemos de ella, un refuerzo de percusión a la melodía de unos Presupuestos Generales propios de Antoñita la Fantástica -dicho sea con perdón de Borita Casas- y que evocan, puestos a recordar grandes nombres olvidados, aquello que cantaba Carlos Cano en La murga de los currelantes: «... Falote, que ya está bien de chupar del bote; Ramón, que hay que acabar con tanto bribón...». El ilusionismo, de gran mérito en las especialidades del varieté, es inadmisible en el discurso político de un jefe del Ejecutivo que ya tiene en el paro a un 20 por ciento de la población activa.
Cuando un gobernante, como Zapatero, sabe mejor lo que no quiere abordar para resolver un problema que lo que está dispuesto a hacer hay que perder la esperanza. La Ley de Economía Sostenible, lindo nombre para una ensoñación, es un saco de confusiones en el que caben desde la modernización de la Justicia a «otras reformas» que irá aprobando el Gobierno. Es, en lo poco que sabemos de ella, un refuerzo de percusión a la melodía de unos Presupuestos Generales propios de Antoñita la Fantástica -dicho sea con perdón de Borita Casas- y que evocan, puestos a recordar grandes nombres olvidados, aquello que cantaba Carlos Cano en La murga de los currelantes: «... Falote, que ya está bien de chupar del bote; Ramón, que hay que acabar con tanto bribón...». El ilusionismo, de gran mérito en las especialidades del varieté, es inadmisible en el discurso político de un jefe del Ejecutivo que ya tiene en el paro a un 20 por ciento de la población activa.
ABC - Opinión
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