
En este país en el que el pillo siempre gozó de un cierto prestigio popular, las versiones que la corrupción ofrece son tantas que merecen un catálogo. El que roba es un corrupto. El que recalifica el suelo y se lleva una pasta, los del tres por ciento, el del cafelito, las filesas y los ternos de Milano, «Bigotes», «Vitos» y «Luigis»... Para qué seguir. Hay, sin embargo, otra corrupción que es la del silencio. No hablar para no complicarse la vida en una lista electoral. Se guarda silencio, no vaya a ser que lo que se diga no guste al jefe. Silencio para sobrevivir. Todo lo ampara el silencio. Omertá a la española: siento, veo y sé, pero conviene callar.
Anda Jordi Pujol por los platós de televisión vendiendo su último libro, prescindible de cabo a rabo. Pujol se ha hecho un homenaje en el que su memoria siempre le es favorable. Adereza su presentación con algunas reflexiones que, por lo que se ve, no irritan a nadie. Se declara amigo de Prenafeta y Alavedra, que están en la cárcel: son mis amigos y lo seguirán siendo. Silencio. Pujol dice: Puede que se les haya ido la mano, pero si algo han hecho es por Cataluña. Silencio.
Fue en TVE donde el ex president atacó a Zapatero llamándolo mentiroso. Dijo que puede entender la mentira antes de las elecciones, pero luego no. Silencio. Complacencia. Hastío. Estoy esperando a que uno de esos ofendidos políticos que sostiene eso de que no todos somos iguales diga algo. Por ejemplo: Que la mentira es la peor corrupción. Pero solo hay silencio.
ABC - Opinión
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