jueves, 5 de noviembre de 2009

La Chulapona y el petimetre. Por M. Martín Ferránd

ES una lástima que Alberto Ruiz-Gallardón sea reacio al casticismo. Parece que los aromas típicos del Madrid que le eligió como alcalde le sofocan y trata de evitarlos. Ha prescindido de la vara que lucieron en señal de mando sus mejores antecesores y se ha instalado lejos de cualquier verbena y de las praderas -¡a cualquier cosa llaman chocolate las patronas!- que han servido, de San Antonio a San Isidro, como escenario de ingenuas chulerías y simpáticos desplantes entre las parejas que, en su evolución, han convertido un pueblón manchego en una de las grandes ciudades de Europa.

Esperanza Aguirre, por el contrario, es de rompe y rasga. Parece sacada de La Chulapona, habla con letra de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw, y anda con ritmos de Federico Moreno Torroba. Ha superado el complejo de estar sobre un invento administrativo, la Autonomía de Madrid y, de hecho, se beneficia de las competencias que su predecesor, Gallardón, le quitó al Ayuntamiento. Así, el alcalde -alguacil alguacilado- anda hoy mermado de funciones y ve que sus ambiciones se derrumban con el vértigo con que se vienen abajo las de la presidenta.

En uno de esos síndromes que definen la derecha española y que alimentan su debilidad, Aguirre y Gallardón tienen como principal tarea, instalados en la comodidad de sus respectivas y rotundas mayorías, la de destrozarse mutuamente. Es superior a sus fuerzas porque, genio y figura, la izquierda nacional sólo tiene la energía y el poder que les proporciona, desde la Restauración, el caínismo de la derecha, su debilidad. Si estuvieran bien avenidos, serían otra cosa. No cabrían en el PP.

En Madrid, en el de antes de que Gallardón le convirtiera en un túnel interrumpido por grandes zanjas, se le llamaba «manuela» a un coche de alquiler, de un solo caballo como corresponde a la tradicional austeridad capitalina, que usaban las parejas bien avenidas en días de solemnidad y toros. En La Chulapona, el coro canta: «... y si luego tomamos un coche,/ pa que vean que somos de ley,/ recostados en una manuela/ no nos tosen ni el Papa ni el Rey». Ese es el encanto de la avenencia. La unión hace la fuerza. Aguirre, Gallardón y todos los demás, bien limpios de las impurezas que les envuelven y en la razonable unidad de quienes saben lo que quieren, resultarían imbatibles. Mientras tanto, hagámonos a la idea de Zapatero perpetuo. Hasta que amargue.

ABC - Opinión

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