
Si De Juana volviera a España, cumpliría o no, una breve pena de prisión. Y en unos pocos meses estaría libre. Sería el héroe de las «herriko-tabernas». Le invitarían a pinchos y chacolí, al menos durante unas semanas. De Juana y su chica, Irati Aranzábal, no podrán vivir nunca como una pareja normal. Estarían en tensión y agobio hasta en su propia casa de San Sebastián. Pero mejor el agobio en San Sebastián que la tranquilidad en Belfast. Iñaki De Juana, el asesino, ha sido tratado en las cárceles españolas como un pachá. Chantajeó al Gobierno con unas alimentadísimas huelgas de hambre. Fue vergonzosa moneda de cambio del «proceso de paz» montado por Zapatero y Batasuna. Las autoridades penitenciarias le permitían, de acuerdo con sus antojos y apetencias, compartir con Irati toda suerte de quiquis y sucedáneos, con el mérito de que ni uno ni la otra asistieron nunca a los talleres de masturbación de la Junta de Extremadura. De Juana comenzó a sentirse preso con su libertad. Y a experimentar la inseguridad en sus largos y chulescos paseos donostiarras. Sus amigos terroristas del IRA le encontraron en Belfast el nidito de amor que exigía su nueva condición de casado. Y tanto ella como él, están hasta las narices de Belfast. La depresión le ha sobrevenido por amanecer en Belfast un día sí y otro también. La recuperación del asesino será un engorro para todos. Mejor que no vuelva. Para un español, y el canalla de De Juana lo es aunque no quiera serlo, la libertad en Belfast es más cárcel que la prisión en cualquiera de los centros penitenciarios de España. No he conocido a nadie que prepare con ilusión un viaje a Belfast. Sabino Arana eligió Lourdes para su viaje de novios. Sabino buscaba un milagro que no se produjo. Poder consumar su matrimonio. De Juana creyó encontrar en Belfast su libertad inmerecida. Que la disfrute, si es que en Belfast se disfruta la libertad. Y que no vuelva. Que se muera allí.
La Razón - Opinión
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